El tren al llegar va anunciándose con su adorable silbato, acompañado por el simétrico e industrial sonido de las ruedas de la máquina traqueteando contra las vías, tras-tras-tras-tras. Una vez que ha llegado el tren, se abren las puertas de los vagones y los voceros, de su ronco pecho, comienzan a corear el nombre de la siguiente estación. Y ahí vamos a bordo. El viaje comienza
Por Évolet Aceves / X: @EvoletAceves
Es domingo en Nueva York, la calle está invadida de nieve. Me dirijo hacia la estación de metro en la línea roja, que lleva de Brooklyn a Manhattan.
Me gusta mucho la ropa del siglo XX, así que no pierdo la oportunidad para ir vestida ad hoc hacia mi destino, naturalmente llevo puesto un vistoso abrigo de zorro plateado que adquirí en una tienda de segunda mano en el East Village, y que seguramente le perteneció a alguna dama ostentosa de buen gusto a mediados del siglo pasado. De esos abrigos ya no se hacen hoy en día. Qué bueno que las generaciones jóvenes ya no los compran y que prefieran comprar abrigos sintéticos, mejor para mí, así tengo más opciones de dónde elegir entre los abrigos que, además de bonitos, resguardan muy bien el calor sin necesidad de traer diez suéteres debajo.
Llego a Uptown, en Mahattan, para descender en la estación de metro 2 Av-Houston St. Apenas cuando mi vagón va bajando la velocidad para abrir las puertas, veo llegar frente a mí, imponentes, la serie de vagones antiguos que llevaba más de un año esperando ver. Tengo frente a mí el Nostalgia Train.
Cada domingo de diciembre en Manhattan, el New York Transit Museum organiza el Holiday Nostalgia Train, una especie de exposición en vivo que consiste en organizar cada domingo de diciembre cuatro viajes hacia Uptown y cuatro de regreso —hacia Downtown— al interior de Manhattan, dentro de estos vagones antiguos.
He de decir que para ir ahí se necesita determinación, porque termina a las 5pm —hora en que ya es de noche en invierno en esta ciudad—, por el frío y porque sólo pasan los domingos de diciembre. Sin embargo he decidido ir porque es la única oportunidad para ver funcionar en tiempo real y para subirse a estos ocho vagones que solían utilizarse desde la década de 1930 hasta finales de 1970 en Nueva York.
El metro de Nueva York se convierte en una máquina del tiempo, la gente aquí se toma muy en serio la vestimenta, y esta ocasión no es la excepción.
Hay grupos de actores y gente que vive en la ciudad, que aprovechan estos viajes para ataviarse por completo con vestimenta propia de dichas décadas, muchos de ellos se retratan en estos espectaculares vagones, muchos otros simplemente van vestidos de acuerdo a la época por pura diversión, para formar parte de la ambientación. Hay muchos fotógrafos e incluso hay fotógrafos muy bien vestidos y con sus cámaras antiguas, que no pierden la oportunidad para posar.
El tren al llegar va anunciándose con su adorable silbato, acompañado por el simétrico e industrial sonido de las ruedas de la máquina traqueteando contra las vías, tras-tras-tras-tras. Una vez que ha llegado el tren, se abren las puertas de los vagones y los voceros, de su ronco pecho, comienzan a corear el nombre de la siguiente estación. Y ahí vamos a bordo. El viaje comienza.
Conforme va avanzando el tren, o el metro —aquí en esta ciudad todos le llaman tren al metro—, todo mundo va emocionado, los sillones son de color beige con rayas verde obscuro, las paredes metálicas son de color verde militar, los techos, tubos y agarraderas son blancas.
Al interior de los vagones hay publicidad de la época, en este caso veo anuncios de pomadas, lentes de sol, jabones, chocolates; todo de los años 30 a los 70. Los focos del techo son pequeñas bombillas, cuyas luces prenden y se apagan continuamente conforme el tren avanza, detalle que me parece maravilloso, fílmico, porque me da un mayor sentido de realidad, de estar abordando un tren en otra época. Como antes no había aire acondicionado en los vagones, en los techos hay ventiladores funcionando. Otros vagones tienen un diseño más agogó, con colores pastel y otros vibrantes, muy de los 60s: paredes azul cielo, puertas y ventiladores azul rey, asientos de piel acolchonados color rojo, techos blancos.
El vocero se anuncia de nuevo: This is 86 St. Station, transfer is available to the Q train, transfer is also available to the M16 Select Bus Upper level. This is an accessible station; the elevator is at the center of the platform station. Y su tono de voz no es el mismo que el de las voces actuales; en su tonalidad de voz hay cierta actuación, una voz de otra época, porque las voces de hoy no son las mismas de antes —algo que agradezco de muchos voceros contemporáneos en el tren neoyorquino al escucharlos hablar por las bocinas, es precisamente esa actuación, esa simulación que muchos conservan, y que recuerdan a décadas anteriores.
Al interior del tren van grupos de señores igualmente bien vestidos, con sus gabardinas, sacos, sombreros, corbatas de moño, hay quienes llevan sus portafolios, como si se tratara de un día rutinario en la década de los 50 rumbo al trabajo. Sus portes cambian, los atuendos cambian, tienen una magia transformadora. Veo a un par de mujeres divinas, con sus abrigos largos y una de ellas con —seguramente— una marta alrededor de su cuello, la mujer ríe con su amiga que tiene un abrigo y una especie de bufanda emplumada.
Veo a una hermosa y joven pareja sentada en uno de los vagones: él lleva un sombrero de ala corta, una camisa blanca y una corbata, un suéter y encima un abrigo negro; ella, un vestido negro a la pantorrilla, un tocado negro y una bolsa roja de charol, al igual que sus zapatos de tacón de aguja.
Veo pasar a un fotógrafo con su enorme cámara y su tripié, simulando tomar fotografías que sólo ve a través de su imaginación. Él va caminando solo, muy en su papel.
Veo a una madre con su bebé, ambos vestidos como se vestían las madres y los bebés en la década de 1930, ella con un gorro sencillo, discreto y con una florecita que es parte del sombrero color verde olivo, del mismo color de su abrigo largo y del mismo color de la ropa del bebé.
Desde el año pasado quería visitar este Nostalgia Train; no tuve oportunidad entonces, pero este año sí. Claro que sólo me limité a describir algunos de los atuendos y escenas que más me cautivaron; desafortunadamente, una buena parte de los pasajeros iba vestida con ropa actual y práctica, desentonando por completo con la ambientación del Nostalgia Train, pero esa no es la historia que quiero contar. Prefiero pensar en que esos mismos vagones fueron los mismos que vieron, utilizaron, y quizás en los mismos asientos en los que se sentaron Dorothy Parker, Edna Ferber, Miguel Covarrubias, Billie Holiday, Aretha Franklin, Ella Fitzgerald, Arthur Miller, Sylvia Plath, Andy Warhol, Diana Vreeland, Edie Sedgwick, Tamara de Łempicka, Truman Capote, John Lennon, Simon & Garfunkel y tantos y tantos más.
X: @EvoletAceves
Instagram: @evoletaceves
everaceves5@gmail.com
Évolet Aceves es cuentista, novelista, poetisa, cronista y ensayista. Autora de la novela Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Periodista cultural, fotógrafa con dos exposiciones individuales. Escribe su columna en Pie de Página. Ha vivido y estudiado en Toluca (México), Varsovia (Polonia), Albuquerque (Nuevo México, EEUU) y Nueva York, donde actualmente reside con la beca GSAS otorgada por la Universidad de Nueva York, donde también da clases. Colaboradora en revistas y semanarios: Dominga (Milenio), El Cultural (La Razón), Nexos, Replicante, Este País, entre otros. Su obra ha sido presentada en ferias del libro y universidades de México, Estados Unidos, Polonia y Alemania.
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