Desde finales de la década de los 80, la Organización Mundial de la Salud considera la partería capacitada como una alternativa para prevenir la mortandad materna y prenatal. En México, sin embargo, buena parte de la población no tiene acceso a servicios de salud de calidad, y prevalece la estigmatización sobre este oficio. Pese a todo, la partería avanza a contracorriente del sistema de salud, que limita la decisión de las mujeres.
Este reportaje fue realizado como parte de la beca Robert L. Breen y una parte del mismo fue publicada originalmente en Vice México. Se reproduce con autorización de los autores y del medio
Texto: Celia Guerrero.
Fotos: Pepe Jiménez
TEMIXCO, MORELOS.- “No frunzas la cara, respira profundo y empuja”, dice Angelina a Michelle, de 24 años, que está dando a luz en una casa de una colonia popular donde Angelina a veces da consultas prenatales y recibe a recién nacidos. Una ventana en lo alto permite la entrada de la luz del medio día.
Hay siete mujeres en la habitación: Angelina; dos ayudantes que preparan el lugar para el parto; Michelle, la parturienta; su mamá y su suegra: Y una extraña: yo. Pero eso no afecta a la mujer, que pareciera no estar aquí. Sus ojos están cerrados, cuando no miran al horizonte sin rumbo. Comienza una contracción, Michelle encoge el rostro de dolor, reprime un grito. La cabeza del bebé se visualiza. La partera la guía, le pide no empujar más, solo exhalar rápidamente. Una niña nace a las 12 horas 17 minutos. Angelina la examina rápidamente mientras dice: “Ya va para la mamá, ya va para la mamá”. La nacida no llora airada, sino sosegadamente. Ahora, hay ocho mujeres en la habitación.
Originaria de Guerrero, hoy residente de Tepoztlán, Angelina es una partera solicitada internacionalmente. A veces ella va hasta donde las mujeres viven; muchas otras, las embarazadas viajan desde otros estados —e incluso países— para que las atienda.
Para ella el oficio vino de familia, varias fueron las mujeres parteras que le enseñaron. Su abuela y tías le mostraron los aspectos del cuidado con herbolaria y otras técnicas naturales. La parte médica la aprendió de su mamá, quien inició trabajando como ayudante de limpieza en una clínica privada en Taxco y luego fue capacitada por el médico para que atendiera los nacimientos en su ausencia.
“En mi casa había partos todo el tiempo y la necesidad de ayudar a la familia. Yo nunca me cuestioné si iba a ser una médico o si iba a estudiar algo. No nos cuestionamos eso, nos dedicamos a lo que ya se hacía”, platica con actitud maternal.
Angelina tiene una aprendiz: Oralia, de 22 años, originaria de la región mixe en Oaxaca. El abuelo de Oralia es partero, pero ella no aprendió el oficio de él. Su relación con la partería comenzó con el nacimiento de su hermana pequeña: su madre se encontraba en trabajo de parto, dentro de una choza cubierta con carrizos. Oralia, afuera, veía por un pequeño orificio la escena. Tenía seis años. “Vi como la pasaron a la cama y vi como salió sangre. ¿Qué le está pasando? Medio vi que se asomaba la cabecita de mi hermana y yo quería estar ahí. Se dieron cuenta que estaba mirando y dijeron: ‘¡No veas eso!’… Fue una impresión. ‘¿Así nacemos?’, pensaba. Pero nunca le pregunté a mi mamá”.
Oralia estudió durante tres años la carrera técnica de partería en una de las cuatro escuelas de México: Luna Llena, en la ciudad de Oaxaca; luego vino a vivir con Angelina a Tepoztlán para aprender partería tradicional y ganar experiencia. En un año ha asistido alrededor de 40 partos.
En México, quienes prestan el servicio de partería pueden ser licenciadas en enfermería y obstetricia, parteras profesionales (formadas en el extranjero, en donde existe la partería como profesión), parteras técnicas (egresadas de escuelas que hay en el país) y parteras rurales o tradicionales (sin educación formal).
De acuerdo con el informe El estado de las parteras en el mundo, en 2014 existían cerca de 15 mil parteras tradicionales en México. La legislación las considera y su actividad se sustenta con el reconocimiento de la medicina tradicional desde 1990, pero las califica como “personal de salud no profesional”.
Una partera tradicional debe ir a las capacitaciones que imparte la Secretaría de Salud una vez al mes y llevar una bitácora de las embarazadas; con ello, recibe una credencial con la puede tener acceso al hospital con la paciente, en caso de que el parto se complique, y puede expedir el documento para el registro del recién nacido.
Angelina asiste a estas reuniones, tiene la constancia que la acredita como partera tradicional certificada y una libreta de la Secretaría de Salud en donde apunta sus consultas. Sin embargo, opina que el seguimiento que hacen las autoridades tiene que ver más con restringir su labor que con una política de acompañamiento a los partos.
“El sistema de salud dice: sí, vengan, vengan parteras. Y nos enseñan, y nos dan clases, pero al final dicen: ustedes no pueden hacerlo porque no tienen un título profesional, no pueden usar jeringas porque no son enfermeras, no pueden usar plantas medicinales porque no han estudiado herbolaria, no pueden”, se queja Angelina.
Coincide Pilar Rendón, una mujer de 63 años que le hace honor a su nombre (es de complexión pequeña, pero habla con seguridad del oficio que realiza desde hace 31 años). Le pregunto si le da miedo recibir a los recién nacidos. Se ríe y contesta firme: “No”.
Cuando era joven comenzó a estudiar enfermería, pero después de dos años se casó y no terminó la carrera. Esperanza, su madre, una partera legendaria de Tepoztlán, le enseñó el resto.
“Antes les dábamos un té que les ayudaba a dilatar y así rápido nacía. Ahora todo nos prohiben, no quieren que les pongamos nada, todo natural. No quieren que demos tés, no quieren que demos nada”, explica Pilar.
Angelina muestra un libro del ancho de un tabicón de concreto con el que se prepara para obtener un certificado de partería en Estados Unidos. En México tendría que terminar la secundaria y pagar la única escuela de parteras que expide título y cédula: Casa, en Guanajuato. “Pero ¿cómo crees? Yo podría darles clases”, añade entre risas.
El certificado, explica, lo necesita para protegerse legalmente, aunque debe seguir asistiendo a las reuniones de la Secretaría de Salud para poder solicitar los registros de recién nacido.
Nayeli y su esposo llegaron a Tepoztlán hace 16 años. En 2005 Nayeli tuvo a su primer embarazo y, a través de su maestra de yoga, se enteró de un “modo diferente” de parir. En principio pensó: “No, no es para mí”. Luego, el trato de su ginecóloga —quien la había atendido durante años— en el embarazo y una sutileza del lenguaje la hicieron cambiar de opinión:
“Mi ginecóloga me decía: ‘Sí, el producto viene bien’. Y yo decía: ‘¿Cuál producto? ¿Mi bebé?’ Yo sentía tan feo que le dijera producto. ‘Se llama bebé cuando ya sale del ambiente intrauterino. Adentro es producto’, decía ella. ‘¿Podemos hacer una excepción y conmigo puedes decir bebé?’ Y no. Era el producto”, cuenta Nayeli.
Dos días después de la consulta con la ginecóloga, Nayeli acudió con una partera. La experiencia desde el inicio fue otra, explica: el trato fue más humano, más respetuoso y le dio la posibilidad de parir en su propia casa. Aunque no todo fue miel sobre hojuelas: su familia se opuso, luego se enfrentó a un trabajo de parto que duró 48 horas y la hizo dudar de haber tomado la mejor decisión. A pesar de esto, cuando quedó embarazada por segunda vez, optó por atenderse nuevamente con partera. Más que miedo al dolor, Nayeli le tenía pavor a la mecanización del nacimiento de sus hijas.
“Dar a luz no es librarte de una enfermedad, entonces, lo que quieres es tener condiciones óptimas para la vida, no para la enfermedad: condiciones cálidas, seguras, higiénicas, con los seres que quieres que te acompañen, con calma, si se puede reducir la luz y el ruido es ideal para una criatura que nace, con contención no solo médica sino familiar, espiritual, emocional. Eso no te lo da un cuarto hospitalario ni en una instancia pública ni privada”, considera la médico homeópata Rosa Beléndez.
La opción de que una familia decida parir en casa se inserta en una propuesta llamada parto humanizado. Esta propuesta, explica Cristina Alonso, presidenta de la Asociación Mexicana de Partería, considera que parto y embarazo “son procesos fisiológicos para los que el cuerpo de la mujer está preparado”; que la medicina es útil “solo en situaciones de emergencia”, y que el objetivo de la atención es que la experiencia de la mujer sea satisfactoria, informada y segura.
En 2010, el Tribunal Europeo sentenció la opción del parto en casa como un derecho humano europeo. Por su parte, la Confederación Internacional de Matronas (ICM, por sus siglas en inglés) considera que la mujer tiene derecho a elegir un parto en casa seguro, siempre que sea una decisión informada y con la ayuda de una matrona.
Pero la realidad mexicana es muy distinta. Atenderse con partera hoy puede ser una alternativa a la atención hospitalaria para algunas mujeres. Mientras, para otras “el parto en casa no es una opción, es una limitante”, afirma Guadalupe Mainero, ex directora de la primera escuela pública de parteras en México, en Tlapa, Guerrero.
“Si tú vives en el cerro y todas las calles se te caen, porque así es Guerrero, la montaña se desbarata, y estás en parto, pues te lo atiende tu mamá porque no te queda de otra. Es una realidad, no es una opción. No es algo que tú eliges porque estás preparada y porque tienes un plan de seguridad. No. Es porque no te queda de otra”, explica.
Cuando su primer hijo nació, Alina Bishop quizo abrazarlo inmediatamente, pero en el hospital no se lo permitieron. Esa experiencia la llevó a investigar otros modos de parir y nacer. Así comenzó a promover el parto humanizado.
Pero al parto humanizado le precede una larga tradición indígena en la que mujeres y hombres atienden los nacimientos en zonas donde los servicios de salud públicos o privados no llegan. Por ello, en 1989, Alina y otras aprendices de partería fundaron Ticime, una organización que buscó vincular la partería tradicional con la profesional.
Ante la fuerte estigmatización de la partería tradicional, en 2007, nació Parto Libre, organización cuya visión se sustenta en la medicina basada en la evidencia:
“Todas las prácticas médicas se basan en la evidencia, se hacen estudios, pero de repente se deja de estudiarlas. Entonces, una práctica que se estudió y que resultó positiva, 10 años después se descubre que no es tan positiva. Por ejemplo, la posición horizontal que resultó benéfica para el médico, años después se descubre que la posición vertical que utilizan las parteras hace que el parto sea más rápido”, explica Alina, miembro de la colaboración Cochrane, una red mundial que practica la medicina basada en evidencia.
Recientemente Parto Libre participó en la elaboración de la Norma Oficial Mexicana (NOM) 007, publicada en abril de 2016, la cual estipula procedimientos para la atención de la mujer embarazada y el bebé durante la gestación, parto y posparto. En esta norma, por primera vez se plantea una atención humanizada y de respeto al proceso del nacimiento.
Aunque, de nuevo, la realidad mexicana es otra. “La publicación de la norma es un gran logro, sin embargo, el apego a las normas en México es muy bajo”, dice Guadalupe Mainero. A esto se le agrega que la aceptación de la partería entre la población es casi nula.
“El imaginario es algo que se crea a través de muchos medios. Si toda tu vida, cuando ves la telenovela, la que va a parir se va a un hospital y se acuesta y levanta las patas y grita, pues eso piensas que es. Esa es la imagen. Entonces, la idea de la educación perinatal es que se reflexione en estas otras opciones”, añade.
Hay otro aspecto fundamental: el económico. Las parteras tradicionales cobran de tres a cinco mil pesos, dependiendo de la situación económica de la parturienta, pero hay ocasiones en que no cobran. En las zonas urbanas el costo de la atención va de 10 a 20 mil pesos.
Angelina y Pilar coinciden en que muchas mujeres acuden al hospital público porque ahí no pagan nada y porque aún existe mucha desinformación sobre la partería.
En México, de 100 nacimientos en hospitales, 39 son por cesárea, aunque desde 1985 la Organización Mundial de la Salud estima que la tasa “ideal” de cesáreas es entre el 10 y 15 por ciento. En cambio, sólo el uno por ciento de los partos son atendidos por una partera.
La OMS también considera que las parteras cualificadas reducen el riesgo de defunción materna y neonatal. Actualmente, destaca que solo una de cada tres mujeres en zonas pobres o remotas reciben la atención necesaria durante el embarazo y parto, razón por la cual promueve que los gobiernos adopten políticas que impulsen el trabajo de parteras en comunidades.
Pero en México la atención a mujeres embarazadas con partera no está cubierta por el Estado ni existe política que apoye este modelo, por el contrario, dice Cristina Alonso, la presidenta de la Asociación Mexicana de Partería:
“Hay una política oral para desincentivar a las mujeres de parir con parteras y en casa. Aunque no es una política institucional, salubridad dice a las parteras tradicionales que no pueden atender los partos; mientras, con el Seguro Popular incentiva a las embarazadas a atenderse en el hospital porque no cuesta”, explica.
“Ellos le dicen a la gente que soy peligrosa —cuenta Angelina sobre los doctores en la clínica de Tepoztlán— Yo empodero a las mujeres, entonces, claro, soy muy peligrosa”.
Hace aproximadamente un año, Angelina Martínez, partera tradicional, estaba fuera de Tepoztlán cuando recibió una llamada de una embarazada que comenzaba a tener cólicos y no se sentía bien. Para cuando la partera llegó con la mujer, el bebé ya estaba naciendo. Buscó el latido en la barriga. Nada. Una niña nació muerta.
“Ella [la embarazada] no quería ir al hospital, solo refirió que un día antes la panza se le puso dura dura y luego se soltó”, narra Angelina, quien a sus 57 años ha sido partera durante cuatro décadas.
Los familiares de la mujer la acusaron de la muerte de la niña y la policía la detuvo. “No fue una complicación del parto, el bebé ya había muerto antes de nacer. Y la Secretaría de Salud, con toda cizaña con las parteras que no son obedientes de no atender partos, me culpó. Fue arbitrario, todo fue arbitrario”, explica.
Los policías la retuvieron por un día y después la dejaron ir. Angelina cree que todo fue para asustarla. “Miedo, eso es lo que quieren, que tengamos miedo”, afirma consternada. Finalmente, la mujer que perdió a la niña declaró cómo sucedió todo y con la necropsia señalaron la muerte del bebé antes del parto.
Ahora, Angelina pega su oído al vientre inflamado de Mirre, una mujer holandesa de 28 años que vive desde hace seis en México. Visita por cuarta vez a Angelina para una consulta prenatal, su embarazo está en el séptimo mes. Después del chequeo general, Mirre saca un libreta y Angelina le ayuda a elaborar un plan en caso de emergencia.
“En Holanda todos los partos son con parteras, solo vamos al hospital cuando hay una emergencia, pero quiero hacer un plan B para que mi esposo esté tranquilo”, explica. Angelina la asesora, le da una lista de clínicas y médicos con los que trabaja regularmente, y al final le dice: “Pero ¿qué tú quieres? Es lo que tú quieras”.
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Este reportaje fue realizado como parte de la beca Robert L. Breen y una parte del mismo fue publicada originalmente en Vice México. Se reproduce con autorización de los autores y del medio.
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