El anonimato y la disposición a la violencia es un binomio peligroso, y el diálogo no puede existir sin que nos comprometamos con la no violencia
Twitter: @etiennista
Hace un par de días conocí la identidad detrás de una cuenta de Twitter que por azares algorítmicos me aparecía aquí y allá, siempre agresiva, a la que solo presté atención al notar reiteradas agresiones dirigidas a mí. Até algunos cabos, y en su momento, la misma persona y sin empacho me lo confirmó. No solo eso, sino que insistió: “No está hecha para ocultarme, la uso para increpar y enfrentar los absurdos”, agregando “todos saben que es mía”, lo cual me queda claro que no es así pues yo no lo sabía. Tampoco lo sabe ninguna otra persona a quien increpa. Por alguna razón extendió ese derecho que cree tener de insultar a gobernantes, hacia mí, a quien conoce desde hace décadas y a quien podría acercarse de forma directa para expresar su desacuerdo con alguna opinión vertida o discutir cualquiera de los tantos temas del acontecer nacional. El suceso me ha dolido mucho. Por otro lado, me permitió asomarme a un troll, y no uno cualquiera sino a uno anónimo, contrastando su comportamiento con la persona que conozco: preparada, inteligente, exitosa, letrada, muy capaz de articular ideas críticas y de reconocer matices (al menos eso creía). Sin embargo, desde esta otra personalidad se refiere al presidente como ‘KAKAS’ (nunca creí conocer a uno de estos individuos), sumado, claro, a insultos y verborrea de todo tipo. Su agresión no parece conocer fronteras o límites pues, siendo mujer, trata igual a la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum. La única razón plausible por la que se sintió con la prerrogativa de agredirme a mí es por no pensar como ella, pues jamás le hice algo. De hecho, hasta entonces la consideré entre mis afectos.
Pudiéramos simplemente decir que la elevada temperatura en la discusión pública es parte del signo de los tiempos y que se da, en mayor o menor medida, en todo el mundo, y que las redes sociales solo acentúan el fenómeno. Pero hay algo en el anonimato que hace todo más perverso y peligroso. Volviendo al micro-laboratorio que inadvertidamente me fue brindado, yo sé que esta persona sería incapaz de referirse de esa forma a los políticos que detesta en una conversación, mucho menos de dirigirse de esa forma hacia un amigo que además está entrelazado con otros afectos muy cercanos. Entonces hay algo ahí que, a falta de mayor indagación, lo equiparo con la violencia que una persona conductora de automóvil está dispuesta a ejercer hacia otra (sea peatón, ciclista o igualmente automovilista) y que no concebiría al andar por la banqueta mirando a los ojos a la persona que torpe o distraídamente se le cruzó. Concluyo provisionalmente que, como la lámina, el anonimato nos hace actuar como animales. Y bueno, sobra decir que no me refiero a cualquier anonimato: hay gente que comparte cosas por el gusto de hacerlo y no necesita o desea la asociación con su persona; otras tendrán razones más de peso que la cobardía; también hay proyectos colectivos de todo tipo que no pueden llevar la firma de nadie en particular. Entonces, propongo, lo peligroso viene de la combinación del binomio anonimato-disposición a la violencia.
Y claro, algunos dirán que sugerir que dichos comportamientos constituyen violencia es una exageración, y es que la violencia en México está tan normalizada y la vemos a niveles tan increíblemente atroces, que nos dejó de sorprender. O, para decirlo sin eufemismos, nos ha hecho insensibles. Esta disyuntiva de qué-es-y-qué-no-es violencia me llevó a recordar el libro, tan bello como urgente, No son micro, en el que Claudia de la Garza y Eréndira Derbez describen, a partir de situaciones y experiencias cotidianas, los mal llamados micromachismos. Como el título sugiere, éstos no tienen nada de menores, pues proveen los cimientos en que se construye el machismo que tanto daño nos hace. Su trabajo, dicho sea de paso, es extraordinario y debiera ser lectura obligada (por así decirlo) de jóvenes y adultos que aspiran a una sociedad distinta en la que las expectativas y roles de género no determinen el destino de mujeres y hombres y todos podamos florecer. Las autoras proponen que identificar y cuestionar estas conductas es solo un primer paso, pero uno fundamental para poder discutir en colectividad y poco a poco transformar la realidad. Desconozco si existe un trabajo similar en torno a las violencias cotidianas en nuestra sociedad, pero no dudo que estas formas de ‘discutir’ lo público formarían parte.
‘La muerte de los matices’, programa reciente de radio de la BBC, explora por qué nos cuesta aparentemente más trabajo tener posturas moderadas -aquellas que consideran que existe algo de verdad en ambos lados de una discusión. Su conductor, Oliver Burkeman, conversa con comentaristas de contextos de altísima polarización: Damon Linker, de Estados Unidos, y Daniel Ravner, de Israel. Decididos a no dejarse llevar tan fácilmente por uno u otro lado de las posturas ideológico-políticas, pugnan porque como sociedades nos conviene abrir nuestras mentes a las posiciones contrarias. La iniciativa de Linker, The Perspective (La Perspectiva), es testamento de ello. Ahí no hay tema que sea tratado solamente desde una postura. El programa de radio de la BBC-a la vez un elogio a la moderación- es fascinante, pues explora entre otras cosas, si bien de manera breve, el papel que juega nuestra psicología y particularmente al discutir en público, sobre todo en redes sociales. Linker tiene algunas recomendaciones prácticas, como por ejemplo nunca enviar un tuit en el instante posterior a escribirlo. Sugiere leerlo un par de veces, incluso borrarlo inmediatamente si nos parece que no refleja lo que quisimos decir o cómo decirlo, o que puede alienar a otras personas innecesariamente. Ninguno de ellos, sin embargo, aboga por la tibieza, y sería iluso pensar que, en el contexto mexicano, se amainarán las aguas y los ánimos se atemperarán. Pero una condición sin la cual no puede existir ningún diálogo es la de comprometernos con la no violencia. Cosa que no sucederá por decreto, pero yo, como las autoras de No son micro, estoy cada vez más convencido de que la violencia tiene que ver más con nosotros mismos de lo que creemos, y que vale entonces la pena señalarla y discutirla.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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