Familiares de personas desaparecidas y otros miembros de la comunidad al sur de Veracruz se organizan para protegerse contra los ataques de grupos armados en la región ganadera
Texto y fotos: Ignacio Carvajal
PLAYA VICENTE, VERACRUZ.- En una casa bien conocida de la localidad de La Ceiba, en Santiago Sochiapan, dos hermanas expresan diferentes puntos de vista:
Matilde González Hernández, madre de Mario Vázquez González, desaparecido desde mediados del 2019, no está resignada a encontrarlo muerto. Menos en el fondo de una de las fosas en este municipio.
«Estoy convencida de que mi hijo está con vida, así se lo pido a Dios a diario», afirma.
Pero su hermana, Felipa González Hernández, piensa que la aparición de esa fosa le inyecta esperanzas de encontrar a su sobrino y a demás conocidos que han sido llevados contra su voluntad por grupos de la delincuencia.
El rostro de Matilde se empapa de lágrimas cuando escucha a su hermana. Se lleva la mano al pecho y se quiebra.
Ambas son vecinas del poblado de Benito Juárez, pueblo que se levantó en armas el año pasado ante el acoso constante del grupo delincuencial «Los Piñitas», a quienes el gobierno de Veracruz atribuye la autoría de los crímenes que yacen bajo en el rancho San Ángel, en la nueva mega fosa de Playa Vicente.
Matilde y su hermana Felipa forman parte del mismo esquema de seguridad comunitaria que opera en esta zona del sur de Veracruz desde mediados del 2019, días después de haber sido atacados por el grupo armado de Los Piñas, que buscaban apoderarse de un hato de 600 novillos gordos.
Es así como ahora en la mayoría de las bocacalles del pueblo penden cadenas y cordones de acero para cerrar el paso por las noches a extraños que les puedan hacer daño.
«Sólo con una camioneta muy grande pueden tirar esas cadenas. Si eso pasa, nos da tiempo de sacar a la familia y defendernos, en caso de que nos ataque», cuenta uno de los integrantes del grupo de guardias comunitarios.
Están completamente coordinados con sistemas de comunicación comunitaria, como sonar las campanas ante una emergencia o pitar con unos silbatos.
Antes de llegar a ese grado de autocuidado, el pueblo lloró sangre y vio cómo se llevaban a sus hijos, y sin poder hacer nada.
Matilde rememora lo que pasó con su hijo y con su yerno, Jesús Navarro Parra, la noche del 10 de julio de 2019.
Ella, su yerno, su hijo y otro grupo de mujeres de la familia regresaban de una diligencia en Playa Vicente cuando resultaron interceptados por un sujetos armados.
Momentos atrás, un par de motociclistas comenzó a darle seguimiento a la unidad automotriz en la que se desplazaban a lo largo de la carretera a Palomares-Tuxtepex.
En medio de la oscuridad, les cerraron el paso, y los agresores bajaron a los dos hombres, que se dedicaban al corte de limón, y comenzaron a golpearlos.
El llanto y las súplicas de la madre, no sirvieron. Los pistoleros los treparon por la fuerza en sus unidades, y se marcharon.
Sin saber manejar, en medio de la oscuridad, el grupo de mujeres quedó a la deriva. Desde entonces el llanto de Matilde González no mengua, se estremece y se le apachurra el corazón con sólo recordar los detalles de esa noche, cuando tuvo de frente a los temibles pistoleros que han hecho fama cortando cabezas, disparando contra ranchos ganaderos y despojando propiedades.
La aparición de la fosa en Playa Vicente solo le ha causado estragos en la salud. Sus seres amados batallan mucho cada vez que le da una crisis por recordar lo que pasó con su yerno y con su hijo.
Felipa González lo ve distinto: «es ahora lo que más queremos en la vida, que cuando menos se recuperen sus restos».
Así, por lo menos «uno va tener donde ir a verlos, primeramente Dios, ahí van estar», y a cota:
«A veces, cuando escucho la radio, y oigo las noticias sobre los operativos en Playa o sobre eso (las fosas), siento alegría y coraje por esa gente».
«Pero estoy segura que yo y muchos vamos encontrar ahí a nuestros familiares», remata.
Playa Vicente (40 mil habitantes) es uno de los municipios más antiguos del estado de Veracruz, fundado en 1973, «La Joya Escondida de la Cuenca del Papaloapan» siempre ha estado bajo el gobierno de poderosos ganaderos.
Irrigado por los ríos Tesechoacán y San Juan La Lana, sus tierras de pastoreo de ganado y agrícolas han generado cuantiosas fortunas. De 85 años, Humberto Andrade Ahujua, Taralila, dueño del rancho donde se localizaron las fosas en Playa, fue en sus años mozos el productor de ganado y de becerros más importante del sureste mexicano.
Pero la bonanza ganadera de Playa va de la mano con las historias oscuras de jefes del narcotráfico que también han empleado su amplio territorio para asentar sus plazas, tales como Marcelo Arroniz Serrano, El Alacrán (+ 2005); José Martín Navarrete Salomón, Cheto (2007) y Leonardo Hernández, El Brujo, (2017).
La ejecución de El Brujo, en una pelea de gallos, representó el ascenso de los integrantes del grupo Los Piñitas, bajo las siglas del Cartel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Uno de esos integrantes, Reinaldo Patiño, alias El Pelón de Abasolo del Valle, es señalado de los más violentos.
Una de sus víctimas, bajo anonimato, recuerda que le pidió cuota por criar y vender ganado. Como no se la dio, por la noche, un grupo armado llegó hasta su rancho y abrieron fuego para darle muerte o someterlo para secuestrarlo.
Armado de un rifle, hizo frente a la amenaza, y logró ahuyentarlos. Durante la juventud, afinó puntería como cazador y los pistoleros se marcharon, no sin antes destrozarle su propiedad y causarle severas lesiones.
Antes de irse, se robaron ganado y todo lo que encontraron de valor a su paso.
Malherido, puso tierra de por medio y se desplazó de la zona. Ahora vive en la clandestinidad. Intenta recuperar la salud, pendiente de las noticias en el sur del estado. Confía en que algún día regresará para tratar de reconstruir su rancho antes de que sea devorado por la maleza.
Él, anónimo, a la distancia del infierno en Playa Vicente, Isla, Azueta y Rodríguez Clara, sólo es uno de tantos pobladores que cayeron en manos de esa célula delictiva, que por sus atropellos se puso en la mira del gobierno.
Apenas supieron la noticia de la aparición de una fosa con restos humanos en Playa Vicente, la familia de Teófila Salas Cardoza (34 años), corrió a donde el nuevo cementerio clandestino de la mafia para buscarla.
Hablaron con la policía, dieron los generales de la víctimas, y ofrecieron detalles sobre la ropa y calzado que portaba el día de la desaparición 26 de enero de 2020, pero los oficiales que cuidan el área, los ignoraron.
Así andan por todo el pueblo a la búsqueda de informes sobre el paradero de la mujer. Ella y otras 11 personas desaparecieron en Playa Vicente durante los primeros días del 2020, y aunque sus nombres aparecen en numerosas fichas de la Comisión Estatal de Búsqueda, esas mismas fichas no se miran pegadas en paredes o espacios públicos en la cabecera del municipio.
Lo que en ciudades como Veracruz, Poza Rica, Coatzacoalcos y Córdoba, con altos índices de desaparecidos, ya es habitual, en Playa Vicente puede costar la vida.
Así, antes de ponerse a buscar, hasta antes de la noticia de la mega fosa en Playa, esas víctimas dejaban todo atrás antes de perder a otro ser amado.
Los familiares de Teófila Salas Cardoza recuerdan que desapareció cuando se dirigía a hacer unas compras en una tienda en la cabecera. Los del negocio, la vieron comprar, salir y marcharse, pero a casa ya nunca llegó.
Sus seres queridos llevan más de 72 hora de angustia desde la aparición de la fosa en el rancho de Playa, pues pese a la búsqueda constante de información, incluso en el lugar de los hechos, no cuentan con más datos, ni les dan razones de cuándo podrían hacer una búsqueda entre los restos para descartar que allí esté Teófila Salas.
Periodista Veracruzano
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