La Nueva esperanza desde hace catorce años atiende a personas en situación de calle o que fueron abandonadas por sus familias. No reciben apoyo gubernamental, opera con muy pocos recursos que reciben de la sociedad. Eso poco lo estiran al máximo para cubrir las necesidades de sus residentes, en especial, la administración diaria de medicamentos
Texto: Lizette Galeana Osorio / Amapola Periodismo Transgresor
Fotografía: Cristian Ávila
Alianza de Medios
ACAPULCO, GUERRERO.- Agustina se levanta diario a las siete de la mañana. Su rutina es simple, se baña, se viste y se queda sentada tranquila con sus compañeras la mayor parte del día.
“Pues no me queda de otra”, ríe.
Perdió la vista a causa de un golpe en la cara. Sólo distingue ciertas figuras borrosas, se guía por las voces y los sonidos. No recuerda exactamente cuándo ni quién la llevó al albergue, pero la ceguera es la razón por la que ella está allí.
“Mi familia no viene, ni saben dónde estoy, ni nada. No me gusta molestar a esas personas. Como yo siempre he sido muy sola, muy apartada, ellos no me preguntan para nada”, dice Agustina.
En cambio, la única persona por la cual se lamenta es su padre. Lo recuerda tristemente debido a que pasó poco tiempo con él; cuando era niña la abandonó en su natal Coyuca de Benítez. Ella y su madre quedaron solas. Esto puso a Agustina a lavar y planchar ropa ajena para ganar algo dinero.
Agustina tiene 79 años y es una de las residentes de la casa hogar Nueva esperanza junto con otras 36 personas más, entre adultos mayores y personas con discapacidad.
La Nueva esperanza desde hace catorce años atiende a personas en situación de calle o que fueron abandonadas por sus familias. No reciben apoyo gubernamental, opera con muy pocos recursos que reciben de la sociedad. Eso poco lo estiran al máximo para cubrir las necesidades de sus residentes, en especial, la administración diaria de medicamentos.
Está ubicado en el poblado Bajos del Ejido, municipio de Coyuca de Benítez, en la Costa Grande de Guerrero. Lo atienden tres personas.
La Nueva esperanza comenzó casi sin nada. La casa que se convirtió en albergue, primero fue rentada, después los dueños la donaron, cuenta su directora, Rosario Santos Santos. Ahora siguen igual: operan sin casi recursos. Los pocos los obtienen de un bazar improvisado de ropa usada y de las donaciones de la sociedad civil, y muchos de los alimentos viene de los comerciantes del mercado de la localidad.
A pesar de las carencias, el ánimo de la casa hogar no decae.
“Aquí estamos y seguimos trabajando por el bien de estas personas”, dice Rosario.
Rosario cuenta que muchas de las personas que atienden en el albergue fueron abandonas por sus familias, por eso, dice, es necesario trabajar en la educación para recuperar el tejido social, en reforzar valores para tener familias más cimentadas.
A la Nueva esperanza no todos llegaron en las mismas circunstancias, unos son referidos directamente desde hospitales de Acapulco, otros son rescatados directamente de las calles. La directora cuenta que ha recibido avisos de los vecinos acerca de personas en situación de calle y ella acude en su búsqueda para acogerlos en el albergue, en otras ocasiones los mismos vecinos los llevan a la casa hogar.
“Nueva esperanza es una nueva esperanza para ellos y para mí también”, dice.
Rosario no tiene hijos, no obstante, ese título se lo ha dado a todos aquellos que recibe en Nueva Esperanza. Su propósito se encuentra en darles un hogar a las personas que se hallan en medio de una situación difícil y no negarle la entrada al que lo necesita. Considera que su labor en el albergue no es solo su vocación, sino su misión.
En la Nueva esperanza el día comienza muy temprano para que todos tengan tiempo suficiente para asearse, luego almuerzan y tienen actividad física, toman sus medicamentos y y Rosario y los voluntarios hacen las curaciones que son necesarias. Por la tarde, después comen y todos son libres de escuchar música, ver alguna película, jugar algún juego de mesa o solo descansar. La merienda se sirve a las seis de la tarde, y antes de dormir los residentes reciben sus medicinas de nuevo.
Álvaro es un hombre de 56 años, también residente de Nueva Esperanza. No tiene piernas, se traslada por el lugar en una silla de ruedas. Las piernas se las cortaron, recuerda y prefiere no da más detalles. Vive en el albergue desde hace trece meses, cuando su hijo lo dejó porque tenía que irse de Acapulco.
“A mi nuera le dieron un trabajo fuera de aquí, así que no había quién me atendiera”, cuenta el hombre.
Álvaro y su hijo buscaron varios lugares, pero al final decidieron por este albergue porque escucharon que era bueno, que había buena trato y que no faltaba la comida. Aunque el día de su ingreso se enfermó, e incluso estuvo a punto de desmayarse por la fiebre, pero rápidamente fue atendido por la directora y los voluntarios.
Desde entonces, poco a poco Álvaro se adaptó con sus compañeros, a quienes ahora considera sus hermanos. Con ellos platica y juega dominó o las barajas de vez en cuando. Está consciente de las carencias con las que cuenta Nueva esperanza como el espacio limitado, sin embargo, sus días en el albergue transcurren en medio de una convivencia que cada vez le agrada más. Solo desea que aumenten las donaciones y se integren más voluntarios.
Ambos casos, el de Agustina y Álvaro son extremadamente comunes en el municipio. De acuerdo con la Dirección de Atención a Grupos Vulnerables en Acapulco, 15 por ciento de los hogares se tiene a una persona con discapacidad y 99 por ciento de éstos no cuentan con un empleo que les permita cubrir sus necesidades.
Con respecto a la situación de los adultos mayores, en la Encuesta Nacional sobre Discriminación del 2017, indica que Guerrero es una de las entidades más discriminatorias del país, 24 por ciento de las personas de la tercera edad sufre de la falta de atención en instituciones médicas y apoyos de programas sociales; 16 por ciento son discriminados en los espacios públicos como servicios de transporte y áreas de trabajo.
Álvaro siguen teniendo contacto con sus familiares por medio de llamadas telefónicas, la mayoría de ellos, como Agustina no tienen noticias de ellos, están olvidados. Desde que se fundó Nueva esperanza, sólo dos personas fueron recogidas por sus familiares.
Este contenido se reproduce con autorización de Amapola Periodismo Transgresor, como parte de la alianza de medios. Consulta aquí la versión original.
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