No exagero, Chopin fue un prodigio musical, un genio del Romanticismo. A través del piano creó mundos que ningún músico ha podido volver a crear. Supo retratar el refinamiento estético del siglo XIX, pero también un sentimentalismo sin igual en sus melodías. Sin duda alguna, de mis compositores predilectos
Por Évolet Aceves / @EvoletAceves
Ubicado en el centro de Varsovia, tan sólo a unas cuadras de la plaza principal en donde se yergue la pintoresca y célebre estatua del último rey polaco, Stanisław Poniatowski —pariente lejano de Elena Poniatowska—, a unas cuadras de ahí está el Museo Fryderyk Chopin, dedicado al pianista, quien fue uno de los músicos y compositores clásicos más talentosos de la historia
Originario de Żelazowa Wola —un pueblo cercano a Varsovia, Polonia—, Chopin se intrigó por conocer al pianista húngaro Franz Liszt. Se conocieron y entablaron una profunda amistad que iba más allá de correspondencias. Chopin le dedicó la Op. 10 Etudes a Liszt, a quien apreciaba por su virtuosismo musical; Liszt, por otro lado, mostraba gran admiración por las composiciones del polaco, asimismo escribió un libro sobre su ahora íntimo amigo Chopin, el primero dedicado al quehacer artístico, laboral y hasta de vida social de Chopin, una especie de biografía.
Ambos llegaron a compartir escenarios, tanto en público como en privado, aunque Chopin era aficionado no a los grandes escenarios ni a los teatros abarrotados; se sentía, en cambio, más atraído hacia las atmósferas íntimas, como los salones, mismos que eran lugares idóneos durante el Romanticismo, para el deleite del alma en veladas adornadas con música de piano al fondo. Esto ocurría durante la primera mitad del siglo XIX.
Honoré de Balzac llegó a decir que para juzgar la música de Liszt habría que escuchar también a Chopin, catalogando al primero como un demonio y al segundo un ángel.
Chopin pasó parte de su vida en París, ahí vivió por muchos años, viajó relativamente poco pese a la fama que tuvo en vida. En el museo hay objetos que le pertenecieron: su primer piano, pero también un piano que contiene en el interior una firma suya: la señal que le habría dejado a una de sus alumnas para que pasara a la tienda de instrumentos musicales a recoger el piano indicado por el maestro Chopin. Asimismo, hay lapicillos de un tamaño diminuto en angostura y longitud; la caja donde Chopin guardaba su sombrero, una caja de piel bastante voluminosa —pues los sombreros de entonces eran de corona alta; cartas de su puño y letra en donde se asoma el humor negro del pianista.
Eso sí, como docente de piano no era muy afable. Se sabe que Chopin era bastante riguroso con sus discípulos —¡aunque qué honor ser discípulo de Chopin!—, tan riguroso que cuando los resultados de los educandos no eran los esperados, Chopin enfurecía y daba por terminada la clase, o incluso terminaba corriendo al irremediable alumno, según se muestra en una de las cartas.
El diseño del museo es muy agradable, cuenta con tres pisos, del cual el piso subterráneo es una especie de bóveda, paredes de ladrillos, iluminación baja en tonos ocres, caquis, en donde los visitantes pueden deleitarse con alguna de las tan variadas creaciones musicales del pianista Chopin. Esta bóveda fue remodelada; hace ocho años, cuando visité el museo por primera vez, tenía menos aditamentos.
En el Muzeum Archidiecezji o Museo de la Archidiócesis, tuve la suerte de presenciar un concierto privado de una excelente pianista. Fue cuestión quizá de suerte, pues estos dos museos están inconexos, originalmente yo fui al Museo para ver la exposición de Zdzisław Beksiński, fue ahí cuando me percaté de los conciertos que se daban en este museo, y la experiencia fue sumamente gratificante, no éramos más de 15 personas, por el espacio. No pude más que recordar la privacidad con que a Chopin le gustaba deleitar a sus audiencias en salones.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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