¿Por qué se los llevaron? La búsqueda en la Sierra Norte de Puebla

10 marzo, 2021

Víctor Manuel Hernández Hernández desapareció el 27 de junio de 2015. Su madre, junto con otras y otros familiares de desaparecidos, forman parte de colectivos de búsqueda / Foto: Marlene Martínez.

En Puebla, la mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos y, a pesar de las dificultades que esto conlleva, no se rinden

Texto: Aranzazú Ayala Martínez @aranhera / Lado B

Fotos: Marlene Martínez

Video: Marlene Martínez

En un recorrido de apenas 50 kilómetros desde Huauchinango hasta la zona limítrofe con Veracruz, hay al menos 15 familias organizadas buscando a sus desaparecidos.

La mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos, principalmente de Uniendo Cristales y Voz de los Desaparecidos en Puebla.  Un rasgo que comparten estas familias es que casi todas buscan a hombres de dos grupos de edades: o jóvenes entre 20 y 30 años de edad, o mayores de 60. De ninguno se tienen pistas concretas ni líneas de investigación que digan dónde están, o por qué se los llevaron.

Aunque una buena parte de la Sierra Norte es turística, toda la zona nororiental del estado de Puebla está atravesada por los ductos de Pemex, y por lo tanto, por el robo de combustible. También la delincuencia veracruzana, como bandas dedicadas a diversos crímenes como secuestro y asesinato, principalmente en Poza Rica y sus alrededores, han permeado poco a poco en el área.

Desaparecer entre dos estados

Una estatua de Lázaro Cárdenas flanquea la entrada al bulevar más grande de La Uno, junta auxiliar del municipio de Venustiano Carranza. El clima es tropical, muy húmedo y caluroso; estamos prácticamente en Veracruz, a menos de 20 kilómetros de Poza Rica. El pueblo, cuyo nombre oficial es Villa Lázaro Cárdenas, es pequeño, y es fácil llegar a casa de la señora Carmen, quien se reúne con Berta y reciben la inesperada visita de Reina. Las tres se conocieron atravesadas por la misma tragedia: la desaparición de un hijo. 

Carmen y Berta se sientan en unas sillas en la orilla del patio, el lugar más fresco de la casa. En La Uno siempre hace calor: saliendo de la fría y nublada Sierra, la carretera baja para clavarse como un colmillo en las selvas casi veracruzanas, directo en la pesada y soleada humedad en la que desaparecieron Víctor y Josmar.

Carmen busca a su hijo Víctor Manuel Hernández Hernández, desaparecido el 27 de junio de 2015, y Berta a su hijo Josmar Soto Castro, desaparecido el 4 de febrero de 2019, los dos vistos por última vez ahí mismo, en La Uno. 

Víctor tenía 25 años cuando desapareció. Es casado y tiene cuatro hijos. El 27 de junio de 2015 un amigo lo invitó a salir; Víctor le dijo a su esposa que saldría pero que volvía pronto. Eso nunca pasó. 

Carmen empezó a buscarlo y no ha parado. Su travesía la ha llevado a caminar en el campo, en fosas clandestinas, a tocar puertas, a viajar horas y horas para revisar la Carpeta de Investigación (CDI), pero nada ha dado resultado. Hasta ahora, las investigaciones oficiales no han dado luz ni pistas de lo que le pudo haber pasado. Aunque el rostro de Carmen parece que siempre está sonriendo, iluminado con un permanente optimismo, no deja de estar triste. No deja de pensar en Víctor Manuel. 

Cuando la plática ya está iniciada y se está rompiendo el hielo, llega de sorpresa Reinita, como le dicen cariñosamente a la mamá de Luis Javier Hernández Barrera, desaparecido el 20 de noviembre de 2011 en Poza Rica, Veracruz. Ella es compañera de búsquedas de Carmen y Berta, van juntas a todas partes, y ahora también es su amiga, parte de esa familia externa que se crea a partir del fin común: encontrar a quienes faltan. 

Reinita vivía en Tamaulipas cuando le avisaron que Luis Javier no había regresado a casa; eso hizo que se mudara de vuelta a Veracruz y durante la última década se haya dedicado de tiempo completo a buscarlo. Reinita es mayor que sus compañeras; de cuerpo tan pequeño y delgado que parece que se pudiera romper en cualquier momento, pero con una fuerza tremenda cuando está caminando entre los montes, usando picos, palas y varillas para buscar restos de personas desaparecidas.

Tierra de huachicol y crimen organizado

Lo que hizo que La Uno y sus alrededores se distinguieran durante un tiempo del resto de la entidad, fueron sus altos índices de incidencia delictiva, teniendo municipios con las tasas más altas de la entidad sobre todo en desapariciones y homicidios dolosos. Cuando en otras regiones las cosas parecían bajo control, al menos en cuanto a criminalidad, en la zona norte limítrofe con Veracruz la vida no era tan tranquila. Las familias cuentan que ahí la normalidad era escuchar de los secuestros, los levantones, los cobros de piso, los asesinatos, sobre todo cerca de Veracruz, y por todo el trazo del ducto.

La Uno está atravesada por ductos de Pemex que, al menos en Puebla, son sinónimo de violencia por el huachicol. Las desapariciones mayormente de hombres jóvenes pueden explicarse por las lógicas de grupos delictivos, tanto de reclutamiento como de cobros de piso y pelea de plazas. Muchas de las familias y colectivos han investigado y todo apunta a eso.

En Puebla, la mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos y, a pesar de las dificultades que esto conlleva, no se rinden
Berta —madre de Josmar— y Carmen —madre de Victor Manuel— prácticamente viven entre dos estados, por ello son parte del colectivo “Voz de los desaparecidos en Puebla”, pero también integrantes de “Familiares en Búsqueda María Herrera Poza Rica” / Foto: Marlene Martínez.

Uno de los jóvenes desaparecidos es Josmar, quien fue privado de su libertad a pocas calles del centro del pueblo, entre la tienda de ropa que tiene Carmen y la estética de Berta. Berta cuenta que antes tenía más clientes que querían que les cortara el cabello, pero desde que se llevaron a su hijo, dice, ya casi nadie va. La mujer delgada, de rostro afilado y lentes, cuenta que no está del todo bien, que constantemente tiene achaques de salud desde la ausencia de su hijo, hace ya dos años.

Berta festejó su cumpleaños el 4 de febrero de 2019. Cuenta que ese día Josmar salió a comprar unos vasos, que eran lo único que faltaba para que pudiera iniciar la pequeña comida familiar. El muchacho de 20 años fue a la tienda en su moto Italika, regalo de cumpleaños de su mamá. Apenas había avanzado unas seis cuadras cuando un grupo de hombres armados lo interceptó y se lo llevaron, poco después de las cuatro de la tarde. Aunque había negocios abiertos y gente en las calles, nadie dijo nada, o nadie quiso decir. Lo poco que sabe del destino de su hijo lo ha investigado ella, y no la autoridad.

Después de compartir sus testimonios dentro de la plática salen más historias. Carmen cuenta lo que ha pasado con vecinos, con conocidos, anécdotas que parece que se han fusionado ya con las calles y los descoloridos muros de las fachadas. Historias de cómo en La Uno y los alrededores se instaló la violencia lentamente hasta que un día se dieron cuenta que vivían en medio de ella. 

Luis Javier Hernández Barrera / Foto: Marlene Martínez

Carmen, una mujer alta, de cabello corto y expresión amable, cuenta cómo otro conocido desapareció, cómo le pasó lo mismo al familiar de algún vecino, cómo abandonaron una casa en su cuadra por la violencia. En medio de la charla, Carmen va por vasos de agua a la cocina, entra y sale al soleado patio mientras siguen los relatos de horror que se han instalado en la cotidianidad de la zona, de los caminos de La Ceiba a Poza Rica. En los gestos cotidianos de ir a la cocina, ofrecer agua y sonreír, se filtra el terror como si fuera algo casi normal. Casi nadie denuncia, nadie alza la voz. Hay mucho miedo.

La dinámica de La Uno es vivir entre dos estados. Berta y Carmen son parte del colectivo “Voz de los desaparecidos en Puebla”, pero también integrantes de “Familiares en Búsqueda María Herrera Poza Rica”, que reúne a 150 familias, entre ellas a Reinita.

Reina llega a visitar a sus compañeras a La Uno, casi como quien va tranquilamente a casa de un vecino. Ellas han estado juntas en las búsquedas en campo, y en febrero de 2020 junto con otras 300 personas estuvieron en la 5a brigada nacional de búsqueda de personas desaparecidas en Papantla, Veracruz. 

La búsqueda crea redes, las señoras coinciden en eso, y es que no todos tienen el valor y la paciencia de hacer y seguir una denuncia por desaparición.

Lo primero a lo que se enfrentan es a un desinterés de las autoridades, seguido de la impunidad, el cansancio, las afectaciones familiares y hasta económicas. Por ejemplo si Berta quiere saber cómo va la CDI de la desaparición de Josmar, tiene que ir hasta la ciudad de Puebla, que está a cuatro horas y media en vehículo particular, con un gasto de gasolina y casetas de al menos mil pesos por el viaje redondo. Y todas estas fallas, omisiones y obstáculos son las que, entre otras cosas, hacen que las familias se unan.

Un foco rojo de desapariciones

La región colindante con Veracruz ha sido un foco rojo intermitente de incidencia delictiva pero principalmente de desaparición de personas, al menos desde 2015.

En la zona, las desapariciones se concentran en la parte del estado más cercana a Veracruz, principalmente en Venustiano Carranza. La mayoría de desaparecidos en la Sierra Norte son hombres, muchos jóvenes y algunos de más de 50 años; en la región son menos los casos de mujeres desaparecidas. Pese a ser una región turística, está siendo también azotada por el robo de combustible, con enfrentamientos y detenciones en lugares como Xicotepec, Huauchinango, Chignahuapan y Aquixtla. 

En 2016 la situación siguió igual que en 2015: en Xicotepec y Huauchinango pasaron de 14 a 25 tomas clandestinas y de 10 a 12, respectivamente. 

Asimismo, al hacer un cruce de datos de los municipios con tasas más altas de delitos de impacto en el estado de Puebla, se nota una concentración del delito de homicidio doloso en la zona en 2016: Venustiano Carranza tuvo la segunda tasa más alta de asesinatos por cada cien mil habitantes, tan sólo por debajo de Jalpan, con 74.5 y 48.1 homicidios dolosos por cada cien mil habitantes, respectivamente.

La situación en La Uno se salió de control. Tanto, que durante la V Brigada Nacional de Búsqueda en febrero de 2020, uno de los principales puntos de búsqueda de restos humanos y fosas clandestinas estaba ahí mismo, formando parte de Veracruz por alejarse apenas unos cuantos metros de la frontera con Puebla. 

La situación en La Uno se salió de control. De acuerdo con colectivos y familiares de desaparecidos, hay fosas clandestinas en toda la región / Foto: Marlene Martínez.

De acuerdo con las denuncias, investigaciones y hallazgos de colectivos y familiares de desaparecidos -que a veces son acompañados por las autoridades-, hay fosas clandestinas en toda la región. En la zona norte de Veracruz, toda el área colindante con Puebla, ha habido numerosos hallazgos de fosas clandestinas y puntos, como la que rastreó la 5a brigada nacional.

Desde 2015 la Sierra Norte figuró con las tasas más altas de desaparición de personas.

En el municipio de Francisco Z. Mena fue donde se presentó la mayor tasa de desaparición, con 5 hombres y 2 mujeres desaparecidas en 2015, contabilizando 42 personas desaparecidas por cada cien mil habitantes. 

Respecto al robo de hidrocarburos, en 2017 en el municipio de Venustiano Carranza disminuyeron las tomas clandestinas, pasando de 13 a 2, pero hubo un aumento principalmente en Xicotepec, que pasó de 25 a 39, y Huauchinango, que registró 12 tomas clandestinas en 2016 y 24 en 2017.

Xicotepec de Juárez, o Villa Juárez, aunque es parte del programa de Pueblos Mágicos desde noviembre de 2019, es un municipio con altos índices delictivos y uno de los puntos más alarmantes en cuanto a la desaparición de personas en la región. De acuerdo con los datos de la Fiscalía General del Estado, desde 2016 figuraba entre los 15 municipios con tasas más altas de incidencia, con 7.4 personas desaparecidas por cada cien mil habitantes.

Poncho, Roberto, África y Luis Ángel

Patty Solís es el rostro más visible de la búsqueda en Xicotepec. Su hermano Aurelio Alfonso, o Poncho, como lo llama de cariño, desapareció hace cuatro años y medio, junto con su amigo Roberto y su entonces pareja, África Quiroga. Hoy, a casi media década, todo está igual: no hay avances, no hay pistas, Poncho no está. 

Patty describe a Poncho como su alma gemela. Todo lo hacían juntos, compartían, pensaban, convivían. La ausencia de su hermano menor le duele a cada momento, pero también cada uno de esos instantes lo ha utilizado para tomar fuerza y seguir buscándolo.

Cuando Patty habla de su hermano, su rostro cambia. Las búsquedas han marcado a su familia por siempre, pero el recuerdo de Poncho hace que algo en su cara se ilumine y se ensombrezca al mismo tiempo.

Tantos años sin Poncho han dejado marcas permanentes en las familias. Principalmente Patty y su mamá han ido a jornadas de búsqueda en varios estados, han estado en mesas de trabajo, marchas, movilizaciones, porque todo suma y todo puede ser un paso más que las acerque a encontrar a Poncho.

En Puebla, la mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos y, a pesar de las dificultades que esto conlleva, no se rinden
La mayoría de desaparecidos en la Sierra Norte son hombres, muchos jóvenes, y Aurelio Alfonso es uno de ellos, sus familiares llevan casi media década buscándolo / Foto: Marlene Martínez.

Ahora viven dos vidas paralelas: la que trata de seguir adelante, de no desistir, y la que se ha trastocado por dedicarse sólo a buscar y a pensar en dónde están, quién se los llevó, y por qué.

La desaparición de Luis Ángel es más reciente, del 16 de marzo de 2020. El muchacho de 24 años fue detenido y llevado a los separos el 15 de marzo, de donde supuestamente salió al día siguiente, pero nadie lo vio irse.

Su mamá, Lucy, se contactó con Patty para que la asesorara en cómo buscar porque las autoridades no lo hacen. Ahí no hay colectivos, no se reconoce lo que está pasando, sólo hay un silencio compartido.

Ahora, a pesar de tener ya Comisión Estatal de Búsqueda, una Unidad Especializada en la Fiscalía y un proyecto de ley estatal en puerta, las cosas siguen detenidas. Los desaparecidos siguen sin estar.

Uniendo cristales

El Kintsugi es una técnica japonesa que utiliza polvos de oro para reconstruir piezas de cerámica rotas, dejando una estela brillante en las grietas que alguna vez significaron la destrucción, haciendo una pieza más valiosa y más bonita. Esa filosofía es la que sostiene y describe al colectivo Uniendo Cristales, que trabaja con acompañamiento psicológico entre familiares de desaparecidos para que se sostengan y se reconstruyan. 

“Si nosotros, familiares de personas desaparecidas logramos fortalecernos, al final somos sujetos de cambio, somos personas que sumamos para cambiar la realidad del país y entonces adquirimos un valor distinto”, explica Irma por teléfono.

Irma Orgen Calderón lleva años contando la misma historia, sin cansarse. Recuerda que todo se cimbró cuando su padre Marco Antonio Orgen Maldonado, desapareció el 17 de noviembre de 2003 en Huauchinango. Durante años el caso de la desaparición del hombre de entonces 57 años de edad era casi la única desaparición que se conocía a nivel nacional en Puebla, a raíz del trabajo y organización de Irma y Jocelyn, sus hijas.

En Puebla, la mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos y, a pesar de las dificultades que esto conlleva, no se rinden
Foto: cbpep.puebla.gob.mx

Para encontrar a su padre, las hermanas empezaron a unirse con las familias organizadas a nivel nacional, los colectivos que en ese entonces se conformaban después del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, liderado por el poeta Javier Sicilia. Irma recuerda que se integraron en la conformación de la Red de Enlaces Nacionales, que es el núcleo de las Brigadas Nacionales de Búsqueda, y el colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera, fundado por doña Mary Herrera y sus hijos Juan Carlos y Miguel Ángel, luego de la desaparición de cuatro de los ocho hijos de Mary. 

Al empezar a articularse e iniciar el camino de la búsqueda, identificaron que las familias tienen necesidades en cuanto a orientación psicológica y acompañamiento emocional, definiendo las distintas etapas que se viven a partir de la desaparición de un familiar.

Cuando el papá de Irma desapareció, la familia ya tenía el proyecto de hacer una asociación civil que trabajara para apoyar a niños en situación vulnerable en la Sierra Norte. “Cuando veo que pasan meses y no lo encontramos [a su padre], decimos, bueno, mejor hay que ayudar a las familias y hay que darles acompañamiento psicosocial”.

Lo que distingue a Uniendo Cristales es que desde el inicio se enfocaron en la parte emocional; mientras otros colectivos hacen búsquedas en fosas, o cabildean para hacer leyes, aquí definieron las etapas por las que atraviesan las familias que buscan a sus seres queridos e idearon un nuevo sistema de acompañamiento y fortalecimiento que se ha replicado en decenas de colectivos gracias a las redes de trabajo a nivel nacional.

En Puebla, la mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos y, a pesar de las dificultades que esto conlleva, no se rinden
En Huachinango, el colectivo Uniendo Cristales trabaja dando acompañamiento psicológico a familiares de desaparecidos / Foto: Marlene Martínez.

Irma y Jocelyn identificaron cuatro etapas: la primera es la búsqueda inmediata del ser querido, todo lo que implica la acción; la segunda es el reconocimiento de un mundo más realista, de aceptar dónde están paradas las familias. La tercera etapa es una de más aceptación, cuando los familiares reconocen lo que está pasando y empiezan a ser conscientes de que tienen un rol en sus familias, y que la búsqueda puede afectar directamente a sus seres queridos. La cuarta etapa es donde se asume que van a seguir trabajando en la causa y se empieza con procesos organizativos, o incluso a impulsar iniciativas.

“Este es un proceso que nosotras ya decidimos, dijimos, así vamos a estar ayudando y vamos a trabajar por las familias, pero no como tal [buscando] en fosas, de lleno, sino también pensar en ese desgaste que van viviendo los familiares que buscan y que nadie voltea a ver, entonces así fue como surgió paralelamente Uniendo Cristales.”

La organización trabaja con el Equipo Mexicano de Atención y Acompañamiento Social, y también da talleres y cursos, ahora en modalidad virtual, para capacitar y acompañar familiares de desaparecidos.

Actualmente Uniendo Cristales es también el único colectivo regional en Puebla, pues reúne casi sólo a personas de Huauchinango. Entre los integrantes se sabe que al menos para finales de 2020 había cerca de 50 personas desaparecidas, tan sólo en el municipio. 

Buscar a pesar de la pandemia

Por la pandemia, los familiares casi no pueden reunirse presencialmente ni hacer sus actividades en el centro de fortalecimiento de Uniendo Cristales. Pero el martes 27 de octubre les prestan un lugar en la presidencia, un amplio auditorio donde pueden tener sana distancia, y poco a poco llegan usando cubrebocas, con las fotos de sus seres queridos entre sus manos, todos hombres desaparecidos.

El que llega primero es el señor Gilberto Barrón Cabrera, papá de Gerzahín Barrón, desaparecido apenas hace unos meses, el ocho de mayo del 2020 a los 36 años de edad. Formal y ordenado, lleva una carpeta con todos los datos necesarios: fotos, media filiación, copia de denuncias y CDI. Pese a su dolor cuando habla su voz mantiene una calma profunda, una paciencia infinita que nace del amor a su hijo, y de la incredulidad de que esté desaparecido, dejando esposa e hijos. Aunque es uno de los integrantes más recientes de la organización, se ha convertido en uno de los más activos. Para todos, el Centro de Fortalecimiento y Uniendo Cristales son una familia de lucha. 

En el auditorio esperan ya varias personas, y la que da el recibimiento es Gaby, Gabriela Uribe Hernández, quien ahora lidera el Centro de Fortalecimiento. Gaby es muy joven, de apenas 26 años, de cabello largo y oscuro, y la acompañan sus dos hermanos, René y Lenin; los tres buscan a su padre el profe Bonifacio Uribe Téllez, desaparecido desde el 29 de abril de 2016 a sus 62 años, una persona conocida y respetada. Parece, como dicen, que se lo tragó la tierra.

En Puebla, la mayoría de los familiares de desaparecidos forma parte de colectivos y, a pesar de las dificultades que esto conlleva, no se rinden
Gilberto Barrón Cabrera, papá de Gerzahín Barrón, desaparecido apenas hace unos meses, el ocho de mayo del 2020 / Foto: Marlene Martínez.

También están las familias de Julio César Apáez Comacateco, desaparecido el 1 de junio de 2019, y la mamá de Sergio David Garrido Melo, visto por última vez el 24 de julio de 2019, también en Huauchinango. Juan Carlos Silva Vargas desapareció el 6 de junio de 2019, prácticamente al mismo tiempo que Julio César y Sergio. En la misma temporada fue visto por última vez Jonathan Leyva Arriaga, el 23 de mayo de 2019.

En el auditorio también espera para compartir su testimonio la familia de Teódulo Ramírez Castro, hombre de 74 años visto por última vez el 5 de mayo de 2018. Y las familias comparten lo mismo: no hay pistas, no hay avances, las autoridades no investigan.

Después de estar un par de horas en el auditorio, compartiendo sus historias con las fotografías de sus desaparecidos, las familias se retiran. 

Todas estas personas dentro de los colectivos han encontrado una nueva familia, el apoyo que el Estado y la sociedad les niega a darles, aún cuando vivimos en un país que tiene una cifra oficial de más de 80 mil personas desaparecidas.

Pese a las trabas de las autoridades, la lentitud de los procesos y lo cansado de las búsquedas, las familias no se rinden. No sólo en la Sierra Norte, donde hay mucha organización social, sino en otros lugares de la entidad azotados también por el terror de las desapariciones.

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Periodista en constante formación, interesada en cobertura de Derechos Humanos y movimientos sociales. Reportera de día, raver de noche. Segundo lugar en categoría Crónica. Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo Puebla 2014. Tercer lugar en el concurso “Género y Justicia” de SCJN, ONU Mujeres y Periodistas de a Pie. Octubre 2014

Egresada de la Licenciatura en Comunicación. Fotógrafa, apasionada de la lectura y la escritura. Ha sido asistente de producción, directora de arte y asistente de arte en producciones locales y no tanto.