Este texto plantea repensar el abordaje educativo sobre nuestro planeta a propósito del Día Internacional de la Madre Tierra que se celebra desde 1970. Para ello, es preciso revisitar las concepciones que prevalecen en la educación sobre el planeta, la naturaleza que lo habita y visibilizar la asociación mujeres-naturaleza como susceptibles de dominación y control; las implicaciones educativas y algunas pistas para replantear formas de darle un lugar a la crisis socio-ecológica que presenciamos de forma contundente y transformadora
Por Guadalupe Mendoza Zuany* / MUxED
La Tierra, nuestro planeta, ha sido concebida de múltiples maneras a lo largo del tiempo por las diferentes culturas. Hoy en día, aprendemos sobre la Tierra en la escuela en asignaturas específicas – como Ciencias Naturales o Geografía – generalmente concibiéndola como «un sistema físico muerto inanimado”, como lo plantea Carolyn Merchant en su libro “La muerte de la naturaleza” traducido al español en 2023.
Prevalece una visión mecanicista de la naturaleza en un planeta Tierra en el que se encuentran “recursos naturales” a disposición – casi ilimitada – de los seres humanos. A partir del siglo XVI, la concepción de la naturaleza como máquina se empezó a diseminar y eso significó un cambio fundamental: de concebir a nuestro planeta como uno vivo, a considerarlo como una máquina inerte, hecho de materia muerta que como humanidad podemos controlar y dominar. Además, se ha subrayado desde los diversos ecofeminismos, que, a la par, por la fuerte asociación que se ha hecho entre las mujeres y la naturaleza, ha prevalecido igualmente la intención de controlarlas, dominarlas y acallar sus conocimientos y prácticas.
Marginalmente y contra corriente, han sobrevivido concepciones que subrayan la vitalidad del Universo, de la Tierra y quienes la habitamos, así como la centralidad de los roles que desarrollan las mujeres en la construcción de conocimiento sobre el planeta, la naturaleza, la vida y la sociedad.
Estas concepciones sobre la naturaleza pueden encontrarse, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra suscrita por pueblos indígenas, naciones y organizaciones sociales de todo el mundo en 2010[1], que plantea que la madre tierra es un ser vivo. En la esfera jurídica, el debate sobre los derechos de la naturaleza o la naturaleza como sujeto de derecho y tribunales internacionales está sobre la mesa. Fundamental ha sido que en la cosmovisión y la praxis cotidiana de muchas sociedades, también han prevalecido ideas que permiten construir otro tipo de relaciones entre la humanidad y la naturaleza: no antropocéntricas, y en algunos casos, no androcéntricas.
Implicaciones en la educación
La Revolución Científica de los siglos XVI y XVII en Europa fue un punto de inflexión en la historia de las ideas y la ciencia occidental que sigue influyendo en lo que aprendemos sobre nuestro planeta, así como en nuestra posición de poder y dominio sobre la naturaleza y las mujeres.
Poco conocemos a través de las escuelas sobre las concepciones y conocimientos sobre el planeta, que no sea lo producido a partir de la ciencia heredera de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, a través de los lentes de disciplinas específicas.La Tierra y la naturaleza no son estudiadas desde las filosofías, las literaturas, las artes, las historias, las historias de las ideas, en plural; ni desde el reconocimiento de diversas formas de construir conocimiento a lo largo de la historia en las diferentes latitudes.
Prevalecen narrativas oficiales sobre las rutas para atender la emergencia climática y la crisis ambiental en las que se habla de “desarrollo” y “crecimiento” asociados a la sustentabilidad por corrección política; se sigue hablando de “recursos naturales” como muestra de la vigencia de la idea de la naturaleza a nuestra disposición. La educación – sus fines, sus objetivos, los currículos, las pedagogías – no ponen en el centro al planeta Tierra como nuestra casa, como un lugar finito, habitado por múltiples especies en interdependencia.
El campo de la educación ambiental es marginal y poco se ha pensado en la conveniencia de revisar los adjetivos de lo educativo que han atomizado los esfuerzos tematizándolos y volviéndolos opcionales (lo ambiental como tema complementario y de asignaturas específicas, cuando hay tiempo); orientándolos a sectores específicos (en escuelas “verdes” que pueden darse el lujo de considerar algunos aprendizajes ambientales más allá de los “fundamentales, mínimos, indispensables” que claramente no los incluyen). Presenciamos una educación antropocéntrica orientada a que se logren aprendizajes sobre los seres humanos, habitantes de un planeta con recursos a su disposición; a su vez, es una educación androcéntrica en la que se privilegian los conocimientos y puntos de vista masculinos, incluyendo por supuesto aquellos referidos a la naturaleza.
Construir una educación para la justicia ambiental, que no sea antropocéntrica, ni androcéntrica, es una tarea urgente que requiere cambios paradigmáticos. Comparto algunas ideas para la reflexión:
*Rosa Guadalupe Mendoza Zuany es integrante de MUxED. Investigadora educativa en el Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana; SNI Nivel 3. Coordinadora de la Cátedra UNESCO Educación para la Eco ciudadanía y la Sustentabilidad. Coordina el Proyecto CARE México que busca propiciar el aprendizaje situado en escuelas de educación básica poniendo al centro el cuidado de la naturaleza, de una(o) misma(o), de los seres humanos y no humanos.
Página web: https://www.uv.mx/personal/romendoza/
[1] Ver http://rio20.net/propuestas/declaracion-universal-de-los-derechos-de-la-madre-tierra/
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