21 junio, 2021
La campaña federal sobre prevención de adicciones estigmatiza en lugar de informar, pues refuerza estereotipos y prejuicios sobre las drogas y las personas usuarias. Además de centrarse en los daños que causan sin ofrecer herramientas orientadas a la gestión del consumo
Por Monserrat Angulo*
En México la política de drogas actual se enfoca en reducir la oferta y la demanda de las mismas. La primera tiene el objetivo de erradicar cualquier actividad relacionada con la producción, tráfico y distribución, así como disminuir la presencia del crimen organizado. Mientras que la segunda busca reducir el consumo de cualquier droga ilegal. Este abordaje no ha cambiado significativamente en los últimos sexenios, así lo hemos observado en el discurso público y en las acciones gubernamentales.
Sobre la oferta, durante el sexenio de Calderón, el enfoque de guerra tuvo gran relevancia, declarando el combate frontal contra el narcotráfico para ‘salvaguardar la seguridad nacional’. En un sentido similar, pero con un tono menos bélico, Peña Nieto continuó operando la misma estrategia. La llegada del gobierno de López Obrador prometió un cambio sustancial que se evidencia en el Plan Nacional de Desarrollo 2018-2024, donde declara abiertamente abandonar la guerra para iniciar un proceso de pacificación.
En cuanto a la reducción de la demanda, los gobiernos anteriores sostuvieron una estrategia de comunicación basada en la prevención del consumo y la promoción de la abstinencia. La frase “para que las drogas no lleguen a tus hijos” de Felipe Calderón sigue haciendo eco hasta nuestros días. De igual forma, aunque con una narrativa contradictoria que va de la guerra a la regulación de algunas plantas ilícitas, el gobierno de Obrador sigue alimentando la carga histórica y estigmatizante asociada al uso de drogas.
En 2019, el presidente Andrés Manuel López Obrador y su equipo presentaron la Estrategia Nacional de Prevención de las Adicciones “Juntos por la paz”, la cual se compone de 2 etapas y se basa en cuatro pilares (educación, bienestar, cultura y educación). De acuerdo con Hugo López Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, la estrategia “impulsa un cambio de enfoque respecto al problema de las drogas”.
Por su lado, Jesus Ramírez, coordinador general de Comunicación Social y vocero del Gobierno de la República, anunció que la campaña de comunicación tiene tres etapas. La primera es ‘la escucha’ donde “lo más importante, antes de juzgar, definir o estigmatizar a una persona, es escucharnos” para después construir un diálogo colectivo que resulte en una acción social conjunta.
El año pasado, Jesus Ramírez presentó la segunda etapa de la estrategia, mostrando las piezas de comunicación que conforman la campaña “En el mundo de las drogas no hay final feliz”. Las historias presentadas en los spots de 30 segundos revictimizan a poblaciones vulneradas y reiteran que el uso de drogas causa por sí mismo situación de calle, pobreza, fracaso, enfermedades mentales y conductas delictivas.
Parece que este gobierno olvidó que la información emitida por dependencias gubernamentales en los medios de comunicación no es neutra. Se les pasó por completo reconocer el gran impacto que tienen en nuestra percepción de la realidad; en el reforzamiento de creencias y la creación de hábitos. Se olvidaron de los derechos humanos para continuar con la guerra mediática que termina tornándose en una guerra contra las personas, como señala Vanessa Morris en Drogas y Medios de Comunicación.
Siguiendo a Morris, la campaña tiene tres grandes errores. El primero es que la narrativa estigmatiza en lugar de informar. Refuerza estereotipos y prejuicios alrededor de las drogas, del uso y de las personas usuarias. Muchos de ellos basados en la necesidad de crear una imagen pública que coloca a las drogas como un problema a combatir, una amenaza que puede desencadenar en adicciones o conductas delictivas, aún cuando no existe ningún tipo de evidencia que lo respalde.
El segundo error es la falta de información, la poca que existe generalmente se centra únicamente en las consecuencias y daños del uso de drogas. Además, el uso inadecuado del lenguaje oculta el amplio espectro de efectos y particularidades de las mismas. Tampoco da cuenta de los tipos de usos y de los servicios de salud existentes para gestionar el consumo.
Por último, el tercer error es la inmediatez y el sensacionalismo que evita profundizar en el contexto, conocer todo lo que existe alrededor del consumo; cuestionar de fondo el porqué algunas personas llegan a desarrollar problemas relacionados con drogas. Esto limita la comprensión del fenómeno y oscurece las complejidades de las personas usuarias.
En el caso de la campaña “En el mundo de las drogas no hay final feliz” observamos que además alimenta una narrativa aporofóbica de corte neoliberal que estigmatiza a poblaciones en condición de vulnerabilidad porque las responsabiliza de causas estructurales que van más allá del uso de drogas, legitimando un ciclo de violencias cotidianas que se traducen en comportamientos de odio y abandono institucional.
De acuerdo con distintas organizaciones civiles, “la campaña es una oportunidad perdida para brindar información veraz y útil sobre las drogas”. Ignora la evidencia internacional que reconoce la efectividad del enfoque de reducción de daños y los distintos ejemplos de su aplicación. Tampoco presenta información clara sobre los programas y servicios públicos que existen para atender a las personas con usos problemáticos.
En México, el artículo 192° de La Ley General de Salud establece que las campañas de comunicación sobre drogas deben basarse en evidencia científica y ser respetuosas de los derechos humanos. En ese sentido, las instituciones tienen la gran responsabilidad de transmitir conocimientos de forma clara y efectiva porque son las principales encargadas de educar a la población. Requieren mostrar distintas realidades que eviten generalizaciones y adoptar un lenguaje accesible e incluyente.
Hablar con claridad no significa hacer apología al consumo, significa reconocer la capacidad de agencia de las personas y que no todo uso deviene en abuso o dependencia. Es reconocer que el 87% de la población a nivel mundial que usa drogas no tiene ningún problema. Es distinguir de manera fina y abordar de forma respetuosa otros temas relevantes en la agenda pública como lo son la situación de calle, la discapacidad psicosocial, la violencia intrafamiliar y de género.
Si bien es cierto que la prevalencia de uso de drogas ilegales alguna vez en la vida aumentó de 7.2% en 2011 a 9.9% en 2016, sólo el 0.6% de las personas usuarias reportaron experimentar algún tipo de uso problemático, de acuerdo con la ENCODAT 2016-2017. Esto demuestra la urgencia de transitar de una comunicación prohibicionista a una basada en la reducción de riesgos y daños que aspire a empoderar y garantizar los derechos humanos de este sector poblacional con una mirada interseccional.
Hoy más que nunca, y a unos días de la conmemoración del Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, necesitamos construir nuevas narrativas e imágenes que reformulen el imaginario colectivo en torno a las drogas y las personas usuarias. Por ello, desde ReverdeSer Colectivo junto con otras organizaciones impulsamos el IV Festival Apoye. No Castigue. ¡Participa y #RompeLaEstigma!
*Coordinadora en ReverdeSer Colectivo. Más información en www.facebook.com/FestivalANC
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