Este año llegaron a México más migrantes haitianos que ninguna otra nacionalidad. ¿Qué fue lo que llevó a tantas personas a no ver un futuro mejor en Haití? Las respuestas son: un estado fallido, bandas criminales en expansión y un devastador terremoto, según reporta la periodista independiente Linnea Fehrm desde Haití
Texto: Linnea Fehrm
Foto: Gabriela Pérez Montiel / Cuartoscuro
HAITI.- Hay un video que se volvió viral en Haití durante la segunda mitad del 2021. En las afueras de la capital de Puerto Príncipe, un pandillero le ofreció un arma a un niño de cinco años. «¡Tómalo!», le dijo el pandillero al niño. El niño, casi del mismo tamaño que el arma, le dio la espalda al pandillero y dijo con determinación: «¡No! ¡Mi mamá me ha dicho que no voy a ser un bandido!».
Este niño que dijo no a las bandas criminales – cuando ni siquiera la policía o los políticos saben frenarlos – se hizo un símbolo esperanzador en el momento que los haitianos tanto lo necesitaban, porque ahora, el país se enfrenta a su crisis más severa en décadas.
El 7 de julio, el presidente Jovenel Moïse fue asesinado en su propia cama por motivos que todavía quedan en la oscuridad. El asesinato creó un vacío de poder donde las numerosas bandas criminales expandieron su control hasta más del 60 por ciento de la capital.
El gobernador del Banco Central, Jean Baden Dubois, ha constatado que los grupos criminales son los principales empleadores del país. Secuestran a un promedio de casi tres personas al día, solo en Puerto Príncipe, lo que lo ha convertido en la capital mundial de secuestros. Los rescates – a veces de un millón de dólares por secuestrado – han vuelto a los delincuentes económicamente poderosos. Ahora cuentan con más miembros, y armas más grandes, que la policía y el ejército juntos.
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«No encontré una forma de mantenerme. Lo más fácil sería agarrar un arma. Pero yo no quería eso”, dijo Alfred Thualy, residente del orfanato Centro de Recepción de Carrefour, al oeste de Puerto Príncipe.
Alfred Thualy queda en el orfanato aunque ya no es un niño. Tiene 24 años de edad y sueña con una familia y su propia casa. Según relató a Pie de Página, dejó el orfanato hace unos años y regresó a su barrio de nacimiento. Ahora está de vuelta en la institución porque es su única opción para sobrevivir “más que convertirse en un criminal”.
El crimen organizado está dejando pocas opciones a los jóvenes, incluso está bloqueando sus estudios. Desde el comienzo del año escolar en septiembre, al menos siete escuelas en Puerto Príncipe y sus alrededores han tenido que pagar a las bandas armadas a cambio de seguridad. Las escuelas que no pueden pagar son atacadas. Padres y estudiantes han sido baleados, maestros han sido secuestrados, y miles de estudiantes han abandonado sus estudios.
«Como maestro no debería decir esto, pero la verdad es que no veo un futuro en Haití», dijo el profesor y director Emmanuelle Sainvil. «Cuando has vivido 75 años como yo, piensas que lo has visto todo, pero yo nunca había presenciado una crisis como la que actualmente estamos pasando».
Desde hace tres décadas, está dirigiendo una escuela junto con su esposa, ubicada en la colonia Bois Verna en Puerto Príncipe. Normalmente recibe a doscientos estudiantes de nivel preescolar y primaria, pero el día que Pie de Página visitó su escuela, no habían llegado más que cuatro alumnos. Emmanuelle Sainvil contó que por varias semanas, las salas se habían encontrado vacías por la sencilla razón de que los estudiantes no podían pagar el transporte escolar.
Una gran escasez de combustible ha paralizado sectores del país durante el último año, y ha creado un mercado negro donde la gas y la gasolina se venden a precios múltiples. El crimen organizado, una vez controlando las carreteras más importantes del país, ha refinado una costumbre de detener los transportes de combustible y secuestrar tanto a los chóferes como a sus cargas.
Charles Senders, 32 años de edad y gerente de una gasolinería en Puerto Príncipe, dijo que una gran parte de la distribución está paralizada porque muchos chóferes tienen miedo de conducir. «Se sienten vulnerables porque hay empleadores que, frente una situación de secuestro, pagan rescate únicamente por los vehículos y el combustible, dejando que los conductores se las arreglen solos», dijo a Pie de Página.
En octubre, dos camiones bajo su cargo fueron secuestrados en el violento barrio de Cité Soleil. Después de pagar rescate por los conductores, los camiones y la gasolina respectivamente, recibió de vuelta sus chóferes y sus vehículos – pero los delincuentes se quedaron con su valiosa gasolina.
Frente a la devastadora escasez, corre un rumor que los encargados de gasolinería deliberadamente esconden el combustible, lo que genera constantes amenazas en su contra. Charles Senders teme por su vida y no quiere aparecer en fotos por Pie de Página.
«Me atormenta la idea de migrar. Hay tantos haitianos estudiados que salen del país, en vez de huir deberíamos unirnos y luchar por Haití”, dijo Charles Senders.
Pero los retos del país se acumulan y la lucha parece cada vez más difícil.
El 14 de agosto, cinco semanas después del asesinato del presidente, un terremoto de 7,2 en la escala de Richter sacudió el suroeste del país. A partir de entonces, cientos de miles de personas siguen sin casa. Una gran parte de la red eléctrica y el 20 por ciento de las tuberías siguen dañadas en la zona de desastre. Según Marie Michelle Rameau, presidenta del Consejo Municipal de la ciudad sureña de Los Cayos, la reconstrucción depende totalmente de la ayuda internacional.
“Con la colaboración de otros países podríamos reconstruir nuestra ciudad en un par de años. Pero si no obtenemos los fondos que necesitamos … ¡puh! Podría tomar hasta veinte años levantarnos.”
No se sabe cuando comenzará la restauración, porque cuatro meses después del terremoto, el proceso de solicitar fondos internacionales todavía no empieza. La única ayuda humanitaria viene por parte de diez organizaciones extranjeras, aunque sólo alcanza a una pequeña parte de las más de 800.000 personas afectadas.
“El estado no está respondiendo a la situación. Desde mi perspectiva, aquí no hay estado”, dijo Sophia Hippolyte, 38 años de edad, que está encargada de un campamento improvisado de desplazados internos en Los Cayos.
Dijo que el campamento es una bomba a punto de explotar por la cantidad de personas desesperadas por el hambre y la sed. Igual que todos de su alrededor, Sophia quiere migrar del país, pero salir de la isla caribeña es costoso y lo poco que ella tenía lo perdió en el terremoto.
«La gente me pregunta, ‘Sophia, ¿qué debo hacer?’ ¿A dónde puedo ir?» Y yo me pregunto lo mismo”, dijo Sophia Hippolyte.
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