«Presidenta, por favor, déjeme ayudarla»: Kenia Hernández, activista encarcelada

13 enero, 2025

Familiares de la activista Kenia Hernández protestaron para exigir justicia por su libertad afuera de las instalaciones de la Fiscalía General de la República. Foto: Graciela López / Cuartoscuro

En octubre de 2020, el gobierno mexicano arrestó a la activista Kenia Hernández. ¿Su delito? Protestar, como lo hacen miles de personas en este país. Ahora, desde la cárcel, ella comparte su visión sobre la lucha por su libertad, luego de pasar cuatro años en prisión

Texto: Mario Bravo

Foto: Graciela López / Cuartoscuro

CIUDAD DE MÉXICO. – A finales de 2024, desde un teléfono público en esa prisión, la abogada y luchadora social Kenia Hernández me concedió una breve conversación. La charla también fue junto a otros compañeros y compañeras, entre quienes se encontraba la solidaria América del Valle.

Con actitud afable, como si estuviera en la cocina de su casa preparando una sopa, y no injustamente dentro de una cárcel, Kenia me dijo algo que no he podido olvidar —y no quiero hacerlo—: “Ustedes, los periodistas, luchan igual que quienes nos oponemos a las injusticias, solo que lo hacen con su pluma”. Y como pasa con esas frases que anidan en la psique y no te sueltan, que te siguen a donde vayas –incluso en sueños – al comenzar 2025 decidí hacerle llegar algunas preguntas cortas y puntuales. Desde la prisión, donde ella pide que Capufe acepte un acuerdo reparatorio, Kenia respondió a las interrogantes de este periodista.

Pero antes, recordemos su caso.

Encarcelamiento injusto

En octubre de 2020, esta mujer indígena fue encarcelada tras ser acusada de dos delitos: robo con violencia armada y, en el ámbito federal, ataques a las vías de comunicación en pandilla. Ahora lleva cuatro años en prisión. Esta es la versión oficial del aparato judicial mexicano, aunque, en realidad, ella participó en una acción colectiva que permitió el libre tránsito de automovilistas.

En otras palabras, junto a otros ciudadanos, liberó momentáneamente casetas de cobro, lo que generó un perjuicio económico tanto a Caminos y Puentes Federales de Ingresos y Servicios Conexos (Capufe), organismo público del gobierno mexicano, como a la empresa privada Autovías Concesionadas Mexiquenses.

Desde la cárcel, Kenia Hernández observa el paso de las estaciones del año. Ella tiene 35 años y es madre de dos hijos: uno de 7 años y otro de 12. A pesar de su encarcelamiento en el penal de Nezahualcóyotl Sur, sigue buscando el bienestar de sus hijos. La activista amuzga confecciona huaraches y otros productos artesanales, que vende para obtener ingresos y así sostener materialmente a su familia.

Eterno amor por la justicia

“¿Cómo podríamos llegar a la opinión pública sin el periodismo? ¿Cómo podríamos hacer que una verdad sea pública sin ustedes? Es cierto que ahora tenemos el apoyo de las redes sociales, pero solo el periodismo comprometido logra que la verdad llegue a todos los rincones del país y del planeta. Una vez logrado eso, es mucho más fácil hacer justicia, porque los poderosos, digan lo que digan, siempre temen a la opinión pública”, expresa Kenia Hernández al reflexionar sobre el papel que el periodismo debe y puede jugar frente a las injusticias en América Latina.

A mi entender, una tarea fundamental del periodismo no debe pasar necesariamente por hacer militancia, sino por narrar historias sin olvidar los hilitos de relatos y las hebras de biografías que los discursos hegemónicos jurídicos, mediáticos, políticos y económicos insisten en desechar o borrar. Por ejemplo, en el caso de Kenia Hernández, públicamente solo se suele mostrar su figura como la de una supuesta delincuente o, desde el ala de quienes resisten a las injusticias, como una víctima. Pero ella no puede ser únicamente una reclusa con un número asignado, una mujer que padece la cárcel, una fotografía en un afiche.

Ella ha sido, es y será algo más: historias, recuerdos, palabras, personas, amores, referencias. Astillas de otros tiempos, de otras circunstancias y geografías construyeron la manera de ser, estar, pensar y hacer de esta indígena que, desde prisión, solicita respetuosamente que la primera mujer presidenta de México revise su injusta privación de la libertad. Para reconstruir algo de la biografía de Kenia Hernández, más allá de verla como supuesta delincuente o mera víctima, sino como un ser humano, le pregunto cuáles han sido sus ejemplos de vida que le han permitido encarnar la palabra resistencia y la potente noción de rebeldía.

Sobre la resistencia

“Mi padre siempre me recordó que había niñas y niños en las calles, durmiendo sin un bocado de pan. Me enseñó que era necesario ponerse en su lugar y hacer algo por ellos. Me enseñó a caminar descalza porque algún día tendría que hacerlo si quería sobrevivir en la transformación del mundo. También me enseñó el valor de la justicia por encima de todo, así como de ser una mujer cabal y digna de palabra, porque eso es lo único que nadie podría arrancarme jamás. Me enseñó a cuidar el planeta y ser autosustentable. Mi papá, aun siendo dentista, cada año sembraba el maíz que consumíamos en la familia, y yo me iba con él. En cada semilla sembrada, sentía el amor que él sentía por la tierra. Crecí con eso.

«También me inculcó el amor hacia los libros, los números, lo correcto y hacia Dios. Cuando había una disputa familiar, siempre lo llamaban a él para dirimirla, y yo lo acompañaba. Supongo que así se avivó en mí el eterno amor por la impartición de justicia».

El orgullo de ser mujer

—¿De dónde viene su necesidad casi vital de ser rebelde?

—Mi abuela materna, en una época en la que no era bien visto que las mujeres trabajaran, lo hizo para sacar adelante a sus seis hijos. No se quedó en casa soportando la violencia de su esposo: se rebeló y nunca más permitió que le pusiera una mano encima, aunque eso supusiera trabajar 16 horas diarias como comerciante de frutas y verduras. En un tiempo, vivió con nosotros, y cada noche la veía llegar cansada. Pero, al sentarse en su silla mientras esperaba la cena, emitía discursos contra el machismo, transmitiéndome el orgullo de ser mujer. Mi abuela fue una mujer fuerte, muy inteligente, cabal y digna, que cuando mi abuelo tuvo que desplazarse por problemas personales relacionados con sus malos hábitos, ella no lo siguió. Se quedó a salvo, siguiendo sus ideales y no el machismo.

Valor y sacrificios

—¿Por qué seguir luchando, a pesar de que eso traiga cárcel, distanciamiento de los seres queridos y dificultades?

—Porque si nos detuviéramos pensando en la cárcel, la muerte o el exilio, ¿acaso lograríamos algo? ¿Qué habría logrado Zapata si no hubiese arriesgado su vida? ¿Qué habrían logrado las Adelitas si no se hubieran puesto las carrilleras? ¿Qué habría sido de Gandhi si no hubiera puesto su cuerpo en cada huelga de hambre? ¿Qué enseñanza habría transmitido Jesucristo si hubiera temido las represalias de los fariseos? Hace falta valor y sacrificios, sí, pero son enteramente necesarios si queremos un mejor México y un mejor mundo.

Heridas de lucha

—¿Qué significa para usted ser mujer indígena en el México actual?

—Ser mujer indígena significa que trabajamos seis horas diarias en nuestros textiles y tejidos para ganar 30 pesos al día o 900 al mes, según una investigación de la FAO, en la que yo misma participé realizando una encuesta a 80 familias amuzgas y mixtecas. Significa que, aunque estamos medianamente a salvo del crimen organizado gracias a nuestros procesos comunitarios, todavía tenemos miedo de que llegue el marido borracho y nos golpee. Significa que, cuando alguna de nosotras se atreve a levantarse para formar parte de los procesos de justicia comunitaria, hay hombres que dicen: “¡No seguiré enaguas!”

“También significa que, cuando exigimos que hombres y mujeres tomen decisiones y coordinen por igual en las asambleas comunitarias, nos tildan de rebeldes y eso provoca ganarnos enemigos sistémicos de por vida. Significa que la bigamia está bien vista en el hombre, pero cuando una de nosotras se cansa y decide emanciparse, entonces está mal (sí, también viví esto). Significa que, como impartidora de justicia en comunidades indígenas, te enfrentas a historias desgarradoras de mujeres vendidas por sus padres para una boda, y para confrontar eso debemos armarnos de valor. Ahí, incluso necesitamos el apoyo de hombres solidarios para librar una lucha histórica y antisistémica.

“Además, ser mujer indígena significa que, si estudias leyes y haces valer esos derechos, todo el sistema se vuelve en tu contra por ir demasiado adelante. Y, peor aún, si organizamos a otras para defender esos derechos y luchar por la libertad y la tierra, y logramos que nos sigan no solo mujeres sino también hombres, el machismo, el patriarcado y el capitalismo se unen para dejar claro que ellos son los que mandan. Esto lo he vivido durante los últimos cinco años: un año de persecución política y cuatro de injusto encierro”.

Tres palabras

Joan Manuel Serrat, al cantar un poema de Miguel Hernández, dijo alegre e impetuosamente al mundo:

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Le pido a Kenia Hernández que defina esa palabra tan anhelada por ella: la libertad.

—Es la mayor gloria que tenemos en vida, gracias a la cual podemos decidir qué hacer y qué no hacer, con quién estar y con quién no. Hay que saberla dirigir hacia el bien propio, pero, sobre todo, hacia el bien común.

—¿Y el amor?

—El amor es la más grande de las virtudes humanas, la que nos impulsa a hacer el bien.

—¿Y cómo define la injusticia?

—Para mí, la injusticia es aquello que ocurre cuando solo se anteponen los intereses de unos pocos, ignorando los de todos. Es lo que sucede a diario cuando el poder se impone sobre el amor.

“Déjeme ayudarla…”

—Finalmente, ¿qué mensaje quisiera enviarle a la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum Pardo?

—Señora presidenta: ha dicho usted que este es el año de la mujer indígena. Por favor, haga un trabajo real con nosotras y déjeme ayudarla. Hay mucho por hacer en nuestras comunidades. Nosotras sabemos lo que necesitamos porque nacimos y crecimos ahí. Si nos toma en cuenta, no será solo discurso, sino acción práctica. Y al decir esto espero no estar sembrando en el mar ni predicando en el desierto.

Al escuchar las palabras de Kenia Hernández, compartidas desde el penal Nezahualcóyotl Sur, resuena el legado del poeta español Miguel Hernández, quien en el final de El herido afirmó con tierna confianza en el futuro:

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

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