Estamos en un punto crítico y con el ascenso creciente del fascismo, es necesaria el arte como forma de rebeldía, expresión y resistencia
CIUDAD DE MÉXICO.- Estamos a días de la celebración de la 97° edición de los Premios Óscar, la premiación con mayor impacto y alcance mediático en el mundo del cine. Como cada año, el evento ha sido tema de conversación desde la publicación de las nominaciones, las cuales son un reflejo de los discursos que se están replicando en nuestra cotidianidad y sobre lo que se percibe como «lo mejor» del cine. Por ello, es importante detenernos un momento para analizar lo que se está expresando con las distintas categorías así como el trasfondo e impacto social que conlleva todo ese espectáculo.
Este año, la contienda que ha abierto la puerta a múltiples debates entre la gente. Podemos empezar señalando los puntos más favorables de esta entrega, que a mi parecer son tres.
Primero, el hecho de que Flow sea nominada a mejor película extranjera. Durante los últimos años han habido avances sobre lo que se entiende como animación, que no es sinónimo de infantil, y las cintas concursantes de este año no son la excepción. Sin embargo, esta es la primera vez que una cinta animada logra salir de esa categoría, lo cual es un paso para que la animación deje de ser reconocida como un género y que sea vista como lo que es: como una técnica para hacer cinematografía de múltiples temas.
En la sección de documentales tenemos No other land, filme dirigido por el palestino Basel Adra junto con el israelí Yuval Abraham donde nos retratan la ocupación militar en Masafer Yatta, un pueblo palestino que ha sido invadido y sometido a una ocupación por el ejército de Israel para instalar sus asentamientos en territorios palestinos.
Largometrajes como este ameritan más reconocimiento, pues forman parte de la lucha para que estas historias no queden en el olvido ni sean invisibilizadas. No obstante, no puedo dejar de pensar en que Estados Unidos ha sido cómplice directo del genocidio y que Hollywood no ha hecho más que ocultarlo durante mucho tiempo. Me pregunto si realmente comprenden lo que conlleva el relato de la cinta y me resulta hasta cínico que nombren un documental que plasma la violencia de la cual ellos han sido parte. Palestina necesita libertad antes que un Óscar, aunque no está mal que la cinta reciba mayor visibilidad..
El tercer filme destacable es Aún estoy aquí, la primera cinta brasileña en concursar para mejor película. Esta es una historia basada en la dictadura militar en Brasil, cuenta la historia real de una mujer que está en busca de su esposo a la vez que intenta mantener el espíritu en sus hijos. Es una narración sobre resiliencia y la demanda por justicia.
Mejor película es la categoría más controversial a nivel mediático y esta vez nos presenta algunos contrastes bastante interesantes. Tenemos obras como Anora que nos habla sobre la deshumanización en el trabajo sexual, Cónclave que plantea debates sobre lo que implica la figura del Papa hoy en día o La sustancia que refleja la voracidad y la misoginia que existe en el mundo del espectáculo. Son filmes excelentemente realizados que, si bien pudieron haber profundizado un poco más en su enfoque, han dejado temas sobre la mesa que ameritan ser discutidos más allá de las películas en sí.
El brutalista, con 10 nominaciones, es una de las contrincantes más fuertes a ganar. Esta es una historia que se ubica a finales de la Segunda Guerra Mundial, trata de un arquitecto judío que logra migrar a Estados Unidos en busca de rehacer su vida; plasma las inquietudes e incertidumbres de tener que desplazarse de forma obligada, los vestigios de la guerra y deconstruye la ilusión del sueño americano. Con múltiples simbolismos nos muestra la situación emocional del protagonista y de quienes le rodean, el estado de una sociedad destruida moralmente, violenta, decaída y resiliente.
El problema, a mi parecer, radica en el guión, que enaltece la idea de que la liberación judía requiere que exijan su derecho a poblar Israel sobre el territorio palestino. Se maneja como resistencia lo que realmente es el inicio de la ocupación y una limpieza étnica.
Siguiendo el hilo de esta categoría, podemos observar que hay dos películas que tocan el tema de la desaparición forzada en latinoamérica. La primera, es la ya mencionada Aún estoy aquí, que con dirección y actuaciones completamente brasileñas ha logrado tres nominaciones. La otra, es un musical dirigido por un francés con actuaciones principalmente estadounidenses y europeas, esta no solo ha arrasado obteniendo 13 nominaciones sino que ha sido el foco de atención tanto en las conversaciones como en las premiaciones durante los últimos meses: Emilia Pérez.
El contraste entre estas dos es evidente, pues mientras una reivindica una lucha por la dignidad narrada desde la sensibilidad y la memoria histórica de un pueblo que vivió la militarización, la otra hace canciones con temas que nadie en esa producción le afectan; no conecta con la gente mexicana, el país del que se habla en la cinta, porque quienes la realizaron no podrían estar más alejados de nuestra realidad. A pesar de ello, es la francesa la que ha opacado a la brasileña en todos los aspectos.
El filme utiliza también otro discurso muy malentendido: la diversidad sexual. Plantea la historia de un hombre violento que ha cometido crímenes pero que tras hacerse una vaginoplastia, se reivindica y trata de redimir sus acciones. Así no funciona, si algo se ha discutido durante décadas es que el género no nos define como individuos; nuestro pasado, la personalidad y las ideas no cambian con una operación.
El caso de Emilia Pérez es una prueba más de que al norte global no le importan las vidas del sur si no le sirven para su propio beneficio. No buscan la representación sino el dinero que les deja comercializar el dolor ajeno. Lucran con historias que no les pertenecen, plasmando nuestra realidad desde sus ojos coloniales. Si Hollywood genuinamente tuviera interés en reconocer un trabajo en relación al narcotráfico en México hubiera nominado a Sujo, solo que esta no cuenta con el renombre del elenco, ni con la capacidad para una producción tan grande, ni atiende los parámetros europeos sobre lo que debería ser México y por ende no es considerada.
Con todo esto en mente, podemos entender el sesgo ideológico que existe en las elecciones y en consecuencia, comenzar a dudar sobre la legitimidad de la premiación.
Una estatuilla no puede definir el valor de un trabajo. Son miles las cintas que han sido ignoradas por la Academia de la misma forma en que varias han sido galardonadas y olvidadas mientras que otras, a pesar de haber perdido, tienen mayor impacto cultural; lo mismo sucede con actores y directores. Entonces, ¿de qué sirve ganar un Óscar?
Parece ser que la verdadera mercadotecnia viene en lo que se construye previo y durante la ceremonia. La intención de los Óscar, más que premiar el arte, es alimentar y enaltecer ideas capitalistas. Fomenta una idea de rivalidad y competencia, sirve como estrategia de mercadotecnia y sobre todo, funciona como distractor ante la situación política del momento. Es todo lo que al sistema le conviene. No es fortuito que sea un evento organizado principalmente por Estados Unidos; un ejemplo de ello es la fecha en que se anunciaron las nominaciones, tan solo tres días después del ascenso de Trump al poder, logrando que las redes sociales se inundaran de debates sobre si cierta película merece o no sus nominaciones.
Esta es una fiesta de blancos para blancos, regidos por la heteronormatividad. Tratan de disimularlo hablando de inclusión y representación, pero esta solo existe hasta donde su blanquitud lo permite. Se dice que una mujer trans nominada significa un avance ¿pero es un logro la representación, cuando esta está basada en estereotipos y sobre todo, en colonización? ¿Cuál es el verdadero logro? Nos hablan de derechos mientras sostienen una estatuilla de oro en las manos, mientras sus prendas cuestan cantidades que una persona promedio no podría ni pensar y en su día a día no hacen nada para buscar un verdadero cambio.
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Hay excepciones en el gremio, han habido momentos en que ciertas personas han aprovechado estos reflectores para la protesta. Pero el común denominador en Hollywood es que sus integrantes no hagan más que remarcar la burbuja en la que viven.
Finalmente, la industria nos habla también de la solidaridad; este año, la unión es en nombre de las víctimas de los incendios en Los Ángeles. Las vidas perdidas deben ser conmemoradas con el respeto debido, al igual que con conciencia. Los incendios son producto de las armas, el genocidio y la guerra, la industria, el consumismo excesivo y el desapego ante la crisis climática, pero el privilegio hollywoodense les impide reflexionar al respecto. La mera ceremonia en sí, es parte del problema.
Los Óscar de este año, como a lo largo de su historia, no nos dejan más que la exaltación de la blanquitud, de la indiferencia y la desigualdad. Nos dicen que las historias del sur global solo son visibles cuando responden a los estándares europeos y anglosajones, cuando les sirven como fuente de ingresos como si fuéramos su objeto de consumo, pero no se venden ni nuestras tierras ni nuestra cultura.
Ya va siendo hora de ver con ojos más críticos o bien dejar de consumir estos eventos en los que se gastan cantidades inmensas de dinero y fomentan el hiperconsumo, sirven como cortina de humo y además, propagan la creación de arte por la monetización y la competencia antes que por el amor a esta. Estamos en un punto crítico y con el ascenso creciente del fascismo en el poder, es necesaria el arte como forma de rebeldía, expresión y resistencia.
Todas las cintas mencionadas en este texto están disponibles en la Cineteca Nacional o en la Cineteca Nacional de las Artes.
Me gusta escribir lo que pienso y siempre busco formas de cambiar el mundo; siempre analizo y observo mi entorno y no puedo estar en un lugar por mucho tiempo
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