Con el auge de la generación de contenidos fuera de las instituciones universitarias es necesario prestar atención a la forma en que los estudiantes se están manifestando respecto a lo que en ellas se enseña y, como en la década de los veinte del siglo pasado, abrir debates de gran calado y cuestionar y proponer qué merece la pena ser enseñado
Texto: Romina M. Pittondo* / MUxED
Recientemente un importante diario nacional de Argentina publicó una nota de opinión titulada “Los universitarios en pandemia, entre la resignación y el silencio”. Al día siguiente debía dictar mi clase en un seminario para estudiantes universitarios de la carrera de Ciencias Políticas. La clase era sobre el período de la historia argentina 1916-1930, y uno de los hechos que íbamos a tratar era la Reforma Universitaria argentina de 1918 -en México los primeros movimientos de reforma universitarios comenzarán en 1921 con el Primer Congreso Internacional de federaciones estudiantiles y tendrán su punto máximo en 1929-. ¿Casualidad u oportunidad?
Llevé el artículo a mi clase para que debatiéramos entre todos, la revolución universitaria de hace 100 años y el momento que les toca vivir hoy como estudiantes de ciclo superior del 2021. El resultado fue muy interesante porque, si bien la nota hablaba del cierre de las universidades a raíz de la pandemia, la discusión en clase fue más profunda y puso sobre la mesa el debate en torno a una pregunta que los universitarios de hoy se están haciendo “¿me sirve lo que estudio para mi futuro? ¿me estoy formando para trabajar en la sociedad?”
Estas preguntas que ellos mismos hicieron en voz alta me llevaron a pensar en la formación que las universidades están brindando hoy. Hace más de un siglo atrás la pelea más importante de los universitarios fue por la actualización del currículo, materias que se adaptaran a los nuevos tiempos, que cubrieran mucho más que una parte de la formación que las Casas de Altos Estudios pretendían impartir. Pluralidad de voces, de conocimientos acordes a los tiempos que corrían en los años 20 del siglo pasado. En 2021 nuestros estudiantes se hacen la misma pregunta, y tal vez la forma que eligieron de manifestar su “revolución” sea el silencio. Ese silencio de los jóvenes es un mensaje que no se puede ignorar.
La aparición del internet y las tecnologías de la información y la comunicación ha obligado a los docentes universitarios a reformular las propuestas pedagógicas para adaptarse a los cambios. De forma reciente, la educación en el nivel superior no pudo escapar a la creciente influencia de las plataformas sociales dentro de sus aulas.
Esta alteración significó una transformación en la transmisión del conocimiento. Las instituciones educativas dejaron de ser el único repositorio del conocimiento, que hoy se encuentra disponible de múltiples formas y al alcance de los estudiantes mediante un simple “click”. Ya no es en la clase magistral con el docente-transmisor y el estudiante-receptor donde se adquiere el saber. Las universidades y sus docentes debieron adaptarse a los nuevos tiempos adoptando las herramientas que el ecosistema de medios ofrece, adecuándolas a nuevas necesidades de aprendizaje.
Ahora bien, esa transformación ¿llegó también a los contenidos? ¿O se continúa impartiendo los mismos de una manera nueva? Porque esa es, en definitiva, la pregunta que se hacen nuestros estudiantes: “lo que me enseñan hoy, ¿me servirá realmente cuando termine la universidad? ¿O puedo obtener lo que necesito para desarrollarme de otra fuente? ¿Es solamente el título un papel de validación? ¿Cuánto durará esa validación?”
El debate hoy ya no pasa exclusivamente por cómo las universidades transmiten el conocimiento. Lo que urge a la educación superior es reflexionar sobre la actualización de contenidos que se perciben lentos y obsoletos, que no preparan para los requerimientos ni de los intereses, ni de las demandas contextuales.
La realidad laboral exige que nuestros estudiantes adquieran nuevas capacidades que los habiliten para desenvolverse en el ámbito profesional: pensamiento crítico, flexibilidad, persistencia, trabajo colaborativo, equidad, igualdad, sustentabilidad, creatividad, habilidades de liderazgo y de solución de problemas, fluidez digital, competencias sociales y disposición para el aprendizaje continuo. Profesionales que cuiden al ser humano y al planeta, a la vez que obtengan satisfacción personal y oportunidades económicas para su desarrollo. Nuevos trabajos que demandan capacidades diferentes para las que hoy no todas las instituciones están formando.
Las universidades a nivel global se enfrentan, como hace 100 años, a un momento de transformación radical de la educación. Y no solo en la forma de transmitir los contenidos sino en la necesidad de adaptarlos a las nuevas realidades de la sociedad.
Las nuevas tecnologías cambiaron la vida y están transformando también los requerimientos laborales. Un conocimiento “tradicional” ya no servirá para que un joven se desenvuelva en la sociedad, las “viejas profesiones” están siendo reemplazadas por nuevos puestos acordes a sociedad digital. Es necesario transformar el currículo con una mirada crítica y no dejarlo librado a la construcción colectiva sin control de las redes sociales y de las plataformas.
Porque es evidente, que en el momento que estamos viviendo, a través de las tecnologías de la comunicación la información se estructura de manera descentralizada, con criterios distintos a los tradicionales. En este contexto, conocer la verdad e indagar sobre ella, importa menos que ser popular o compartir experiencias personales en la red, lo que da lugar a que, sin barrera, se opine de cualquier tema.
Nuestros alumnos nos piden a gritos un cambio que es necesario, pero ese grito no es a viva voz sino a través del silencio, de la apatía, del desinterés. Como menciona el autor de la nota de opinión: “una juventud que mira con escepticismo y que no cree que valga la pena dar ninguna pelea más allá de sus objetivos prácticos”.
El aprendizaje para la vida en sociedad ya no pasa por la universidad solamente, también se nutre del conocimiento que se construye en las redes sociales fuera del aula. Aprender se está tornando diferente, y la respuesta a este desafío depende de cómo las universidades capitalicen los cambios que a su alrededor se están produciendo, y modifiquen sus currículos para que motive a los estudiantes, les ofrezcan el conocimiento que vale la pena aprender y comparta la experiencia adquirida a lo largo del tiempo.
En definitiva, hace falta que la universidad reflexione, se adapte y escuche la voz de sus alumnos que reclaman cambios urgentes y preguntarse ¿qué merece la pena enseñar? ¿qué conocimiento será valioso para los jóvenes en la sociedad del futuro?
Queda la propuesta abierta para que las universidades junto con las agencias de calidad educativa y los gobiernos nacionales y regionales abran el debate sobre las habilidades y competencias que las carreras de grado deben contemplar para la formación de las nuevas generaciones. Debe ser una discusión como aquella de la década de 1920, donde todos los actores – jóvenes, empleadores y sociedad – puedan expresar su voz. Pero especialmente darles la palabra a nuestros estudiantes para que dejen de lado la revolución mediante el silencio y se produzca una Nueva Reforma Universitaria del Siglo XXI.
*La autora tiene 20 años de experiencia en la gestión educativa de la educación superior. Actualmente es docente, y gestora educativa en la Universidad Austral y cursa la Maestría en Educación de la Universidad de San Andrés (Argentina). Sus áreas de interés y experiencia son la gestión educativa, desarrollo de las TIC y gestión de la calidad en educación superior. Linkedin: www.linkedin.com/in/romina-m-pittondo-686b943
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