La construcción de la Presa Santa María en Sinaloa obligó al desplazamiento forzado de 58 familias a quienes, a cambio de dejar su comunidad, les prometieron mejores condiciones de vida. Dos años después, la mayoría de la población se ha encontrado casas más reducidas y construidas con materiales deficientes
Texto: América Armenta* / Revista Espejo
Ilustración: Machateo
SINALOA. – El salón Guillermo Prieto es uno de los más grandes e iluminados de Palacio Nacional. Con unas lámparas por las que el tiempo parece no pasar y custodiadas por unos leones de piedra que se asoman en cada columna y su respectiva ménsula de agave en flor, lo convierten uno de los espacios más elegantes.
La herrería dorada tiene el brillo de cuando se instaló en la remodelación de 1989; el piso de mosaicos brilla y hace juego con la luz natural que se cuela por el vidrio. Si bien el gran reloj ya no tiene manecillas, no deja de ser el lugar más imponente de la residencia en la que habita y desde donde gobierna el actual Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Fue en este salón, antes de la Tesorería de la Federación, donde el 27 de julio del 2022 un grupo de empresarios mexicanos se reunió con el Presidente para cenar tamales de chipilín, café, chocolate y pan, momento que el mandatario aprovechó para pedir su apoyo económico para concluir la presa hidroeléctrica Santa María, en Sinaloa.
Ahí, sonrientes y felices con el presidente estaba un centenar de empresarios como el sinaloense Jesús Vizcarra Calderón de la empresa Sukarne; Carlos Slim, del grupo Carso, Emilio Azcárraga, de Televisa; María Asunción Aramburuzabala, de Tresalia Capital y el gobernador, Rubén Rocha Moya.
La cena fue sólo el pretexto para invitar a participar en el Gran Sorteo Especial de la lotería nacional del 15 de septiembre que tendría como premios lotes en Playa Espíritu, Sinaloa. El monto recaudado, se dijo, se invertiría en la Presa.
Enero de 2019. Andrés Manuel López Obrador, un mes después de asumir el cargo como Presidente, acudió a la Presa Santa María, en Sinaloa y tomó como bandera y compromiso de que esta se concluiría muy pronto ya que, a decir del mismo, los beneficios que traería la obra serían amplios para la irrigación y agricultura en el sur del Estado.
“No va a faltar presupuesto. Lo que hay autorizado creo que son 250 millones, bueno, ya que empiecen a ejercerse y si a mitad, sí, sí en tres meses hacen falta 250 millones más, yo me comprometo a conseguirlos”, declaró López Obrador.
Ahí, a su lado, Blanca Jiménez Cisneros, titular de la CONAGUA, agregó que la presa Santa María generaría 231 gigavatios por hora al año de energía limpia y, a decir de Víctor Manuel Villalobos Arámbula, Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, la presa proporcionaría agua para riego de 24 mil 250 hectáreas.
El documento sobre la Manifestación de Impacto Ambiental que Semarnat realizó en el 2008, indicaba que la presa estaría funcionando en 2012, pero han pasado 10 años y todavía no se concreta.
En mayo de 2013 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el convenio que Semarnat, a través de la Conagua, firmó con el Gobierno del estado de Sinaloa para la construcción de la presa. En octubre de 2014 Conagua publicó la licitación de la misma y en enero de 2015 ICA (Ingenieros Civiles Asociados) fue la empresa seleccionada con contrato por 3 mil 989 millones de pesos para la construcción.
Y aunque en marzo del 2015 dieron inicio a la obra, pronto la falta de presupuesto, errores en los permisos de cambio de uso de suelo y licencia de construcción, obligaron a interrumpir los trabajos.
Pese a las indicaciones del Presidente de retomar la construcción de la presa en enero del 2019, en agosto de ese año se presentó un amparo por un grupo de comuneros para suspender la obra, lo que fue aprobado por un juez federal. En marzo de 2020 se llegó a un acuerdo por lo que en enero de 2021 se continuó.
Pero más allá de los tropiezos y obstáculos de todo tipo que han postergado la conclusión de la presa, lo que nunca se detuvo fue el proceso de desplazamiento forzado de las 58 familias de esa comunidad. Con la promesa de que el lugar a donde serían trasladadas contaría con todas las condiciones idóneas para habitar, a finales del 2021 comenzó el traslado y con ello la desilusión.
En noviembre de 2021 se entregaron las viviendas por parte de la constructora al Gobierno del Estado para su asignación a las familias y para el 25 de mayo del 2022 inaugurar la nueva comunidad de Santa María. Con lo que se encontraron fue con paredes con grietas, espacios reducidos y, como dicen, casas a las que se les filtra el agua: “casas que se llueven”.
Matilde se sonroja al recibir elogios por su lindo jardín, uno que tiene las hojas de oreja de elefante, alocasia gigante, grandes y en diferentes tonos de verde, sin perder el hilo principal de la conversación: ella no se va al otro pueblo si no terminan, primero, de ampliar su vivienda y garantizar que al menos sus cosas quepan. “Nosotras somos solas, con la familia no contamos.”
Vivía con su mamá de 81 años y con alzheimer, sobreviviendo de la venta de su tiendita de la que ahora su única clientela son trabajadores de la obra que eventualmente pasan por ahí y le consumen. Pocas veces ha salido de su casa, tiene un hermano en calidad de persona desaparecida desde hace 5 años, a quien no ha podido buscar por cuidar del abarrote y de su madre.
Sabe que tarde o temprano, lo quiera o no, tendrá que salir de ahí; pero, dice con un dejo de resignación forzada: “así no, no pensando en las lluvias y sin cerco o techumbre en donde guardar las cosas; así no, a unas casas que se llueven y pueda perder todo”.
La ubicación estratégica que tiene su casa y su tienda junto a la iglesia de la Purísima Concepción y en una de las esquinas de la cancha, que era centro principal de reunión en el pueblo original, le daban visibilidad y atraían mucha clientela. Ahora se ve un panorama desolado, por donde los cerdos que quedaron sin dueño corren libres y la humedad hace que los árboles se vean bailar entre la evaporación.
“Yo ocupo un caído y que tenga cerco”. Poco a poco se ha dedicado a ponerle protecciones y asegurar las puertas a la nueva casa, además las chapas de las puertas que le entregaron no servían y las cambió para ir acondicionando el espacio.
No conoce la vivienda que le asignaron en el nuevo pueblo, pero tiene una persona de confianza que se las está cuidando en lo que la pueden ampliar. “Ya ve que aquí está grande y las casitas tienen muchas cositas, pero de todas maneras en los cuartitos no me cabe, me dicen que están chiquitos, por eso le digo que ya cuando menos con un caído que mandé a hacer, ya va a ser diferente.”
Los temores se asoman en la conversación cuando cuenta que hay vecinas a quienes se les quebraron algunos vidrios de las ventanas y que la gente del gobierno poco apoyo les han dado para solucionarlo y que del seguro de la constructora no se sabe nada.
Estar en el pueblo que se ve vacío no le causa miedo, gracias a que está iluminado. Isabel, un señor que viene a visitarla a veces porque dejó algunos animales de cría en el viejo pueblo, le prestó una lámpara para que ilumine si se queda sin luz.
A Matilde que atiende desde el interior de su casa donde se asoman los productos y refrigeradores de la tienda, que constantemente se echa aire con un cartón doblado y le llegan corrientes de aire, pero aire caliente, le han dicho que el nuevo Santa María es muy caluroso y eso le disgusta.
Buscando entre los buenos comentarios en su memoria, aunque lo intente, solo recuerda que le han dicho más de una vez que se batalla porque se corta la energía eléctrica y hay fallas en el servicio de agua y drenaje y no está cerca el río para solucionarlo, para ella por el momento no hay cosas buenas en el lugar que, tarde o temprano, habitará.
Matilde voltea a las paredes y el techo intentando encontrar respuestas, frunce la ceja en en señal de desconsuelo, tiene 52 años de vida y siempre en el mismo pueblo, en la misma casa, no ha salido para nada.
Eventualmente, acepta, tendrá que salir de ahí, aunque no quiera, pero sabe que lo hará, por el momento ya ni siquiera le molestan los ruidos de las máquinas que sacan material del río que tiene atrás y construyen la presa. Sabe que se irá y que dejará las plantas de su jardín, solo no sabe cuándo y prefiere no pensar en eso.
El desplazamiento forzado por el desarrollo ha sido documentado por el investigador Omar Mancera González, quien reconoce que ha sido difícil encontrar información sobre las relocalizaciones de las familias, por lo que considera que en Sinaloa, cada vez que se construye una presa y que se tiene que desplazar a gente, parece que fuera la primera vez, a pesar de que se tienen al menos nueve casos de situaciones similares en la historia reciente.
Por ejemplo, cita, de las nueve presas que han requerido relocalización en los últimos 70 años, alrededor de 4 mil 100 familias han sido técnicamente desplazadas por el desarrollo en Sinaloa. Esto es: que el gobierno deba sacar por la fuerza a una comunidad o a varias comunidades del lugar donde viven y moverlas a un sitio nuevo donde, por lo general, las condiciones son completamente distintas a lo que estaban habituadas. Quizá por esos efectos sociales y económicos que tiene para la vida de las familias, es que no haya quedado registro amplio de este fenómeno.
Para nuestro trabajo académico, explica, es complicado documentar los desplazamientos en los archivos oficiales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua); a eso, súmale que la población desplazada por la creación de presas va muriendo y con ella, la información de esos procesos y sus efectos socioeconómicos.
Una de las variables del desplazamiento forzoso, es el inducido por el desarrollo. Que tiene que ver con los daños colaterales de megaproyectos, principalmente obras para suministrar energía. Si bien no es la única causa en la que se da este tipo de desplazamiento, sí es en la que se encuentra el caso de las 58 familias de la comunidad de Santa María.
Mancera González explica que la construcción de obras es impuesta y se ha acompañado de artilugios legales como las consultas públicas o permisos a comunidades indígenas. A fin de cuentas, asegura, es una obra que se impone para beneficiar a un sector y nunca en beneficio de las familias desplazadas.
Los beneficiados son, generalmente, los empresarios del sector privado y prueba de ello es cómo se utiliza el agua en Sinaloa. Según los datos del entrevistado, del agua que existe ya sea de cuencas superficiales, las presas o cuencas subterráneas por los pozos, el 97 por ciento la consumen los grandes agricultores, el 2 por ciento en la industria y el 1 por ciento para consumo humano.
Las presas tienen un tiempo estimado de vida de entre 50 a 70 años. En otros países estas ya se consideran obsoletas, mientras que en países en vías de desarrollo se siguen construyendo, aunque se cuestionen los altos costos y bajos beneficios. En diciembre del 2012, el informe Presas, derechos de los pueblos e impunidad del Tribunal Permanente de los Pueblos, estimó más de 185 mil personas del país víctimas de desalojo forzoso por el desarrollo de 4 mil 200 proyectos de presas.
María Amparo Quintero vivía junto al río. Desde el patio de su casa se veían las máquinas acarreando materiales para la construcción de la Presa Santa María. De repente retumbaba el choque del acero de las góndolas, lo mismo que venían escuchando desde meses antes. Los camiones de volteo van y vienen como hormigas de acero sacando la tierra y las piedras del río.
María Amparo decidió no salir junto con todas las personas y esperó a que la casa que le asignaron en el nuevo pueblo estuviera terminada. Gracias al apoyo de uno de sus hijos la mandó a ampliar para llevar después sus pertenencias, la suya fue la penúltima familia en salir del primer Santa María.
María Amparo acepta hablar sobre la mudanza y todo lo que para su vida eso implica. Cabizbaja, prefería callar y voltear al techo cuando la tristeza llegaba de la manos de los recuerdos. Cuando recobró el ánimo, ofreció un espacio cómodo para hablar, unas sillas mecedoras en el frente de su casa, como si montara un escenario. Su hija, Hilda, abrió la puerta para acceder a ellas, toda una estrategia para ganar tiempo y que no se notaran sus lágrimas.
Dice, para comenzar, que tiene un nombre muy largo, por eso lo deja en María Amparo, su nombre corto. Antes de cambiarse aseguraba que en el nuevo pueblo no había nada bueno; pensar en la mudanza y que el pueblo está prácticamente solo la pone triste, pero se limpia las lágrimas y continúa.
Es adulta mayor, jefa de familia en un hogar donde su esposo tiene alzheimer y su hija es ciega. Él paseaba entre los ciruelos del patio y la orilla del río; ella, ayudaba con una pequeña tienda donde lo que más vendía eran dulces, pero pos ya ni a quién venderlos.
Sus tiliches, como llama a sus pertenencias, dice que no cabían en la vivienda de la nueva población, por eso no se mudaba. Le costaba pensar que ella y su familia dejarían atrás lo que construyeron por años; a donde llegó a vivir cuando tenía 2 años (nació en 1939) y su papá y mamá se mudaron de un pueblo en el cerro que está junto a la primera comunidad.
“¿Cómo le digo que ya salió toda la gente”?, decía con voz entrecortada, “se llueven las casas y se mete el agua como corriente”. Si el servicio de agua fallaba en el pueblo donde creció, cuenta, podía llenar el tinaco con una bomba que conectaba al río, algo que no se puede hacer ante los problemas del agua en la nueva comunidad a la que acaba de llegar.
En el portal de su antigua casa, que estaba cerrado con herrería, se ven algunos de los productos que Hilda vendía: chocolates, cacahuates y bombones; por la puerta se apreciaba que al interior había una Virgen de Guadalupe rodeada de flores que quedaba de fondo al entrar en la sala de estar.
Las casas que están alrededor de la suya ahora también están solas y se observan juguetes, artículos de cocina y algunos muebles tirados por el piso, incluso hay paredes que se ven con algunos golpes y partes derrumbadas.
Había escuchado diferentes comentarios del pueblo nuevo, pero no le agradaban, resignada a que eventualmente tendría que dejar el lugar en el que nacieron sus hijos e hijas. Recordó cuando en 1968 la comunidad se inundó y pudieron salir adelante, pero en esta ocasión permanecerá todo bajo el agua.
El semblante cambió totalmente al hablar del 24 de junio, Día de San Juan, y del 8 de diciembre, Día de la Purísima Concepción, las fiestas que se celebran en Santa María y reúnen a todas las personas. Misa, fiesta, fuegos artificiales, baile, bañar al Santo en el río, todo es celebración. “¡Bien bonito el paseo por todo el pueblo!”, dice Hilda al unirse a la conversación.
Siguió hasta que pudo en su pueblo, el que tiene al fondo las máquinas acarreando materiales del río y construyendo una presa, el que hacía que María Amparo se quedara sin palabras y disimulara la tristeza con solo limpiarse las lágrimas y quedarse callada por minutos; estiró su estancia lo más que pudo, pero la mudanza la alcanzó.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia llegó cuando se daba el proceso de desplazamiento y a petición de la comunidad. Servando Rojo Quintero, Director del INAH en Sinaloa, dice que ante las fricciones entre el Gobierno del Estado y la población, se pusieron de parte de la gente del pueblo, solicitando que las casas que les entregaran se diseñarán de acuerdo al concepto de la nueva vivienda, retomando las características de la casa vernácula.
Los sitios arqueológicos que hay en la zona a inundarse son 10 con petrograbados, los cuales no se pueden trasladar por ser rocas de grandes dimensiones y se podrían dañar, por lo que quedarán bajo el agua. Tampoco se han hecho réplicas, sólo en 2014 se realizó una documentación fotográfica, que es con lo que el INAH se quedará una vez que la presa se eche a andar. Se busca tener un Museo de la Memoria de Santa María, para mostrar cómo eran las casas, el pueblo, el templo, las familias y los petrograbados, registro que ya se realizó. Sería el primer caso en Sinaloa que quede constancia y expuesto a la misma comunidad.
De la iglesia de la comunidad que aparece en los mapas desde el siglo XVIII, se hizo una réplica en el nuevo pueblo, con algunas diferencias que se podrían corregir, como los pináculos del templo que no quedaron idénticos a los originales. Las ventanas son más estrechas e impiden que las campanas alcancen toda su sonoridad, así como una escalera que se debió cambiar porque no era segura y una barda que bloquea la capilla.
El titular del INAH en Sinaloa sabe que el 8 de diciembre y el 24 de junio son fechas importantes para la comunidad, por lo que valoran la cohesión social generada por estas festividades. De acuerdo con lo expresado por las personas con las que se conversó, por el momento estas costumbres son las que se podrían perder con el cambio de lugar de la comunidad.
El panteón que está a la entrada del viejo pueblo al estar ligeramente más alto, tardará más en inundarse; corresponde a las autoridades municipales de Rosario encargarse de ello. Según Rojo Quintero ya tienen en cuenta el traslado de cuerpos al nuevo panteón.
En su anterior casa, Paula Yesenia tenía techo de lámina, pero nunca se le echaron a perder muebles por goteras como le pasó al llegar al nuevo Santa María. No es, dice decepcionada, lo que le prometieron y tan sólo imaginar cómo será cuando llegue la temporada de lluvias le hace pasar, por adelantado, malos ratos, pero reconoce que ya no hay vuelta atrás.
La joven madre de familia tiene una voz suave, tranquila, pero con una necesidad de contarle lo que ha sido su vida en el nuevo pueblo. Ella es de Rosario, llegó hace 8 años al viejo Santa María.
Mientras muestra grietas y humedad en el interior de su vivienda, reclama: “eso no se prometió. Aquí es una batalla para que arreglen las cosas; no hicieran las casas como debieran. Si hubieran construido bien el techo, como debía ser, la casa no se llovería tanto. Aquí que tiene teja y con todo y eso, se está goteando, lo mismo pasa allá adentro y en el baño también”.
“No nos movíamos porque estábamos a gusto allá, estábamos mejor allá…mi casa era de lámina, pero no se me mojaba nada, no batallaba con el agua ni nada de eso”. En la primera comunidad su casa era de dos cuartos también, por lo que las nuevas no le parecen amplias como se las contaron.
Una televisión fue la primer víctima de las goteras en el techo de su nueva vivienda y un mueble juguetero que ahora tiene la madera hinchada y se cae a pedazos, por lo que se resignó a que no podía usarlo más y lo dejó en el patio, todavía guardando cosas en su interior. Lleva la cuenta y ya van cuatro veces que se impermeabiliza la casa que se le asignó “y se sigue lloviendo.”
Con 24 años, su rostro está cansado. Es madre jefa de familia, tiene cuatro hijos e hijas, la más pequeña con menos de un año. Su esposo se va a trabajar por temporadas a Estados Unidos, por lo que se hace cargo de la casa y la familia.
Paula Yesenia se imaginó que el 2021 era el último año que pasarían en la antigua comunidad, la construcción de la presa y la mudanza acercándose trajeron a su esposo y las demás personas que estaban en Estados Unidos para celebrar las fiestas de San Juan y de la Santísima Concepción. “El día de San Juan íbamos al río a bañarnos, toda la gente se juntaba para bañar al Santo, este año no fuimos porque para ir caminando hasta allá y con tantos niños”.
El transporte para llegar a la nueva comunidad es algo que nunca habían tenido que pagar. Ahora, debe gastar entre mil 500 y 2 mil pesos para bajar a la zona urbana, a 30 minutos, por lo que entre las mujeres se ponen de acuerdo para hablarle a una auriga, medio de transporte local, para que vaya por ellas y las regrese.
Extraña su patio en la vieja Santa María donde tenía árboles de mango, limón, guayaba y ciruela. Allá tenía un jardín muy bien cuidado, gracias a la mano que su esposo tiene para las plantas y que ella lo mantenía vivo con gusto. En el nuevo Santa María, su casa, como pocas, ya tiene algunas flores al frente y las cubetas y garrafones viejos le sirven de macetas.
Antes tenía gallinas, pero se las tuvo que comer para poder mudarse; prefirió eso a perderlas, pues les dijeron que en el nuevo pueblo no querían animales. Aunque si algo celebra, es que el kinder ahora está más cercano a su casa que en la antigua localidad. Pero eso no compensa todo lo demás. “¡Allá tenía todo y bien. Me gustaba estar allá, estaba tan agusto!”
La Maestra Celina Sotelo Amano, coordinadora de la Licenciatura en Arquitectura de la Universidad Autónoma de Sinaloa, señala que el cambio de domicilio y las condiciones en que las casas se puedan encontrar bajo cualquier situación, influyen en la calidad de vida de las personas y se refleja sobre todo en estrés e inseguridad.
Si bien el hecho de que haya grietas no significa que una vivienda se vaya a caer, como es el caso de Santa María, a las y los habitantes les puede generar estrés el solo hecho de estarlas viendo, a lo que se suma la incertidumbre de no saber cuándo se van a reparar.
El sentido de pertenencia que se creó con el antiguo pueblo y con los elementos como la naturaleza, cuando se cambia de espacio y de rutina, lleva al desarraigo, lo que genera también una carga emocional mental.
Sotelo Amano explica que debido a la humedad, se irán desprendiendo capas de yeso de las paredes y, en casos severos, podrían oxidar varillas de la infraestructura, lo que podría provocar que sus habitantes contraigan enfermedades respiratorias como asma, sinusitis y otras.
No solo el asunto de la calidad del material con que se construyeron, sino que el hacinamiento también podría aumentar el riesgo de contraer enfermedades infecciosas o deficiencia en servicios, como el agua potable. Por ejemplo, el que haya solamente un baño para un grupo amplio de personas puede ser causal de contagio de enfermedades transmisibles.
De acuerdo con un documento de la Comisión de Vivienda del Estado de Sinaloa, cada casa para familias reubicadas tiene un costo de 677 mil 223 pesos. En la primera etapa se construyeron 58 viviendas, para la segunda etapa el plan es que sean 63 más, lo que requiere una inversión de 42 millones 665 mil 049 pesos.
Las casas que les construyeron cuentan con una construcción de 110 metros cuadrados, que incluyen un porche al frente, dos cuartos en la entrada y a la izquierda, mientras que al lado derecho está el espacio común de comedor y sala de estar, donde suelen tener las cosas amontonadas para que no se mojen. En la parte final de la construcción está el baño y la cocina.
Es la Secretaría de Obras Públicas del Estado la que está a cargo de la construcción y ya tiene ubicados 30 de los 63 lotes para las viviendas, mientras que los 33 restantes que se tenían detectados se usaron para la planta tratadora de aguas negras.
La ciudadanía queda a la espera de la inversión, ya sea pública para mejoras del pueblo o privada para la ampliación de su casa y así recobrar el sentido de pertenencia a un espacio. Es especialmente para las promesas de un gimnasio o de un Museo de la Memoria que esperan se destine recurso del Gobierno del Estado, ya que venció el plazo de la constructora de atender las necesidades.
En la casa de Dora Santiago, mientras cuida de nietos y nietas, su hija pinta el cancel. Mientras les echa aire con un trapo de tela, Dora nos cuenta sobre su experiencia en el nuevo pueblo, aunque por su expresión pareciera que algo amargo pasa por su boca.
Nació y vivió en Santa María, así como su familia. Si ella pudiera, dice mientras traga la saliva, se traería un gran árbol de pingüica que tenía en su antigua casa, frondoso, que daba una espesa sombra… “lo extraño.”
Ese mismo extrañamiento es lo que le arranca espontáneas sonrisas, como imaginar que ese árbol pudiera estar en su nueva vivienda, pero mira a su alrededor y salvo los que se ven en los cerros, que más bien parecen arbustos, no hay alguno otro cerca.
“La sombra de los árboles, el río, el arroyo… teníamos el río cerquita de ahí de la casa, así como a unos 30 metros ya corría un arroyito. Aquí no hay nada de eso, aquí estamos batallando por el agua”.
Dora fue de las que retardaron lo más que pudo el traslado a la nueva comunidad porque no tenía cómo mover los animales de cría, que al final los tuvo que dejar o vender poco a poco, ya que el espacio de su nuevo lote es reducido. Se deshizo de alrededor de 40 puercos y entre 20 y 30 gallinas. Lo que sí se trajo fue un perico que vive en su pórtico y siempre está emitiendo sonidos, como si intentara conversar.
Está en el nuevo pueblo desde junio, en su vivienda anterior no tenía problemas, pero con la llegada, lo primero fue que sus pertenencias se mojaron por las goteras después de una lluvia. Ahora tiene las cosas amontonadas, con el miedo de perder más de sus pertenencias al mojarse, “porque las casas se llueven”.
Cuando quedaban cuatro familias en el viejo pueblo, ya en los primeros meses del 2022, les dijeron que les iban a cortar la luz, para que se salieran y les dieron un plazo de 2 a 3 días para mudarse y hubo quienes, bajo esa presión, así lo hicieron.
Con las prisas de la mudanza, Dora tuvo que pagar para que le pusieran la energía eléctrica que resista el aire acondicionado que tenían en su antigua casa, necesario en temporada de altas temperaturas. Tampoco se cuenta con buena señal telefónica. Por el momento, lo han sorteado contratando internet y haciendo llamadas por whatsapp, en espera de que muevan la antena que daba señal en el viejo pueblo.
Y aunque la casa apenas se le entregó en junio del 2022 y de la cual no tienen ningún documento que acredite que le pertenece a ella o alguien de su familia, ya tiene las paredes amarillas por la que se les filtra humedad, algunas grietas y goteras. La constructora que entregó las viviendas al gobierno, dio un plazo de un año para resolver fallas de infraestructura, pero a Dora no le han resuelto nada. “Haz de cuenta que yo perdí en lugar de ganar”.
A ella todavía le deben la casa que tenía antes de casarse, solo le asignaron la de su esposo. A su hija, que es madre de familia de una niña que requiere cuidados especiales, no le dieron vivienda, pero denuncia que hay personas que nunca vivieron en Santa María y tienen casa en el nuevo pueblo, algunas de ellas trabajan en la construcción de la presa.
Su papá es la primera persona que enterraron en el panteón de la nueva comunidad, el 21 de mayo del 2021. Narra que aunque el espacio para el cementerio no esté delimitado, sabían en qué lugar estaría el cementerio e hicieron las gestiones para poder enterrarlo ahí, la familia llevó por cuenta propia un cura a bendecir el lugar. Después de él dos personas más se han enterrado en el nuevo panteón.
Cuando era pequeña, su mamá y papá platicaban de la construcción de la presa y ella desde entonces prestaba atención; ahora que la obra está en proceso y tuvo que mudarse, las cosas no son como estaban en su imaginación. Sabe que deberá plantar de nuevo árboles para que un día les den tanta sombra como para ella y su familia.
Arnoldo Santiago Quintero, presidente de la mesa directiva de la comunidad, asegura que se está exigiendo que el gobierno cumpla con lo que prometió, ya que las autoridades no han tenido ningún inconveniente con la construcción de la presa y lo mínimo es que hagan todo lo posible para que la población viva bien.
Para el representante de la comunidad el pueblo hasta parece fraccionamiento de una zona urbana. Esa es una de las razones por las que, dice, se pidió a quienes habitan que mantengan limpio para ser un pueblo modelo, lo que implicó que no se mudaran con sus animales de cría, para que no se viera sucio.
Según él, ha escuchado entre los comentarios buenos de la población que las casas son amplias y con buenos servicios; que las personas están conformes y “los detallitos” de cualquier construcción nueva se están atendiendo en las viviendas para que no haya mayores problemas, como con las constantes fallas en servicio de electricidad y el alumbrado público.
Aclara que quienes no han salido del primer pueblo, es porque están haciendo adecuaciones en la nueva casa. Aunque también reconoce que no es fácil dejar el lugar donde han vivido por años. “Imaginate que tengas toda tu vida, de tu niñez, donde creciste, te desarrollaste, te casaste, tuviste hijos, nietos y debas mudarte no porque tú quieres, sino por la necesidad… ese sentimiento de dejar algo que forma parte de tu vida, es algo que a mucha gente le ha costado.”
Rodolfo Jimenez López, Subsecretario de Gobierno, es el enlace con la comunidad de Santa María y encargado del traslado de las 58 familias y de que tengan todo lo que se les prometió.
Para el funcionario, “es normal que en las casas aparezcan detalles, pero no son problemas estructurales; el principal problema había sido la impermeabilización que a lo mejor no fue la adecuada, pero se arregló, inclusive pasaron las últimas lluvias de esta temporada y no hubo problema de goteras.”
Entre la Comisión de Vivienda del Estado de Sinaloa, la Secretaría de Obras Públicas y la Subsecretaría de Gobierno, dice, se resuelven o se intentan resolver las demandas y necesidades de la población. Jiménez López considera que se van arreglando las cosas, pero que las personas se quedan con la idea de que siguen igual que cuando llegaron. “Estaban muy renuentes al cambio, al reasentamiento, ellos no querían porque la condiciones del pueblo no eran las que ellos habían pedido, como el agua que no había.”
Deslinda el funcionario a la administración actual de ciertas deficiencias, como la Impermeabilización, nivelación de patios para evitar que entrara el agua de las lluvias. Dice que la reforestación y arreglo de calles son algunas de las cosas que la administración pasada dejó pendientes, además de equipamiento de la clínica y una indemnización por 30 millones de pesos para la comunidad, aparte de la indemnización por la tierra.
Por otro lado, José Luis Zavala Cabanillas, Secretario de Obras Públicas del Estado de Sinaloa, reconoce que una de las primeras necesidades es arreglar tramos de pavimentación en calles que se encuentran en mal estado dentro del pueblo, ya que se pavimentaron en su totalidad. “Tenemos que meterle como Gobierno a lo que falte.”
Salón Guillermo Prieto de Palacio Nacional. Noche del 27 de julio del 2022. La cena a la que fueron invitados los empresarios ha terminado. Sonrientes, todas y todos, van dejando la sede presidencial donde apenas unos minutos antes el Presidente les dejó la encomienda de participar en la rifa cuyos recursos se utilizarían para concluir la presa Santa María.
La cena costó 325 mil 562 pesos. Cuando se les cuestionaba a grandes empresarios si iban a participar en la rifa de lotes en Playa Espíritu y cuántos boletos compraron, solo sonreían como respuesta. Luego se informó que lo obtenido de esa cena y la venta de boletos, había sido de 600 millones de pesos para continuar con la construcción de la presa.
Al fondo de la sala quedaba un gran boleto de la lotería y la tómbola de donde los llamados “niños gritones” fueron parte de los atractivos del lugar y la noche. Afuera tuvieron que “batallar” un poco para llegar a sus autos y camionetas por la lluvia que esa noche cayó en la ciudad de México.
Mientras tanto, el pueblo de Santa María pronto quedará bajo el agua. El plan es que para finales de este 2023 empiece a subir el nivel y en 2024 cubra completamente las viviendas, iglesia, todo…
*Esta investigación forma parte del proyecto “Defensa y acompañamiento de periodistas y familiares víctimas de graves violaciones a sus ddhh en México” realizado por la organización Propuesta Cívica A.C. Durante el desarrollo de la investigación se contó con la asesoría y supervisión de Jacinto Rodríguez Munguía, también con la capacitación de María Teresa Ronderos e Ignacio Rodríguez Reyna http://eticalab.propuestacivica.org.mx
Este texto fue publicado originalmente en REVISTA ESPEJO, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie Consulta aquí la publicación original
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