A partir del seguimiento a la cobertura del Tren Maya y partiendo de tener algo de conocimiento y elementos para hacerlo, constato que el periodismo actual de la revista Proceso es tendencioso y mediocre. Si bien pongo la mirada al tratamiento que brinda a sólo un tema, ¿habría de ser distinto del resto de la agenda nacional? ¿Será que hemos perdido del todo el semanario que tanto nos significó?
Por Étienne von Bertrab / X: @etiennista
Tenía escasos cinco años cuando Julio Scherer García y compañía fundaron Proceso, pero desde que tengo uso de razón y como en miles de hogares de México, el icónico semanario estuvo siempre presente en mi familia. La revista verdaderamente se atesoraba; estaba ahí, siempre a la vista, como si formara parte esencial del mobiliario. Al adquirir conciencia política propia la comencé a valorar también; buscarla los domingos en los puestos de periódicos llegó a ser un pequeño placer cotidiano y desde la distancia aprecié la subscripción digital. Hasta que ‘algo’ sucedió.
Hay personas mucho más capaces para dar cuenta de lo que llevó a aquella revista de periodismo implacable a lo que es hoy. Proceso no es ajena a la crisis generalizada de los medios ante la revolución tecnológica y la migración de anunciantes a plataformas digitales, pero seguramente ha tenido sus propias inflexiones, y decisiones particulares han marcado su devenir en una revista de periodismo sesgado y mediocre, alineada además al conservadurismo mexicano.
Para algunos en la comentocracia esto no ha sucedido. Tal es el caso de Denise Dresser, quien hace días saltó a la defensa del periodismo del semanario frente al minucioso análisis de Vanessa Romero del reportaje A la sombra del Tren Maya, el paraíso secreto de los Bartlett en el noticiero de Carmen Aristegui. Dresser fue incapaz, eso sí, de responder —como advirtió— los señalamientos precisos de Vanessa, quien una vez más la tomó por sorpresa al haber hecho, ella sí, la tarea (merece la pena escuchar el intercambio, aquí a partir del minuto 10). En un planteamiento que también elaboró por escrito para El País y haciendo uso de su conocimiento y experiencia en la materia jurídica, pues los señalamientos involucran la adquisición de bienes inmuebles, la joven analista explica cómo es que, con el afán de señalar a Manuel Bartlett y a su familia de corrupción, el reportaje “se tejió al revés, de atrás para adelante”, seleccionado cuidadosamente los elementos que respaldan este relato y descartando pruebas que no lo hacen. No está de más extender la aclaración de la autora, en el sentido de que su texto no es una defensa a los Bartlett sino al periodismo de investigación y al derecho de todos a la información contrastada y de calidad.
En su texto El ataque a Bartlett el periodista Jorge Zepeda Patterson cuestionó también el reportaje de Proceso, mismo que fue replicado en otros medios. Para Zepeda, las acusaciones que hace la revista en el mejor de los casos carecen de sustento y, en lo que se refiere a la empresaria Julia Abdalá, pareja sentimental de Manuel Bartlett señalada de ser su prestanombres, considera que se trata de una infamia. Pero Zepeda va más allá, brindando una lectura clave en la coyuntura actual. Frente al cambio de gobierno, actores económicos cuyos intereses fueron dañados por la recuperación de la soberanía energética que ha buscado el gobierno de la 4T, anhelan una Comisión Federal de Electricidad (CFE) debilitada. En este sentido, qué mejor oportunidad, además de todo lo que dicen los medios sobre la CFE, que señalar de corrupción a su director. Considera Zepeda que “en realidad ese es el fondo” del tramposo reportaje.
Vincular a la familia Bartlett con la corrupción y de paso embarrar al Tren Maya —uno de los proyectos más importantes del gobierno de López Obrador— ha de ser demasiado tentador para los editores de Proceso como para no intentarlo. De hecho consideraron su reportaje una ‘investigación especial’. Uno pensaría que dicha denominación implica un rigor periodístico y un trabajo editorial impecables, pero en realidad no parece significar gran cosa. Además de los señalamientos de Romero y Zepeda sobre las supuestas pruebas de corrupción y del presunto uso de información privilegiada para provecho personal de Manuel Bartlett y su familia, agregaría desaseos y mentiras del reportero (¿o de su editor?).
Por ejemplo, argumenta Proceso que el Parque del Jaguar, creado por la SEDATU en Tulum, es “un plan turístico en beneficio de personas acaudaladas y no en favor del ecosistema local”, aseveración aparentemente sustentada con que lo habían dicho anteriormente en otro texto. Señala el reportero que los propietarios de ciertos predios en Tulum, incluida Julia Abdalá, tendrán “un acceso exclusivo al Parque del Jaguar, ubicado en las inmediaciones, con carritos de golf para recorrer la controvertida área natural protegida y la oportunidad de llegar directamente a la playa o a la zona arqueológica de Tulum”. Mientras que los carritos ‘de golf’ sí existen pues se busca desalentar el transporte contaminante al interior del parque, pueden ser usados por cualquier visitante. Pero el Parque del Jaguar no tiene ningún acceso exclusivo para nadie. Entiendo que el reportero radica en Quintana Roo, ¿le habrá dado flojera verificar en sitio el acceso sur o era demasiado tentador el disque dato para afianzar la narrativa? O, nuevamente, ¿se trata de un agregado editorial?
En el mismo número de Proceso aparece un reclamo que personalmente hice sobre otros artículos publicados sobre el Tren Maya. El director Jorge Carrasco Araizaga tuvo a bien publicar dicho reclamo como una carta y se lo agradezco. En su respuesta a la misma la reportera del trabajo en cuestión aceptó finalmente algo que negó insistentemente en redes sociales, y es que se equivocó en la lectura de documentos y mapas de la Reserva de la Biosfera Calakmul, lo que le llevó a denunciar que el hotel Tren Maya que construye la SEDENA estaba en una zona núcleo, lo cual hubiese sido muy grave pero nunca fue así, ni antes ni después del nuevo decreto de la reserva. No respondió sobre otros errores convenientes, como que la dirección de la reserva estaba ocultando la información de dicho hotel a la UNESCO por encontrarse en el bien patrimonio mixto cultural y natural de la humanidad. Sin embargo, aprovechó la edición de Proceso para publicar un refrito del texto original, ahora titulado Hotel de la Sedena en Calakmul, sacrificio en el corazón de la tierra maya, basado en gran medida en la opinión de un guía ciertamente preocupado por la integridad de los ecosistemas, pero también dirigente de la juventud priista de Calakmul, dato que, tratándose de adultos, pudo haber brindado a sus lectores, pero prefirió omitirlo.
Pareciera pues que el trabajo que solicita o recompensa el semanario Proceso es aquél que permite construir las narrativas deseadas, así sea a través de omisiones, trampas y mentiras. El desenlace del semanario es una verdadera pena y no sólo por sus lectores. Proceso ha despedido a grandes reporteros y corresponsales, y quienes quedan seguramente trabajan bajo todo tipo de presiones editoriales. La responsabilidad del devenir del otrora icónico semanario, sin embargo, es únicamente de los editores, de su director y sobre todo de los dueños. Como muchos han dicho, de saber lo que sus hijos hicieron con su legado, Julio Scherer García revolcaría en su tumba.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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