Después de perder casi el 30 por ciento de sus bosques durante la década de los años 90, hoy la masa forestal del Parque Nacional Iztaccíhuatl Popocatépetl va en aumento. Esto se debe, en gran medida, a un cambio en las actividades económicas de la región
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
“Deforestación no tenemos”, dice con orgullo y mucha seguridad Amado Fernández Islas, director del Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl. “De hecho (en los últimos 15 años) hubo una ganancia en el área forestal de toda la Sierra Nevada”, asegura.
El mantenimiento de los bosques de esta Área Nacional Protegida ha sido tan bueno, que ya ni siquiera hay espacios para reforestar. El éxito forestal en esta zona no sólo obedece al cuidado del parque, sino a un cambio en la actividad económica de la región.
Hace algunos años, los campesinos de esta zona empezaron a dejar el cultivo de maíz y frijol, con la que sólo producían alimento suficiente para asegurar su subsistencia, a un cultivo mucho más productivo: el de los árboles de navidad, explica el director del parque.
Amado, quien también es ingeniero forestal, explica que con esa mayor cobertura “incorporamos espacios a la generación de servicios ecosistémicos, como pueden ser la captura de agua, la captura de carbono”.
Por estas fechas, en la carretera que lleva de Amecameca a la Ciudad de México es común mirar carros que en los toldos llevan pinitos de navidad recién cortados, todos, de plantaciones ubicadas en las faldas de estos volcanes.
Para lograrlo, muchos de los terrenos que antes se dedicaban a la milpa, se volcaron a las plantaciones, muchas con fines comerciales. “Estas plantaciones realmente contribuyen a la comunidad rural, a la cuestión económica, pero también con la restauración de estos terrenos”, asegura el director del parque.
Para sustentar sus dichos, Amado Fernández cita un estudio del doctor en Ciencias de la Tierra, José López-García, investigador del Instituto de Geografía de la UNAM, que da cuenta que la recuperación de los bosques entre 1994 y 2015 ha sido más grande que las pérdidas. Esto conlleva una tendencia al mejoramiento de los servicios forestales que provee la zona.
Lo que destaca son las mejoras afuera del Área Natural Protegida del parque. Gracias a cómo se delimitó esta zona de reserva, la reforestación dentro de sus límites ya no es viable. Principalmente porque ya no caben más árboles.
El parque inicia en los 3 mil 600 metros de altura y llega hasta las cumbres del Popo y del Izta. Este es un punto demasiado alto para que los bosques sean tan tupidos como en los terrenos ejidales y de propiedad comunal, donde se ha empezado a recuperar el bosque.
A partir de esa altitud es mucho más común encontrar pastizales de montaña que árboles, de hecho, el único pino que soporta estas alturas es el Pinus Hartwegii, o járdegui, como le dice la gente de estos lugares. Éstos crecen muy separados, como postes largos que se elevan entre una alfombra ocre de finas hebras de pasto.
“Eso es lo mismo que estamos viendo nosotros –dice sorprendido el director del parque– que ya no hay áreas, no hay mucha superficie como para reforestar. Yo creo que es una de las áreas en las que se ha cumplido con la conservación”.
Algunos metros de altitud por debajo de los 3 mil 600 en donde inicia el parque nacional Izta-Popo está el Bosque Esmeralda: unas 97 hectáreas del ejido Emiliano Zapata que antes solían dedicarse al cultivo de maíz y frijol. Entre los apretados árboles que rodean el área, hay plantíos de arbolitos de navidad. Chiquitos, frondosos y esponjados, los conitos verdes llenana una extensión que antes solían ser arados de tierra revuelta, que buena ayuda daban a la erosión y degradación de la tierra.
Entre ellos, una horda de borregos pasta, bala y caga entre los árboles.
–Estas son nuestras podadoras ecológicas–, bromea Francisco Agustín Pedregal Agustín, uno de los 28 ejidatarios que tienen la propiedad de esta tierra. “Fertilizan y nos dan nuestra ganancia chiquita, y además sale sabrosa la barbacoa”, añade mientras ve la plantación.
Desde hace tres años este grupo de ejidatarios decidió dejar de lado una actividad económica que cada año era más precaria. “Aquí varía, pero casi no se queda ni uno”, dice sobre la venta de los árboles, que no solo están disponibles para ser cortados y adornados para la temporada. Desde este ejido, también se mandan árboles en macetas que se rentan y después de las fiestas decembrinas regresan al pedazo de monte que los vio crecer.
“Lo bueno es al rato que viene la repartición. Ahí sí todos vamos a estar contentos y hasta un pavito vamos a poder llevar a casa para Navidad”, dice Pancho, como lo conocen. Es un hombre bajo, de manos duras y ásperas por el trabajo de campo, que parece que le dejó un capa permanente de tierra entre las palmas.
En el ejido, además hay cabañas que rentan, tienen senderos para caminatas de montaña y rutas para bicicletas desbocadas que descienden el monte entre troncos, vados y obstáculos
“Ahí vamos, entre alzas y bajas”, dice el ejidatario, “Aquí ya casi no se daba nada de lo que sembrábamos. Como estamos en zonas frías, no se da igual. Más le invertíamos de lo que le podíamos sacar”.
A pesar de que en los alrededores de Amecameca, en la falda de los volcanes hay muchas otras plantaciones de árboles de navidad, esta es la única de propiedad ejidal. “Somos el único ejido que estamos haciendo esto. Vemos el beneficio para todos”.
El cambio de producción agrario a forestal, cuenta Amado Fernández, el director del parque, inició hace unos seis o siete años; y ha ayudado mucho a la conservación del lugar. “Cuando cortamos árboles de plantaciones evitamos que se corten bosques naturales. Le quitamos presión a los bosques naturales, en los que a veces venía la gente y sólo cortaba las puntas de árboles altísimos para venderlas como arbolitos frondosos; o se llevaban los árboles pequeños que apenas están creciendo”.
Desde unos años para acá, las autoridades del parque han iniciado trabajos de reforestación fuera de los límites del área protegida. “Trabajamos fuera del parque, con programas de subsidio y de planeación y desarrollo sustentable”, explica Amado. “La idea es hacer alianzas con las comunidades, hacer sinergia con la conafor para mejorar las acciones forestales y el combate a los siniestros. Mucho de nuestro trabajo se queda ahora con las comunidades.
Estos esfuerzos se han centrado en la parte norte del parque, donde se ha apoyado la producción forestal de 375 hectáreas, que se suman a las 70 hectáreas que por mantenimiento forestal se han atendido al interior del parque.
Los bosques que crecen por arriba del límite de los 3 mil 600 metros de altura son naturalmente menos tupidos. Pero debajo de ese límite, explica Amado, la tierra sí se veía más pelona.
Ahora es como si el límite del parque nacional –por naturaleza un pastizal– estuviera rodeado por un cinturón forestal, que ahora, empieza a expandirse.
Hay quien ha propuesto sembrar árboles en esos pastizales. Pero estas iniciativas han sido frenadas, porque afectaría la conservación natural de la reserva.
“No es lo mismo los pastizales que los árboles. Los pastos son el hábitat natural del teporingo (una variedad de conejo endémico que está en peligro)”, asegura el director del parque. En la zona también hay reptiles, un tipo específico de ajolote, coyotes, gatos monteses y hasta halcones de cola roja.
Y no sería conveniente plantar más árboles. porque los pastizales capturan más carbono y agua que los árboles. “Si llegáramos a plantar más árboles en esta zona (de pastizales), cambiaríamos el medio ambiente”, previene.
Un poco la idea es conservar la biodiversidad que existe ¿no? Y lo que tenemos pues ya tiene una distribución natural. Son plantas que han estado ahí desde siempre, y están adaptadas a las condiciones climáticas de la zona.
Amado Fernández, el director del parque Izta-Popo.
Todos los terrenos que rodean el Izta-Popo alguna estuvieron llenos de árboles. Pero después del reparto agrario, la gente empezó a sembrar. El problema se agravó aún más durante la década de los noventa, cuando se emitieron permisos de explotación forestal a los ejidos y a las comunidades agrarias, que sin un manejo forestal adecuado causaron una disminución de la cobertura forestal del 30 por ciento.
A pesar de que muchos de los terrenos de la Sierra Nevada, como también se le conoce a esta zona, han empezado a ser plantíos de árboles, hay algunos otros que no lo han hecho. Incluso, los propietarios de la tierra siguen haciendo una explotación forestal sin un manejo adecuado, talando zonas protegidas sin preocuparse por sembrar nuevos árboles.
“Si de por sí hay muy pocos lugares para reforestar, el tema ejidal es también un problema”, asegura Armando Dattoli, conservacionista que hace un trabajo voluntario de recuperación de los bosques de la zona.
Dattoli asegura que para la conservación natural, el reparto de tierras es lo peor que puede haber. “Por eso en México no hay grandes extensiones donde se pueda ver la vida salvaje y natural. No tenemos un Yellowstone dónde se empieza ver la recuperación de la vida salvaje en grandes extensiones”.
El principal desencuentro de Dattoli con los ejidos es que la decisión de las comunidades puede, en determinado momento, poner en peligro la continuidad de los trabajos de conservación. Así com un día deciden reforestar una zona, en otro pueden decidir darle un uso distinto. “Aunque sea, en el (parque) Izta-Popo tiene una certeza de que puede durar el trabajo que haces”.
Promover sistemas de producción forestal como el que ha ayudado al Izta Popo no puede ser tan buena opción en otros lados. “Por ejemplo, en el Nevado (de Toluca), nada más veo cómo sacan y sacan madera y no plantan nada.
Sin embargo, el panorama en las faldas de la Mujer Dormida y el Popocatépetl es diferente, como reconoce Christina Lenz, presidenta de Cultura Forestal Integral, una organización que ha ayudado mucho a la reforestación de este y otros bosques en el país.
“Yo sí creo que sí bien importante que la gente trabaje junta. Si le va bien al vecino a mí me va a ir bien. La gente cada vez toma más conciencia”, reconoce. “Aunque también, cada vez hay más tala ilegal. Yo he visto camiones cargados de madera salir de estos bosques.
Ella y Armando Dattoli empezaron el proyecto de reforestación del parque nacional en 2005. Hasta el momento han plantado más de 30 mil árboles. Que una gran parte de que esta área natural protegida tenga el grado de conservación que tiene, responde a sus esfuerzos.
Este año es la primera vez que llevan este empeño afuera del parque, para trabajar con dos ejidos interesados en la reforestación, todo por sugerencia de Amado.
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