En la última dictadura argentina hubo un impresionante aparato de revisión de textos y documentos, una verdadera maquinaria de censura. Se proscribieron las ciencias sociales, se restringieron documentos y se quemaron libros. La idea “América Latina” quedó prohibida; esos días parecen volver
José Ignacio De Alba / X:@ignaciodealba
Los gobiernos de derecha evitan nombrarnos, como si evocar a “América Latina” fuera sedicioso; y quizás sí lo seamos. Somos una región a la que se le ha prohibido pensarse por sí misma, esto no es nuevo. Pero los tiempos que corren hacen necesario un recuento de la persecución.
Cuando camino por el edificio de ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires me encuentro una placa donde están inscritos los nombres de los estudiantes de la facultad desaparecidos durante la dictadura (1976-1983). Siempre que me dirijo a clases la placa me perturba, aquel recordatorio es tan duro. Me hace sentir que entro a una zona de pensamientos vedados.
Durante el gobierno de Javier Milei ha vuelto algo de esos días funestos. La persecución contra la educación pública ha ido más allá del financiamiento. El gobierno ha habilitado que los profesores que “adoctrinen” puedan ser denunciados por los estudiantes, incluso se abrió una línea de contacto para delatar a maestros. Es el surgimiento de una nueva forma de facismo.
Hace unos días, cuando estaba tomando clases, llegó un grupo de estudiantes a interrumpir la materia, piden la palabra al maestro y anuncian que en la marcha por la Ley Bases que se aprobó en el Congreso fueron detenidos 16 alumnos de la facultad, acusados por “terrorisimo”. Los compañeros informan, piden apoyo, se van.
La causa contra los estudiantes detenidos fue escandalosa por sus formas, básicamente era improcedente, no hubo prueba que demostrara su culpabilidad. Aun así se les mantuvo en cautiverio durante días. La juez tuvo que liberar a los detenidos. No era una persecución judicial, se trató de una persecución claramente política; un mensaje aleccionador.
El país empieza, de a poco, a recabar una serie de episodios preocupantes. Aunque muchos parecen no darse cuenta. La violencia ha dejado el plano simbólico, para ocupar el campo de la realidad.
Milei y su llamada “batalla cultural” excluye cuerpos, ideas, palabras, colores, sonidos y creencias. El país se construye bajo una sola mirada. El orden es rígido, excluye con dureza y al mismo tiempo habilita la crueldad para sus partidarios.
Milei no solo veta la idea de “América Latina” del discurso presidencial, fomenta la discordia con países de la región. Las embajadas extranjeras en el país viven atrincheradas, parece que no quedan países amigos en el Cono Sur. El libertario se preocupa solo en conquistar el apoyo de partidos de la ultraderecha en Europa o a los magnates tecnológicos de Silicon Valley.
Ese recelo sobre América Latina, recuerda a la dictadura argentina, que utilizó un elaborado mecanismo para censurar publicaciones relacionadas con la región.
La historiadora Patricia Funes se dedicó a analizar los informes de los servicios de inteligencia sobre la producción académica relacionada con América Latina, un término que se consideró subversivo y revolucionario.
Funes relata en el ensayo “Desarchivar lo archivado. Hermenéutica y censura sobre las ciencias sociales latinoamericanas”:
“El lento pero sostenido proceso de latinoamericanización de las ciencias sociales era visto con preocupación y señalado como altamente inconveniente”.
Una vez que esa persecución se instaló, duró años. Varias facultades de Argentina fueron cerradas, mientras que maestros y alumnos sufrieron acoso, detenciones, asesinatos y hasta desaparición, sobre todo si estaban ligados a algún tipo de militancia.
Se mantiene como un hecho simbólico que la dictadura quemó en un baldío de la ciudad 18 millones de libros del Centro Editor de América Latina. Una experiencia que recuerda al nacismo.
Funes relata: “El desarrollo del “siglo de la barbarie” demostraría que la modernidad podía ser mucho más brutal. Más en modernidades periféricas. Más aún cuando uno de esos bordes de lo que entonces se llamaba “Tercer Mundo” intentaba reflexionarse introspectivamente, en diálogo ecuménico, universalista, con los centros”.
Hoy, Argentina vive un momento de quebranto a la democracia. La ultraderecha ha conseguido –ojo aquí– con el respaldo de millones instaurar un régimen de persecución. Estos son apenas los primeros meses, pero la gradualidad con que avanza el acoso no debe pasarse por alto.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona