Polos del Bienestar o Greenwashing a las maquiladoras

7 noviembre, 2024

El modelo de desarrollo del nuevo sexenio, en el fondo no difiere mucho de los argumentos que se emplearon en la década de los noventa cuando se promovía la firma del TLCAN. Lo que hoy se presenta como nearshoring o Maquilas 2.0, en realidad parece ser el proyecto maquilador de la década de los noventa pasado por tamiz del greenwashing de la escuela del capitalismo consciente

Por Rogelio López*

Como si fuera la película palomera de la temporada: “De los creadores del éxito capitalismo con rostro humano, llega a nuestra pantalla el capitalismo consciente”, la filosofía de negocios que han impulsado John Makey y Raj Sisoda. Esta propuesta “filosófica” enfatiza que el objetivo de los negocios no es necesariamente la obtención de ganancias y su apropiación por parte de los empresarios o accionistas, al contrario, dicen ellos: “El objetivo es la creación de “valor”; que éste beneficie a todos, lo cual incluye naturalmente a los dueños, pero también a clientes, empleados, proveedores, la sociedad y el medio ambiente.

Bajo estos principios ya operan diversas empresas a lo largo del mundo (Whole Foods y Patagonia). En el caso específico de México, esta filosofía ha sido adoptada por el Tecnológico de Monterrey que se ha conformado como el Think Tank del capitalismo consiente en el país al crear el Centro de Empresas Conscientes, un espacio que como expresan en su sitio oficial: “Busca transformar la educación de negocios y la consciencia empresarial en líderes y organizaciones para elevar el florecimiento humano, sanar el planeta y crear una sociedad más justa y próspera”. Empresas como José Cuervo, Bimbo y Cinépolis han adoptado esta visión. Pero ¿por qué esto debería de ocupar nuestra atención? 

La presidenta Claudia Sheinbaum presentó en julio pasado a Altagracia Gómez como coordinadora del Consejo Empresarial, mecanismo de enlace entre el gobierno y el sector privado. Altagracia es una joven empresaria, presidenta del Grupo Promotora Empresarial de Occidente, proveniente de una de las familias más adineradas del país. Hija de Raymundo Gómez Flores, un empresario jalisciense que, hasta la década de los noventa, se dedicó a los negocios inmobiliarios, y cuya fortuna se disparó a raíz de las privatizaciones salinistas -la familia Gómez Flores adquirió en condiciones muy favorables las empresas paraestatales DINA y MINSA (producto de la desaparición de Miconsa)-.

Años después, este “exitoso” empresario fundador del Grupo GIG, desarrollador de parques industriales, conjuntos habitacionales y complejos turísticos, sería senador de la República bajo los colores del PRI, el que fuera un férreo defensor del modelo neoliberal en los últimos años se ha manifestado a favor de los cambios impulsados por la 4T.

Y si  bien comparto lo que se dice respecto a que no debemos juzgar a los hijos por las actuaciones de los padres, criterio que hoy también se aplica al secretario de Seguridad Pública federal Omar García Harfuch, hijo y nieto  de personajes por decir lo menos “cuestionables” de la historia moderna de nuestro país. No está por demás conocer la historia familiar, ahora de Altagracia.

Durante la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum, Altagracia Gómez tuvo la tarea de coordinar los diálogos por la transformación. Desde estos foros, la empresaria expuso lo que sería la política industrial durante el presente sexenio: se impulsaría una economía mixta en la que el Estado llevará la batuta en la planeación, dirigiendo, regulando y organizando los procesos que detonaran crecimiento económico, lo que debe de traer mejores condiciones de vida y el ejercicio de derechos económicos, sociales y culturales (DESC) para la población. Este propósito ha sido bautizado por la presidenta como “Prosperidad compartida” y se enmarca en el modelo de desarrollo económico, político y social que impulsa la 4T, denominado “Humanismo mexicano”. Desde este momento  se establecieron los ejes de la política industrial: el desarrollo regional –a partir de las “vocaciones productivas regionales”–, la relocalización de empresas (nearshoring) y la construcción de infraestructura estratégica. 

Toda esta planeación –que se materializará en los “polos de desarrollo y de bienestar”- tiene que, según el discurso oficial, ir acompañada de crecimiento económico, ordenamiento territorial y bienestar social. Se supone que ello garantizará  buenos salarios, derecho a la vivienda, acceso a servicios, como la salud, la educación, infraestructura -energía, agua, telecomunicaciones, carreteras-, conectividad para los trabajadores y las empresas que se han de establecer en estos lugares.

La estrategia de desarrollo, además, contempla la construcción de 100 nuevos parques industriales que se sumarían a los poco más de 400 que hoy existen, a diferencia de lo que se hizo en el pasado, en los años de auge del neoliberalismo con la dispersión de la industria maquiladora en el territorio nacional a partir de la entrada en vigor del TLCAN (hoy TEMEC), donde las empresas se beneficiaban tanto de la mano de obra como de energía barata y recursos naturales (p.e agua), pero que a cambio de ello dejaron una estela de violaciones  a los derechos laborales, la destrucción del tejido social de las comunidades donde se establecieron y contaminación y degradación ambiental (algunos de estos espacios industriales son catalogados por el  Conahcyt como infiernos ambientales). 

La presente administración plantea particularmente para la estrategia de relocalización -nearshoring-  el establecimiento de cadenas de valor que detonen economías de escala, que a diferencia de lo que ocurría en el pasado (donde las empresas importaban casi todos los elementos del proceso de producción), ahora se busca que estos elementos puedan ser abastecidos por el mercado nacional de preferencia de escala local y regional por medio de las PYMES. Al mismo tiempo, se buscará que se establezcan mecanismos de transferencia tecnológica y el impulso de la investigación científica y la innovación, todo ello basado en prácticas socialmente  y ambientalmente responsables y sustentables.

Esta estrategia de desarrollo la publicita Altagracia Gómez como la oportunidad geopolítica que tiene nuestro país de aprovechar su bono demográfico en momentos en que se hacen cada vez más evidentes los ejemplos de la confrontación entre los Estados Unidos y China. En esta disputa por la hegemonía mundial, el papel de México ya no se discute como en el pasado, tampoco se cuestiona el tratado comercial y su contenido neoliberal, simplemente se asume que nuestro lugar como país es estar al lado de su socio comercial más importante, los Estados Unidos, y como si el grado de dependencia de la economía mexicana de su vecino del norte no fuera suficiente, se habla de más integración -de la que ya existe-, por lo que es necesario establecer todavía más incentivos atractivos para recibir los flujos de IED. Hoy ya no basta con ofrecer salarios competitivos, es necesario, dice la empresaria, “crear ecosistemas” que incluyen mano de obra capacitada -con conocimientos técnicos e inglés-, una vinculación entre la ciencia, la academia, el capital privado y el Estado, que se pongan al servicio de estos proyectos generando “círculos virtuosos”. En este contexto los recursos naturales fungen como “facilitadores”. 

Altagracia no es el clásico tecnócrata arrogante de traje Hugo Boss al que nos acostumbró el neoliberalismo. En sus presentaciones en los medios de comunicación luce impecable, y aunque también viste trajes sastre,  siempre va cuidadosamente peinada y maquillada. A diferencia de los primeros, ella se desenvuelve con naturalidad, nunca se le ve nerviosa, al contrario, sonriente, domina la escena, se le ve cómoda, ha sido preparada para esto.

Altagracia reproduce, con total seguridad, una y otra vez, un discurso lleno de neologismos. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en la etapa neoliberal en la que la palabra que más destacaba era la de modernización, ella  hace énfasis en algunos elementos discursivos de la 4T como la “prosperidad compartida” o el “primero los pobres”. El crecimiento económico debe de traer consigo bienestar.

Por otro lado, y con ello regresamos al punto de partida del texto, el modelo de desarrollo que expone Altagracia, en el fondo no difiere mucho de los argumentos que se emplearon en la década de los noventa cuando se promovía la firma del TLCAN, lo que hoy se presenta como nearshoring o Maquilas 2.0, en realidad parece ser el proyecto maquilador de la década de los noventa pasado por tamiz del greenwashing de la escuela del capitalismo consciente. Que si bien, como mencionamos en el párrafo inicial, este hace énfasis en generar mejores condiciones de vida para todos, este capitalismo buena ondita -como diría AMLO- no deja de ser capitalismo. Su fundamento se encuentra en la explotación de las dos fuentes de riqueza que existen: el trabajo -los hombres- y la naturaleza. Y si bien podemos tener fe en que el tigre se vuelva vegetariano, y se logre establecer un modelo de desarrollo dirigido y regulado por un Estado fuerte, no puedo dejar de pensar que la mayor integración hacia los Estados Unidos que implica este modelo profundiza nuestra dependencia hacia el vecino del norte. Además, se asume -desde la izquierda electoral- que no tenemos alternativa, nuestra vida como nación está atada a los Estados Unidos, la potencia hegemónica en plena decadencia. Esta situación me recuerda una de las escenas de la película Titanic, el barco se hunde y los músicos no dejan de tocar. Estados Unidos es el director de la orquesta y nosotros somos los músicos. Como es de mal gusto para los que no han visto la película, prefiero no contarles el final. 

*Doctor en Urbanismo por la UNAM. Maestro en Geografía. 

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