La Central de Abasto parece un campamento en medio de un desierto después del incendio. Hay telas tendidas. Debajo de ellas, poco menos de un centenar de personas descansan del sol. Tienen caras chatas y marchitas. Son pepenadores y esta madrugada perdieron sus casas y el material, trabajo de semanas
Texto y fotos por Arturo Contreras
El fuego era tan fuerte que le calaba la cara, recuerda Ricardo Arturo Hernández Rosales. Vive debajo de una pila de plástico para reciclar, casi en la salida de la Central de Abasto. Y 12 horas después del incendio que afectó esta parte del mercado más grande del país, cree que tiene suerte de estar vivo.
La madrugada del martes 7 de abril, pasada la una de la mañana, una explosión alertó a los casi 500 pepenadores que vivían en este asentamiento irregular al interior de la Central de Abasto. “Tronaba la alambrada bien feo”, recuerda Ricardo Arturo de lo que vio en la madrugada.
“Se oía cómo iban tronando los tanques (de gas) y los carros. Tronaron fácil unos 14”.
El fuego no llegó a donde él vive porque lo separa una calle, un retorno de asfalto que salvó su casa que parece hecha de botes de plástico.
El incendio, cuyo origen, más allá de una explosión, no se determina aún, consumió gran parte de un terreno donde se almacenaba PET, cartón, madera y plásticos para reciclar. Como eran cantidades muy grandes, algunos trabajadores se quedaban a cuidarlos. Así, poco a poco, desde hace ocho años, este asentamiento irregular, ahora reducido a cenizas, empezó a formarse.
En el incidente, según el gobierno de la Ciudad de México fallecieron dos bebés y un joven de 16 años sufrió quemaduras de segundo grado. Ricardo Arturo recuerda cómo solo veía a gente que salía corriendo de entre las llamas, algunos con sus documentos importantes o con algún artículo de valor en las manos.
El fuego del incendio fue tan intenso que derritió cinco de ocho cables de alta tensión que pasaban por encima de lo que parecía un pueblecito de cartón y madera. Frente a la casa de Ricardo Arturo, trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad apuran sus trabajos para volver a colocar los tramos de cable caídos.
“No hay afectaciones a la ciudad, o riesgo de apagones, porque va distribuida, pero es mejor repararlo de una vez”, dice uno de ellos.
“Muchos de los que aquí vivían eran carretilleros, recolectores, almacenaban cartón, para todo esto del reciclaje”, cuenta Arturo Mirón. Él vivía en el asentamiento. “Yo junto con otras 500 personas, más o menos éramos los que vivíamos ahí. Ahora ya no tenemos nada, más lo que traemos puesto”.
Enfrente de él, un cerco policiaco separa la entrada a lo que parece una zona de guerra, devastada por las llamas. Detrás, entre triciclos, cartones y palos, medio centenar de personas descansan del sol. “No tenemos más a dónde ir”, replica Arturo:
“La Central es nuestro sostén, de aquí comemos, de aquí vivimos. Pérdidas como esas no se olvida nunca”.
“Ahorita ya quedamos más pocos de los que éramos en la madrugada”, dice sobre la cantidad de gente que lo rodea. “Pero muchos se fueron, se desperdigaron así. A la mayoría se los llevaron al albergue que está por el Cerro de la Estrella”, Arturo se refiere al albergue Villa Estrella, a unos 4 kilómetros del lugar, donde el gobierno ubicó temporalmente a algunos de los afectados.
Otros, como Arturo, se quedaron aquí, esperando una ayuda que quién sabe si vaya a llegar. Cerca de donde está Arturo, Mayte Pérez, Mariel Chávez y Ana Laura Martínez reparten platos de arroz entre las personas que perdieron lo poco que tenían.
“Yo conocía a gente aquí, y siento feo que les pase esto”, dice Mayte. Nadie más brinda apoyo a las personas que hoy dormirán junto a una bodega de la Central.
Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.
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