Poza Rica, la apuesta perdida por el oro negro

11 septiembre, 2016

El proyecto ATG, una de las planificaciones de extracción petrolera más ambiciosas de la historia reciente mexicana, se fue –literalmente- al pozo con los precios del crudo. Lejos de la abundancia prometida, Poza Rica quedó hundida en una aguda crisis económica y de seguridad. En 2015, 1 de cada 10 pozarricenses se sumó a las filas del desempleo.
Este es un retrato de la ciudad que iba a ser la joya de la corona de las reformas estructurales y, en cambio, hoy es una ciudad abandonada por todos

Texto: José Ignacio De Alba. 

Fotos: Edgar Escamilla

POZA RICA, VERACUZ. – ¿Si ya no se dedican al petróleo a qué se van a dedicar?

– A sobrevivir– dice Lorenzo, parco, mientras maneja un Tsuru prestado.

El año pasado fue despedido por una empresa que daba mantenimiento a instalaciones petroleras y ahora maneja el taxi mientras suda copioso. El ventilador instalado en el tablero arroja aire caliente; el hombre conduce en un tráfico provocado por otros taxistas que hacen paradas y tocan el claxon, en una estridencia de motores y pitidos. La aglomeración de coches le da a la ciudad una falsa sensación de dinamismo.

Como Lorenzo, muchos empleados petroleros han dejado la bonanza para convertirse en choferes de taxi después de sus despidos (hace cuatro años había 2, 500 taxis registrados en el municipio; hoy son 4 mil). En esta región petrolera ha habido 600 despidos anticipados en los últimos dos años, según confirmó, en julio pasado, el secretario de la Sección 30 del sindicato petrolero, Sergio Lorenzo Quiroz. (También advirtió que los despidos seguirán: “hemos tenido muchas jubilaciones, esa es una excelente estrategia que ha manejado el comité ejecutivo nacional”).

Ante la depresión económica, las casas de empeño encontraron un fértil negocio. Los estantes están llenos de objetos hipotecados que no pudieron ser recuperados por sus dueños. En Caja Libertad puede verse a la venta un anillo de oro grabado con una torre petrolera. Es el escudo de Poza Rica –la meca de la industria que sostuvo al país durante casi 80 años- a un módico precio.

Lenin Serrano Ventura empezó a trabajar para Pemex cuando tenía 15 años, como aprendiz. Dejó la secundaria para ponerse a lavar las camionetas de sus jefes, a hacer zanjas con pico y pala, a ir por los cigarros de cualquier mandamás. Después heredó la plaza de su padre y cambió los chilaquiles envueltos en hojas de plátano que le preparaba su madre por las cantinas. Asegura que aprendió “a la antigua”.

Ser petrolero en Poza Rica era algo más que cuestión de salario. Lenin lo entendió una noche que iba al cine con su padre y vieron en su camino una bimba apagada (las bimbas son unas bombas de varilla usadas para la extracción). Su padre paró la camioneta y se puso a reparar la bimba descompuesta. No importaba que estuviera fuera de horario laboral, no importaba que no estuviera en su “área de responsabilidad”. Esa noche, cuenta el petrolero, no llegaron al cine porque echaron a andar el pozo. “Le teníamos amor a Pemex, le teníamos amor a la camiseta… no como ahora”, dice.

Luego todo cambió. La crisis económica lo puso en la lista negra del desempleo y, si lo despiden -cuando faltan cinco años para su jubilación- Pemex se ahorrará pagarle la pensión completa. Después de 25 años en la empresa, comenzó a estudiar derecho.

– ¿Por qué abogado?

– Para demandar a Pemex.

El esplendor

Poza Rica es petrolera por antonomasia. Los totonacas habitaron estas tierras cuando eran una selva inexpugnable donde el petróleo salía a la superficie formando charcos de chapopote. Lo usaban para prender antorchas y como dentífrico. A principios del siglo XX, Oil Fields Mexico Company explotó formalmente los primeros yacimientos en Coatzintla; en esos años se tendió la vía angosta del ferrocarril Cobos Furberbo para enlazar el campamento de Palma Sola con Tuxpan y finalmente, en 1930, la compañía inglesa El Águila (subsidiaria de Royal Dutch Shell), que había comprado Oil Fields, descubrió el pozo (que llamó Poza Rica 2) y mudó el campamento de Palma Sola para este lugar.

Puesto el pozo, se fundó la ciudad. “El lugar se brincó fases, pasó de campamento a ciudad”, dice Mario Román, un economista que se ha dedicado años a reconstruir la historia de la región.

Llegaron las primeras compañías, las primeras casas californianas, la fábrica de hielo, el rugby, y gente de todo el país. También llegaron muchos bandidos en busca de un refugio inhóspito y aventureros en busca de fortuna. Las víboras, el paludismo y las formas de extracción rudimentarias convirtieron el trabajo de los petroleros en un verdadero peligro. Las cantinas y la zona roja de Poza Rica crecieron con esplendor.

La ciudad quedó dividida: de un lado del “puente Laredo” quedaron las casas de los forasteros; del otro, los obreros mexicanos. Las diferencias eran abismales. Del lado mexicano, las escuelas estaban entre zacatales, el acceso al agua potable era escaso y las familias vivían hacinadas en cuchitriles. Del otro lado, las construcciones eran modernas, tenían electricidad y jardines en vez de selva. La seguridad social no existía. Cuando un petrolero quedaba incapacitado por el trabajo o por enfermedades tropicales -cuenta Román- sobrevivía gracias a la solidaridad de otros trabajadores.

Por eso, cuando la noche del 18 de marzo de 1938 en la radio nacional, el presidente Lázaro Cárdenas habló sobre el conflicto entre las empresas petroleras y los trabajadores, el único radio que había en Poza Rica fue llevado al centro de la ciudad para que la gente escuchara el mensaje:

“Se ha dicho hasta el cansancio que la industria petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y desarrollo. Esta afirmación es exagerada. Las compañías petroleras han gozado durante muchos años, los más de su existencia, de grandes privilegios para su desarrollo y expansión”, dijo Cárdenas al anunciar, “por causa de utilidad pública”, la expropiación petrolera.

La gente festejó esa noche con sombrerazos y disparos al aire. “La expropiación petrolera marcó la cúspide del radicalismo cardenista e incluso del nacionalismo derivado de la Revolución de 1910”, dice en la Nueva Historia General de México el historiador mexicano Luis Aboites.

A Poza Rica le cambió la cara. En los años siguientes, los salarios y las condiciones laborales de los petroleros aumentaron al punto que los trabajadores de Petróleos Mexicanos fueron bautizados como la “aristocracia obrera”.

En la ciudad bronca empezó el arraigo de las familias. Se “amansó”, dice Mario Román, quien ilustra la vida anterior a la expropiación con una anécdota: al primer cine de la ciudad los petroleros entraban a las salas con el revolver fajado en el pantalón. Cuando uno de ellos, que por primera vez en su vida asistía a una función, vio que Pedro Infante iba a ser asesinado por la espalda, brincó de la butaca y exclamó: “¡Por la espalda no cabrón!”. Luego sacó su pistola y atinó sus disparos en la pantalla… Los agujeros de los balazos aún se conservan en el segundo piso de la farmacia Paris de la colonia Petromex.

Poza Rica está en el Paleocanal de Chicontepec, que “representa aproximadamente un 40 por ciento de las reservas petroleras de México”, dice Pemex en su página de internet. Entre 1948 y 1956, la región produjo 70 por ciento de todo el crudo extraído en el país.

Desde la nacionalización de la industria petrolera la región tuvo un repunte en sus actividades comerciales, se abrieron una refinería y el Complejo Petroquímico Escolín. Era la vanguardia, la matriz de los grandes cuadros técnicos de la industria energética nacional. Tanto daba la ciudad que hasta el equipo de beisbol (los petroleros de Poza Rica, propiedad del sindicato) se coronó campeón de la liga mexicana en 1959.

“Mucho del desarrollo que tuvieron otras regiones se debe a la riqueza generada por Poza Rica. Para construir algún puerto moderno, como Lázaro Cárdenas; para poner una hidroeléctrica en Chiapas; para hacer una carretera que uniera a Hermosillo u hospitales en Puebla… Poza Rica aportó mucho dinero a la federación”, insiste Román, maestro universitario, y ex petrolero.

Pero el sueño se acabó con la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la presidencia, en 1988. La privatización de empresas estatales y la firma del Tratado de Libre comercio con Estados Unidos y Canadá, abrieron el mercado mexicano al exterior. Desde entonces, algunas empresas extranjeras ya le echaban el ojo al petróleo mexicano, aunque la espera duró varios años más.

En Poza Rica empezaban los primeros despidos de trabajadores del Complejo Petroquímico Escolín. El chauvinismo petrolero se convertiría en nostalgia veinte años después.

El tesoro que no llegó

El proyecto que llevaría a Poza Rica a una nueva edad dorada duró apenas 5 años.

La historia de la caída empezó en 2008, cuando Pemex anunció que la compañía iba a aumentar la perforación de pozos en el norte de Veracruz: 20 mil en los siguientes 20 años. El boyante precio del petróleo rondaba los 150 dólares por barril. Así que se proyectó la extracción de hasta 850 mil barriles diarios, es decir, 33 veces más de lo que ya se extraía.

Los pozarricenses se entusiasmaron: pidieron préstamos, invirtieron y esperaron la llegada de una muchedumbre que iba a sacar el dichoso tesoro. El proyecto dejó de llamarse Paleocanal de Chicontepec para convertirse en ATP (Aceite Terciario del Golfo).

Varias empresas –la mayoría con capital extranjero- llegaron a instalarse. Las texanas Backer Hughes y Weatherford, la franco-germana Dowell Schlumberger, la mexicana ICA y hasta Alsa, de Emiratos Àrabes. Necesitaron de calles pavimentadas y amplias, de casas para los empleados, restaurantes, iglesias, prostíbulos. El derroche llegaría junto con el crudo. Qué no iba a tener Poza Rica.

María del Pilar Rosales Moreno, presidenta de la Asociación de Hoteles y Moteles en Poza Rica, cuenta que antes de la llegada del proyecto ATG había 16 hoteles en Poza Rica, y que luego del anuncio de la explotación a gran escala los hoteleros se animaron a construir el doble.

La aprobación de la reforma energética, en 2013, fue la consumación de un proyecto incubado durante cuatro sexenios. El gobierno de Enrique Peña Nieto logró lo que no habían logrado sus predecesores. La controvertida reforma anuló la tutela del estado sobre Pemex y con ello se concretó la “desmexicanización” del petróleo (que aquí en Poza Rica ya había empezado). La empresa que aportaba casi el 40 por ciento al ingreso del sector público; se dedicaría a dividir ganancias en la extracción.

Pero la joya del sexenio también perdió con la caída del precio del petróleo. La crisis económica mundial, que paradójicamente, había comenzado en 2008 (cuando Pemex anunció el aumento de las perforaciones en el norte de Veracruz), tuvo efectos devastadores en esta región. En ocho años el precio del barril de petróleo cayó de 150 a 40 dólares. Sólo en 2015, Pemex perdió 40 mil millones de dólares.

“Ningún huracán ha afectado tanto a la economía como esto”, dice Heberto Baños, ex presidente regional de la Cámara Nacional del Comercio (Canaco).

“El aceite terciario del Golfo no estaba dando lo que Pemex proyectó, estaba dando un 40 por ciento abajo de las expectativas”, explica, por su parte, el diputado federal Leonardo Amador.

La especulación, el endeudamiento, y los pocos márgenes de ganancia hicieron el resto. El municipio se aletargó.

La línea aérea Interjet hizo un vuelo de prueba de Houston a Poza Rica para establecer la ruta, pero iniciada la crisis nunca volvió. Aeromexico eliminó su vuelo a la Ciudad de México. La carretera México-Tuxpan -que tardó más de veinte años en ser terminada y finalmente se inauguró en 2014- puso a Poza Rica a 4 horas de la capital del país. Pero ya de poco servía: sacar petróleo de la zona norte de Veracruz es costoso, se requiere hasta cuatro veces más inversión que en Campeche o Tabasco. Así que cuando por fin llegaron las primeras subastas para que empresas extrajeran crudo, la región había perdido el atractivo.

El abandono

Unos 50 hombres sentados en la banqueta esperan afuera de la sección 30 del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM). Fuman, platican, estiran las piernas, bostezan, se duermen, comen casi por ocio.

Al día se lo llevan las horas muertas, los hombres esperan a algún dirigente de la sección para pedirle un trabajo (a ellos o para algún hijo). Esperan el favor porque las cosas están mal. Porque en 2016 la “aristocracia obrera” está en desuso.

El proyecto ATG fue abandonado por el gobierno federal. Eso, y el desinterés del sector privado por extraer el petróleo en tiempos de crisis han dejado a Poza Rica en un estado casi agónico. Los comercios cerrados en avenidas principales o zonas céntricas se cuentan por cientos. Los letreros de “se renta” y “se vende” deslavados ornamentan una ciudad con apariencia de olvido.

El Complejo Petroquímico Escolín (que empezó los despidos desde la era de Salinas de Gortari) finalmente cerró en 2013. Ahora sólo queda la refinería, de la que también se ha empezado a despedir gente.

La sección 30 del Sindicato de Petroleros tiene un mural hecho por el artista veracruzano Teodoro Cano; la historia de Poza Rica, la lucha por los derechos, la expropiación, la riqueza, la igualdad, la justicia. El obrero como motor del progreso es lo que se ve en el mural.

Aquí se venden las plazas, se heredan. El lugar tiene sus propios códigos. El edificio está lleno de estatuas, de bustos, de cientos de nombres inscritos en letras doradas de gente que sirvió a esta gran logia, a esta sección, el déjà vu del corporativismo. El masón mayor no está, se fue a su otro palacio: al palacio municipal. Porque Sergio Lorenzo Quiroz es dirigente sindical y alcalde desde enero de 2014. Amo y señor de Poza Rica.

El líder lleva 20 años al frente de la sección. Ha sido diputado local y federal por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) La gente aquí lo relaciona con grupos criminales. Dicen que apoyó la candidatura a una diputación local de Patricia Berlín, cuñada de Pancho Colorado – un empresario dedicado a lavar dinero para los Zetas, ahora encarcelado en Texas-. Que Quiroz también dirige el robo de gasolina en la región.

La justicia mexicana no ha encontrado elementos para investigarlo, aunque el pasado 12 de agosto su chofer fue asesinado y la Fiscalía General del Estado dijo que el ejecutado estaba vinculado con el crimen organizado.

“Con una vez que seas secretario general tienes para vivir toda tu vida. Tú y tus hijos. Ahora ¿te imaginas 20 años en el poder?”, pregunta un viejo petrolero, que pide el anonimato. “Su hijo es dueño de compañías. Sergio, con prestanombres, tiene una compañía de transportes. Le trabajan a Pemex, son los que transportan al personal”.

En mayo de este año Poza Rica tuvo más homicidios que muertes por cáncer. Algo que nunca había ocurrido en el municipio. El lugar forma parte de una de las zonas que más han sido lastimadas por el crimen organizado. La ciudad estuvo bajo el control de Los Zetas pero ahora, se dice, “hay una limpia”.

¿Qué sigue?

Poza Rica huele a huevo. Las bombas petroleras repartidas en la ciudad expelen olores azufrados. Los empresarios pozarricenses dicen que lo que queda ahora es cambiar el eje de la economía, que su verdadero capital -siempre lo ha sido- la calidez de su gente. Que los hoteles ya están. Que los turistas pueden llegar a dormir e irse por las mañanas a la playa que está a menos de una hora en coche. Que vengan porque estamos desesperados, los estamos esperando.

Alfredo Cervantes de la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados (Canirac) dice que Poza Rica tiene comida de todos los tipos: china, italiana, francesa, árabe, que la gente de la capital que se entere que hay estas delicias va a llegar en desbandada.

La realidad es que la ciudad se volvió un matadero. El jolgorio terminó de perder a Poza Rica, primero el dinero le quitó el combustible a la llama y luego los asaltos, secuestros y asesinatos apagaron el fuego. La futura ciudad turística por las noches parece sofocada. Sin gente, las noches son para que canten las chicharras.

Las empresas trasnacionales iniciaron la búsqueda de tesoros menos sensibleros que los de los empresarios locales. Dejaron Poza Rica. La Backer Hughes, Weatherford, Fyresa, Alsa, Dowell Schlumberger de México, ICA Flúor, SaniRent y hasta la Subdirección de Producción Región Norte de Pemex. Todas se fueron. Los despidos injustificados aumentaron 20 por ciento y en 2015 más de 20 mil personas quedaron sin empleo.

Una investigación realizada por la organización no gubernamental PODER revela que 6 de los últimos 10 directores de Pemex trabajan y/o asesoran a multinacionales o fondos de inversión dedicados al sector energético.

“En el contexto de la apertura del mercado energético esto entraña un gran peligro, ya que un grupo de exfuncionarios de alto nivel puede usar su conocimiento para beneficio propio y de las empresas que dirige”, dice la investigación.

Hoy, los empleados que estuvieron en las plataformas ahora se dedican, con suerte, a manejar un taxi.

En medio del desastre, Mario Román recuerda una historia de bien puede resumir el trágico fin de Poza Rica (y del país): El 19 de marzo de 1938, un día después de que se anunció la expropiación petrolera, los trabajadores fueron a tomar las instalaciones de las empresas extranjeras: “Tenemos que pedirle que desaloje las instalaciones y que nos entregue las llaves porque ahora nosotros nos vamos a hacer cargo”, le dijeron a uno de los encargados, de origen estadunidense.

El hombre de traje se rehusó a entregar las llaves a los trabajadores mexicanos, pero se las dio a un empleado que era bilingüe. Antes le advirtió: “que me las cuiden muy bien, porque voy a regresar”.


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“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).

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