Panamá para los panameños 

28 diciembre, 2024

La reciente amenaza de Donald Trump de retomar el control del Canal de Panamá ha generado una respuesta unificada por parte de los países latinoamericanos, evidenciando una viva solidaridad en defensa de la soberanía 

Por José Ignacio De Alba / X: @ignaciodealba

Trump sugirió que Estados Unidos debería recuperar la administración del Canal de Panamá si el país centroamericano no reducía las tarifas para los barcos estadounidenses. La reacción en América Latina fue inmediata. El presidente de Panamá, José Raúl Mulino, afirmó: «cada metro cuadrado del Canal de Panamá y sus zonas adyacentes es de Panamá y lo seguirá siendo».

El Canal de Panamá, inaugurado en 1914, estuvo bajo control estadounidense durante gran parte del siglo XX. Durante décadas, Panamá fue considerado un protectorado debido a la influencia política y militar de Estados Unidos. No fue hasta 1999, tras la entrada en vigor de los Tratados Torrijos-Carter, que Panamá recuperó el control total del canal, marcando un hito en la historia de su soberanía.

Pero poco se cuenta, para la recuperación del Canal fueron cruciales los movimientos estudiantiles y las protestas sociales de los años sesenta en Panamá. Durante esta época, los jóvenes panameños se convirtieron en la vanguardia de un movimiento nacionalista que exigía la eliminación de las condiciones desiguales impuestas por los tratados canaleros y la presencia extranjera en el territorio nacional. 

Las protestas del 9 de enero de 1964, conocidas como el Día de los Mártires, marcaron un punto de inflexión en la historia del país. Ese día, estudiantes del Instituto Nacional lideraron una manifestación en la Zona del Canal para exigir que se izara la bandera panameña junto a la estadounidense, un acto simbólico que culminó en represión y el asesinato de más de veinte manifestantes. 

El impacto de estas movilizaciones no solo sensibilizó al pueblo panameño, sino que también presionó a los líderes políticos a intensificar las negociaciones con Estados Unidos. Los movimientos sociales fueron el gran catalizador de los tratados que llevaron a la firma de los Tratados Torrijos-Carter en 1977. 

Estos tratados garantizaron la transferencia gradual del Canal de Panamá al control panameño, que culminó el 31 de diciembre de 1999. En este contexto, los movimientos estudiantiles y las protestas sociales no solo representaron una lucha por la soberanía, sino también un acto de identidad nacional y unidad que transformó el panorama político y social del país.

Trump se delató al referir que una de las preocupaciones que tendrá su administración es el papel, cada vez más protagónico, que tiene China sobre la región. Y es cierto, la potencia industrial de China ha representado también mayor influencia sobre el viejo protectorado estadounidense. 

El Canal de Panamá es de vital importancia para China debido a su posición estratégica en el comercio global. Sobra decir que es una de las principales rutas marítimas del mundo. El Canal es geoestratégico para cualquiera que quiera controlar y optimizar las cadenas de suministro en el mundo. 

Después de los dichos de Trump, fue cuestión de horas para que los líderes de la región expresaran su respaldo a Panamá. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, manifestó su solidaridad, enfatizando que el canal pertenece a los panameños. También el presidente de Colombia, Gustavo Petro, expresó: “Hasta las últimas consecuencias estaré al lado de Panamá y la defensa de su soberanía”

También  los gobiernos de Chile, Bolivia, Venezuela se posicionaron a favor de la del pueblo panameño. Esta postura conjunta refleja una creciente conciencia sobre la importancia de la unidad latinoamericana frente a desafíos externos. La defensa del Canal de Panamá se convirtió no solo en un símbolo de resistencia para los panameños, es también una reivindicación de los países de la región frente al rancio imperialismo estadounidense. 

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).