“¡No más ciencia precaria!” Investigadoras piden a Conacyt abrir más plazas

21 junio, 2022

Emma Ortega, Erick Martínez, Minerva Ante y Alejandra Jaramillo muestran el documento que entregaron en Palacio Nacional; en él solicitan se abran más plazas para investigadores.

Aislados, sin oportunidades y con una frustración tan alta como sus credenciales académicas, miles de científicos mexicanos, con doctorados y más, batallan para desarrollar ciencia en el país. Las plazas de investigación del Conacyt parecen ser cada vez menos, contrario a lo que dice su directora. Cientos de científicos se organizaron para demandar un alto a la precarización de la ciencia

Texto: Arturo Contreras Camero

Fotos: Isabel Briseño

CIUDAD DE MÉXICO.- “Hay colegas que les da pena porque en su familia los ven como que no pueden conseguir chamba”, dice Minerva Ante Lezama, doctora en Psicología Social por la UNAM con estudios postdoctorales. “A mí mi papá me dijo hace un par de semanas que por qué estaba aquí en la ciudad, sola, que mejor me regresara, que él me mantenía”, dice con un dejo de desesperación y enojo. 

“¡Papá, perder mi autonomía económica después de tantos años es lo peor que me podría pasar! Eso jode mucho. He puesto mucho esfuerzo y corazón en todo lo que he hecho: el doctorado, el posdoctorado, el activismo, mi trabajo como profesora o con colectivos y comunidades, todo para no tener certeza de poder pagar la renta el siguiente mes”. Como ella, hay miles de científicos e investigadores en el país con todos sus títulos atravesados en la garganta porque no pueden encontrar una plaza de investigación.

De esos miles, un grupo de cerca de doscientas investigadoras e investigadores en México, distribuidos por todo el territorio, se organizaron para manifestar su inconformidad ante la falta de oportunidades de trabajo y derechos laborales a través de una carta que entregaron a la Presidencia de la República, al Conacyt y a las dos cámaras del Congreso de la Unión para demandar atención. También la publicaron en la página de Change.org, donde ya tiene más de 15 mil firmas. 

Minerva Ante.

A pesar de que este es un problema casi histórico, las más recientes acciones del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología, institución encargada de la política de desarrollo científico en el país, han agravado la situación, acusa este grupo de jóvenes investigadores. Desde 2014, el Conacyt desarrolló un programa que a pesar de haber sido señalado por usos incorrectos y malversaciones, se convirtió en el anhelo y la puerta a la estabilidad laboral para miles de investigadores en el país: Cátedras Conacyt.

El programa, dirigido a personas con estudios de doctorado y posdoctorado, creaba un convenio de investigación con una Universidad que prestaba las instalaciones requeridas para realizar el proyecto de investigación mientras que el pago a los investigadores asignados (alrededor de 36 mil pesos mensuales) corría a cargo del Consejo. 

Sin embargo, ese programa emitió su última convocatoria en 2019 y no se retomó hasta el 2021, cuando la administración actual decidió lanzar una nueva convocatoria para un programa bajo otro nombre: Investigadoras e Investigadores por México. 

Mientras que Cátedras Conacyt aceptaba alrededor de 500 investigadores cada año, el primer corte de resultados de Investigadores e Investigadoras, publicado en noviembre del año pasado, no otorgó más de 30 plazas ante las solicitudes de casi 4 mil investigadores. 

Ninguno de los cientos de científicas y científicos que integran el grupo de la carta esperaba enfrentar una situación como esta hace 10 o 15 años, cuando la mayoría decidió iniciar en el camino de la investigación científica. 

“Mis formadores tenían una estabilidad económica y laboral bastante buena, eran Profesores a Tiempo Completo con condiciones loables y un salario muy digno”, dice Erick Martínez, ingeniero químico con estudios de doctorado, que optó por la alta especialización científica como una buena carrera. “Pero en ese lapso de 15 años México cambió y las oportunidades se redujeron. Jamás pensé que llegaríamos a uno o tres porciento de aceptación de proyectos de investigación”, dice respecto a la taza de resultados del primer corte de Conacyt. 

Erik Martínez

A partir de ese primer corte, el Conacyt ha ido cambiando las fechas de la convocatoria del programa y prorrogando la entrega de resultados que no se ha hecho con mucha transparencia, a tal grado que un grupo de investigadores aplicantes tuvieron que hacer una solicitud de información gubernamental para saber que hasta el momento han sido aceptados 106 proyectos. Sin embargo, la directora del Consejo, María Elena Álvarez-Buylla, aseguró en un mensaje en redes sociales que se habían entregado mil 233 plazas, aunque no se tiene más información al respecto. 

Un cambio radical

Después de un año sin noticias sobre la continuidad del programa de Cátedras (durante los cuales sus beneficiarios denunciaron despidos injustificados y otras arbitrariedades) el Conacyt anunció la convocatoria del programa que le daría continuidad: Investigadoras en Investigadores por México. El llamado fue como una carrera contra el tiempo imposible de resolver. 

“Ahora el investigador proponía el proyecto y al proponerlo debía presentarlo a una Universidad con la que tuviera una cercanía, un vínculo. Porque los papeles que pedían para concursar era ni más ni menos que la carta firmada por el rector o el representante legal de la universidad. Era muy difícil tener en ese tiempo una carta del rector que avalara. ¡En dos semanas!”, cuenta sobre la convocatoria Emma Ortega, lingüista y doctora en humanidades.

Además de la firma, la convocatoria pedía alinear las metas de la investigación con los Programas Nacionales Estratégicos, los Pronaces, 10 temas que engloban problemas urgentes del país a los que la ciencia podría darles solución. 

“Ahí fue cuando yo me empecé a quejar, porque mi proyecto se articulaba con el Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad Veracruzana, pero no con los Pronaces. Leí el documento fundacional de la Universidad, entrevisté a la compa que fundó el proyecto. Yo pensé que ya estaba todo muy amarrado con la institución, pero cuando tengo que amarrarlo con los Pronaces no encontré nada que fuera combatir la violencia de género. Donde yo logré incorporar mi propuesta fue en un apartado de seguridad que va enfocado a algo más general, pero muchos veíamos que estos Pronaces eran constrictores”, explica Minerva. 

Fueron muy pocos los que logramos la firma del rector, la de un investigador que avalara el proyecto y el plan de trabajo según los requerimientos. Esos pocos pensaron que ya estaban del otro lado en la convocatoria. Sin embargo, a los meses de haber suscrito a la convocatoria, los resultados dejaron fríos a los aplicantes. En un primer corte, el Conacyt aceptó menos de 30 proyectos y anunció que continuaría la revisión de más proyectos, sin dar una fecha de corte o de aviso futuro. 

En ese momento Minerva puso un mensaje en un grupo de Facebook que se había formado como un centro de ayuda externo a Conacyt para la aplicación al programa. Según cuenta, el mensaje decía algo parecido a esto:

“Compañeros, yo me siento así como fragmentada, como que no sé si seguir esperando que me asigne una cátedra o sigo aplicando a cuanta cosa me encuentro, aunque eso también me desgasta. No sé si aceptar una clase más porque estoy juntando un salario con cachitos de clases, pero qué tal que me sale la Cátedra y tengo que decirles que no”. El comentario, cuenta, tuvo cientos de likes y un chorro de comentarios dejaron a Minerva pensando: “Güey, en todo el país estamos como en un sentimiento de desesperanza, de no me valoran, de no tengo chamba”.

El grupo de Facebook era un quilombo de quejas, chistes, memes, vacantes y ofertas de empleo entre los que un día surgió una publicación fenomenal. Era una propuesta de Angélica Ledesma, economista con un doctorado en Ciencias Sociales que se tradujo en un llamado para salir de las quejas y encaminar las energías a una acción concreta. 

La carta planteó la esperanza de que se hiciera algo con todos los proyectos que sí habían sido aprobados por el Conacyt pero que no habían sido aceptados como parte de algún programa de investigación. “Yo no quiero un pinche salario magnánimo de los que daban, yo lo que quiero es un salario digno y decoroso, un pinche acceso a servicios de salud, porque a los 35 ya cualquier dolor te espanta”, reprocha Minerva. 

“No queremos los 30 mil que ofrece una Cátedra, o un sueldo de investigador a tiempo completo, de esos que solo tiene tres materias. Queremos trabajar. Para los que hacen investigaciones de infraestructura pesada como laboratorios, pues sí necesitan esas condiciones, es lo que piden: déjenos estar en un lugar donde podamos seguir haciendo investigación”, añade Emma. 

“Queremos que Conacyt nos explique cómo es que si no han acabado de evaluar ya hay tres cortes de resultados. ¿Y qué va a pasar con todos los que fueron evaluados satisfactoriamente pero no han sido aceptados? ¿Qué solidaridad se puede mostrar a las científicas y científicos que estamos en el desempleo?”. 

Según el Conacyt el apoyo a mexicanos con estudios de doctorado se ha traducido en la entrega de 5 mil163 becas para estancias posdoctorales desde 2019 a la fecha; sin embargo, como explica Minerva, una estancia de estas no es un empleo fijo: 

“El posdoc es una curita frente al desempleo y sí está bien chida la paga, está bien chida la beca, pero es como decir que pasas de la precarización a que te paguen súper bien un año o dos y luego otra vez a la precarización porque no hay plazas, a ser de ese 75 por ciento del profesorado en las universidades mexicanas que enseñamos por menos de 100 pesos la hora. Con todas estas condiciones de precariedad general, sí es una ilusión y la Cátedra es un poco algo así, pero de mayor duración».

Emma Ortega.

La encuesta del desazón

Para concretar la carta que entregaron este miércoles 15 de junio, este grupo tuvo no solo que aprender a coordinarse, sino también a hacer frente a la frustración y el enojo que los ahoga. 

“Notamos que en el chat, en el Facebook y en las reuniones virtuales había una necesidad muy muy grande de desahogo, de contar casos particulares de cómo han sufrido violencia en los centros laborales, académicos y de cómo han estado enfermando”, cuenta Emma.

Así, para hacer un espacio en el que se pudieran desahogar estos sentimientos, las investigadoras abrieron un formulario en Google, cuyos resultados esperan puedan dar lugar a un foro en donde puedan encontrar líneas más puntuales sobre el desarrollo de violencia y acoso académico que según sospechan, son generalizados en el país.

Los resultados de la encuesta arrojaron respuestas como éstas: “Me siento fracasada… soy muy buena pero no me dan oportunidad… me considero creativa… soy muy insegura… estoy en un súper momento pero sumida en una situación de sobrevivencia… me cuesta participar cada vez más en las convocatorias por tanto rechazo… No soy lo suficientemente buena…”.

“En esta comisión quisimos unificar fuerzas pero hacer un diagnóstico sobre las situaciones que vivimos que van desde experiencias de injusticia, que están tremendas, o situaciones como que no hay plazas, que nos despiden injustificadamente, que no nos renuevan los contratos, hay acoso, trabajo no remunerado, discriminación por edad, por sexo, y hasta por embarazos”, explica Emma.

Un nuevo horizonte contra la violencia en la ciencia

“La chinga y la chamba la hemos hecho las morras: Escribir los documentos, redactar las cosas, revisar, corregir, estar a las 12 de la noche, hacer el change-punto-org, la encuesta esta. Eso es muy fuerte”, cuenta Minerva como antesala a un problema mayor. “Tiene sentido. Hace un año unas compas hicieron un análisis de la proporción de hombres y mujeres en candidaturas y los tres niveles del Sistema Nacional de Investigadores. En las candidaturas había mitad hombres y mujeres, en el nivel uno se empezaba a cargar a los hombres y en el tercero eran puros hombres. Por eso era esperable que quienes estemos más presentes, más representadas, seamos las mujeres”.

MInerva.

El comentario de Minerva sale a colación después de varios ejemplos del anecdotario de historias del horror de científicos precarizados en México, una colección de la recién creada tradición oral de estas investigadoras. 

“Los procesos de injusticia y violencia académica son históricos y por mucho tiempo hemos hablado en susurros de ellos, muchos que hemos hecho doctorados y posdoctorados nos hemos encontrado con esta desigualdad histórica y yo diría que hasta patriarcal”. Por eso, tanto ella como Emma creen que este grupo puede ser el germen para una nueva manera de crear conocimientos científicos. 

“Como investigadores no estamos unidos”, añade Emma. “En cambio en los laboratorios, en la carrera de investigación se fomenta un espíritu de unión casi endogámica para forzar la producción y asistir a congresos, como una forma de entrenar desde la competencia, desde lo individual y de fomentar los egos, los grupos y las lealtades: La competencia como un valor”. 

“Mucha banda tiene esa formación más hegemónica y este proceso ha sido pedagógico en ese sentido. Cuando estábamos en la segunda asamblea y estábamos viendo lo de la carta, Emma dijo yo pongo mi depa para que le caiga alguien. Dije yo también y un compa de San Luis dijo yo voy, alguien más: yo pongo varo para la vaquita, alguien se ofreció para ser tesorero. Esas son pedagogías que muchos no iban a conocer sin esta emergencia”. 

Ese mismo espíritu las llevó a imaginar maneras de producir conocimiento científico, de existir como investigadoras fuera o en colaboración con el Estado, pero no con a través de convocatorias turbias como esta.

Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.

Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.