La casa donde vivió Bolívar en Bogotá se conserva como un museo; en este sitio sucedió un robo genial e inició el periplo del sable más preciado de Colombia
@ignaciodealba
Esta quinta fue un regalo del gobierno de Nueva Granada -hoy Colombia- a Simón Bolívar, una muestra de gratitud por sus servicios prestados a la causa de Independencia. Este lugar fue propiedad del libertador por diez años (1820-1830), aunque la habitó esporádicamente durante 423 días, ni uno mas ni uno menos, según sus historiadores.
La Quinta fue testigo de eventos importantes en la vida del Libertador como la instauración de la Gran Colombia y la culminación de la Campaña del Sur. También vivió los momentos críticos causados por los graves sucesos de la crisis republicana y la oposición de los enemigos a las ideas bolivarianas que culminó con su derrota política en la Convención de Ocaña. También esta Quinta sirvió de refugio a Bolívar después del atentado del 25 de septiembre de 1828, cuando su Manuelita Sáenz le salvó la vida y se convirtió en la Libertadora del Libertador.
La Quinta es un museo, de esos donde uno va a ver sillas y mesas imitación antigua. Y donde se dicen cosas como “Bolívar, padre de la patria”. En Colombia se recorre el lugar con la misma ceremoniosidad con que se visita un sitio sagrado. El relicario: una vitrina con un sable, reproducción exacta del que utilizó el libertador.
El museo apenas lo cuenta, pero la historia del sable es mejor que la de la Quinta:
El sable original estuvo en la Quinta Bolívar hasta 1974, cuando la guerrilla urbana M-19 se escabullo, amagó a los vigilantes, rompió la vitrina y se envainó la valiosa arma. En las paredes del recinto, los guerrilleros escribieron “M-19” y luego en un comunicado se adjudicaron el hurto: «Bolívar, tu espada vuelve a la lucha».
El arma con que Bolívar liberó a la Gran Colombia estuvo desaparecida durante años. Pero tuvo un viaje que la devolvió a sus momentos épicos. Se sabe que la misma noche en que sustrajeron el sable lo llevaron en coche hasta una guarida de la guerrilla, donde se tomaron fotografías con él. En la revista Alternativa se publicó el retrato, en el pie de foto: “Apareció la espada de Bolívar. Está en Latinoamérica”.
Después, el arma fue llevada a la casa del poeta León Greiff, quien la escondió dentro de un baúl. Ahí estuvo hasta que el escritor murió en 1976. El sable fue mudado de casa y luego enterrado a las afueras de Bogotá dentro de un tubo para protegerlo.
Las pesquisas contra el M-19 eran recias, además recuperar el sable se convirtió en un elemento muy simbólico, tener el sable era hacer patria. Con la férrea persecución se ordenó sacar el arma del país en una valija diplomática, hacia la Cuba de Castro.
Pero las negociaciones de tregua entre el gobierno de Betancourt y la guerrilla cambiaron el destino del sable, que fue a dar a Panamá. La idea fue tenerlo a la mano, por si había necesidad de devolver el arma dentro de un acuerdo con el gobierno. Decisión volátil, en esas épocas el gobierno de Estados Unidos invadió Panamá, para deponer a Manuel Antonio Noriega.
Así que la guerrilla retomó la decisión de mandar el sable a Cuba. Sobre el objeto podía caer cualquier maldición, menos caer en manos de los gringos. Castro mantuvo escondido el sable y la guerrilla le reconoció con la “Orden de los guardianes de la espada”.
Después de varios años, el arma volvió a Colombia, cuando el gobierno de Virgilio Barco logró un acuerdo con el M-19.
La guerrilla devolvió el sable en un acto en la Quinta Bolívar, con testigos de honor, como Gabriel García Márquez. El arma permaneció en una bóveda del Banco de la República y desde el 2020 la mudaron a Casa Nariño (Presidencia de la República) para conmemorar el 227 natalicio de Simón Bolívar.
El último capítulo del sable libertador tuvo dos sobresaltos. Primero cuando el presidente conservador, Iván Duque, se negó a prestar el arma en la ceremonia de envestidura de Gustavo Petro (giros del destino, quien en otrora perteneciera al M-19). El segundo, cuando el rey de España, Felipe VI, no se levantó de su silla cuando el arma fue llevada al recinto, a diferencia de los demás invitados. La irreverencia causó indignación entre la gente.
Petro, después conseguir el sable, dijo en el evento: “Llegar aquí junto a esta espada, para mí, es toda una vida, una existencia. Quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida; que solo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en este país”.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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