En 2015, cuando viajé por primera vez a San Quintín a reportear el movimiento de los jornaleros agrícolas, en el camino encontré historias de resistencia en el norte del país. Aquí los vaivenes de un viaje al México profundo
Twitter: @kausirenio
En la central camionera del Norte de la Ciudad de México –eran las 16:00 horas cuando partí hacia San Quintín–, una voz chillante anuncia: “Pasajeros con destinos a Mazatlán, Culiacán… Mexicali y su destino final a Tijuana… Sírvanse abordar su autobús 07110… estacionado en el andén 82, puerta 4…”. Es 2015. Así inicia la peripecia hacia las profundidades del norte de México.
Al abordar el camión, todos tomamos asientos bastante incómodos para un viaje de más de dos mil kilómetros. La mayoría de los pasajeros vienen del Sur de México, van de todos los colores y lenguas, chaparros y altos. Unos llevan comida, frutas y agua para el camino, mientras que más de la mitad de los pasajeros sólo miran y saborean pero no comen.
La ruta que recorren los jornaleros agrícolas es hacia los campos de explotación de San Quintín, Ensenada y Mexicali, Baja California; otros deciden quedarse más cerca: Cruz de Elota, Villa Juárez, Culiacán y Los Mochis, Sinaloa; y Caborca, Sonoyta, Sonora.
Los pasajeros que llevan dinero tienen ventajas, pueden bajar a comprar una torta, agua para desentumirse en las paradas que inicia en Mazatlán, Sinaloa. Los jornaleros no corren con la misma suerte, ellos viajan en camiones destartalados con asientos no reclinables, sin clima y en muchos de los casos se quedan en el camino cuando los autobuses se descomponen.
El recorrido dura unas cincuenta horas, luego pasa a sesenta o hasta setenta horas, sentados. La alimentación de los jornaleros va de fritangas y agua que toman casi por gota para no bajarse al baño, porque eso genera “gasto” y les descuentan cuando llegan a los campos donde los emplean por una paga irrisoria.
De los 36 pasajeros que salimos de la Ciudad de México, cuatro fueron retenidos en un puesto de revisión de la policía migratoria, de la Secretaría de Gobernación, en Mazatlán, Sinaloa. Son una niña, dos mujeres y un hombre; el chofer del autobús dijo que son ciudadanos guatemaltecos.
Este recorrido por el norte de la República Mexicana está cargado de historias de violencia, corrupción, impunidad, abusos de poder y explotación. Ahí donde los gobernantes se llevan los primeros lugares, no por su atención a sus gobernados sino por la corrupción que impera en sus administraciones.
La ruta donde viajan los jornaleros a los campos agrícolas para ser esclavos del siglo XXI es la misma que usó el Ejército porfirista para llevar a los Yaquis de Sonora a Valle Nacional a trabajo forzado a las haciendas henequeneras de Yucatán, de 1900 a 1908. Previo a la Revolución Mexicana.
Antes los indígenas eran llevados del norte hacia el Sur, ahora es al revés, los traen de Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Puebla y Guerrero para ser explotados en los estados del Norte. La condición no ha cambiado en nada comparado de aquellos años. El esclavismo moderno se reproduce y es más atroz.
Hace 122 años, los yaquis de Sonora fueron transportados al Valle Nacional en calidad de esclavos:
“Los hombres que estaban a la cabeza del gobierno de Sonora deseaban sus tierras y vieron una oportunidad de lucro cuando el Estado mandó un cuerpo militar; por eso hostilizaron a los yaquis. Enviaron supuestos agrimensores al valle del Yaqui para poner mojones en la tierra y decir a la gente que el gobierno había decidido regalársela a unos extranjeros. Confiscaron 80 mil pesos que el jefe Cajeme tenía depositados en un banco; finalmente, enviaron hombres armados a arrestar a Cajeme, como no pudieron encontrarlo, prendieron fuego a su casa y a las de los vecinos y abusaron de las mujeres del pueblo no respetando siquiera a la mujer del propio Cajeme. Desde entonces los yaquis se vieron obligados a pelear”, escribió en su libro, México Bárbaro, el autor norteamericano John Kenneth Turner.
En 1911, líderes de ocho pueblos yaquis pidieron al presidente electo Francisco I. Madero que los liberara de las haciendas henequeneras y les regresara sus tierras. Con el asesinato de Madero, en 1913, los yaquis se involucraron en la revolución para que se les respetara sus tierras. En la presidencia de Lázaro Cárdenas, les reconoce –por decreto– 485 mil hectáreas como su territorio y basándose en la capacidad productiva de este, es decir en las 75 mil hectáreas que se sembraban para abastecer a las misiones jesuitas, además de acreedores del 50 por ciento de la capacidad de la presa La Angostura.
La política de los gobiernos de Querétaro, Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Sinaloa y Sonora con los pueblos desplazados no varía en nada con los gobiernos del sur, como Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Chiapas. La pobreza y violencia generadas por civiles armados les ha expulsado a los campos agrícolas.
Así se teje la historia en la carretera del Pacífico, el pobre que viaja en esta carretera va mirando en las orillas de la vía dónde encontrar trabajo o dónde lo pueden explotar más, sin seguridad social ni las formas para regresar a sus pueblos cuando mueran por accidentes. Es el fin de la supervivencia, de migrar o morir de hambre.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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