11 agosto, 2024
Esta es la primera reubicación masiva de una población desplazada por la Crisis Climática en América Latina, 285 familias de la isla Cartí Sugdup derán reubicadas en 11 hectáreas de bosque protegido de Narganá
Texto: Mary Triny Zea / Mongabay
Fotos: Ramiro Rodríguez y Javier Jiménez
PANAMÁ.- Edita López de 63 años y su hija Nadine Morales de 26 llevaron, a su casa de 49 metros cuadrados, sillas, dos baldes para recolectar agua y un televisor; los dos pericos, el perro, la nevera y la estufa se quedaron con el resto de la familia, otras 16 personas que aún permanecen en su choza en Cartí Sugdup, la isla más poblada del archipiélago de Guna Yala, esperando su turno para ser trasladados también a tierra firme.
“Me gusta, sí, me gusta. Aquí podemos conectar la refrigeradora para tomar agua fría, es como si estuviera en la ciudad. Cuando venga la luz voy a poner mi abanico y voy a estar fresco”, dice el maestro Braulio Navarro mientras contempla su nueva casa. Al igual que Edita López, Braulio y su familia dejaron Cartí Sugdup para asentarse en la urbanización que el gobierno de Panamá construyó en el continente para reubicar a unas 300 familias isleñas y que fue bautizada como Isberyala.
La decisión de un traslado masivo la tomaron las autoridades panameñas hace 14 años al observar que las islas del archipiélago caribeño estaban siendo impactadas por el aumento del nivel del mar y que, tarde o temprano, quedarían bajo el agua. Tras más de una década de planificación, a finales de mayo pasado, fueron trasladadas las primeras familias.
“Esta es la bandera del Cambio Climático, la primera isla afectada por el cambio climático y Panamá va a estar bajo los ojos del mundo”, dijo Roger Tejada, exministro de Gobierno en declaraciones previas al traslado.
Pero la nueva urbanización que fue construida en un lote de 22 hectáreas, al interior del área silvestre protegida de Narganá, preocupa a los científicos.
Imágenes satelitales analizadas por Mongabay Latam muestran que al menos 11 hectáreas del área protegida fueron deforestadas para la construcción de Isberyala. Además, según expertos, el Estudio de Impacto Ambiental que sustentó el proyecto es insuficiente y no da garantías de protección para el área silvestre. ¿Cómo se contendrá la deforestación cuando la población de Isberyala crezca? ¿Cómo se protegerá la biodiversidad de esta reserva en el largo plazo? Ninguna de estas preguntas parecen haber sido consideradas en el plan de traslado que se creó.
“Venimos de las montañas”, del río Atrato en Colombia, en la región del Chocó Darienita, cuenta el profesor de historia guna, Atilio Martínez. Por los años 1600, los indígenas gunas se trasladaron a Panamá y se instalaron en los alrededores del cerro Tacarcuna, el lugar de mayor altura en la serranía del Darién, en una zona próxima a la frontera con Colombia, y que es considerada “sagrada” por albergar los primeros asentamientos de este pueblo.
Pero tras la llegada de los españoles, a partir del 1700, los gunas se refugiaron en las islas del caribe panameño que conforman lo que hoy se conoce como el archipiélago de Guna Yala o San Blas.
Es por eso que el proyecto de Estado para trasladarlos al continente es considerado por algunos miembros de este pueblo como un regreso al territorio original. Lo llaman el “retorno a la madre”, aunque no a todos les convence el plan.
Isberyala, la urbanización construida para reubicar a 300 familias provenientes de la isla Carti Sugdub, se ubica en el Área Silvestre Protegida de Narganá, en el corregimiento del mismo nombre. El área protegida, declarada como tal en 1994, abarca unas 100 mil hectáreas, aunque es solo una parte de lo que los gunas consideran la “comarca de la biósfera”, que en total suma 3206 kilómetros cuadrados entre tierra firme y 365 islotes.
Para llegar a Isberyala, que se encuentra a 542 kilómetros al noreste de la ciudad de Panamá, se necesita viajar durante dos horas en carro desde la capital o 30 minutos a pie desde el puerto Niga Kantule, que es la puerta de entrada al archipiélago de Guna Yala.
A los indígenas les preocupa que su modo de vida cambiará por completo. “Mi gente pesca todos los días. Ahora para pescar, ¿de dónde van a salir y dónde dejarán el cayuco?”, se pregunta Martínez. Aún así, no hay alternativas, ya que el pronóstico es decisivo: tarde o temprano, sus antiguas casas quedarán bajo el agua.
Un estudio del Ministerio de Ambiente presentado el año pasado, detalló que en un escenario optimista el nivel del mar en el Caribe panameño ascenderá 27 centímetros al 2050 y que “todas” las islas del archipiélago de Guna Yala están entre las zonas de mayor impacto.
El Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales es más conservador. Según sostiene, los datos de la estación de mareas de la Universidad de Hawai indican que durante los últimos siete años, el mar en el Caribe ha aumentado alrededor de seis milímetros anuales.
Steven Paton, Director de la Unidad de Monitoreo del Instituto Smithsoniano advierte que eso no quiere decir que esas cifras se repitan para cada rincón del Caribe. De hecho, asegura que aún se requieren años de datos para poder tener estimaciones más precisas. Por lo mismo, prefiere ser cauto y hablar de un aumento de entre 3.4 y 3.5 milímetros anuales para el Caribe panameño, que son también los datos que maneja la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (Noaa).
Aún así, lo que es seguro, dice Paton, es que el nivel del océano está aumentando en la zona y, actualmente, cuando coinciden las lluvias con la marea alta, las islas se anegan. Es por eso que Edita López vivía angustiada. Cuando ella estaba dentro de su choza, el agua tapaba sus tobillos, por eso, aunque siente nostalgia de su antigua vida, su traslado a Isberyala la hace sentir aliviada.
Además, el aumento de la población en la isla mantenía a los gunas viviendo hacinados y en condiciones insalubres, una situación que ya se había vuelto intolerable para muchos. “Empezamos a hablar de la mudanza por el hacinamiento en el que vivíamos en la comunidad. Las familias estaban crecidas y no podían ampliar más sus chozas”, cuenta Dalys Morris, quien lideró el comité del traslado.
Pero la Crisis Climática no ha sido la única responsable del avance del mar sobre los territorios insulares de Guna Yala.
Capitolino Díaz, habitante de la isla Cartí Sugdub, dice que durante 20 años se dedicó a “rellenar” la isla para, supuestamente, protegerla de los embates de las olas. Cuenta que hacía unos cinco viajes diarios al mar y traía de regreso su cayuco lleno de corales y rocas de buen tamaño.
“Primero se ponen los palos y allí poco a poco voy poniendo las rocas para que no caigan”, cuenta. Así como él, muchos habitantes de Cartí Sugdub durante décadas extrajeron corales, rocas, algas de otras zonas para impedir que el mar avanzara y lograr extender la superficie de la isla para albergar a la creciente población.
Lo que Díaz no comprendió a tiempo es que la medicina sería peor que la enfermedad. Ya en 2003, los científicos Héctor Guzmán, Carlos Guevara y Arcadio Castillo publicaron en la revista científica Conservation Biology, que el manejo “inadecuado” de los recursos estaba modificando el ecosistema arrecifal significativamente con efectos a largo plazo. “En consecuencia, la erosión de la costa se ha incrementado debido a la falta de una barrera natural de protección”, escribieron.
Capitolino Díaz hoy tiene 73 años y se limita a recoger las rocas que se caen de las barreras que construyó para atenuar el impacto de las olas. Pero el destino de las islas de Guna Yala está trazado. Según el Instituto Smithsoniano, puesto que muchas de las islas del archipiélago están a menos de medio metro por encima de la línea de la marea alta, “podrían dejar de existir para finales de siglo”.
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Elliot Brown Rivera, biólogo guna de Cartí Sugdup, quien es parte del comité del traslado desde el 2018, detalla que las casas ocuparon una zona donde los indígenas cultivaban yuca, pero que aún así “tuvieron que cortar pendientes y montañas”.
Así lo confirman las imágenes satelitales revisadas por Mongabay Latam en la plataforma Global Forest Watch. En ellas es posible ver que en 2001 hubo una pérdida de cobertura arbórea de ocho hectáreas al interior del polígono de la nueva urbanización, ubicado a su vez al interior del área silvestre de Narganá. Los años que siguieron, el área del polígono no se volvió a intervenir, con excepción de pequeñas parcelas de menos de una hectárea en 2010, 2016 y 2018. En 2019, sin embargo, cuando se inicia la construcción de Isberyala, las cifras se disparan. Ese año, tres hectáreas de bosque se perdieron dentro del polígono, en 2020, seis más, y en 2021, otras dos. En total, al menos 11 hectáreas de bosque fueron destruidas para construir la nueva urbanización.
“Las imágenes satelitales muestran que había algo de intervención, pero había mucha área del proyecto intacta, se veía que había un bosque”, confirma el economista y ecólogo George Hanily, exdirector ejecutivo de la organización de conservación panameña, Ancon.
El estudio de impacto ambiental del proyecto al que accedió Mongabay Latam tras una solicitud realizada al centro de documentación del Ministerio de Ambiente, no precisa, sin embargo, cuál es la extensión que se pretendía deforestar, ni mucho menos cuántos árboles fueron arrancados, de qué especies, ni de dónde específicamente. Llama la atención que, en lo que respecta a las medidas de mitigación o remediación frente a la tala, el documento únicamente menciona que se adoptarán medidas como “contar con un plan de rescate y ubicación” y que se eliminará “sólo la vegetación necesaria”, sin más detalles sobre cómo se pretendía llevar a cabo dicho plan de rescate o qué se entiende por “sólo la vegetación necesaria”.
El estudio tampoco detalla aspectos relacionados al manejo de los residuos, la electrificación, el saneamiento o el acceso al agua. Mucho menos se estimó la variable de cambio climático, advierte Isaías Ramos, biólogo del Centro de Incidencia Ambiental (CIAM), una ONG que litiga en asunto ambientales, tras analizar los estudios.
En Isberyala ni un solo árbol hay entre las viviendas, separadas unas de otras apenas por un paso y según los gunas no se cumplió con ninguna medida de mitigación. “Eso está pelado totalmente” y el terreno del nuevo asentamiento se aprecia “rojizo porque tumbaron todos los árboles”, dice Arcadio Castillo, biólogo marino guna e investigador del Instituto Smithsoniano.
Aunque la licitación para la construcción de Isberyala fue adjudicada en 2017, la reubicación de las comunidades guna se preveía desde hace años, recuerda Raisa Banfield, presidenta de la ONG Panamá Sostenible, por lo que “no se justifica que el traslado se haya hecho de esta manera”, dice. Una manera que “nada tiene que ver con la relación de los guna con el mar, devastando un bosque para establecer un modelo urbanístico que pareciera de cualquier barriada de la zona urbana y sin involucrar a la comunidad en el proceso”, sostiene.
Para Hanily —quien entre otras cosas lideró la creación de dos fondos ambientales en el país a través de canjes de deuda por naturaleza entre los gobiernos de Panamá y de Estados Unidos—, el estudio de impacto ambiental de Isberyala no cumple con el estándar que se requiere en un proyecto como ese.
De acuerdo con el experto, el EIA del proyecto tendría que haber sido de categoría 3 puesto que esta última “considera no solo los impactos directos, sino también los indirectos y acumulativos sobre los recursos naturales y el entorno”. Sin embargo, el EIA que analizó Mongabay Latam es de categoría 2 y “no tiene la rigurosidad requerida”, dice el ecólogo.
Algo que preocupa a los expertos consultados es que, según el EIA, “la diversidad existente en la zona es sumamente baja”, ya que en los muestreos se registraron 12 especies de mamíferos silvestres, lo que solo corresponde al 4,69 % del total de especies registradas en el país. Lo mismo concluye el estudio respecto de las aves, los anfibios y los reptiles presentes en el área. Sin embargo, el EIA no precisa cuál fue la metodología utilizada para obtener esos resultados, sino que se limita a decir que “el trabajo de muestreo fue realizado con recorridos de búsqueda generalizada”.
“Dicen que hay venado, boa, sapo, murciélago, pero, ¿qué hicieron?, ¿colocaron cámaras trampas para ver si pasaba un venado? Pensé que iba a ver [en el EIA ] fotografías reales, no de internet. Es súper importante que se mencione a detalle la metodología de campo utilizada para poder comparar con otros estudios”, explica el biólogo guna Yadib López.
Hanily asegura que “si el EIA fuera categoría 3 todos los detalles relatados tendrían ‘más carne’, el contenido del estudio hubiera sido completamente diferente y hubiera tomado más tiempo su elaboración”. Lo más grave —agrega el experto— “es que legalmente se está manejando (el proyecto) con una categoría que no corresponde”.
De acuerdo con el biólogo Elliot Brown, en Isberyala ya se ha identificado la presencia de un jaguar. “Es una hembra”, asegura. De hecho, la presencia de estos animales es una preocupación para los habitantes de la nueva urbanización que no están acostumbrados a convivir con el tercer félido más grande del mundo. “¿Qué hago si me encuentro cara a cara con uno?” se pregunta Ercilina Morris, guna originaria de Cartí Sugdup, quien asegura que las personas de la comunidad ya han compartido fotos de jaguares a 45 minutos de Isberyala. El EIA, no obstante, nada dice sobre la presencia de jaguares.
“Estoy bastante preocupado” sostiene el especialista en derecho ambiental, Harley James Mitchell, al revisar el EIA. “[El Estado] no consideró los efectos a futuro de un asentamiento humano dentro del área protegida”. Un asentamiento, agrega, “que tenderá a crecer, como todos los asentamientos, por lo que la categorización del EIA debió ser mayor”.
“Estamos hablando de infraestructura pública, servicios públicos, vialidad o carreteras, comercios, gasolineras es decir una transformación total del sitio. Nos parece que la decisión que tomó el Estado al mudar a estas personas de un sitio insular a tierra firme es mucho más monumental de lo que hasta ahora los medios de comunicación y el gobierno nos han hecho saber”.
La posibilidad de que el bosque vaya desapareciendo a medida que la urbanización se expanda, así como las zonas de cultivo para alimentar a la población, son aspectos que preocupan, además, porque el área silvestre de Narganá está hace años presionada por la deforestación.
El análisis satelital realizado por Mongabay Latam muestra que, en 23 años, la pérdida de cobertura arbórea en toda el área protegida ha sido de 3 mil 280 hectáreas, lo que equivale al 3.5 por ciento de este bosque. Además, de esa cantidad, 506 hectáreas correspondían a bosque primario húmedo que es especialmente importante para el almacenamiento de carbono y la preservación de la biodiversidad.
Asimismo, en los primeros siete meses del 2024, se registraron 7656 alertas de deforestación en Narganá. Cada alerta representa la pérdida de un espacio de 30 x 30 metros en un bosque tropical, aproximadamente la extensión de una cancha de básquetbol. Estas alertas, cabe precisar, pueden revelar una intención concreta por remover el bosque pero también pueden estar asociadas a causas naturales.
Proteger el Área Silvestre de Narganá es clave debido a la rica biodiversidad que alberga. De hecho, se ubica en una zona donde, al menos, han sido identificadas 58 especies de mamíferos, 440 de aves, 45 de peces de agua dulce y 30 de reptiles y anfibios. Además, forma parte del Corredor Biológico Mesoamericano que conecta las áreas protegidas desde México hasta Panamá. En el EIA de Isberyala, no obstante, “por ningún lado se menciona la importancia del área silvestre de Narganá”, insiste Yadib López.
Aunque Isberyala ya está construida, los impactos pueden continuar escalando, aseguran los expertos.
“Durante los últimos siglos, los guna habían estado viviendo del mar, de la pesca y del turismo. Ahora dependerán de la actividad agropecuaria que involucra deforestar extensiones de terreno”, explica el biólogo Guido Berguido, director de la Fundación Adopta Bosque. En el área silvestre de Narganá “se encuentra el tapir, el jaguar y el mono araña colorado que son especies en peligro de extinción y que van a tener el impacto de estas personas”, explica.
Hace algún tiempo, Anelio Brenes, de 27 años, migró desde el archipiélago a la capital del país centroamericano para estudiar psicopedagogía. Desde su liderazgo en la Asociación de Estudiantes Gunas critica la manera en la que se ha desarrollado el reasentamiento de su comunidad. “No se hizo la consulta previa”, asegura. “La mayor parte de los hermanos indígenas basan su vida en la pesca y el buceo de mariscos para la economía y la alimentación propia. No se sabe cómo se va a redireccionar esta actividad; no hubo ningún programa para ello”, dice.
Por eso, los sentimientos de quienes ya han sido trasladados a Isberyala son contradictorios. “Me siento feliz y triste”, dice Edita López. “La tristeza que tengo es porque dejaré un mundo al que estaba acostumbrada”, agrega.
La forma de dormir es algo que le preocupa, “porque el gobierno al entregar las viviendas dijo que no se puede abrir ningún hueco hasta que transcurran dos años [por la garantía]. Así es que no se pueden instalar hamacas a menos que se construya una vivienda [al estilo] de la tradición guna en el terreno trasero de cada casa”, explica.
Las hamacas, sin embargo, no son un capricho de Edita López, sino una costumbre muy arraigada de su pueblo. En su choza de Cartí Sugdup se podía contar más de una docena de hamacas de todos los colores, algunas tendidas y otras enrolladas.
En ellas duermen, reposan, y los saglas (o líderes) las ocupan sentados o recostados al momento de reunirse en la choza más grande de la comunidad o “Casa del Congreso” para conversar las decisiones que atañen a su pueblo.
De hecho, mientras Edita López organizaba sus cosas en la isla, sus parientes prepararon un resguardo para los malos espíritus. Amarraron hojas de palmera de bellota en forma de escoba para que López pudiera colocarlas en los rincones de su nueva casa y alrededor de las hamacas, pero no pudo usarlas.
Por todas estas cosas, el profesor de historia guna, Atilio Martínez, dice no estar de acuerdo con la infraestructura de las casas de Isberyala. “Es incómodo para los gunas. Nos va a costar, va a haber un cambio drástico en la vida cotidiana de los comuneros”.
Dalys Morris, asegura que a ella también le hubiera gustado que el proyecto de vivienda tuviera un diseño tradicional. “Pero si no aceptábamos el programa, el gobierno no nos iba a ayudar”, sostiene.
El complejo de casas por el que el Estado pagó 12.2 millones de dólares, tiene el mismo diseño que las de interés social que se ofrecen en el resto del país. Son de material de PVC, similar al plástico, y relleno de concreto. “Estas viviendas no son para afectados climáticos”, critica Morris. Además, “son sumamente calientes”, asegura Arcadio Castillo, el investigador guna del Instituto Smithsoniano.
Ya son 285 familias que se encuentran viviendo en Isberyala y ni siquiera cuentan aún con un sistema de recolección de basura, algunos la llevan a la ciudad, e incluso otros a las islas. Además, desde junio a la fecha se han presentado más de una docena de apagones. El problema, es que cuando se va la luz, también falta el agua potable que proviene de un pozo, aseguran los moradores de la nueva urbanización, consultados por Mongabay Latam.
“Esperemos que con las 60 comunidades [de las otras islas] que falta reubicar no se repita la acción de tapar un error con otro error: devastando, deforestando y desconectando a la gente de la naturaleza”, dice Banfield, la presidenta de Panamá Sostenible. “Salvar a una población de un riesgo por temas climáticos no implica movilizarlos a una ruptura con su cultura y la madre tierra”.
Mongabay Latam envió preguntas a los Ministerios de Ambiente y de Vivienda y Ordenamiento Territorial sobre los argumentos que respaldaron la presentación de un Estudio de Impacto Ambiental categoría dos, las insuficiencias detectadas por los expertos, así como las críticas referentes a la no consideración de los aspectos culturales del pueblo guna. Sin embargo, hasta la publicación de este reportaje, ninguno de los dos ministerios envió respuestas.
Este reportaje es parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam, Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo y se publicó originalmente en MONGABAY. Aquí puedes consultar la publicación original.
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