No queremos más víctimas viales #JusticiaParaJacinto

4 enero, 2023

Necesitamos reglas e infrasestructura vial pero habrá un cambio profundo cuando en la calle veamos a la gente como vecinos con quienes compartimos un espacio público. Y a las ciudades como espacios de convivencia y vida, sin muertes viales, sin víctimas directas ni indirectas

Por Elsa Guzmán

El lugar de la víctima vial es un lugar de dolor, de rabia y de impotencia. ¿Cómo llenar el vacío que deja para seguir viviendo?

La muerte de Jacinto, mi hijo, me ha puesto en ese lugar, como víctima indirecta. No hay manera de cambiarlo, ya que la pérdida es irreparable. Así que se tienen que buscar estrategias para seguir viviendo y cargando no solo el dolor de la ausencia, sino también el peso de ser víctima.

De esto, lo único que salva es el contacto con la vida. En mi caso, la energía, vitalidad, creatividad y compañía amorosa de mi hija me impulsan y me acompañan. Asimismo, he entendido que la visión de la vida es otra, ya no se vive ni se siente igual, y para poder seguir el día a día tiene que tener un sentido de vida, es decir, acciones agradables, compañías solidarias, momentos disfrutables, objetivos que lleven a acciones que aporten cosas lindas, buenas, que ayuden o sirvan a alguien o para algo.

Esto me fue llevando a dimensionar el significado de ser víctima vial. Así, mi dolor y yo somos solo una cuenta más de las 16 mil del año 2020, que, si consideramos todas las personas afectadas por cada muerte -hermanas, parejas, amistades, parientes, etcétera-, la cuenta se agranda casi al infinito, literalmente. ¿Cómo podemos soportar esto? ¿Cómo puede ser una pandemia oculta si es lo que vivimos todos los días en las calles?

Las muertes viales son resultado de la dinámica actual de las ciudades, cuya violencia hemos naturalizado, a pesar de que a diario mueren jóvenes, niñas y niños, principalmente, pero no solo. Hemos normalizado que las calles son para que los carros corran, que las personas sin carro deben dejarlos pasar, temerles y respetar… ¿Respetar?

Como sociedad, dejamos de reconocer que la velocidad de los automóviles es lo que mata, acompañado de la prepotencia de correr en las ciudades; olvidamos que lo que se debe respetar es la vida de todas y todos, que transitar de manera segura es un derecho. Que si las ciudades crecen debería ser acorde a las necesidades y seguridad de las personas. ¿Cuándo pasó esto? ¿Cómo cambió el sentido de las ciudades y la idea que lo recrea?

Pensar que las personas muertas en las calles por siniestros viales, colisiones y atropellamientos no son casuales ni aisladas, sino parte del sistema, del funcionamiento “normal” de las ciudades y carreteras. Este es el drama.

Es ahí cuando las reflexiones me fueron llevando del plano personal a la conciencia hacia lo colectivo, la conciencia social le dicen. Como todas las víctimas indirectas, hoy vivo con la convicción de que no queremos más víctimas viales. Nada nos regresa a nuestros hijos, pero tenemos que parar este drama.

Así, la ausencia de Jacinto se acompaña de recuerdos y memorias, pero también de búsquedas y acciones. Primero fue el encuentro con los colectivos de ciclistas, las rodadas de colocación de bicis blancas, los tuiteos alrededor de la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, el encuentro con la Coalición, la FICVI y toda la gente solidaria, activa y fuerte de este movimiento, incansables, que cada día me sorprenden más. Y seguiré buscando cosas, acciones, palabras, pensamientos para enfrentar la impotencia de cada día, e intentar cambiar los escenarios violentos.

He entendido esa dimensión global de la violencia vial, la visión sistémica, el papel del mercado en esta historia a través de las empresas automovilistas y sus intereses económicos por encima de todo, los transportistas que representan el consumo de las poblaciones moviéndose en las carreteras, los debates políticos, pero lo que me pesa es por qué esos grandes intereses han modificado las ideas, creencias, formas de relacionarse de toda la población; por qué se ha aceptado que los carros y la velocidad gobiernen las ciudades, y esa idea se ha infiltrado tanto en el funcionamiento del sistema como de nuestras conciencias.

No deja de impactarme cómo las consecuencias de las dinámicas globales llevaron a una persona a manejar de manera inconsciente, a alta velocidad, seguramente en estado de ebriedad, sin precaución, a aventar con su carro y matar a mi hijo, que circulaba tranquilamente en bicicleta, en una calle de la ciudad de Mérida.

Ciertamente necesitamos leyes, reglamentaciones, sistemas de seguridad vial, mejor infraestructura vial, señalizaciones, límites de velocidad, y otros elementos que permitan dinámicas amables en las calles, pero todo tiene que acompañarse de cambios más profundos, personales y generales de actitudes, de cumplimiento de reglamentos. El cambio se habrá dado cuando nos sea natural voltear a ver a las personas en la calle como vecinos con quienes compartimos un espacio público de todos. Sin altas velocidades, sin colisiones ni atropellamientos. Necesitamos imaginar ciudades como espacios de convivencia, de vida, sin muertes viales, sin víctimas directas ni indirectas.

Impunidad

Jacinto León Guzmán fue atropellado el 1 de diciembre de 2020 en Mérida, Yucatán. Tenía 31 años, murió el 7 de diciembre, después de estar 6 días en terapia intensiva, como consecuencia del atropellamiento que José Eduardo García Aguilar cometió al conducir a alta velocidad, sin ningún tipo de prevención, en el fraccionamiento Caucel, ciudad de Mérida, Yucatán. El conductor y sus acompañantes huyeron del lugar de los hechos sin conciencia ni consideración dejando a Jacinto en la calle, eludiendo toda responsabilidad por lo realizado, mientras los vecinos llamaban a la ambulancia.

Ante esto se levantó una denuncia sobre la cual la fiscalía de Yucatán llevó a cabo la investigación y documentó el siniestro, así como recopiló declaraciones de los testigos, identificando al culpable. Desde principios de 2021 se realizaron las audiencias correspondientes que vincularon a proceso al culpable. En el juicio oral, en agosto de 2022, se presentaron todas las pruebas del atropellamiento. Un vecino presente el día del siniestro identificó plenamente al culpable y expuso su testimonio clara y objetivamente.

Por su lado, en el juicio oral la defensa armó una farsa en la que uno de los testigos se auto inculpó. Este acto fue visiblemente una estrategia para introducir confusión. Las declaraciones de los testigos de la defensa eran contradictorias y opuestas a lo declarado en las entrevistas ministeriales anteriores realizadas por la fiscalía. Las historias de cada uno eran confusas y mostraban declaraciones claramente aleccionadas por la abogada. Esto dejó ver el descaro que se permite llevar a los juicios, al presentar mentiras y farsa como la estrategia de la defensa, la que en realidad no debería dar lugar a duda, y menos razonable.

A pesar de esto, de acuerdo con la lógica de la jueza Fabiola Rodríguez Zurita, quien llevó el juicio oral, el decir falso y mañoso de tres o cuatro personas vale más que la de un testigo con declaración sensata y objetiva. Esto llevó a que se le quitaran todos los cargos de homicidio culposo a quien causó la muerte de mi hijo, es decir, le dieron total absolución. Posteriormente, en diciembre de 2022, en el resultado del procedimiento de la imputación, se mantuvo la misma lógica de validar mentiras en lugar de dar credibilidad al testigo. Es decir, no se consideraron los argumentos presentados en la Segunda Sala Colegiada del Sistema de Justicia Penal Acusatorio del Tribunal Superior de Justicia del Estado, a cargo de Ingrid I. Priego Cárdenas, José Rubén Ruiz Ramírez, y Leticia del Socorro Coba Magaña.

Ante esto, consideramos que es un total desatino y vergüenza que el sistema jurídico en vez de salvaguardar la seguridad de la ciudadanía, dé lugar a la validación de farsas que inducen a la impunidad. Lo desafortunado de las decisiones de los jueces de Mérida muestra la poca voluntad para que los sistemas jurídicos aporten justicia, en un país como México en el que la delictividad es un problema amplio y extendido. La prevalencia de la impunidad favorece que los delitos se sigan cometiendo, incluso como actos que lleven a la muerte de personas.

De manera especial, en el tema de los siniestros viales, en estos momentos en que se están aprobando las Leyes estatales de movilidad Segura, la impunidad mostrada en los Tribunales de Mérida es más que trágica y extiende un mensaje a la ciudadanía de continuidad de la violencia vial, en lugar de mostrar que la prevención de siniestros es prever muertes viales, y tomar medidas para contrarrestar la violación a las leyes y las causas de muertes.

Denunciamos que los jueces del tribunal de justicia de Mérida han mostrado una nula sensibilidad ante el respeto a la vida, dando absolución al culpable de la muerte de Jacinto León, con argumentos insostenibles por la objetividad y la lógica, dando paso a la total impunidad, dejando sin castigo a quien de manera irresponsable le quitó la vida.

Ciertamente el castigo es solo una parte de la prevención de delitos, pero en el sistema actual es necesario recurrir a todos los elementos de la seguridad vial para avanzar en la prevención de miles de muertes que se dan en las calles por faltas viales.

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