Las personas que trabajamos en y desde cárceles enfrentamos la pregunta sobre cómo interactuar con un sistema al que nos oponemos. En este contexto, ¿hacia dónde llevamos la discusión?
Por Geras Contreras* X: @GerasContreras
A inicios de noviembre, participé en el Tercer Coloquio Internacional “Experiencialidades en espacios de encierro” para impartir una conferencia sobre mi investigación respecto a la crítica queer y abolicionista a las leyes penitenciarias de Colombia. El encuentro entre colegas que hacemos trabajo en y sobre cárceles después de la pandemia por COVID-19 dio lugar a conversaciones potentes sobre nuestra relación con dichas instituciones y les actores que habitan y transitan en ellas. Este texto tiene el propósito de registrar y compartir parte de sus conclusiones.
El coloquio tuvo lugar el 9, 10 y 11 de noviembre en las instalaciones de Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y el Centro Cultural de España en México (CCEMX). El encuentro fue organizado por Chloé Constant, de la FLACSO México, y Pablo Hoyos, de la UAM-Iztapalapa, con el objetivo de movilizar reflexiones en torno a las cárceles desde posturas feministas y críticas. En esta edición titulada “Arte e investigación desde perspectivas críticas”, elles propusieron reflexionar y problematizar cómo las intervenciones, en los ejes de arte, investigación feminista o intervención social, interactúan y se posicionan ante el sistema carcelario.
Las ediciones anteriores, en 2018 y 2020, fueron eventos con un estilo claramente académico. Incluso, los trabajos presentados en el segundo coloquio se recopilaron en un número temático de la revista científica Religación. En cambio, el tercer coloquio fue pensado desde la transdisciplina; es decir, partiendo del reconocimiento del valor no jerarquizado de saberes provenientes de la academia, las artes y la intervención social. Esto permitió tener una programación diversa que consistió en conferencias, conversatorios y presentaciones de trabajos artísticos, como proyección de documental, presentación de obra de teatro y artivaciones.
Este enfoque en la organización fue un acierto. El hecho de tener mesas redondas de conversación, en lugar de paneles con ponencias individuales, permitió articular diálogos en miras a trazar un conocimiento común y promover una retroalimentación entre les participantes. También ayudó a tener un programa con actividades diversas y espaciadas durante el día, que evitaba que el evento fuera una sobrecarga en la agenda. Esto, además de propiciar las conversaciones informales entre les asistentes, permitía espacios de despeje y la posibilidad de que les asistentes y participantes pudieran compaginar el evento con sus responsabilidades de cuidado. Desde mi opinión, un acto político en contra de la idea de productividad y concentración total que persiste en la academia.
No obstante, debo señalar que el coloquio no se organizó junto con personas privadas de la libertad o liberadas, ni se llevó a través de un formato que incluyera la participación de personas en prisión. También hubo una limitada presencia de colectivos y organizaciones de personas liberadas o de sus familiares, aunque varias recibieron invitación a asistir. Aun así, contamos con la participación de personas artistas que estuvieron anteriormente privadas de la libertad, como el colectivo La Boussole que presentó la obra Fueradentro 11.0. Su presencia no consistió en ser un espectáculo para les otres, sino que participaron y compartieron sus reflexiones sobre los proyectos académicos y artísticos que observaron durante su periodo de reclusión.
Ahora bien, las conversaciones nos permitieron encontrarnos en distintos puntos en común. El primero fue que a varies asistentes del coloquio se nos ha negado el acceso a los centros penitenciarios de Ciudad de México y Jalisco en los últimos años, sin tener explicaciones claras de dichas decisiones por las autoridades. El segundo, y que me parece potente, fue que todes compartimos el dilema de trabajar en el sistema penitenciario estando en contra de éste.
La mayoría de participantes y asistentes acordamos que la cárcel es un dispositivo de control que está sostenido en la violencia estatal en contra de grupos sociales marginalizados. En este sentido, compartimos la preocupación de que nuestros proyectos con personas privadas de la libertad, por más radicales que pretendan ser, pueden ser cooptados por el sistema penitenciario para legitimar su existencia. Por ejemplo, Marco Guagnelli, director de Non Gratos Teatro, dialogaba que el arte no es inocente y que es útil para las autoridades penitenciarias como una herramienta para conservar la disciplina. Esta preocupación también fue compartida por les colegas que imparten programa educativos en prisiones, como Juan Pablo Parchuc de la Universidad de Buenos Aires, Anayanci Fregoso de la Universidad de Guadalajara y la investigadora Claudia Alarcón. Elles señalaron que un servicio educativo, ya sea taller o clases formales, puede insertarse dentro del fracasado modelo de reinserción social que prioriza la obtención de constancias, en lugar del aprendizaje de las personas.
Entonces, ¿cómo trabajamos en cárceles sin contribuir ni legitimar su funcionamiento? Como era de esperarse, no hubo una respuesta. Pablo Hoyos propuso que el diseño de los talleres debía ser una excusa para facilitar procesos que decidieran las propias personas en reclusión. Por mi parte, argumenté que el trabajo de incidencia en las cárceles, ya sea para mejorar las condiciones de alojamiento o impulsar reformas legales, debe apuntar hacia el desencarcelamiento de las personas.
Mi conclusión sobre ello es que existe una necesidad en América Latina, o al menos en México, sobre y desde el abolicionsimo del sistema carcelario. Debemos construir nuestra propia versión de este proyecto político de poner fin a las cárceles y, por ende, dialogar cómo podemos desarrollar intervenciones a partir de dicho paradigma.
No me queda más que reconocer y agradecer el trabajo de organización por parte de Chloé Constant y Pablo Hoyos, a pesar del apoyo escaso de la UAM, FLACSO e, incluso, del CCEMX. La UAM-Iztapalapa costeó los gastos para el uso de Casa del Tiempo y el CCEMX se limitó a prestar sus instalaciones. Si bien el personal operativo de dichas instituciones brindó su trabajo en las mejores disposiciones, quiero enfatizar que el reconocimiento al apoyo y recepción de las jornadas es para les trabajadores.
* Geras Contreras (@GerasContreras) es activista e investigadore independiente que trabaja con el Grupo de Mujeres, Encarcelamiento y Política de Dorgas y el Hub Latinoamericano del Derecho a la Protesta. Ha colaborado en procesos de investigación y fortalecimiento institucional en organizaciones feministas, como GIRE y Red Mexicana de Mujeres Trans.
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