Las mujeres llegamos a la menopausia presas de la ignorancia y el aislamiento, con el estigma social del envejecimiento, la enfermedad y la muerte, sin herramientas que nos permitan comprender la transición que atraviesa nuestro cuerpo
Texto: Mely Arellano / Lado B
Ilustración: Freepik
PUEBLA,-“¿Sienten como que ya no son las mismas que antes?” La pregunta es brutal. La publicación, lanzada en un grupo de Facebook exclusivo para mujeres que están en transición a la menopausia, obtiene más de cien respuestas. Todas coinciden. Sí, ya no somos las mismas.
Los cambios comienzan sutilmente, puede ser un poco (más) de cansancio, o un poco (más) de ansiedad, ciclos menstruales (más) irregulares, aumento de peso, o quizás solo bochornos, que suele ser el síntoma más común y por lo tanto el que más se asocia con ese momento.
En mi caso fue una combinación. Lo primero que noté fueron retrasos en mi periodo, aunque para la ginecóloga que consulté “eso no es irregular”; luego comencé a subir de peso sin motivo aparente y finalmente apareció la señal inequívoca: los bochornos.
En enero de este año, por primera vez en mi vida tuve un episodio de migraña, además, para ese momento ya padecía de insomnio. No es que no pudiera dormir, sí lo lograba, pero despertaba a las 3 o 4 de la madrugada mojada en sudor, y era muy difícil volver a conciliar el sueño. Siempre me sentía cansada.
No es igual para todas. Hay mujeres que simplemente dejan de menstruar, pero 8 de cada 10 presentan alguno de los síntomas clásicos, físicos o emocionales, y en 45 por ciento de los casos, estos síntomas tienen un impacto negativo en la calidad de vida.
Se conocen más de 30 síntomas: los físicos, que van desde dolor en articulaciones, sensibilidad en los senos, ardor en la boca, problemas gastrointestinales, resequedad en piel y cabello, entre muchos otros; y están los psicológicos, como la depresión, falta de concentración, pérdida de memoria o niebla mental, cambios de humor, y un largo etcétera.
Como cualquiera con un poco de sentido común, recurrí a profesionales de la salud donde encontré información basada en su práctica médica, pero quería ir más profundo, no podía sólo aceptar lo que me estaba pasando, necesitaba entender por qué pasaba. Entonces no lo sabía, pero había empezado un camino de muchas dudas y complejas respuestas.
Comencé a leer tesis y artículos científicos y académicos. Supe que la perimenopausia es la etapa previa a la menopausia y puede durar 10 años; que la menopausia se declara cuando la mujer ha pasado un año sin menstruar; y que luego comienza la posmenopausia, que también puede durar 10 años.
En promedio, en México las mujeres llegamos a la menopausia entre los 47 y los 49 años, eso quiere decir que desde finales de nuestros 30 podemos empezar a tener algún síntoma relacionado pero, a diferencia de la llegada de la menstruación, de la que nos hablan incluso en la escuela, nada nos prepara para ese momento.
Conforme avanzaba en mis hallazgos me sorprendía mucho, me sigue sorprendiendo, que este siga siendo un “asunto de mujeres”, comenzaba a preguntarme cómo lidian con sus síntomas las que trabajan en la maquila, o las maestras de primaria, las empresarias, las diputadas, las presentadoras de televisión, las gobernadoras, por qué sabemos tan poco de esto si alrededor de 12 millones de mujeres estamos atravesando por lo mismo.
Cuando aparecieron los bochornos confirmé que era la menopausia, bueno en realidad era la perimenopausia pero no lo sabía, sin embargo el resto de los síntomas me tomaron por sorpresa. Yo ignoraba que en esta etapa comienza a disminuir la producción de estrógeno y mucho menos estaba al tanto del importante papel de esta hormona, más allá del proceso reproductivo.
Tampoco supe de ello con las médicas que consulté, con las que buscaba validación pero, al contrario, minimizaban mis síntomas, mis sentimientos y mis miedos. Llegué a pensar que no me creían porque me consideraban “demasiado joven” para estar en ese momento.
También creí que quizás me estaba sugestionando, hasta que empecé a hablarlo cada vez que podía, en sobremesas, fiestas, reuniones y chats. Así me enteré de que cuando Eva estaba en la perimenopausia lloraba muchísimo, porque sentía una ansiedad tan tremenda que le daban ganas “de subir a la azotea y aventarme para que se acabe todo”.
Y que a la mamá de Mayte le pasaba algo muy similar, pero en lugar de aventarse quería simplemente salir corriendo de su casa, hasta que le recetaron ansiolíticos, que ahora ya le causaron adicción. También Selene se siente así, desesperada por el nivel de ansiedad que experimenta, sumado a otros síntomas, como dolores de cabeza y niebla mental que afectan su desarrollo profesional, pero tiene miedo de ir al psiquiatra, como le recomendó su médico.
Nerviosismo, impaciencia, irritabilidad, angustia y sensación de soledad, son manifestaciones psicológicas frecuentes durante la perimenopausia, cuando además se incrementa el riesgo de otros trastornos psiquiátricos a los que las mujeres somos más propensas, como depresión y ansiedad. Y aunque en México hay pocos datos sobre la frecuencia de trastornos, existe una elevada prescripción y automedicación de ansiolíticos durante ese momento.
En la perimenopausia algunas se sienten enloquecer porque al retirarse la menstruación, las mujeres comenzamos a producir menos estrógeno y esto afecta algunas funciones de nuestro cerebro.
Lisa Mosconi, neurocientífica, promotora y directora de la iniciativa Women’s Brain Initiative, ha explicado en diversos artículos y ponencias que los sofocos, las sudoraciones nocturnas, el insomnio, los problemas de memoria, la depresión y la ansiedad no son síntomas que se originan en los ovarios, sino en el cerebro.
Los ovarios y el cerebro forman parte del sistema neuroendocrino, esto quiere decir que “se hablan” todo el tiempo, por lo tanto su salud está vinculada.
De manera muy simplista, se puede decir que sin suficiente estrógeno, el hipotálamo, que regula la temperatura del cuerpo, comienza a fallar, causando manifestaciones vasomotoras, es decir, bochornos, sofocos o sudoraciones; y el tronco encefálico, a cargo de las funciones de dormir y despertar, no se activa y entonces tenemos insomnio. Y con el insomnio viene el cansancio.
Por si fuera poco, una baja de estrógeno también afecta a la amígdala y el hipocampo, encargados de la memoria, por lo que es fácil que olvidemos cosas o tengamos niebla mental.
Todas estas “fallas” ocurren porque durante la transición menopáusica, el cerebro de las mujeres pierde el 30% de su energía por la baja producción de estrógeno, ocasionando que nuestras neuronas envejezcan más rápidamente, lo que sin embargo no afecta nuestro desempeño cognitivo, pero sí nos hace sentir enloquecidas.
Comprender poco a poco la complejidad del proceso que estaba atravesando me causaba alivio. Era como ganarle pequeñas batallas a mi ansiedad, mis hallazgos fortalecían el pedazo de cordura que me sostenía, porque hacia afuera, igual que Eva, Selene y la mamá de Mayte, yo debía seguir siendo la misma, aunque no lo era.
La medicina convencional y la industria farmacéutica lucran con este proceso biológico, pues no hay una atención integral que nos ayude a vivirlo dignamente, y a encontrar las respuestas que nos sirvan, de acuerdo con nuestro propio contexto.
Antes de mi episodio de migraña, en una visita médica por un malestar gastrointestinal, la doctora general de un consultorio adyacente a farmacia me recomendó hormonas para calmar los bochornos, sin pensarlo mucho acepté e incluso regresé al siguiente mes por mi respectiva dosis. Los malestares en efecto desaparecieron, pero investigando encontré que no todas somos candidatas a ese tipo de tratamientos por los posibles efectos secundarios.
En nuestro país existe la Norma Oficial Mexicana 035 que, en teoría, establece los lineamientos para brindar a las mujeres una “adecuada atención médica integral con absoluto respeto a sus derechos sexuales y reproductivos”, que permita prevenir y controlar “los síntomas y signos” de la perimenopausia y posmenopausia, pero en la práctica no existe esa atención integral en los sectores de salud público y privado.
Además de afectar nuestro cerebro y de provocar manifestaciones vasomotoras, como los bochornos o sudoraciones nocturnas, la baja producción de estrógeno nos afecta de muchas maneras: acelera el riesgo de padecer enfermedades cardíacas y vasculares; incrementa en 60% la aparición o el desarrollo del síndrome metabólico, que causa obesidad, aumento de presión arterial e hiperglucemia; origina el síndrome urogenital en aproximadamente el 50% de las mujeres, que causa resequedad vaginal, irritación, ardor, falta de lubricación en la actividad sexual, que produce molestias, dolor e infecciones urinarias, además de cambios físicos progresivos en vulva y vagina.
La disminución de estrógeno también disminuye el colágeno, haciendo que la piel se reseque y sea menos elástica; causa pérdida y resequedad de cabello; comenzamos a perder masa ósea sobre todo en vértebras y cadera, que eventualmente puede derivar en osteoporosis; perdemos la libido, disminuye el apetito sexual y la capacidad para alcanzar un orgasmo.
Es abrumador, lo sé. Y eso es sólo lo más común.
Estamos hablando de un montón de especialidades médicas por consultar, para encontrar respuestas y/o alivios específicos, porque no todas tenemos los mismos síntomas, nuestra edad, nuestros genes, el número de embarazos, las comorbilidades, los padecimientos crónicos, la crianza, la profesión, el trabajo e incluso el estado civil y el lugar donde vivimos determinan condiciones diferentes a las que enfrentarse, en un país con un sistema de salud con el que nunca hemos podido contar.
La respuesta natural desde la práctica médica suele ser la Terapia de Reemplazo Hormonal, que si bien ha demostrado ser efectiva para eliminar los bochornos y prevenir la osteoporosis, diversos estudios advierten que su prescripción debe hacerse considerando antecedentes familiares de cáncer y demencia, entre otros factores; y que existen métodos menos arriesgados.
Una opción más natural son los suplementos vitamínicos, y sobre todo hacer ajustes en nuestro estilo de vida, por ejemplo incluir alimentos con estrógeno, como lentejas, fresas, avena y chocolate oscuro; hacer ejercicio, de preferencia anaeróbico; gestionar mejor el estrés y cuidar el descanso, esto es, tratar de dormir bien.
Suena “sencillo”, pero aquí me pregunto: ¿cuántas de nosotras tendremos el privilegio de lograrlo en un sistema tan desigual, inequitativo, capitalista y misógino? Pienso por ejemplo en las mujeres que son madres autónomas, en las que no pueden elegir lo que van a comer hoy, en las que no tienen tiempo para hacer ejercicio.
En diversos estudios que se han hecho para saber cómo nos sentimos en esta etapa, las mujeres participantes manifiestan depresión, soledad, tristeza, irritabilidad, vulnerabilidad y decadencia, principalmente por dos factores, uno es la manera en que percibimos ese momento, el otro es el desconocimiento.
En las sociedades occidentales, la menopausia se asocia a la pérdida de calidad de vida. De acuerdo con una encuesta realizada por Sin Reglas, una organización que busca visibilizar el tema e integrarlo como política pública, el 51% de mujeres ha visto afectada su vida laboral por la perimenopausia o la posmenopausia, mientras que el 38% cree que ha perjudicado su vida personal.
Ese mismo ejercicio arrojó que 4 de 10 mujeres no hablan de sus síntomas con su pareja, y 5 de 10 no lo hacen tampoco con su médico o médica. Este silencio, causado por la vergüenza o el pudor, hunde a las mujeres en la ignorancia, la soledad y la depresión, y las expone a comorbilidades y afectaciones que las marcarán por el resto (o sea un tercio) de su vida.
Existe la teoría de que durante esta etapa, en algunas culturas las mujeres no presentan síntomas emocionales, como la depresión, porque la menopausia mejora su estatus social, pueden participar en la vida pública y disfrutar libremente de su vida sexual. De fondo están los hilos del patriarcado: son sociedades donde las mujeres no pueden salir a la calle cuando menstrúan, pero sirve el ejemplo para imaginar una posibilidad.
En cambio, lo que tenemos en nuestras sociedades son prejuicios y mitos que asocian la menopausia con el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, y rinden culto a la imagen corporal hegemónica, la juventud y la función reproductiva de la mujer como único propósito de vida.
Sin embargo, la menopausia nos libera de un montón de cargas, la principal es la de la reproducción, pero también es ese momento en el que hemos acumulado conocimiento, sabiduría y experiencia, tenemos más claridad y seguridad de lo que queremos, más tiempo para enfocarnos en nuestro desarrollo profesional, y llegamos al punto culminante de la madurez intelectual.
Un dato relevante es que una vez llegada la posmenopausia, cuando los síntomas desaparecen, las mujeres olvidan lo terrible que fue. Quizás por eso ni nos enteramos de cómo lo vivieron nuestras madres, tías o abuelas. Es decir: esto también pasará.
A lo largo de todos estos meses, cada vez que ponía el tema sobre la mesa, me encontraba con el desinterés de los hombres y la curiosidad de las mujeres, incluso de aquellas cuya edad las pone aún lejos de ese momento. Todas, todas querían saber más. Buscando respuestas, encontré compañía y escucha.
Es difícil explicar lo que sientes cuando está pasando tanto en tu cuerpo, y es difícil reconocer que ya no eres la misma que ayer, pero está bien. Es difícil, pero hay que redefinir nuestras estrategias de vida para aceptar, comprender y ser autocompasivas con la mujer en la que nos estamos convirtiendo.
Hay muchas cosas que debemos cambiar para que las condiciones en las que llegamos a la menopausia sean las óptimas, pero propongo empezar por hablarlo, contar nuestras historias como una manera de liberarnos del estigma. La menopausia es el momento de las mujeres. Y hay que hablar de eso.
Los silencios de la menopausia en la relación conyugal y el significado de sus posibles violencias: conversaciones para buscar luces en el camino, de Jilly Stefanny Maldonado Quintero. Bogotá 2021
Los síntomas cerebrales de la menopausia. Lisa Mosconi. Traducción: Wendolin Perla. Revista de la Universidad de México (UNAM). Octubre 2022
Los trastornos de ansiedad durante la transición a la menopausia, de A. Carvajal, M. Flores, S. I. Marín, y C. G. Morales. Instituto Nacional de Perinatología. México 2016
Menopausia: representaciones sociales y prácticas, de Blanca Pelcastre, Francisco Garrido y Verónica de León. Salud Pública. México 2001.
Niebla cerebral en la menopausia: una guía para el profesional del cuidado de la salud para tomar decisiones y el asesoramiento sobre cognición, de P. M. Maki y N. G. Jaft. Chicago, Illinois. 2022
Vivencia, percepción e impacto de la menopausia en la sociedad mexicana. Primer estudio sobre este concepto. Sin Reglas. México
Relación entre la ansiedad, depresión e insomnio con la calidad de vida en mujeres adultas en proceso de envejecimiento reproductivo. Una revisión sistemática, de Martha A. Sánchez Rodríguez. UNAM. México 2022
Factores de riesgo en mujeres en situación de perimenopausia y menopausia y su prevención, de Almudena Romero Alonso. Valencia 2023
Trabajo en el portal de noticias Lado B, en Puebla. Estudié Lingüística y Literatura Hispánica. Me gusta contar historias. Creo en el periodismo como un instrumento de la sociedad para la democracia.
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