Las campañas están aún muy lejos de iniciar y los partidos o eventuales alianzas aún no definen estrategias. Sin embargo, la pujanza de Le Pen y su partido no es tema menor, y menos si se echa un vistazo general al vecindario europeo, donde la ultraderecha ya gobierna en Hungría, Polonia, República Checa y Eslovenia
Texto: Iván Cadin
Foto: DENIS CHARLET / AFP
FRANCIA. Este mes de mayo arrancó la cuenta regresiva de un año para el cambio presidencial en Francia. Todas las proyecciones ponen nuevamente con fuertes posibilidades a Marine le Pen y su partido Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés, antes llamado Frente Nacional) ante las puertas del Elíseo para el decisivo mes de mayo de 2022.
Si hoy fueran las elecciones, Le Pen encabezaría la intención de voto para primera vuelta con 25-27 por ciento de los sufragios, seguida por el actual presidente Emmanuel Macron con 23-28 por ciento (en el supuesto de que anuncie su intención de reelegirse). Para la segunda vuelta las proyecciones se cierran en la competición: Macron ganaría con apenas 53 por ciento frente a 47 de Le Pen, según un estudio de la firma Harris Interactive.
Vale señalar que las campañas están aún muy lejos de iniciar y los partidos o eventuales alianzas aún no definen estrategias. Sin embargo, la pujanza de Le Pen y su partido no es tema menor, y menos si se echa un vistazo general al vecindario europeo, donde la ultraderecha ya gobierna en Hungría, Polonia, República Checa y Eslovenia; participa de coaliciones en Austria, Italia, Suiza y Noruega; o presentan avances locales en España y Alemania. Es decir, la derecha extrema parece gozar de buena salud política en este continente.
“(El partido de Le Pen) va a aparecer como el más fuerte de la campaña. Frente a él estará al presidente y veremos cómo el gobierno jugará sus cartas”, dice el sociólogo investigador Denis Merklen para Pie de Página. “Los otros sectores políticos están muy acorralados, con una izquierda muy confrontada entre proyectos que parecen irreconciliables y con la derecha tradicional debilitada por el crecimiento del RN y, por otra parte, por el partido de Macron (La República en Marcha, LREM) que a nadie le queda dudas, es el principal partido de derecha en Francia.”
Cada que la ultraderecha llegaba a primera vuelta en Francia se activaba lo que llaman le barrage républicain, ‘el frente republicano’, donde todas las fuerzas de corte democrático, de izquierda o derecha, se unían para evitar la llegada a espacios de ejercicio de poder de organizaciones políticas contrarias al marco republicano como el Frente Nacional, barrera fijada desde la Quinta República Francesa tras la Segunda Guerra Mundial. “Fue muy eficaz pero es muy probable que esta vez se rompa. (…) Jean-Luc Mélenchon (principal líder de izquierda francés, cabeza del partido La Francia Insumisa y uno de los candidatos para 2022) asumió en 2017 la responsabilidad de no llamar a votar por Macron ante Le Pen y él ha repetido que no va a dar consigna de voto en caso de un duelo similar (para 2022)”, recuerda Merklen.
Sin embargo, como Mélenchon piensan miles de electores de izquierdas que afirman no querer participar más en este frente electoral si llega la dupla referida, pues consideran que la principal fractura de este frente provino del gobierno de Macron, quien con diversas iniciativas ha fracturado, precisamente, el republicanismo, aparte de que consideran que muchas de sus acciones son abiertamente de derechas. Todo este tipo de argumentos que dudan del frente republicano fueron recogidos a finales de febrero pasado por el diario Libération, que llevó el tema a primera plana.
“Votar otra vez por la derecha para que no llegue la un poquito más derecha, no, gracias, es suficiente”, dice Jérôme Guerin, empleado de 52 años y habitante de los suburbios de Lille, norte francés. La primera vez que votó por el barrage lo hizo, contra toda su voluntad, por el candidato de derecha Jacques Chirac en 2002, pues había votado en primera vuelta, “aunque tampoco tan encantado”, por el socialista Lionel Jospin. Esa ocasión fue la primera vez que el Frente Nacional, entonces encabezado por Jean-Marie Le Pen (padre de la actual dirigente del partido), pasaba a segunda vuelta presidencial tras haber estado décadas en porcentajes marginales. El apoyo al barrage républicain fue enorme: Chirac ganó con 82.21% ante 17.79% de Le Pen. Fue una rotunda reivindicación republicana.
La segunda vez que se convocó al frente republicano presidencial fue en 2017 tras el nuevo asalto del FN a segunda vuelta. Pero en esta ocasión el frente no se impuso con tanta contundencia: 66.10% contra 33.90%. El partido de la dinastía Le Pen prácticamente duplicó sus votos en quince años.
El Frente Nacional, abiertamente fascista en sus inicios, realiza desde hace unos años un proceso de limpieza de fachada. Tras haber estado en 2017 en la antesala de la presidencia, en 2018 la organización cambió de nombre a Agrupación Nacional, para así intentar hacer clic con dos figuras del orgullo francés: Charles de Gaulle (por su partido Agrupación del Pueblo Francés, creado tras la Segunda Guerra Mundial) y Jacques Chirac (por su partido Agrupación por la República).
Por declaraciones negacionistas sobre el exterminio de judíos y sobre la ocupación nazi en Francia, a Le Pen padre se le expulsó en 2015 del partido que él fundó. A la par, Marine Le Pen ha intentado desmarcarse discursivamente del estilo de su progenitor, quien la acusó de haberse corrido hacia el centro.
Para mucha gente estos actos no son más que escenarios mediáticos propios de su “estrategia de limpieza”, señalando que la esencia del partido continúa viva pues dentro de él participan varios personajes que defienden ideas de corte filofascista. La “sangre nueva” del partido así lo deja ver: Damien Rieu, cofundador de Generación Identitaria, un grupo (recientemente disuelto por el gobierno) que en 2018 se dio a conocer por “patrullar” los Alpes para prohibir la entrada de extranjeros, o la propia sobrina de la actual dirigente y nieta del viejo Le Pen, Marion Maréchal-Le Pen, quien se asume abiertamente en contra del multiculturalismo y en pro de una identidad europea blanca y cristiana. Cada que estos dirigentes arengan a la militancia de RN, el canto habitual resuena en los mítines: On est chez nous!, “estamos en nuestra casa”.
En esta estrategia de desdiabolización el frente republicano tuvo ya su primera derrota: en las elecciones locales de 2020, el partido de Le Pen ganó Perpiñán, la primera ciudad con más de cien mil habitantes que obtiene. Aunque modesto, le abre un espacio de poder político formal a RN.
Macron ganó con más de 66% pero eso no se traducía a 66% de apoyo a su proyecto de gobierno. Sin embargo, el presidente ha ejercido su rol como una especie de Capitán Indiscutible. Por tanto, su accionar político es ahora un activo principal en la correlación de fuerzas que se disputa Francia con cara al 2022.
Seis de 10 franceses señalan que en las próximas presidenciales no votarían por Macron, según un sondeo de la firma BVA. El presidente ronda actualmente el 33% de aceptación. Con este diagnóstico, ¿Macron podría, nuevamente, ser contrapeso ante Le Pen?
Exbanquero de inversiones en la firma Rothschild, Emmanuel Macron comenzó a figurar en la socialité política francesa cuando en 2016 el Fondo Monetario Internacional lo considera Young Global Leader. Alejado de los partidos tradicionales, Macron fomentó una imagen de rebelde, de joven que se quita el saco para hacer política exitosa. En cierto momento, decide dejar el ministerio de Economía del presidente socialista François Hollande (nombramiento muy cuestionado en los círculos de izquierda del presidente) para buscar la presidencia francesa.
La campaña de Macron rumbo al Elíseo comenzaba. Aglutinó a su alrededor un nuevo movimiento político, ¡En Marcha! (E.M, como sus iniciales, ahora llamado La República En Marcha). Fue tal su encanto como político en ascenso que Netflix transmitió un documental sobre su llegada a la presidencia: “Emmanuel Macron, tras las bambalinas de la victoria”. Prácticamente toda nación del mundo quería su Macron personalizado.
Esta imagen, que de cierta manera aún se mantiene en el exterior, comenzó a debilitarse al interior de Francia ya con Macron como presidente, mientras otra visión del político iba creciendo: la de “presidente de los ricos”. Tras reivindicar una presidencia “jupiteriana” (Júpiter, recordemos, es el padre de todos los dioses romanos), Macron comenzaría a ofrecer un sinfín de momentos clave que retratarían de pies a cabeza su forma de gobernar.
“La honestidad me obliga a decirles que no soy socialista”, confesó Macron cuando preparaba su candidatura para poco después definirse “ni de izquierda ni de derecha”.
Apenas en presidencia, Macron realizó recortes presupuestales que lo enfrentaron con alcaldes para, pocos meses después, eliminar el impuesto sobre la fortuna (ISF), sujetándolo únicamente a la fortuna inmobiliaria (liberando así las inversiones bancarias y financieras). “Hicimos bien en detener esta aberración que llevó a nuestros empresarios a establecerse en el extranjero; debimos haberlo hecho 10 o 15 años antes”, se defendía Macron al salir al quite de las primeras críticas que recibía.
Aunque el problema es de larga data, el suicidio de campesinos despertó alarmas e investigaciones periodísticas durante su gestión. En Francia se suicida un campesino por día, una tasa de suicidio 22% más alta que la del resto de la población, según datos de la seguridad social agrícola (MSA). Afectados por los precios que imponen las grandes empresas, los agricultores se ven en la necesidad de solicitar altos créditos que generan dificultades económicas y por ende, un desgaste emocional. En los últimos años las protestas campesinas frente a locales gubernamentales ha crecido. Gente llega en tractores con toneladas de estiércol que arrojan contra los edificios. La desindustrialización de Francia le ha pegado duro a su campo.
Este tipo de hechos debemos cruzarlos con otros datos, como la situación de pobreza, que para varios indicadores (Secours Catholique, Observatorio de las Desigualdades) ronda los 10 millones de personas (Francia tiene una población de 67 millones). En Francia se considera que una persona es oficialmente pobre si gana menos de 1,063 euros por mes, aunque esta cifra dependerá del número de personas en el hogar.
Mientras alertas de este tipo se debatían en la esfera pública, Macron, en diversos momentos, ya sea ante manifestantes, antes estudiantes o en giras de trabajo, soltaba frases del más puro estilo de la meritocracia liberal: “si quieren un traje como el mío hay que trabajar duro”, “trabajo hay, sólo deben cruzar la calle”, “hay gente que tiene todo y hay gente que no es nadie”… Para otoño de 2018 sólo un 26% aprobaba su gestión, por debajo, incluso, de su primer ministro Edouard Philippe.
“La protesta de los chalecos amarillos despertó por un aumento a los combustibles, que fue una respuesta del gobierno a los grupos que luchan contra el calentamiento global (acelerar la transición de los motores térmicos) pero fue la gota que derramó el vaso de las clases medias y populares muy dependientes del automóvil en sus modos de vida y que no pudieron soportar que un grupo de ecologistas desconectados de la realidad les hicieran a ellos pagar el pato de un problema más general”, analiza Denis Merklen, también profesor en la universidad de Sorbonne Nouvelle en París.
Los chalecos amarillos pusieron contra las cuerdas a Macron: un 75% de los franceses apoyaba las banderas de los Gilets Jaunes, un movimiento social amplio y transversal de franceses que se sentían excluidos de las políticas de gobierno, cuyas acciones de protesta se desgastaron progresivamente ante la falta de una guía política definida.
Para diciembre de 2019 surgió otro movimiento de protesta, en esta ocasión por la reforma al sistema de pensiones. Huelgas prácticamente paralizan tren y metro durante semanas y nuevamente miles y miles salen a las calles.
Estos dos últimos movimientos, que hacen de la calle un activo de su lucha, destapa otra realidad francesa: la violencia policiaca. Un filme llamado “Un país que se porta bien” documenta que desde la aparición de los Chalecos y hasta febrero de 2020, el saldo en la cobertura de las manifestaciones era de miles de heridos, 2 muertos, 5 manos amputadas y 27 ojos reventados.
El título de la cinta alude a la frase que un policía expresó mientras grababa con su celular a unos estudiantes detenidos en un suburbio parisino tras participar en una manifestación. Los estudiantes aparecen agrupados, todos de rodillas. “Por fin una clase que se porta bien”. La ONU y el Parlamento Europeo conminaron a Francia a revisar el actuar de su policía mientras imágenes de la violencia policiaca se reproducían por todos lados.
Como respuesta, el gobierno de Macron impulsó la llamada Ley de Seguridad Global, cuyo artículo 24 significa un velado respaldo a las fuerzas policiales: prohíbe la difusión de fotos o videos de miembros de las fuerzas de seguridad que tengan la intención de dañar su integridad «física o psíquica». A pesar de haber sido denunciado enérgicamente por sindicatos de periodistas y grupos de derechos humanos, que lo consideraban un grave ataque a la libertad de prensa, la ley pasó en el Parlamento. El nuevo delito prevé hasta cinco años de cárcel y una multa de 75 mil euros. Para el gobierno la ley es necesaria para proteger mejor a la policía.
Con esta medida Macron tocaba los límites de la derecha más rancia. En diciembre pasado, el semanario Courrier International le dedicó su portada: una caricatura del presidente francés a la usanza del dictador italiano Benito Mussolini y la leyenda “¡A toda la derecha! ¿A dónde se pasó el liberal reformador de 2017?”
Para las elecciones europeas de 2019, LREM vivió su primer golpe electoral, siendo relegado (aunque no derrotado) por un avance del partido de Le Pen pero, sobretodo, por un gran avance de Europa Ecología Los Verdes (EELV), partido ecologista francés.
Para las elecciones locales de 2020, la fuerza electoral del partido en el poder se vuelve a poner en duda, yendo en esta ocasión en varios sitios en alianza con Los Republicanos (LR), el partido de derecha tradicional. La izquierda avanza un tanto: los Verdes se llevan ciudades como Lyon, Estrasburgo y Burdeos; una alianza de verdes, Francia Insumisa, Partido Comunista y Partido Socialista se hace de Marsella, la segunda ciudad francesa en importancia; París se queda para Anne Hidalgo, que es reelegida con el apoyo de verdes, rosas y rojos. Por su parte, Le Pen conquista Perpiñán. Por el contrario, el partido de Macron sólo pudo obtener una ciudad medianamente importante, Le Havre, con Edouard Philippe, ex primer ministro que le hacía sombra en las encuestas y que fue lanzado como candidato.
Sin embargo, el partido realmente ganador fue el abstencionismo. Para el profesor Denis Merklen, “cuando uno ve estadísticas del abstencionismo prácticamente es concomitante con todo el proceso de desindustrialización de Francia, que para gran parte de la población aparece como un país que se desinfla y que no le ofrece visiones de futuro.”
No obstante las críticas y protestas que despiertan las políticas de Emmanuel Macron, para quienes lo apoyan sus iniciativas son necesarias. “La reforma a las pensiones es emblemática y muy importante”, escribió en Télos, un portal de economistas liberales, Olivier Galland, investigador y cofundador de la Revista Francesa de Sociología.
“La intensidad de las críticas demuestra el grado de relevancia” de las reformas “socioliberales” de Macron, que facilitan el acceso de lo público al ciudadano y que “valoran más el papel de las empresas en el acceso al empleo y a la formación, o el del sector privado en el ámbito hospitalario.” Para Galland, estas reformas son “difíciles de explicarlas al público”, por lo que el debate se focaliza en “cuestiones ideológicas alejadas de los retos institucionales”.
En la lógica macronista, Francia avanza en reducir su deuda para recobrar credibilidad ante Alemania, en promover una reforma laboral que facilite la movilidad de los trabajadores y hacer bajar el desempleo, en reducir privilegios de la burocracia, en hacer más simple y eficiente el sistema de pensiones, en impulsar baja de impuestos a empresas para así atraer más inversiones.
En semanas recientes y para echarle aún más leña al fuego, como si ésta escaseara, el gobierno ha asumido nuevamente líneas discursivas de abierta derechización (orden, familia, seguridad) en dos temas clave: drogas y migración.
Francia es uno de los países de Europa que más consume cannabis y, a la vez, un país con una legislación de corte prohibitivo en el tema. Por tanto, el discurso oficial es el paternalista y policiaco: “¿Cuántos jóvenes, porque empiezan a fumar, acaban abandonando el sistema escolar? (…) No daremos respiro a los narcotraficantes”. Frases de Macron de hace unas semanas, apoyado por Gérald Darmanin, su ministro del Interior: “Esta lucha contra las drogas la ganaremos.” Darmanin ha prometido, mientras sea ministro y en apoyo a los padres que “luchan para que sus hijos salgan de la adicción a la droga”, que no se “va a legalizar esta mierda (cannabis), y lo digo bien: ‘esta mierda’.”
En los últimos meses, policías han sido asesinados en calles de Francia por pandillas dedicadas al narcotráfico. Un problema que Le Pen retoma cada que puede, insistiendo en la ineficacia del actual gobierno para otorgar seguridad, un tema que desde la perspectiva de derechas se relaciona casi de manera automática con la migración. Perspectiva que el propio Darmanin atizó al advertir que se debe frenar el “creciente salvajismo de una parte de la sociedad.”
En el contexto francés, la expresión “salvajismo” no es más que otra concesión del gobierno a los sectores más duros antiinmigrantes. La frase es utilizada por la extrema derecha para referirse a jóvenes pobres de Francia que pierden el respeto a la autoridad, jóvenes mayoritariamente de origen inmigrante. “Este concepto implícitamente asocia el aumento de la violencia a la inmigración, al componente étnico de la sociedad. Usarla es un error político”, tuiteó en su cuenta Aurélien Taché, diputado que, como varios más del espectro de izquierdas, renunció al partido del presidente Macron. «Soy un hombre de izquierda. Para seguir siéndolo tengo que dejar LREM», explicó Taché en 2020.
Pero el suceso anterior pareció no bastarle a Darmanin. El ministro del Interior, proclive a la mano dura, sostuvo un debate televisivo con Le Pen. En cierto momento el político calificó a la dirigente como “blanda” en términos migratorios. Le Pen, mientras escuchaba ese señalamiento, ponía un rostro contrariado: ¡la ultraderecha señalada como laxa! “Señora Le Pen, en la estrategia de desdiabolización (de su partido) llega a ser blanda. Hace falta que tome más vitaminas, usted no es lo suficientemente dura.” Al final, el moderador cerró diciendo: “tenemos la sensación de que ustedes dicen y piensan lo mismo”.
Y como si se tratase de una sucesión de actos de derecha que deben superar a los previos, la ministra de Educación Superior, Frédérique Vidal, hizo su aporte. En una entrevista en TV pidió que las universidades investigaran el uso del “islamo-izquierdismo”, pues a su juicio se trata de una alianza ideológica que estaría “gangrenando” a la sociedad. Pidió un balance “de toda la investigación que se realiza en nuestro país”.
El término es otra expresión más de la ultraderecha que, a decir de ellos, refiere pensamientos importados (estudios interseccionales) que no tienen nada que ver con los valores de la academia francesa. Tras los dichos de la ministra, más de 600 académicos escribieron una carta pidiendo su dimisión, indicando que la palabra caricaturizaba la realidad. El presidente de la Sorbona, Jean Chambaz, señaló que «es fácil acusar a un movimiento ideológico indefinido de las cuestiones sociales del país», responsabilizando al gobierno de «intentar apelar a segmentos muy nauseabundos de la opinión pública».
El espectro político francés, en términos generales, está segmentado actualmente en tres grupos: un grupo de ultraderecha euroescéptico que tiene como mayor representante a Marine Le Pen; un grupo ultraliberal mayoritariamente de derechas aunque con ciertos satélites del Partido Socialista, con Macron como figura preponderante, y un polo de izquierdas que va de la socialdemocracia, el socialismo democrático, el ecologismo, el soberanismo, cuyo rostro más visible no se define cabalmente.
Por el lado de la ultraderecha el camino de las elecciones está definido. Será Marine Le Pen, quien seguirá pintándose como radical e institucional, respetuosa pero a la vez outsider para no perder su voto duro pero intentando captar más de la derecha tradicional. “Los franceses han oído muchas cosas sobre mí, a menudo cosas falsas, una descripción caricaturesca. Me queda un año para explicarles lo que pienso hacer”, dijo en una reciente alocución televisiva. Sin embargo, una cosa es lo que intenten comunicar y otra la propia dinámica, personajes y programa de su partido.
Macron en esta ocasión jugará nuevamente por ubicarse en el centro con su partido LREM, aunque esta vez la fórmula “ni de izquierda ni de derecha” no le servirá de mucho pero intentará advertir de los “peligros” ultras de derecha e izquierda. Sin embargo, gran parte del electorado lo ubica ya en la abierta derecha: según la casa de estadísticas IFOP, una de cada dos personas en la derecha votarían por él, contra una de cada tres en la izquierda.
El presidente no ha dicho si piensa postularse nuevamente. En una entrevista dijo que si el costo político de sus decisiones ante la pandemia de Covid es alto, no lo haría. Sin embargo, no ha bajado ni alzado la mano. Diversos analistas ven en el reciente protagonismo de Edouard Phillipe, su ex primer ministro ahora alcalde, un Plan B por si Macron decide no ir, pues las encuestas lo siguen calificando alto. Otros, por el contrario, lo ven al revés: un probable nuevo adversario que le sale en el camino a Macron.
La derecha tradicional la tiene difícil, dado que Macron capta mucho de su voto mientras que los más duros se van por Le Pen. Tienen dos cartas: Xavier Bertrand, posicionado en tercer lugar según sondeos; y Michel Barnier, personaje de la derecha liberal con amplia carrera en Bruselas (Unión Europea). Buscarán mostrar una opción europeísta (para diferenciarse del proteccionismo de Le Pen) y de eficacia política (para desmarcarse del desgaste de Macron).
Para el doctor Denis Merklen como para el lector, no pasa desapercibido que el discurso político en Francia se ha corrido notablemente a la derecha. Y es porque ahora ahí está el electorado: “Uno de los indicadores más evidentes de la debilidad de la izquierda es que todos los candidatos que tienen oportunidad de ganar compiten por los votos de derecha, nadie presenta proyectos de izquierda porque no hay electorado para ello, aunque una de las cosas que deben entenderse al mirar a Francia desde fuera es que todos estos escenarios se deben también a la abstención, que cuenta mucho”.
¿Y la izquierda? En la víspera del año presidencial, la izquierda francesa conmemora este 2021 tres hitos de su historia: 150 años de la Comuna de París, 100 años del Partido Comunista y 40 años de la llegada de François Mitterrand a la presidencia. Y los conmemora con un par de retos con sabor amargo: recobrar su capacidad de convocatoria y presentar una candidatura fuerte para 2022. En la elección de 2017, cerca de un 30% del voto para Le Pen provino del sector obrero y de empleados, históricamente más afianzados a la izquierda.
“Hablar de ‘pueblo’ en Francia tiene un valor ambivalente. Despierta muchas reticencias porque la memoria de la Segunda Guerra Mundial es todavía muy fuerte, también la Guerra de Argelia, entonces el nacionalismo lo relacionan con una derecha muy rancia”, pero al mismo tiempo tenemos que “esa izquierda que se desapegó de la nación y apostó por Europa se encuentra totalmente empantanada entre los proyectos liberales de mundialización y de una Europa que está bajo un control absoluto del capital y de la tecnocracia”, reflexiona Merklen, especialista, precisamente, en el estudio de las clases populares.
Si las izquierdas van segmentadas en 2022 es muy probable, como pasó en la anterior elección, que no avancen a segunda vuelta. Es por ello que han abierto discusiones para intentar llevar una candidatura de unidad.
“La falta de unidad plantea el enorme riesgo de que un candidato de izquierda no esté representado en segunda vuelta y que el electorado de izquierda se vea forzado nuevamente a elegir entre Macron, de quien ya conoce perfectamente cuáles son sus proyectos, y Le Pen, que cada vez representa un problema más serio de conquista del poder”, refiere el profesor de la Sorbona. “Mélenchon puede llegar a segunda vuelta si le va bien en la campaña” y en ese caso convocar a la unidad de izquierdas dado que los dos polos están en pugna, pero “los ecologistas y los socialistas aspiran exactamente a lo mismo: a llegar ellos primero” y que detrás de ellos se haga la unidad.
Jean-Luc Mélenchon es hoy el principal líder de izquierdas en Francia y quien más intención de voto reúne en la actualidad junto al partido que lo representa, La Francia Insumisa, que desde hace años ha menguado el dominio del Partido Socialista. A diferencia de otros, él sí ha hecho pública su decisión de postularse al 2022, que sería su tercer intento. Para varios sectores es visto como un “radical”, cuyo proyecto popular no encaja con Francia.
Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, ha dicho que no quiere ver a Francia nuevamente en el “duelo” de votar entre dos derechas. No se ha pronunciado abiertamente como candidata pero sí lanzó ya su sitio web “Ideas en común”. Es una figura de la izquierda urbana y universitaria, la mejor ubicada en el Partido Socialista, elegida por la revista Time como una de las líderes del 2020. Sin embargo, todas estas credenciales no bastan para la Francia del debate amplio: “Una candidata como Anne Hidalgo sería, con toda seguridad, muy débil para hablar con las clases populares y sobre todo las clases populares no parisinas”, diagnostica Merklen.
Yannick Jadot, el líder de los ecologistas y quien convocó a las pláticas de unidad, es otro nombre que se menciona como candidato. Él dice que hay que esperar a que su partido (EELV) realice sus plenarias en septiembre próximo. En las dos últimas votaciones en las que EELV participó (las europeas de 2019 y las locales de 2020), despertó mucho interés en las intenciones de votación, configurándose como un partido en ascenso.
“No hay una izquierda fuerte en Francia, abunda, eso sí, puro bobo (contracción de bourgeois-bohème, burgués bohemio) que te dice que habla de ti y que te representará pero desde su terraza de París, creyendo que sólo nos interesa regar arbolitos y andar en bici”, ironiza Jérôme.
Merklen es conciso en este tema: “Hay una izquierda más relacionada con las clases medias, diplomadas, progresistas, y una izquierda más relacionada con el sector obrero, que tiene otras características, que vive en medianas y pequeñas ciudades, poco diplomado. Y en ese sentido, el principal competidor de la izquierda se llama Marine Le Pen.”
Por el momento la unidad de izquierdas para la presidencial está en pláticas de café. Todas las agrupaciones políticas esperan los resultados de las próximas elecciones regionales de junio, para así saber qué piezas mover en el tablero. No obstante, para estas elecciones la izquierda logró llevar una candidatura de unidad: verdes, insumisos, rosas (PS) y rojos (PC) van detrás de la ecologista Karima Delli por el consejo regional de Altos de Francia. La eurodiputada ha dicho sobre este logro: “Hay que partir de no ser fatalistas.”
Igualmente, se ha anunciado la unión entre el partido conservador LR y el partido oficial LREM para la región de Provenza-Alpes-Costa Azul. Mientras más se acerque 2022, las definiciones se irán dando.
Los actuales sondeos que indican una segunda vuelta Macron-Le Pen no hacen más que rounds de sombra: sin campañas definidas todo se mueve ahora en el pantano de la suposición. Y es verdad: si vemos la anterior presidencial, Macron comenzó (en promedios) muy abajo, 16% hasta subir a 24%; Mélenchon pasó de estar en 11% a alcanzar 20%; François Fillon arrancó como uno de los favoritos, rondando el 30%, para experimentar una caída de mas de 10 puntos debido a escándalos de corrupción. Nada está definido.
Denis Merklen señala que el abstencionismo jugará un papel determinante: “Ahí se va a jugar algo importante que no sabemos, y hasta que no empiece la campaña no sabemos qué va a ocurrir, pero es muy probable que la abstención sea muy alta.”
“Si van mil candidatos por la izquierda, votar será más simbólico que efectivo”, dice Jérôme. “Y si resulta al final Macron-Le Pen es repetir algo de lo que no aprendimos. Así lo veo: si yo despertara de un largo sueño en estos momentos, sin saber quién gobierna, una simple lectura de los diarios me diría que ya llegó Le Pen. ¡Salieron más realistas que el rey!”
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