Si se habla de frentes opositores, habría que revisar la trayectoria y los discursos de Muñoz Ledo durante los años que permitieron a México transitar del régimen de partido único a la pluralidad democrática
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Era 1999, y se respiraba en la política mexicana un ambiente de efervescencia propio de los años previos a la elección presidencial. Un sábado, a mediados de septiembre, llamé a Porfirio Muñoz Ledo para preguntarle sobre las negociaciones que entonces él encabezaba para conformar un frente opositor que acabara con la hegemonía del PRI.
Encontré ocupado a Muñoz Ledo, en una reunión en Zacatecas convocada por el entonces gobernador Ricardo Monreal. Sin embargo, a Porfirio le entusiasmó el tema de la entrevista, y accedió a conversar largos minutos sobre la idea de conformar una gran alianza para derrotar al PRI en los comicios del 2 de julio de 2000.
No sólo habló él, sino que me puso al teléfono a Vicente Fox, entonces gobernador de Guanajuato, a quien ya había convencido de la necesidad de crear ese frente amplio. Y también me comunicó con el gobernador Monreal -otro entusiasta de la alianza opositora- y con Amalia García, recién llegada a la presidencia nacional perredista, que con muchas más reservas también comentó el tema, pues Porfirio insistió en que era importante que el periódico Reforma registrara su opinión al respecto.
Así era Muñoz Ledo: impetuoso, ególatra, reformista, ambicioso. Un político de ideas, pero también de acción. Para Porfirio siempre era una “hora crítica de la República”; por eso su urgencia ante todos y ante todo.
A finales de aquel 1999, fracasó la alianza opositora, sobre todo por la negativa de Cuauhtémoc Cárdenas, quien se empeñó en ser candidato presidencial por tercera vez, y de Andrés Manuel López Obrador, que acababa de concluir su periodo como dirigente nacional del PRD y se perfilaba para ser candidato a jefe de Gobierno en el Distrito Federal.
Porfirio se quedó sin nada; rompió con el PRD, aceptó ser candidato presidencial del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y terminó declinando por el panista Vicente Fox unas semanas antes de los comicios del 2 de julio, en uno de los virajes que la izquierda tardó muchos años en perdonarle.
Muñoz Ledo pensaba que los grandes fines justificaban los medios; en este caso, sacar al PRI de Los Pinos, e intentar una reforma del Estado mexicano a partir de un paso indispensable: la alternancia.
En eso se equivocó: Fox terminó traicionando la democracia que lo llevó al poder, ignoró los intentos de Muñoz Ledo por impulsar una reforma del Estado a fondo, lo mandó a una embajada y terminó secuestrado por el PRI y Elba Esther Gordillo en reformas cortoplacistas que le garantizaran cierta gobernabilidad.
Muñoz Ledo renunció al foxismo en 2003 y, en 2005, pagó su “derecho” a regresar a la izquierda con un largo abucheo durante la manifestación ciudadana en contra del desafuero de López Obrador.
El de 1999 no era el primer intento de Muñoz Ledo por crear un frente opositor.
Más de diez años antes, junto con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez, creó la corriente crítica del PRI que terminó rompiendo con el régimen y con el presidente Miguel de la Madrid, para crear en 1988 el Frente Democrático Nacional, una coalición de partidos y fuerzas que buscaron la alternancia desde la izquierda y se toparon con un fraude electoral que llevó a Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia.
A partir de ahí, Muñoz Ledo se convirtió en fundador de instituciones y un incansable reformista: impulsó la reforma política con la que se creó el Instituto Federal Electoral, en 1990; empujó la reforma política emergente que hizo posible la elección de 1994 en medio del levantamiento zapatista y la consternación por el asesinato de Luis Donaldo Colosio; planteó, negoció y ejecutó la reforma de 1996, que ciudadanizó y otorgó autonomía plena al IFE y permitió la reforma política del Distrito Federal y, en 1997, tras las elecciones en las que el PRI perdió ro primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, creó el G-4 con el PAN, el PRD, el PT y el PVEM para arrebatarle el control del Legislativo al partido en el gobierno e impulsar desde ahí una serie de reformas que consolidaron la transición.
Si se habla de frentes opositores, habría que revisar la trayectoria y los discursos de Muñoz Ledo durante los años que permitieron a México transitar del régimen de partido único a la pluralidad democrática (1988-2018).
Por eso, en 2018 -tras el triunfo de Morena en las elecciones presidenciales y legislativas- fue mucho más relevante, para él, la ceremonia del 1º de septiembre, que la del 1º de diciembre.
Aquel primer día de septiembre, cuando se instaló la LXIV Legislatura, Porfirio volvió a decir que se trataba de la “hora cero de la República”, pues el reloj de la política marcaba el cierre de varios ciclos: uno de 30 años, desde las elecciones de 1988 y la creación del Frente Democrático Nacional; uno de 21 años, desde el triunfo de Cárdenas en el DF en las elecciones de 1997 y el arribo de la primera legislatura sin mayoría priista, y uno de 18 años desde la primera alternancia que protagonizó Fox en el año 2000.
Muñoz Ledo, presidente del Congreso, pidió a la mayoría morenista, en aquella ceremonia, estar a la altura de la historia: “Hemos trascendido una época electoral, estamos en la hora de la reconstrucción nacional, no en la de una democracia colérica. Vivimos hoy la refundación de la República; el pueblo de México nos ha otorgado a todos sus representantes el mismo mandato, aunque en funciones diferentes: la cuarta transformación del país”.
Protagonista de su propio relato, Muñoz Ledo selló aquel mensaje con una frase de esas que pronunciaba para poder leerlas al día siguiente en las páginas de los diarios: “Ésta es la hora cero de la nueva República; somos depositarios de los más profundos anhelos del pueblo mexicano. No lo defraudemos».
Ni Morena, ni López Obrador lo escucharon y, como suele ocurrir con los genios incomprendidos, Muñoz Ledo fue desechado por la mayoría colérica que, en 2020 le impidió ser presidente del partido guinda -para colocar ahí a Mario Delgado- y que, en 2020, le bloqueó la posibilidad de reelegirse como diputado.
Morena se dio el lujo de perder al mejor tribuno que ha tenido el Congreso mexicano y, en cambio, le otorgó la coordinación de su bancada a un ex priista amigo del “Góber precioso”.
Y, en sus últimos días, a Porfirio se le juzgó más por la estridencia de su crítica al presidente, que por su larga trayectoria e importantes aportes a la construcción de la democracia.
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Justo el día en que los dirigentes del PRI, PAN y PRD acudieron al Instituto Nacional Electoral a registrar su Frente Amplio por México, la familia de Porfirio Muñoz Ledo anunció la muerte del octogenario político.
Tras su muerte, el lamento de la clase política fue casi unánime, e inevitables las comparaciones: cómo se va a echar de menos a Muñoz Ledo, cuánta falta hará su voz en ésta, que nuevamente es una “hora crítica” de la República.
En Morena dirán que no lo extrañan, pues fue uno de los que se atrevió a discrepar de los fines y métodos del presidente; incluso, su baja estatura hará que los voceros del oficialismo aprovechen para defenestrarlo y cuestionar su legado.
Cuánta falta les hará un político de su talla y sus ideas, sobre todo cuando se decidan -si es que lo hacen- a comenzar a pensar en un país post López Obrador y en las necesarias reformas que deberían plantearse después de las elecciones de 2024.
Pero quizás se le extrañará más en la oposición, cuyo frente amplio luce cada vez más angosto y extraviado.
Se le echará tanto de menos, como se echa de menos la brújula y los grandes fines en ese llamado Frente Amplio por México, que ayer se presentó ante el INE con mucho pragmatismo (hay que derrotar al lopezobradorismo), pero con muy poca sustancia (y después de la llamada “cuarta transformación”, ¿qué?).
Más allá de la calidad política o moral de los dirigentes del PAN, PRI y PRD, y de los argumentos para unir tres logotipos que durante tres décadas se confrontaron en una transición tripartidista con amplios déficits para la ciudadanía, un dato inquieta en la construcción de ese frente: la existencia de más de 30 aspirantes a la candidatura presidencial.
Al frente le sobran los arribistas que buscan un reintegro (una pluri, por ejemplo), y le faltan los motivos democráticos.
Cuando se dieron a conocer las reglas para elegir al “responsable de la construcción del Frente Amplio por México” (eufemismo para no hablar de candidatura presidencial de la coalición Va por México), lo más llamativo fue la declinación de personajes como Germán Martínez, Lilly Téllez, Mauricio Vila o José Ángel Gurría. Al final, fueron 11 políticos de larga trayectoria que decidieron no participar.
Después, la atención la concentró Xóchitl Gálvez, quien, con su perfil, su audacia y su frescura vino a reanimar a la oposición y a los votantes antilopezobradoristas.
Pero ahora lo que más llama la atención del frente es la inscripción de 33 personas que un día decidieron que quieren ser presidentes; entre los que figuran personajes impresentables como el ex gobernador panista de Tamaulipas, Francisco Javier Cabeza de Vaca, quien ni siquiera pudo acudir personalmente al registro por miedo a ser detenido por sus cuentas pendientes con la justicia.
Rafael Acosta, alias “Juanito”, quien llega al proceso de la mano del ex gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, ambos en busca de una resurrección política que sólo ellos creen merecer.
O Gabriel Quadri, quien dice que “le da igual” que el INE lo mantenga en la lista de personas sancionadas por violencia política de género hasta enero de 2025 y que, en lugar de aceptar un posible error, se jacta de haber “defendido a las mujeres y los niños frente a la ideología transgénero”.
En la enorme lista de aspirantes, figuran políticos de peso y a quienes habría que tomar en serio, como Santiago Creel, Xóchitl Gálvez, Enrique de la Madrid, Beatriz Paredes, e incluso el ex jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera.
Políticos que buscan reciclarse, como los ya mencionados (Quadri, Aureoles, Cabeza de Vaca o Juanito), a los que se suman el ex senador colimense Jorge Luis Preciado y el ex gobernador de Querétaro Ignacio Loyola Vera.
Ciudadanos con una causa que probablemente quieren visibilizar aprovechando el proceso de la oposición, como el abogado Israel Rivas Bastidas, activista que demanda el abasto de medicinas para niños con cáncer.
Y una larguísima lista de desconocidos, probablemente bienintencionados, pero claramente desprovistos de oportunidad, que hacen que parezca poco seria la contienda en la oposición: Víctor Hugo Gutiérrez Yáñez, Sergio Ibán Torres Bravo, Ricardo Urbano Barrón, José Enríquez González, Jaime Duarte Martínez, José Jaime Enríquez Félix, Mario Facundo Palacios, Adrianha Rangel Flores, Felipe de Jesús Puch Díaz, Adriana Delabre López, David Trejo García, Pablo Eduardo Ortiz Padilla, Miguel Alemán Vázquez, Ricardo Jonathan López Morales, Humberto Vega Villacaña, Juan José Alonso Beltrán, Enrique Gutiérrez Badillo, Ana Laura Burgos, Edgardo García Salgado, Francisco Juárez Piña y César Augusto Reyes Ortega.
¡Venga el cotorreo! Más que proceso interno, parece la hora del aficionado.
Lo dicho: cómo se extrañará a Porfirio Muñoz Ledo.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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