1 diciembre, 2022
Un nuevo informe a nivel mundial documenta la agresividad de la industria de botanas y bebidas azucaradas que embosca a los consumidores de eventos y competencias con su marketing
Texto: Kennia Velázquez Tw: @KenniaV / POPLab
Fotos: POPLab
GUANAJUATO.- Una familia se dispone a disfrutar del partido de la selección mexicana de fútbol, de pronto aparece un “árbitro” que reparte frituras y la sala se llena de alegría, por consumir los productos y registrarlos en una aplicación, los jugadores lanzan a través de la televisión playeras y balones, instantes después lo que arrojan son bolsas gigantes de botanas. Ya están listos para “apoyar” al equipo nacional.
El spot televisivo satura los instantes anteriores, intermedios y previos a cada encuentro del representativo mexicano en Qatar.
No importa si es el mundial de fútbol o una competencia atlética en una ciudad pequeña; si es un evento educativo o cultural, la industria de productos chatarra siempre encuentra la manera de colarse mediante patrocinios, emboscando a los consumidores con su publicidad de una manera que puede parecer inocente y altruista, pero no lo es.
Esta promoción de productos chatarra genera un impacto profundo, pues crea entornos alimentarios insalubres lo que genera que los países tengan poblaciones más enfermas. Las empresas gastan lo que sea para que sus productos sean adquiridos, sólo The Coca-Cola Company destina 4 mil millones de dólares al año para publicidad.
El informe de la Global Health Advocacy Incubator (GHAI), una organización sin fines de lucro defensora de la salud, documentó como los productores de comestibles y bebidas ultraprocesados “saturan el mercado con productos chatarra a través de tácticas que son agresivas, insidiosas y que están en todas partes”.
El documento indica que “el marketing de alimentos y bebidas no saludables es un complejo proceso político, social, histórico, cultural y económico, que además representa un importante factor de impulso de entornos alimentarios no saludables”. GHAI recopiló ejemplos de prácticas corporativas de la industria en todo el mundo, entre ellas prácticas publicitarias, acciones de interferencia de la industria. Y muestra cómo el uso de estas tácticas daña a los humanos y al ambiente, y cómo tratan de evitar las regulaciones obligatorias.
Algunos estudios han demostrado que la exposición al marketing influye en la elección de alimentos y el aumento del consumo de productos no saludables, que están asociados con un mayor riesgo de obesidad, accidentes cerebrovasculares y diabetes. Por ello la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda restringir la publicidad de alimentos dirigida a personas jóvenes.
No hay espacio que se salve del mercadeo, pues va mucho más allá de los medios de comunicación o las redes sociales, “el patrocinio de sus equipos deportivos favoritos, la colocación de productos ocultos en los programas educativos de sus hijos y los productos gratuitos que reciben en los eventos”, señala GHAI.
El reporte titulado Marketing expuesto: una amenaza global de salud pública para la política alimentaria alerta sobre los peligros de la publicidad dirigida a niños, niñas y adolescentes, pues “carecen de la madurez del desarrollo para distinguir los anuncios del contenido de entretenimiento o educativo”. Y también cómo se promueven productos no saludables ante públicos vulnerables.
El impacto entre la niñez y jóvenes es muy profundo pues “la industria de productos ultraprocesados va moldeando las normas sociales, desplazando las dietas tradicionales, creando preferencias alimentarias para toda la vida hacia sus productos y perjudicando la salud infantil alrededor del mundo”.
Un estudio realizado por Morgan Jenatton y Helda Morales en Chiapas con jóvenes indígenas encontró que para los estudiantes de las escuelas secundarias retrata ese efecto del que se habla en el informe de GHAI. Los adolescentes consideraban a la Coca Cola como «refrescante» y «sabrosa» y la asociaron con las clases sociales ricas, mestizas y urbanas, una visión atractiva de la modernidad, a pesar que saben que son dañinas para la salud. En cambio al pozol, una bebida tradicional en la región y considerada con un alto valor nutricional, era visto como algo que beben campesinos o personas pobres. En ese estado se han implementado campañas publicitarias dirigidas a la población indígena y es la zona en la que más se consume esa marca de refrescos.
En Estados Unidos se ha detectado que se transmiten más anuncios de productos perjudiciales para la salud en los programas en español que en los que hablan en inglés.
Pero también “pone a niños, niñas y adolescentes en riesgo de convertirse en víctimas de explotación comercial por la saturación empresarial de productos no saludables en el mercado. Y mediante el uso de sofisticadas estrategias de marketing para promocionar sus productos y fomentar una cultura consumista desde una edad muy temprana”, dice el documento de Marketing expuesto. Además vulnera otros derechos como la explotación de sus datos, el uso y el abuso de las imágenes de niños y niñas.
Hasta el momento las empresas han librado que se les asocie con los efectos negativos de sus productos, se suelen presentar como socialmente comprometidas, pero la organización señala que no asumen la “responsabilidad de su participación en la creación de un planeta menos saludable” y responsabilizan a las personas por el consumo excesivo de sus productos.
También utiliza la publicidad para promocionarse como un actor que trabaja por las causas sociales y limpiar un poco su imagen, así promueve el cuidado del agua, aunque sean de los que más consumen, brindan apoyos a comercios, patrocinan cumbres climáticas aunque importen basura plástica o donan productos para las personas más afectadas por la pandemia de covid. Y esto “abre la puerta a oportunidades de captura corporativa, que no solo ocurren cuando surgen claros conflictos de intereses entre los ámbitos público y privado”, alerta Global Health Advocacy Incubator.
No sólo es con la publicidad agresiva que ha sido normalizada, sino que la industria tiene acceso privilegiado a los tomadores de decisiones pues “han sido aceptados como actores clave dentro de los sistemas alimentarios a nivel mundial, regional y nacional. En realidad, sus prácticas de marketing están creando entornos insalubres”, pues presionan para “disminuir la acción estatal para regular los entornos alimentarios”, afectando así a las poblaciones más vulnerables.
Aquí en México ha quedado evidenciado el alcance que la industria ha tenido a lo largo de varios sexenios para frenar políticas de salud pública a pesar del grave problema de diabetes, obesidad y otras enfermedades crónicas.
En el reporte se detalla como en México, por un lado las empresas, como Nestlé, presumen que sus productos no tienen los sellos de advertencia y que gracias a la reformulación que han hecho de los mismos, pueden utilizar imágenes de personajes en sus empaques.
Y por otro lado, las compañías han utilizado recursos o vacíos legales para revertir el etiquetado frontal de advertencia, “la industria utilizó cabildeo agresivo, marketing y manipulación de la opinión pública, entre otras tácticas, para debilitar la ley y presionar al gobierno para que renuncie a sus objetivos de salud pública” e incluso algunas de ellas no han cumplido con el estándar técnico de los sellos, uno de los más fuertes en América Latina, “esto socava el derecho de los consumidores para saber que contiene su comida”.
La industria impulsa opciones que no le afecten directamente como intervenciones educativas o campañas de sensibilización. Incluso han apelado a la “autorregulación” aduciendo que ya están sobre regulados. Un ejemplo de ello es la propuesta de Unilever, Nestlé, PepsiCo y Kellogg’s que impulsan a nivel mundial una iniciativa voluntaria de mercadeo responsable para niños.
El estudio concluye que “las nocivas y sofisticadas prácticas de marketing de la industria de productos ultraprocesados exigen regulaciones inmediatas y obligatorias. Los gobiernos de todo el mundo han fallado en implementar políticas públicas robustas que ofrecen protecciones razonables a las y los consumidores”. Y pide a los gobiernos que rechacen propuestas de políticas alternativas planteadas por actores privados pues suelen poner por encima del bien común sus intereses.
Sólo es cuestión de voluntad política, pues reducir la publicidad en espacios públicos puede hacer la diferencia. Un ejemplo es la prohibición de anuncios de comida y bebidas chatarra en las redes del transporte de Londres. Según un análisis de la Universidad de Sheffield desde que entró en vigor la restricción en 2019 se han evitado casi 100 mil casos de obesidad, 2 mil 857 casos menos de diabetes y mil 915 casos menos de enfermedades cardiovasculares.
Chloe Thomas, autora del estudio, declaró en la presentación de los resultados:
“todos sabemos cuán persuasiva y poderosa puede ser la publicidad para influir en lo que compramos, especialmente en los alimentos que comemos. Nuestro estudio ha demostrado lo importante que pueden ser las restricciones publicitarias para ayudar a las personas a llevar una vida más saludable sin que les cueste más dinero”.
Académicos han urgido que ante la exposición de infantes y jóvenes a los medios digitales se establezca una Ley de Derechos Digitales de los Niños que les permita tener acceso a la infraestructura digital de manera segura y equitativa, que proteja sus derechos humanos digitales y a la privacidad.
Pero también han surgido iniciativas que piden que se promueva una alfabetización en las redes sociales, que aumente el conocimiento sobre las dietas balanceadas, pero también campañas de concienciación, educación y prevención de enfermedades no transmisibles para jóvenes. “Actualmente, los gobiernos gastan más dinero en tratar enfermedades crónicas que en prevenirlas, y la prevención puede comenzar en la juventud y con la juventud” señalan los redactores del texto.
Global Health Advocacy Incubator nos recuerda que la nutrición saludable es un derecho humano y que “la industria ha transformado los alimentos (incluida el agua) en una mercancía”. Por lo que tenemos que recuperar ese derecho.
*Esta nota fue realizada por POPLAB, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leerla.
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