Francisco Camargo busca a su hijo Francisco Camargo Barragán, que fue secuestrado el 2 de enero de 2017 en un parque de Mante, Tamaulipas. Con el colectivo Milynali Red se unió a las búsquedas de restos humanos en los campos de exterminio de Los Zetas
Texto: Daniela Rea
Fotos: Mónica González
Soy Francisco, Paco me dicen. Soy papá de Francisco Camargo Barragán, desaparecido desde el 2 de enero del 2017. Ahorita debe tener, si está vivo, como 19 años cumplidos. Yo no vi, no estuve ahí cuando se desapareció. Pero sí supe que estaba en un parque. Más tarde, como a las siete y media, le marco. Suena pero no me contesta. Anda jugando, pienso; su teléfono lo dejó por ahí… No me contesta, no me contesta y voy a buscar y no hay nadie. Me entra la desesperación.
Y de ahí empiezo a buscarlo con los amigos y nada. Así pasó la noche. Al día siguiente fuimos al MP (Ministerio Público): “No se preocupen, a lo mejor están vivos, a lo mejor se fueron de parranda”. Luego pusimos la denuncia y supimos que una mamá puso una denuncia de otro joven desaparecido a las mismas horas y días de mi hijo. En total, ese día, tres muchachos fueron desaparecidos.
Rumores me llegaron que decían: “ni los busquen, si se lo llevaron los mañosos ya ni los anden buscando”. Y pues uno como padre no puede quedarse así. Lo íbamos a buscar entre canales, entre cañaverales y esperar y esperar y esperar. Rumores me llegaron de que si lo tenían “ellos” a los 15 días lo iban a regresar. Regresaron a los otros dos, pero a mi hijo no.
Los chicos que volvieron se ocultaron en sus casas, ya no salen. Como si ya no existieran. No quieren hablar conmigo, no quieren decirme si vieron a mi hijo. Luego supe que a uno lo mataron y al otro, que se lo llevaron, que lo traían trabajando; los traen secuestrando, levantando gentes, el trabajo que hacían ellos.
Un día llega una persona a mi casa, un chavo que conocía mucho a mi hijo. Llega a las cinco de la madrugada. El chavo andaba ebrio, en una moto. Me dice: “Don, vengo a decirle que yo traté de defender a su hijo, me hice pasar por su hermano, pero con el tercer mando ya no pude hablar, el primero y segundo sí pude hablar con ellos, pero ya el tercero ya no”. Yo le pregunté si lo mataron, no supo decirme, como que se le salían las lágrimas. A partir de ese momento pensé pues a mi hijo sí lo fregaron.
Un día una vecina me habla de un colectivo y me sumo a Milynali Red, con la señora Graciela, para presionar más a la Fiscalía. Al año detienen a un hombre involucrado con la desaparición de mi hijo y él hace un croquis, todo mal hecho, pero indica el Ejido 7. Y así, con este croquis y con ayuda del colectivo, es que logramos llegar al sitio. Llegamos en el 2018.
Es un lugar pegado a la sierra, lo tomaron todo, no dejaban arrimar a nadie, ni a campesinos, ni a los lugareños. La gente dejó de ir a ese lugar. Es un camino que tienes que pasar por sembradíos, donde hay potreros y llegas al monte. Es un monte donde da miedo caminar, silencioso, con muchos caminitos que siguen hasta llegar a la punta, como 800 metros para llegar hasta arriba.
Yo digo que los llevaban vivos porque no se tomaban trabajo en llevarlos muertos; no, sino que ellos mismos caminaran. Tenían que subirlas vivas porque es muy difícil subir cuerpos, pienso que los obligaban a caminar y a cargar cosas.
Dicen por ahí que una vez un chavo escapó, que él cuenta que le taparon la cara y lo llevaron al monte, que recuerda que pasaban entre las cañas, que escuchó un arroyo, que corría agua, que lo caminaron por un monte, que tenían que ir agachados, que había muchas personas disfrazadas con traje militar. Que lo dejaron en un monte amarrado con árboles, que lo vendaron y lo encintaron. Que iban ahí y lo tableaban, lo golpeaban. Que en la noche, en la tarde, a él lo pusieron a escarbar, escarbó un pozo, que lo acostaron ahí amarrado. Que un día lo soltaron, le dijeron que no lo querían ver ahí, lo abandonaron en camisa y boxers. Un chavo de 15 años. Que pagaron para liberarlo.
Es un punto muy cercano a Mante, donde se trabajó mucho, donde el delincuente ya no hacía sus «cocinas» hasta arriba, ahí abajo, en las faldas de la sierra los cocinaban. Cuando levantamos los primeros restos, había huesos como cuando haces un caldo de pollo, no estaban totalmente deshidratados. Piezas importantes para sacar un perfil.
Yo, cuando estoy en este lugar, tengo un presentimiento de que sí me lo mataron. Buscarlo aquí, en este cerro, es difícil. Donde salen estos restos, que los tomo como un adelanto de un perfil (genético) que marcará si es él. Yo no le hablo a los restos como algunas compañeras, pero yo sé que si mi hijo está aquí, por ahí en un resto de esos, pues yo confío mucho en Dios que sí se va a manifestar.
Un día, cuando estaba en la criba, encontré un diente. Y pensé que estoy buscando a mi hijo en esas condiciones. Eso es muy fuerte, pero yo digo que lo más fuerte ya me pasó, toda la desaparición… me tardé más de un año en poder hablar, responder, sentir, soportar. No soportaba nada. Mas ahorita, pues no sé, tengo la esperanza.
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Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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