Circulan teorías sobre un presunto fraude electoral, llamados a impugnar la elección y mensajes de odio ante la victoria de Claudia Sheinbaum con amplios e inesperados márgenes. ¿Dónde están las razones del nuevo tropiezo de la oposición?
Por Ernesto Núñez Albarrán / X: @chamanesco
Los resultados electorales del 2 de junio volvieron a sacudir el sistema de partidos políticos y dejaron a la oposición -y sus simpatizantes- pasmados entre el enojo y la incredulidad.
A menos de un día de los comicios, hay simpatizantes de Xóchitl Gálvez promoviendo peticiones de “voto por voto, casilla por casilla” en la plataforma change.org, y convocatorias para que funcionarios de casilla suban fotografías de sus actas a un sistema de cotejo, lo cual habla del tamaño de la incredulidad y molestia ante la realidad electoral de México en 2024.
Iniciativas como #SubeTuSábana, que comienzan a activarse en redes sociales, muestran una situación paradójica: los opositores a la 4T desconfían del sistema electoral al que salieron a defender en las tres ediciones de la “marea rosa” previas a la campaña electoral de 2024.
Pasaron de “el INE no se toca, a “al INE se le impugna”.
Los más de 35 millones de votos de Claudia Sheinbaum, la mayoría que tendrán Morena y sus partidos aliados (PVEM y PT) en la próxima Legislatura, su triunfo en siete de las nueve gubernaturas en disputa y la posibilidad de que AMLO logre su plan C en el último mes de gobierno, son hechos desconcertantes que han generado múltiples reacciones entre los votantes de la candidata Xóchitl Gálvez.
Algunos dicen cosas que muestran, al menos, cierta falta de cultura democrática: “ganó la ignorancia”, “vamos camino a Venezuela”.
Otros hacen generalizaciones a partir de situaciones que pueden ser reales, pero que no alcanzan a explicar que 35 millones de mexicanos hayan decidido prolongar durante un sexenio más la denominada “cuarta transformación”: “ganó la amenaza, la extorsión y la delincuencia organizada”, “todo es culpa de los esquiroles”, “va a continuar la deriva autoritaria”, “éstas fueron las últimas elecciones libres”.
Otras publicaciones rayan en el disparate y el clasismo, como una que circula en Instagram con el siguiente texto: “a partir de hoy, ya no le daré propina al viene-viene, ya no le dejaré el 10 por ciento al mesero, ya no voy a darle al limpiaparabrisas, ya no voy a donar cuando haya un desastre natural o terremoto, ya no le voy a dar diez pesos al cerillo del Súper aunque sea adulto mayor. Ellos votaron por Morena, que les ayude Morena”.
El resultado electoral parece haber roto la tenue diferencia entre ser hater de AMLO o xochilover y, desde la sorpresa o la frustración, se enderezan teorías de la conspiración, acusaciones de fraude o llamados que ponen el mundo al revés, como el de lanzarse a tomar Paseo de la Reforma para “limpiar la elección”.
Y también hay preguntas genuinas: ¿dónde quedó el descontento con un gobierno reprobado en muchas áreas?, ¿por qué no hubo un voto de castigo contra las malas políticas de salud, la fallida estrategia contra la violencia y la inseguridad?, ¿por qué no se votó en contra de “la militarización”?
¿Dónde quedó el “voto oculto” en favor de Xóchitl Gálvez del que tanto hablaban encuestadores y dirigentes de la oposición?
Preguntas con las que, en algunos casos, se busca deslegitimar el triunfo de Claudia Sheinbaum o que -desde una auténtica curiosidad- tratan de encontrarle una explicación al segundo tsunami electoral consecutivo con el que el lopezobradorismo ha reconfigurado el mapa político nacional.
La presión crece y, ante ella, los líderes opositores reaccionan como suelen hacerlo: no haciendo nada.
Mientras Xóchitl Gálvez ha anunciado que siempre sí va a impugnar las elecciones presidenciales, quizás como una estrategia para no desanimar a sus representantes en los Cómputos Distritales que comienzan el miércoles, en los tres partidos de la coalición Fuerza y Corazón por México impera el silencio, mientras se hacen cuentas y cálculos políticos.
Con los días contados de por sí -pues en el otoño se deberían renovar las dirigencias del PRI y del PAN, según sus estatutos-, Marko Cortés y Alito Moreno tratarán de resistir hasta que, en agosto, asuman sus cargos de senadores plurinominales, que se aseguraron colocándose en el primer lugar de la Lista Nacional de sus partidos.
De renunciar ni hablar, pese a que no hay un solo resultado electoral que los avale como estrategas.
Peor situación vive el PRD, que no alcanza el 3 por ciento de la votación nacional en ninguna de las tres elecciones federales (Presidencia, Senado y Cámara de Diputados), lo que dejaría al partido amarillo sin registro, y a su líder nacional, Jesús Zambrano, sin el escaño que trató de asegurarse al configurar las candidaturas.
Ni uno de los tres parece dispuesto a explicarle, a los 15.6 millones de votantes de Xóchitl Gálvez, por qué perdieron con una diferencia abismal.
¿Por qué Yucatán la ganó Morena, si tenía uno de los gobernadores mejor evaluados del país?, ¿por qué Morena ganó las diputaciones y senadurías de Guanajuato, Chihuahua, Coahuila y Durango, supuestos bastiones del PAN y del PRI?
¿Por qué la coalición se quedó sin fuerza ni corazón en lugares donde Morena ha hecho gobiernos de pacotilla, como Veracruz, Puebla o Morelos?, ¿por qué no hubo ni la más mínima resistencia en Chiapas y Tabasco?
Marko, Alito y Zambrano son los acompañantes sonrientes de la Xóchitl que a las 7 de la tarde del domingo salió a decir que había ganado las elecciones.
Son los mustios dirigentes que aparecieron cabizbajos, fingiendo pesar, cuando a la medianoche la candidata reconoció al fin su derrota.
Pero no los políticos que den la cara ante la estrepitosa derrota, o presenten su renuncia ante los pésimos resultados. Alito prefirió envalentonarse y apostar su dirigencia y escaño ante Jorge Álvarez Máynez, que tener un gesto de honorabilidad ante la militancia de su partido.
Y aún así, ahí van a estar en septiembre, listos para iniciar una nueva etapa de sus carreras políticas.
La responsabilidad del resultado no es de Xóchitl, sino de quienes la convencieron de abandonar la carrera por la Ciudad de México y lanzarse a la presidencial; la culpa no es de la Xóchitl que tuvo que recorrer el país lavándole la cara a los expresidentes del “PRIAN” y justificar décadas de malos gobiernos en tres debates presidenciales, sino de los líderes que hoy se han hecho ojo de hormiga.
Quienes se hacen las peguntas legítimas sobre las razones de la aplastante victoria de Sheinbaum quizás no deberían buscar respuestas en el INE, en los pobres, en la ignorancia, en la delincuencia organizada o en los muy probables errores contenidos en las actas de escrutinio, sino en esos partidos caducos que hoy, nuevamente, no saben ni siquiera encarar su derrota.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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