Este municipio fue escenario de algunos de los capítulos más violentos de la mal llamada guerra contra el narcotráfico. En 10 años, la economía local colapsó, los productores de sorgo y camarón se volvieron «carreros», la población se redujo a la mitad. Los únicos negocios que prosperaron, además de las funerarias, fueron los de empresas trasnacionales dedicadas a la energía eólica y el fracking. No hay memoria ni reflexión que prevenga una nueva oleada de violencia
Texto: José Ignacio De Alba
Fotografías: Duilio Rodríguez
SAN FERNANDO, TAMAULIPAS.- Pedro tenía 12 años cuando enmudeció. Los doctores no encontraron un diagnóstico para el repentino padecimiento. Sólo una psicóloga pudo desentrañar el misterio.
En 2010, en los días más álgidos del conflicto entre los Zetas y el Cartel del Golfo, Pedro vendía chácharas con su papá cuando hombres armados llegaron a su pequeño negocio a cobrar derecho de piso. Golpearon al padre, sacaron una pistola y lo mataron frente al hijo, que quedó advertido por los asesinos: “si hablas te va a pasar lo mismo”.
El niño se volvió mudo durante años, cuenta Martha Jiménez Salinas, una mujer que sobrevivió a los años más duros de la guerra de cárteles en San Fernando y que trabajó con centenares de huérfanos por la violencia. Ahora no sabe dónde está Pedro. Quizá venda autos chocolate (la única fuente de dinero en la región), o haya huido del municipio, como lo hizo la mitad de la gente.
Esta mujer, que fue diputada y ahora es regidora, y que ha visto morir y desaparecer a vecinos y amigos, dice que ya quiere irse de aquí. Aunque la violencia no es tan brutal como en los días en los que los zetas controlaban el pueblo, la economía está colapsada, y sus ánimos también. “Aquí ya no hay nada qué hacer”, resume.
San Fernando, un municipio otrora próspero y alegre, quedó convertido en “carrero”. Se acabó la siembra de sorgo, los criaderos de camarón. Según cifras extraoficiales actualmente 6 de cada 10 habitantes huyeron, desaparecieron o los mataron. Ahora, los sobrevivientes, van al día vendiendo autos chocolate”.
Esa es la generación de la violencia en San Fernando.
En San Fernando no hay memorial alguno. La historia del pueblo permanece silenciada. Las historias de la violencia se cuentan como un rumor, pero no hay cifras oficiales. No hay tampoco idea de la profundidad del daño que provocó la violencia. Lo que sí sabe es que en el municipio todos perdieron a un conocido durante los años en que los Zetas se establecieron aquí. También, que la violencia ha vuelto a repuntar, ahora generada por nuevos carteles que nadie quiere nombrar.
—¿Cuál es la diferencia de estos grupos con los zetas?
—Que éstos nomás te matan a balazos.
La historia es bien conocida. En 2010 el Cártel del Golfo se enemistó con su brazo armado, los Zetas, debido a la detención de un líder. Varios estados del país se convirtieron en verdaderos campos de batalla. Pero el sitio donde más se agudizó la violencia fue Tamaulipas. La franja fronteriza y su acceso marítimo a Estados Unidos convierte al estado en un enclave de importancia para el trasiego de drogas, armas, migrantes.
Y en esta cualidad estratégica de Tamaulipas, San Fernando es crucial. El acceso rápido a cualquier parte de los 371 kilómetros de la frontera tamaulipeca requiere cruzar por San Fernando, el municipio más grande del estado y que, además, tiene salida al Golfo de México. Para controlar el trasiego de drogas y migrantes a Estados Unidos hay que dominar este sitio con vocación agrícola y pesquera.
En agosto de 2010, el mundo se enteró de la existencia de San Fernando cuando los Zetas asesinaron a 72 migrantes en el rancho El Huizache. Pero para entonces los criminales ya tenían en control del pueblo. La atención mediática y la condena la Organización de las Naciones Unidas no detuvieron la violencia, durante varios años más el pueblo estuvo bajo estricto control del crimen organizado.
Todos los días, sin importar que fuera de día o de noche la gente desaparecía o era asesinada. Cualquiera que tuviera que ver con el Cártel del Golfo era secuestrado, torturado y asesinado. La mutilación de cuerpos se volvió cotidiana, los videos sobre decapitados abundaron, así como historias de terror, de mujeres gritando de horror mientras les cortaban un seno, hombres convulsionados de miedo cuando le están cortando la cabeza, o que esperaban a ser ejecutados orinados de pavor; los videos circularon como advertencia, como una lección.
—¿Cómo se vive con eso?
—Te acostumbras — dice Martha Jiménez— Primero te horrorizas al ver una cabeza, tiemblas, pero luego ya pasas de lado y dices: ‘pobre pelao’.
Únicamente hubo tres negocios locales que florecieron en estos años: primero, la funeraria local, que no sólo se dedicó a maquillar los cuerpos en sus féretros, también armó los cuerpos de los desmembrados antes de ponerlos en sus cajas.
En segundo lugar, prosperaron los campos eólicos. Tamaulipas actualmente es el segundo estado que más energía eólica genera en el país. En los días de violencia cuando la gente apenas y podía salir de sus casas las compañías de energía lograron expandirse en la región. Actualmente las empresas Engie México, Oak Creek México, Gemex, Vestas, Zuma, Ener Aby y Acciona México tienen planes de inversión, incluido el municipio de San Fernando.
El tercer negocio que prosperó fue la extracción de gas natural. San Fernando está en la Cuenca de Burgos, una de las regiones con más gas en el mundo. El acceso a la información sobre los trabajos que hacen aquí empresas extranjeras es muy limitado. Por su lado los ejidatarios de las tierras donde hay pozos se han quejado durante años de irregularidades. Incluso, algunos han denunciado asesinatos y desapariciones.
El despoblamiento provocó que San Fernando recibiera menos dinero por parte de las autoridades estatales. Hoy día una de las prioridades del municipio es echar a andar los semáforos (sólo hay dos que funcionan) y ponerle nombre a algunas de las calles del lugar.
En 2009 los Zetas consiguieron referencias de la casa de un integrante del Cártel del Golfo. Para llegar les dijeron tenían que pasar un restaurante llamado “Obrero”. El problema es que tres casas cumplían con esa descripción. El grupo armado decidió acabar con las familias que vivían en los tres sitios. Las casas continúan abandonadas, las puertas de par en par, cualquier animal puede entrar, los vecinos prefieren no acercarse.
En el suelo de las habitaciones hay ropas de niño, utensilios de cocina o muebles viejos. Con el tiempo hubo gente que se aventuró a entrar a las casas para robarse los retretes, los muebles y acabados. Todavía quedan algunas pertenencias de las familias, como cuadernos o libros infantiles. Pero nada recuerda lo que ahí pasó, nadie supo qué fue de los antiguos habitantes de ese lugar.
Como esas casas quedó todo el pueblo: calles vacías, ranchos abandonados, tiendas cerradas. Después de 10 años los pastizales y los arbustos crecieron a sus anchas. A veces la vegetación es tan alta que las casas parecen consumidas por aquélla.
Un hotel campestre que ofrecía tours de cacería a familias estadunidenses fue ocupado por los Zetas. Allí disponían de aeródromo y acceso rápido a la autopista que va hacia el norte y también al Golfo de México.
El pueblo de San Fernando es lo suficientemente chico para que todos se conozcan. Pero en plena guerra se acabaron los saludos cordiales, se terminaron las reuniones, se abandonaron los negocios. Hubo quien se fue sin decir nada, “¿se lo habrán llevado o se habrá ido?”, la gente se sigue preguntando 10 años después.
No comentar, no saludar se convirtió en regla. No salir ni de noche ni de día, mucho menos tomar carretera, y mucho menor pensar en agarrar una de las tantas brechas que intercomunican la región, y que solían ser utilizadas por los grupos criminales.
Los niños comenzaron a jugar al secuestrador y a amarrarse en el salón de clases, amenazase de muerte, cobrar cuota para ir al baño.
Acostumbrarse a los gritos de la calle, al tronido de las balas. Acostumbrarse a estar solos, a esperar. No hubo autoridad que atendiera los llamados, ni candidato que hiciera campaña aquí. El propio presidente Andrés Manuel López Obrador que asegura haber recorrido todo el país, nunca llegó a este lugar, dicen acá.
Las tácticas utilizadas por los Zetas hicieron de San Fernando su laboratorio de pruebas para refinar la crueldad.
Los Zetas fueron fundados por exintegrantes de las fuerzas élite del ejército. El grupo estaba entrenado en contrainsurgencia, comunicación encriptada, fabricación de explosivos, guerra psicológica, utilización de armamento especializado, como calibres 50, usados para atravesar vehículos blindados o aeronaves en vuelo.
Por las calles de San Fernando transitaban camionetas artilladas, blindadas y rotuladas. Los patrullajes en las calles y en la plaza principal. El gobierno municipal pagó su derecho de piso, como todos.
San Fernando era un pequeño pueblo católico, que se acostumbró a los altares de la Santa Muerte y la brujería, los Zetas tenían una afición extraña por el mundo mefistofélico.
El líder del grupo, El Wache, tenía el compromiso con su Santa Muerte de ofrendarle una cabeza humana cada día. En la tarde antes de acabar la jornada salía a la calle por su manda, encontraba a un transeúnte lo mataba y lo ofrecía. El hombre encomendó durante un par de años su tributo.
Aún con la violencia hubo pobladores que se opusieron al dominio de los Zetas. Pero lo pagaron caro, como la familia Galván Zárate, una de las más próspteras de la región.
Jaime Galván Zárate, era propietario del Hotel América, ubicado en la calle principal del pueblo. Un día se lo llevaron y no volvió. La familia decidió poner una denuncia. Entonces, Erasmo Galván, conocido como el Gringo, fue asesinado a balazos afuera del gimnasio propiedad se su familia, junto a un puesto de hotdogs.
En 2014, los criminales llegaron a cobrarle “derecho de piso” a Imelda Galván, dueña de la cervecería “La Cucaracha”. La mujer, que ya había perdido a dos hermanos, fue tajante en su negativa: “Váyanse a chingar a su madre —dicen que dijo. —Yo no voy a mantener a una bola de malandros huevones”.
Los hombres se fueron, pero a los pocos días regresaron, encerraron a Imelda en su negocio y quemaron la tienda con bombas molotov.
Imelda, un empleado y su hijo murieron en el lugar. América, la única hermana que quedó con vida, se largó de San Fernando y lo que fueron exitosos negocios quedaron abandonados en medio del pueblo.
Hace un par de años, un grupo de personas desconocidas lo remodeló y volvió a abrir La Cucaracha. Pero cuando los pobladores se enteraron que no tenían un acuerdo con la hermana viva, decidieron no comprar en el local. Hasta que lo hicieron quebrar.
San Fernando quedó atrapado en la guerra. Gobiernos estatales, federales, lo dejaron a su suerte. Los habitantes huyeron o esperaron hasta el 2015, cuando la violencia bajó de intensidad.
La violencia en San Fernando disminuyó cuando los Zetas fueron replegados hacia Veracruz por el gobierno mexicano (que hizo alianzas con otros carteles). En Tamaulipas, la organización se reunificó en otras regiones, como Nuevo Laredo y Miguel Alemán. Ahí, el grupo sufrió una escisión y cambió su nombre: Cártel del Noroeste.
El Cártel del Golfo volvió a ocupar San Fernando.
San Fernando le dejó de pertenecer a sus pobladores, las empresas extranjeras mantuvieron sus actividades, los grupos criminales vivieron de sus rentas. Los campos de sorgo y la pesca tuvieron dificultades para competir con otras regiones. Muchos rancheros decidieron mejor rentar sus tierras a las compañías eólicas o de gas.
Con pocas oportunidades en el campo los habitantes del municipio optaron, recientemente, por un nuevo negocio. Comprar coches chocados en Estados Unidos a precio de ganga, remolcarlos hasta México, arreglarlos y venderlos. Las calles de San Fernando ahora están llenos de “carreros” y de talleres de hojalatería. El negocio es poco rentable, explica alguien que se dedicó a ello, “porque en cada retén de la policía tienes que pagar 500 pesos. Para cuando llegas la ganancia es poca. Yo no entiendo cómo se pueden seguir dedicando a eso”, asegura.
Otro de los riesgos son las redadas de la Secretaría de Hacienda, que confisca los carros por no tener placas mexicanas.
Pero el problema real es que no hay empleo, ni posibilidades de reactivar la economía en el corto plazo.
— Pero hay inversión, tienen parques eólicos…
— ¿Y de qué chingados me sirven a mí las eólicas? — responde a bocajarro Marta Jiménez— Esa energía y esas ganancias no son para San Fernando
San Fernando, como todo Tamaulipas, es un lugar de paradojas: está en una de las zonas más importantes para la extracción de hidrocarburos, pero no tiene gasolina (la mayoría de las gasolineras fue cerrada en estos años de guerra). Tiene grandes parques eólicos pero su conexión eléctrica está tendida sobre palos de madera. Por sus calles sin semáforos cruza una de las líneas de autobuses más modernas del país.
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