La “gran revelación” de la farmacéutica no tiene nada de nuevo ni cambia el impacto que ha tenido ésta, o las demás vacunas, en el control de la pandemia por covid-19
Twitter: @lolacometa
En estos días, muchas personas, especialmente antivacunas europeos, han inundado las redes sociales con comentarios alarmantes sobre el “gran fraude de Pfizer” y sobre lo acertado que fue no inmunizarse. En realidad, la “gran revelación” de la farmacéutica no tiene nada de nuevo ni cambia el impacto que ha tenido ésta, o las demás vacunas, en el control de la pandemia por covid-19.
Todo surgió hace unos días durante la comparecencia de la farmacéutica Pfizer ante el Comité Especial de covid-19 del Parlamento Europeo, con el objetivo de tratar aparentes irregularidades en los acuerdos de compraventa de las vacunas. En la sesión, estaría el CEO de la farmacéutica, Albert Bourla, pero éste canceló su asistencia en último momento por motivos desconocidos, lo que generó molestia por parte de los políticos europeos. En su lugar, la portavoz Janine Small contestó las preguntas de los eurodiputados que versaron sobre los precios y la gestión de las negociaciones entre los gobiernos y la farmacéutica. Con el argumento de “confidencialidad”, Small dejó muchas dudas en el aire, lo que generó aún más molestia entre los legisladores.
Pero lo que desencadenó el escándalo fue la pregunta que hizo el eurodiputado de ultraderecha Bob Roos a Small: ¿La vacuna de Pfizer contra covid-19 se probó para detener la transmisión del virus antes de que entrara en el mercado?
Ella respondió: No, tuvimos que movernos a la velocidad de la ciencia. Lo que interpretaron muchas personas de esa respuesta es que la farmacéutica engañó a la población y que los países inmunizaron con esta vacuna a millones de personas sin haber probado que realmente impedía la transmisión del virus. Es una afirmación sesgada que vale que pena aclarar.
Primero, es cierto no hubo pruebas de que la vacuna de Pfizer -y ninguna otra que se usó contra covid, por cierto- impidiera la transmisión del virus antes de entrar al mercado. No es nada nuevo, esto se sabe desde 2020 porque la misma farmacéutica declaró en el protocolo de diseño de su ensayo clínico fase III que el objetivo era prevenir la enfermedad, específicamente la infección sintomática por el virus SARS-CoV-2.
No hubo pruebas de si evitaba la transmisión del virus simplemente porque ese NO era el objetivo del ensayo, y porque tales pruebas requieren mucho más tiempo y muchos participantes. Desde un inicio se priorizó el uso de vacunas para evitar la enfermedad y la muerte por covid-19, por eso se autorizaron para su uso de emergencia. Era un punto crítico y lo más importante era impedir que más gente muriera, no evitar que la gente se contagiara. De hecho, lo hemos visto en estos años: cualquier persona aún vacunada puede contagiarse del virus, pero su riesgo de padecer la enfermedad severa, llegar a un hospital o morir a causa de él es mínimo en comparación con las personas que nunca recibieron la vacuna.
En diciembre de 2020, los resultados del ensayo de fase III de Pfizer fueron publicados en la revista The New England Journal of Medicine, y la conclusión fue que la vacuna, cuyo nombre oficial fue BNT162b2, confería una protección del 95 por ciento contra covid-19. Confirmaba que la vacuna servía contra la enfermedad, no contra la transmisión porque, de nuevo, ese no había sido el objetivo del ensayo.
Hay que decir que el hecho de que la transmisión del virus no haya sido el objetivo primordial en ese momento de emergencia no quiere decir que no importe. Así lo planteó hace un año la investigadora de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, Annelies Wilder-Smith, en un artículo de The Lancet: “Aunque la prevención de la enfermedad grave y de las muertes sigue siendo el principal objetivo de salud pública en la fase aguda de la pandemia, y se sigue consiguiendo con las vacunas covid-19 disponibles a pesar de la aparición de la variante delta, abordar la transmisión del SARS-CoV-2 es una consideración adicional crucial. Es necesario reducir la transmisión para disminuir la circulación del virus, alcanzar la inmunidad de grupo y poner fin a esta trágica pandemia”.
Hoy ya se tienen algunas pruebas de que las vacunas también reducen la transmisión. Por ejemplo, un artículo publicado en 2021 confirmó que sí había una reducción en la transmisión de la variante delta del virus entre personas inmunizadas con las vacunas de Pfizer y AstraZeneca en el Reino Unido. Por supuesto que hacen falta más, pero eso no significa que la vacuna de Pfizer no funcione, o que haya sido un timo para alienar a la población. Gracias a las vacunas la pandemia ha dejado de cobrar vidas a mansalva como ocurrió en 2020.
En todo este escándalo, que ha venido como anillo al dedo a grupos antivacunas para justificar sus ideas conspiranoicas, se ha perdido el foco de las cuestiones realmente importantes: ¿cuánto gastó cada país en las vacunas? ¿Cómo se hizo la negociación con las farmacéuticas? ¿En qué radicaron los cambios de precios que impusieron las compañías dependiendo del país que las comprara? ¿Cómo se gestionaron las dosis excedentes?
Y preguntas sobre el futuro: ¿Cómo serán los precios a partir de ahora? ¿Cómo harán los gobiernos para impedir que ocurran negociaciones en completa opacidad? ¿Obligarán a las empresas a levantar los derechos de propiedad intelectual de sus vacunas?
En fin, preguntas que requieren respuestas si queremos mantener las campañas de vacunación contra covid-19 y que se quedaron en el olvido por un escándalo que no tiene nada de escándalo.
Periodista de ciencia. Es comunicadora de la ciencia en el Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, cofundadora y expresidenta de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Escribe para SciDev.Net, Salud con Lupa , Fundación Gabo, entre otros. Estudió Periodismo en la UNAM y tiene estudios de posgrado en periodismo por la universidad española Rey Juan Carlos y el Instituto Indio de Comunicación de Masas, en Nueva Delhi.
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