El acercamiento con varias mujeres trans me hizo ver la gran dificultad que tienen para encontrar empleo fuera de las calles, producto de los conflictos personales, familiares y la discriminación a la que se enfrentan todos los días
Texto y Fotos: Eduardo Mejía
CIUDAD DE MÉXICO. – Encontrar un empleo formal es uno de los mayores retos a los que se enfrenta la comunidad trans en la capital del país. Esto, a pesar de contar con el reconocimiento a la identidad de género.
Actualmente, el 64 por ciento de las personas trans en la Ciudad de México no tiene un trabajo formal que le de acceso a las prestaciones laborales de ley.
La encuesta realizada por el Centro de Apoyo a las Identidades Trans del año 2020, donde se recaba la opinión y percepción de 219 personas trans en la Ciudad de México, destaca que solo el 20 por ciento de las entrevistadas ha podido conseguir un empleo fijo. El factor clave para esto es la discriminación. De las personas encuestadas, más de la mitad señaló tener licenciatura u otro tipo de estudios.
Existe todavía un tabú que propicia discriminación a las personas trans y que aumenta con las personas que, ante la falta de empleo, u otras razones, deciden ejercer el trabajo sexual. Ellas reciben agresiones de todo tipo: verbales, psicológicas, ataques físicos y sexuales. Los centros de trabajo y el entorno familiar son los lugares donde mayormente se ejercen estas violencias.
Empecé a realizar este trabajo a inicios del 2023, aunque mi inquietud sobre este tema surgió durante la pandemia de covid-19, cuando mucha gente se quedó sin empleo, especialmente quienes se dedican al trabajo sexual.
En una pregunta abierta sobre qué le pedirían a la administración pública, las encuestadas refirieron que una de las mayores necesidades es la inclusión y el acceso a empleos donde no se les discrimine y puedan lograr un desarrollo económico y social, como cualquier otra persona.
Mónica empezó su transición a los 47 años, luego de varios matrimonios y 4 hijos. Es licenciada en Ciencias Políticas, Historia, maestra certificada de inglés y con estudios de Mariología. Antes de su transición, trabajó dando clases de inglés en instituciones de gobierno y la iniciativa privada. También fue analista política y, en los años 90, compitió por una diputación por el Partido Acción Nacional. Hoy en día sobrevive dando clases particulares de inglés y vendiendo aguacates en las calles de su localidad.
En el año 2000 conoció los términos trans y transexual y logró descifrar que todo lo que había leído describía a la perfección lo que ella sentía y lo que quería ser, pero que no había podido comprender desde hace muchos años. Con la ayuda de psicólogos trabajó para revertir todos sus miedos y aceptarse como es, luego de haber llevado por más de 30 años una vida de hombre.
Al convertirse en Mónica, empezó a perder empleos. Para conservarlos le pedían que se presentara como hombre, situación a la que se negó, porque “para que Mónica pudiera existir, Mónica tenía que salir a trabajar”. Así fue como empezó a enfrentar la vida como una mujer trans.
Cuando era hombre ganaba sin problema 25 mil pesos o más; ahora, como Mónica, batalla para poder ganar, en el mejor de los casos, 3 mil 400 pesos mensuales.
«Ser un hombre es tener muchos privilegios, ser una mujer trans es no tener ninguno», dice.
Zafiro se dedica al trabajo sexual y de ahí mantiene a su madre y saca adelante a su sobrina, que pasó a ser su hija adoptiva.
Ella es la mayor de cuatro hermanos dentro de una familia educada bajo valores machistas. Si hubiera contado con el apoyo de su familia durante su transición, dice, le hubiera gustado estudiar gastronomía.
Dedicada al comercio en las inmediaciones del mercado de la Merced, en la Ciudad de México, a la edad de 13 años se dio cuenta de que los hombres le atraían, pero su madre le sugirió no hablar del tema.
Cuando tomó la decisión de transformar su identidad, empezó a recibir rechazo, ofensas, maltratos y discriminación por parte de sus tías y primos, que utilizaron personas para amenazarla y golpearla.
«En la familia no hay putos ni lesbianas», le dijeron.
La falta de documentación que defina correctamente su identidad le ha complicado obtener algún empleo fuera de la informalidad, quedándole como opciones atender una estética o trabajar en la calle, como las dos y casi únicas opciones existentes de empleo para una mujer trans.
Ángela empezó en el trabajo sexual casi al mismo tiempo que entró en Ciudad Universitaria a estudiar la carrera de Contaduría. Esto fue en 2001, al mismo tiempo que su hermana la corrió de su casa para evitar habladurías.
Ante el rechazo, Ángela consiguió vivir en casa de la familia de una amiga trans, junto con la más chica de sus hermanas, de quien ella se hace cargo desde que su padre las abandonó.
Alentada por su amiga, quien se dedica al trabajo sexual, encontró una oportunidad para ganar dinero para continuar con sus estudios y sacar adelante a su hija.
Ya cerca de terminar su carrera (está en quinto semestre) buscó trabajo en algo acorde a sus estudios, pero su nombre ya no concordaba con su apariencia física, por lo que solo obtuvo el rechazo en cada sitio donde solicitó ser empleada.
«Son cosas que te van destruyendo la autoestima, te van lastimando, y te van cortando las alas».
Desire pensaba que al obtener sus papeles que la acreditan como mujer se iban a resolver en gran medida los problemas a los que se había enfrentado para conseguir un empleo formal.
«Tenía apariencia, tenía papeles, y pensé ya soy una persona, ya valgo».
Sin embargo, la realidad no cambió a su favor.
Cuando comenzó a buscar empleo no faltaban excusas por las cuales su proceso de contratación en alguna empresas se venían abajo, y terminaban con el clásico “nosotros te llamamos”.
A los 22 años logró entrar a un centro de atención telefónica donde trabajó para la telefónica móvil más grande del país. A modo de juego, una compañera le puso el primer nombre femenino, que ahora también figura en su documentación oficial, Emma.
Su trabajo se convirtió en un lugar seguro donde ella se sentía aceptada tal como quería ser. Comenzó a dejarse crecer el cabello, usar aretes y un poco de maquillaje. Fue el camino por el que inició su transición.
Tras un año de trabajo, la administración del lugar realizó una recontratación de personal. Cuando ella pasó a firmar su nuevo contrato, le solicitaron que cambiara su apariencia a la de un hombre, y que usara ropa masculina, cabello corto, cero maquillaje. Todo, bajo el supuesto de que no daba una buena apariencia.
Con el paso del tiempo se fueron generando otros conflictos: el uso del baño y el uso correcto de los pronombres para referirse de forma hacia ella, que derivaron en su salida de ese trabajo.
Eduardo Mejía (IG @eduardomejiaphoto) es fotógrafo y periodista documental. Actualmente es realizador y editor de video a la par de realizar proyectos enfocados principalmente en derechos humanos. Es Licenciado en Comunicación Social por la UAM Xochimilco. Este proyecto fue seleccionado en el Concurso Latinoamericano de Fotografía Documental Los Trabajos y los Días en Colombia en 2023.
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