Ocho mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos contaron su historia guiadas por la poeta Judith Santoprieto, para convertirse en su propia palabra a través de la narrativa o la poesía
Texto: Norma Trujillo Báez
Fotos: María Ruiz
VERACRUZ.- El viento jugaba con el improvisado salón adaptado en el jardín de una casa y hacía que volaran los pliegos de papel bond que fungían como pizarrón. De repente, una mujer dijo en voz alta: “Yo traje la foto de mi hijo, la ropa no. Me pongo a llorar”.
Estaba sentada allí, junto con otras nueve madres, esposas y hermanas de personas desaparecidas en el puerto petrolero de Coatzacoalcos, “para fluir pensamientos y expresar el dolor”.
Una madre resumió el sentimiento de todas: “Tengo el corazón dividido. En un lado está mi hijo desaparecido y en el otro, mis otros hijos, mi nieto. Hay un puñal y si me acuerdo de mi chiquito, el puñal se mueve».
Quizá el viento también ayudaba a formar el remolino de la mente de esas mujeres. Un remolino en el que aparecía la insolencia de la muerte, del dolor, de la pérdida constante, del esfuerzo por construir o reconstruir el momento en el que dejaron de ver a su familiar, como quien se pasa la vida armando un rompecabezas que no termina nunca.
Algunas determinaron que tenían que construir la memoria desde el amor, el respeto, la solidaridad, la igualdad, la hermandad y la empatía. Más allá del temor, porque las familias de personas desaparecidas en México siempre son estigmatizadas. La gente juzga a sus familiares y los asocian de inmediato con alguna actividad criminal. Se burlan de ellas. Por eso, escribir poesía o alguna prosa narrativa tendría que ser un acto íntimo, que partiera de eso que las une a sus desaparecidos y que confirma su experiencia con ellos.
Otras consideraron que la escritura podía ser una fortaleza para sacar sus emociones. Para sacar la alegría oculta en el dolor. Y también el enojo.
De eso se trataba, entonces, la actividad. Las ocho mujeres sentadas esa tarde en el jardín de una de ellas reescribieron al sentido figurado una frase: TUS HERMOSOS OJOS.
Los ojos de los ausentes fueron entonces:
tus brillantes luceros
tus ventanas del alma
tu mirada penetrante
tu mirada brillante…
La herida está abierta, aseguran integrantes del colectivo Madres en Búsqueda Coatzacoalcos. Y el dolor se hace más intenso cuando se acerca La Navidad.
En el invierno de 2020, año de la pandemia, las ocho mujeres asistieron al taller de Narrativas por la Desaparición Forzada, impartido por la poeta Judith Santopietro. La propuesta era liberar emociones. Que cada una de las participantes contara su historia, dejando de lado la premisa que se utiliza en la literatura o en el periodismo en el que otros cuentan sus historias. Aquí se trataba de convertirse ellas en su propia palabra.
Este proyecto de narrar la desaparición desde la propia voz de quienes buscan comenzó a gestarse desde 2012, cuando Judith Santopietro emigró a Estados Unidos después de sufrir un intento de secuestro.
“Al día siguiente de ese hecho, la Marina asesinó a mi sobrino en un operativo en Córdoba. Entonces eso me hizo irme del país y decidir que en algún momento quería escribir sobre lo que estaba sucediendo y comencé escribiendo un libro sobre la guerra, pero por ese proceso de trauma en el que mucha gente víctima de la violencia está inmersa, mi escritura se detuvo”, relata.
Migrante en Estados Unidos, Judith hacía talleres con mujeres indígenas migrantes en Estados Unidos, sobre los procesos que significaban migrar y hacer comunidad en el nuevo territorio que era Nueva York y New Jersey, de cómo se construía ese territorio a través de las historias, a través de la gastronomía, la lengua y como en conjunto con todos esos elementos se volvía a reafirmar una identidad no indígena.
En 2016 recibió las noticias de cómo Veracruz, su Veracruz, había conseguido un título nada halagador: “La fosa más grande de Latinoamérica”.
Las mujeres que buscaban a sus familiares habían localizado, cerca del puerto de Veracruz, un predio que servía de cementerio clandestino. Ahí se localizaron 22 mil fragmentos óseos, cientos de cuerpos sin cabeza, huesos quemados y 298 cráneos. Y era apenas la punta del Iceberg.
Judith leía esas noticias lejos de su tierra de Córdoba, y de alguna manera le detonó más emociones: “Lo de las fosas de Colinas de Santa Fe para mí fue devastador”, recuerda.
Cuando regresó a México, entró en contacto con Técnicas Rudas –una organización ubicada en Puebla, que busca aportar a los movimientos sociales y a la defensa de los derechos humanos a través de consultorías de fortalecimiento institucional, desarrollo de proyectos, investigación estratégica, y tecnología–, y le entró a dar un taller con familiares de desaparecidos.
Pero no pensó escribir desde su posición como escritora, en solitario, sino intentar la escritura comunitaria. Escritura colectiva, activa, que acompaña con el cuerpo, en el dolor, en el propio territorio.
“A Patricia Nieto, la periodista colombiana (que dirige el proyecto de Hacemos Memoria) la conocí en Texas. Ella decía que para hacer la entrevista había que entrar en empatía y estar en esos territorios. Se me ocurrió que para el proyecto de Técnicas Rudas debía echar a andar una metodología, en la que participaran los familiares de desaparecidos, que contaran sus historias, y creo que en el proceso del taller nos vamos dando cuenta de que la gente tiene capacidad de escribir, que en algún momento juegan con el lenguaje, logran creaciones estéticas que muchas veces desde estas posiciones de escritores/escritoras, periodistas no los podemos ver y lo minimizamos”.
Las historias son un momento de recuerdos vívidos, dentro de todo ese dolor, aún existe la capacidad de amar, de sentirse alegre y de reírse.
En el taller llega el momento de definir ¿qué es escribir?, ¿qué es narrativa? Luciana, Nahomi, Rosalba, Aurelia, Maribel, Pilar, Brenda, Marilú, Virginia, Lenith, Raquel concluyen que escribir es plasmar pensamiento, presentar lo que piensan. La narrativa es contar un hecho, contar un suceso, es una historia, es la verdad de cada una de ellas.
Así, a partir de la lectura de “Memorias de un corazón ausente”, una serie de cartas de madres a sus hijos, empieza la creación.
A Maribel Jiménez siempre le ha gustado escribir. Lo cuenta mientras reparte entre las mujeres pan de Cosoleacaque cocido en leña. También les convida el popo –una bebida espumosa y fría típica del sur del estado de Veracruz y algunas regiones de Oaxaca–. Escribe a su hijo, Juan Carlos Jiménez, quien desapareció en agosto de 2019, en Cosoleacaque, municipio ubicado al sur del estado:
Caminando con mis sueños,
Te busco entre la gente que pasan a mi lado
Ignorando mi dolor,
Mis manos anhelan encontrar las tuyas
Extrañan la tibieza de tu amor,
Pero siento que se pierden entre los saludos y la alegría que muchos demuestran caminando cerca de mí,
Quiero sentirme en tus ojos,
Reflejar mi alegría que un día sentí,
No vivir más días oscuros, no llorar más por ti,
Le haces falta a mis días, le haces falta a mis sueños
Le haces falta a mis días largos y cansados,
Tu sonrisa me hará renacer de este amargo sufrir
Mi cuerpo cansado y al mismo tiempo fortalecido por la esperanza de encontrarte
Vive de pie y con la luz de tu sol, lo guiará un reencuentro
Como la recompensa que tú y yo juntos, buscamos al amparo de Dios.
A María del Pilar Ramos se le dibuja una sonrisa al hablar. Es fuerte, pero se quiebra cuando habla de la búsqueda de su hijo Ángel Jaret Ramos, quien desapareció el 13 de octubre de 2016, en Coatzacoalcos. Reparte paletas de cajeta que llevan pegadas la foto de su hijo. Brotan las palabras de su interior:
En medio de mi soledad y silencio me pregunto
¿Te llegará el calor de mi amor a tus recuerdos?
Miro a las Estrellas y busco una respuesta
Con toda mi tristeza
pero soy como un roble por buscarte
Me levanto con fe y fortaleza
“Me siento bien porque sé que esto toca a mi hijo, me siento mejor buscándolo que quedarme en mi casa”, dice Virginia Peña. A ella le gusta platicar mucho y es muy colaboradora, por eso todas las mujeres del colectivo le tienen un gran afecto. Virginia busca a Rosendo Vázquez Peña, quien desapareció el 25 de septiembre de 2015 en la ciudad de Coatzacoalcos*:
Seré como un pajarillo que vuela muy alto
Y en su canto dice tu nombre hijo mío
Quiero ser roble como un águila que sube al cielo
Te buscaré en el bosque, te encontraré en las estrellas
Mi corazón se inquieta desesperadamente, pero te encontraré.
Al terminar la primera parte del taller, Lenith Enríquez, coordinadora del grupo, rompió la cadena de dolor que permeaba en el ambiente y propuso que se narraran anécdotas chuscas. Esto remitió a situaciones incómodas, donde no tienes otra opción que reírte. Una anécdota que soltó carcajadas de todos fue la travesura que hicieron niñas y niños que habían acompañado a sus mamás a la Fiscalía General del estado. Las mujeres llevaban sus maletas, pues permanecerían dos días en Xalapa. Hijos y maletas esperaron afuera de la oficina. Cuando las madres salieron, hallaron unas casitas de calzones que los niños habían sacado del equipaje de una de las señoras. El campamento estaba a la vista de policías ministeriales y fiscales.
Pero la búsqueda también las ha hecho pasar momentos de tensión, como cuando tenían que abordar un avión para ir a una conferencia y una de ellas perdió su identificación oficial. Así empezaron a narrar historias, problemas y dilemas –donde llevan a los niños, van con las familias o se acompañan entre ellas– que han sucedido en meses de búsquedas.
Y nos reímos, nos reímos a morir, nos doblábamos de la risa. Entonces pensé que, como seres humanos, tenemos la capacidad de transformar ese dolor también en carcajadas, como una forma de liberar:
Más el mundo insiste en que olvide
Yo le digo que no,
Me llueve infinidad de esperanza desde hace tiempo
A Judith Santoprieto la rebasaron las vivencias de los familiares de desaparecidos, porque el dolor que cargan estas mujeres es grande. A la mitad del camino, supo que su taller tenía que sufrir cambios. Pero no importaba. Ella piensa que estos talleres son procesos de construcción permanente de términos y conceptos: qué es un poema, qué significa escribir.
“Yo venía con la idea que la escritura te podía curar y la escritura te podía sanar. Lo pensaba por los talleres que había dado con las mujeres migrantes, pero las madres de desaparecidos dijeron que no, que para ellas este proceso de escritura no va a significar sanar. Nunca. Y creo que ahí viene el proceso de escucha que muchas veces olvidamos, porque la escritura es reflexión y es escucha. Si no escuchamos, como escritores entonces estamos ensimismados en nuestro proceso por más que intentemos hacer construir esta comunidad”, reflexiona.
Las mujeres cambian la dinámica. La poeta lo acepta. Las familias de desaparecidos repiten: la escritura no nos va a sanar nunca, nada nos va a sanar nunca mientras tengamos un familiar desaparecido/desaparecida.
La tristeza invade a una madre. El poema no sana. El poema saca el pesar:
Estoy muerta en vida,
Grito en la noche y me pregunto ¿Dónde estás?
¿Comerás bien?, mi cuerpo tiembla de miedo,
De pensar que ya no estés en este mundo
Evito llorar con la familia.
El sentimiento empieza a fugarse, empieza a liberarse de alguna forma todas las emociones, se crean momento de acompañamiento y espacios seguros.
“Principalmente yo trabajo con mujeres”, dice Judith.
“Este taller no fue diseñado solo para mujeres, pero nos damos cuenta que las mujeres son las que se activan más en decir sí quiero entrar al taller de escritura, de muñecas y de murales pero cuando son mujeres crean estos espacios donde se permiten llorar, donde dicen: bueno, si mi proceso es solo llorar en este taller pues lo voy a hacer, tengo el acompañamiento y todas las demás me dicen no estás sola. Entonces creo que sí, que la escritura está siendo un canal liberador de esas emociones que no podían materializar y a mí me parece importante cómo se puede materializar mediante palabras, o dibujos para quienes no escriben, toda esta frustración de estar en la búsqueda de la justicia, de estar en la búsqueda del desaparecido y que este camino sea tan escarpado, que sea tan difícil”.
Materializar los procesos para hacer una reflexión es importante, como ahora que están haciendo esta guía de búsqueda donde ellas se vuelven expertas, más que los peritos. Pero es necesario hacer ese registro para que sirva, no sólo para los colectivos.
“En la escritura donde ya materializas, estás frentes al cuaderno, este proceso que implica el cuerpo, te implica la respiración, te implica llorar, funciona también en lo individual. Lo que escribe una madre, esposa, hermana de desaparecido puede servir para sensibilizar sobre lo que sucedió, pero principalmente sobre la historia de los familiares que quedan porque sí he visto algunos materiales, documentales sobre qué están viviendo las familias, pero también cómo ellos aprendieron todos estos procesos judiciales, se hicieron expertos en derecho y peritajes. Entonces yo creo que sacar a la luz, difundir esas narrativas ayuda a que la gente entienda que es un problema social, que nos atañe a todos, que se necesita que unamos esa fuerza, hay muchísimos recursos que se necesitan en los procesos de búsqueda que se vuelven algo desgastante para las familias, no solo materiales, sino humanos”.
–¿A las madres de desaparecidos se podría llevarlas hacia la literatura testimonial?
–Me remito mucho a la metodología y a lo que recopiló durante los años en Colombia la periodista Patricia Nieto. Cada quien está tratando de explorar los géneros que más les gustan. Nos interesa que exploren ciertos géneros, pero no que sean expertas. Hay quienes ya venían con un aprendizaje previo de cómo escribir poesía y lo hace muy bien, incluso rimado y métricas, pero tener esa libertad de moverse en un cruce de géneros es interesante, aunque traer el testimonio va a enriquecer más, no solo las historias de dolor sino alumbrando las vidas, por ejemplo los objetos que guardan de sus seres queridos les traían recuerdos amorosos de sus desaparecidos. Desde que trabajé con mujeres migrantes, me interesaba irrumpir en estas representaciones estereotípicas que hay de las mujeres indígenas, que fueron vistas desde la colonia en la literatura como ornamentos o como víctimas o como la servidumbre. Me interesa irrumpir en estos estereotipos y en este caso, yo creo que el que ellas puedan escribir, el que ellas narren y dejemos de ese lado la interpretación, eso les dará una oportunidad de escarbar su dolor.
No solo el poema estaba dentro de las buscadoras, también estaba la narrativa. Lenith Enríquez Orozco es hermana de Jhonit Enríquez Orozco, quien desapareció el 11 de mayo del 2015. Se lo llevaron policías dentro un operativo policiaco implementado por el gobierno de Javier Duarte, denominado Blindaje Coatzacoalcos, en el que se detuvieron y desaparecieron a varios jóvenes de este puerto ubicado al sur de la entidad veracruzana.
Narra el proceso que le ha tocado vivir:
Se redujo mi vida a un instante, se redujo mi vida a un número de expediente, a un número de víctima, desde ese día veo los números de otra manera, pues ahora cuento días, los meses y los años y las cosas que no puedo hacer sin Jhonit. Los números aumentan pues ahora no solo te busco a ti, también busco a Javier, también busco a Rosendo, a Jesús, todo cambió, todo se mueve distinto mi vida cambió al no saber tu destino.
Su vida cambió al no saber en dónde están los 6 mil 145 desaparecidos en Veracruz.
* Para el momento en el que esta historia se publica, Virginia fue informada de que su hijo fue localizado sin vida.
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Este trabajo es parte del proyecto de Narrativas y memorias de la desaparición en México, que coordina la organización Técnicas Rudas y en el que participa el equipo de Pie de Pagina y de la Red de Periodistas de a Pie.
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