No hay revolución sin monumento

24 junio, 2022

Emblemático y extraño, por no decir feo, el Monumento a la Revolución es uno de los sitios preferidos por los visitantes a la Ciudad de México. Sobre una extendida explanada -llamada Plaza de la República- se levanta este elefante blanco dedicado nuestra enmarañada historia

@ignaciodealba

Ellos se aliaron, se traicionaron y se persiguieron a muerte. Algunos de ellos no se hubieran podido ver ni en pintura, pero a todos ellos los volvimos a unir en la sepultura. Los restos de Pancho Villa, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas se encuentran juntos y para siempre en el Monumento a la Revolución. Me recuerda a mi abuelo, una vez que murió lo fuimos a poner en la cripta con su suegro, ahí descansa el pobre desde hace veinte años.

El Monumento a la Revolución es raro, muy raro. Es un edificio sin una vocación definida, el nombre lo venera mucho; no son pocos los políticos que acuden a la construcción para gritar inflamados discursos: “veo un México con hambre y sed de Justicia” (y hay a quien le sigue pareciendo revelador).

Pero como pieza arquitectónica raya entre lo original y lo inútil. Parece un elefante jorobado. Pero la costumbre lo volvió ícono, en un atractivo. Estoy seguro que su enormidad lo hizo encantador, para cuando lo inauguraron en 1938 era uno de las construcciones más altas del país, los 67 metros de altura lo coronaban como un verdadero mastodonte de cantera.

La realidad es que la idea de hacer un Monumento a la Revolución surgió mucho tiempo después de que la construcción ya existiera. En un principio este iba a ser el vestíbulo del Palacio Legislativo en el gobierno de Porfirio Díaz. Es interesante cómo un déspota decidió invertir y construir uno de los recintos legislativos más grandes del mundo, cuando la realidad es que México era un país de un solo hombre.

Pero lo importante es que iba a ser la obra más grande de la capital. En un principio se llamó a un concurso, para que diversos artistas presentaran proyectos. El primer ganador fue el mexicano Emilio Dondé, con una obra monumental que cumplía además con el sueño europeísta del régimen. Pero el ganador fue descalificado porque resultó que formaba parte del jurado.

El gobierno de Díaz se dejó de concursos y contrato directamente al arquitecto de altos vuelos Émelie Bérnard para levantar un edificio inspirado en el Parlamento de Budapest. Se conservan los diseños del interior del palacio, un versallesca mansión. Se proyectó que la obra se hiciera en los fangos de la colonia Tabacalera, por eso la edificación inició con una moderna y compleja instalación de pilotes que lograron anclar la construcción, de hecho el edifico ha logrado sobrellevar temblores gracias a su cimentación.

La construcción del Palacio Legislativo siguió a pesar de la Revolución, pero cuando llegó el gobierno de Francisco I. Madero se detuvo la obra. El revolucionario criticó que en un país pobre se hiciera un gasto tan oneroso en un Palacio Legislativo. Así que el sitio quedó abandonado durante treinta años, pero algunas piezas que se habían mandado a hacer siguieron llegando. Por ejemplo, un par de gigantescos y fieros leones llegaron directamente desde Francia. Los gigantescos felinos fueron mandados a la entrada de Chapultepec, a la hoy  llamada “Puerta de los Leones”. También algunas esculturas fueron a redecorar Bellas Artes y un águila coronó el Monumento a la Raza.

El Palacio Legislativo iba a ser la obra más importante de Émelie Bérnard, el hombre viajó varias veces a México para convencer a Madero de que la obra se terminara, cuando vio que no tenía muchas posibilidades ofreció rediseñar la obra para que se convirtiera en un monumento a los héroes de la Revolución. Pero en 1913 Madero fue asesinado. Bérnard murió sin concluir su soñada obra.

El Palacio Legislativo quedó desnudo y abandonado, durante años los paseantes del Paseo de la Reforma y Avenida Juárez se encontraron con un gigantesco esqueleto metálico. El palacio empezó a ser desmantelado, muchas de las piezas metálicas fueron utilizadas para hacer vías de ferrocarril.

Cuando la Revolución quedó consolidada el arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia propuso convertir el monumental vestíbulo de la obra en el Monumento a la Revolución. Uno de sus argumentos centrales fue que era más caro tirar la construcción que resignificar la obra. En solo cinco años con cantera y piedras volcánicas se hizo el recubrimiento de la estructura, en un estilo art deco. Además la cúpula se recubrió con láminas de cobre.

Para la parte escultórica de la construcción se contrató al coahuilense Silverio Martínez, quien hizo sobre los cuatro lados del monumento obras representativas a la Independencia, las leyes de Reforma, las leyes agrarias y las leyes obreras. Martínez quiso representar la robustez de la Revolución con unos monigotes. La obra fue criticada al principio, pero con el paso del tiempo la gente se acostumbra y ahora hasta la quieren.

En 2010, cuando Marcelo Ebrard era jefe de gobierno de la capital, el Monumento a la Revolución fue concesionado a Grupo MYT, una empresa dedicada a poner restaurantes de crepas. Desde entonces la empresa cobra, administra y conserva la construcción.

En el lomo del mastodonte, desde el mirador, uno puede apreciar la ciudad. Con todos sus estilos, fracasos y pretensiones. En la base del monumento hay quien lleva flores a las columnas de la construcción donde descansan juntos y para siempre los héroes de la epopeya histórica.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).