Lo que vivimos estos meses no es normal de ninguna manera; nuestra vida se divide en antes y después de pandemia. Hubiera sido sencillo, si como antaño alguien se hubiera sacrificado y enfocado al 100 por ciento por los chicos y el hogar, pero afortunadamente para muchas mujeres, y quizá también para algunos varones, esa división es ya parte de la historia
Elena Portas
Creo no tener problemas con la palabra intimidad. Como madre aprendí a permitir que, desde que supieron de mi primer embarazo, las personas sobaran mi panza olvidando que lo que rodeaba aquel nuevo ser era parte de mi cuerpo, a que mis hijos se escabulleran por la cama cuando querían un apapacho o a que entraran al baño cuando sin pensar si estaba ocupado. Como familiar fui programada socialmente para atender 24 horas en lo más íntimo, sin importar mis emociones o necesidades. Como mujer aprendí a disfrutar compartir mi cuerpo voluntariamente. Como profesionista fui capacitada para preguntar más allá de lo que se hace cotidianamente y escuchar sin juzgar comprensivamente.
¿Qué hace entonces que hoy vuelque nuevamente mis reflexiones en la importancia y la necesidad de la intimidad? Al pasar por las escuelas, veo a los chiquillos e imagino sus sonrisas detrás de los cubrebocas, desbordan de felicidad por haber pasado un rato fuera de casa con amigos, de tener su mundo independiente, pienso entonces que hemos considerado el impacto de estos 18 meses en los pequeños y los jóvenes, pero poco se ha considerado el impacto en los familiares que han tenido que compartir hasta el último segundo de sus espacios personales adentro y fuera de casa.
¿Cuál es la prisa? Era esa la pregunta que muchos medios plantearon hace unas semanas y a mí, apenas en una semana, me han comenzado a brincar como palomitas de maíz las respuestas a dicha interrogante. ¿Cuándo? Cuando escucho a Lucía, que hoy experimentó un placer infinito por recorrer las calles rumbo a su trabajo enchufada a sus audífonos, sin preocuparse por primera vez en meses de estar alerta del bienestar o la conversación de su pequeño de 6 años. Cuando escucho a Jesús, que esta semana no tuvo que recurrir a su madre ni los vecinos para que lo ayudaran a cuidar a sus hijos adolescentes mientras él iba a trabajar. Cuando escucho a Josefina, aliviada por poder salir de casa sin la preocupación de dejar a su hija de 10 años sola con su padre (quien ayer llegó nuevamente borracho a la casa y no se despertará hasta pasado medio día). Cuando escucho a Irma hablar de cómo aprovechó la mañana al máximo sacando todos los pendientes de labores domésticas que se habían acumulado por dar clases en casa a sus hijos toda la mañana. Cuando escucho a Ximena, que por primera vez encontró un espacio para disfrutar junto con su pareja. Cuando escucho a Jerónimo, que por fin pudo tener una junta por videollamada sin interrupciones y hasta sus compañeros lo felicitaron.
Historias como esta son las que hoy me hacen pensar que lo que vivimos estos meses no es normal de ninguna manera, que nuestra vida se divide en antes de pandemia y después de pandemia. Hubiera sido sencillo, si como antaño alguien se hubiera sacrificado y enfocado al 100 por ciento por los chicos y el hogar. Pero afortunadamente para muchas mujeres y quizá también para algunos varones ese sacrificio es hoy ya en bastantes hogares parte de la historia. Por una parte, porque la economía no lo permite, pero también porque las mujeres aprendieron a disfrutar su desarrollo fuera de casa.
Sería formidable que nadie hubiera tenido que realizar ese sacrificio, pero hoy sabemos que la carga de trabajo para las mujeres aumentó más del 40 por ciento y que algunos varones también hicieron sacrificios considerables para poder sobrevivir todos estos meses. Sabemos también que muchas parejas no lograron sobrevivir a la pandemia porque la intimidad es como el picante al paladar: en poca medida puede resultar delicioso y excitante pero en exceso puede llegar a matar; sabemos que como dice el refrán “en los malos tiempos se conoce cómo son las personas en realidad”. Lo aprendimos por redes de apoyo que se activaron para permitirnos a todos a llegar a buen puerto.
Ojalá y esto nos permita mantener en mente que “quien no conoce la historia, está destinado a repetirla”, que logremos disfrutar como si fuera la primera vez con toda plenitud cada momento de intimidad que nos regale la vida. Ojalá que también podamos reconocerla labor y empatizar con los que aún siguen la lucha para permitir que esos chiquillos salgan con una gran sonrisa detrás del cubrebocas, que logremos admirar el esfuerzo de aquellos maestros que han vuelto a sus labores dejando a un lado el agotamiento de los meses en que han sido sometidos a la sobrecarga que actualizarse de manera exprés les implicó, pero lo más importante, con aquellos que ahora tienen que desdoblarse como en las caricaturas para poder manejar una clase asíncrona y síncrona haciendo gala de su creatividad y de su profesionalismo.
Como toda crisis suele traer crecimiento y aprendizaje, ahora habrá que considerar ¿qué fue lo que estos meses de encierro con los más queridos nos permitió descubrir? Habrá que comprender los sentimientos encontrados que, más allá del amor, llegaron a nuestras vidas por la convivencia estrecha y los límites que desaparecieron. Habrá que dejar de temer a la intimidad, disfrutar de las viejas rutinas que se puedan retomar, favorecer las condiciones para que próximamente todos podamos retomar las vidas que el confinamiento nos robó y nuestras inquietudes no permiten retomar fácilmente.
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