25 octubre, 2022
Las jefas de familia que son trabajadoras agrícolas realizan actividades múltiples y desarrollan al mismo tiempo dos o tres labores. Para ellas no existe esa línea que divida el trabajo doméstico del extradoméstico
Por Leonor Tereso Ramírez y lCelso Ortiz Marín
Cuando hablamos de jornaleras agrícolas, por un lado, las agrupamos como si todas tuvieran las mismas condiciones, necesidades y vivencias, y, por el otro, invisibilizamos aspectos de sus memorias familiares y comunitarias, violentando su derecho a la identidad, misma que se reconfigura continuamente para demostrar que son parte del territorio donde han decidido asentarse, por las razones que sean. En todo caso, es la pobreza, la falta de trabajo remunerado en sus lugares de origen, la huida de la violencia y la búsqueda de mejores condiciones de vida para ellas y sus familias lo que las lleva a esa lucha constante entre el vivir y el sobrevivir. Su adaptación en los lugares de llegada pasa por un proceso de hibridación cultural, que trastoca hasta lo más profundo de su ser, las vulnera, pero a su vez las hace capaces de generar estrategias y habilidades para salir adelante.
En las cotidianidades de las jefas de familia trabajadoras agrícolas no hay esa línea que divida el trabajo doméstico del extradoméstico, sino que esas fronteras se entrecruzan, se desdibujan y provocan que las actividades se vuelvan múltiples e incluso que se tengan que desarrollar al mismo tiempo dos o tres labores. Por ejemplo, cuando una de ellas no tiene quien cuide de su hijo o hija para irse al campo a trabajar, no queda otra opción que llevarles. Así, mientras recolecta el fruto, lo cuida y en ocasiones supervisa las tareas escolares. ¿Y dónde están las políticas de conciliación para estos grupos de mujeres que desarrollan múltiples jornadas de trabajo? Pues no, la conciliación queda en sus propias manos, bajos sus propias condiciones y con los escasos recursos de ese trabajo precario en el que la realidad las inserta, una realidad tan alejada de los discursos sociopolíticos de bienestar que vienen de arriba, de quienes no se acercan a conocer estas situaciones.
Ante estas difíciles realidades, una estrategia que siempre ha funcionado para las mujeres es las redes de apoyo. Esas en las que la reciprocidad se hace presente, aquellas que son sororales, de hermandad con sus iguales, con esas otras que a su vez son tan parecidas y a las que falsamente se les ha incluido en la estructura social. Por eso no hay más: ¡hay que trabajarle para poder comer! como dicen ellas. Y es que es cierto, ese efecto que logran los lazos de amistad, las mujeres que se ayudan entre sí logran tejer comunidad. Eso ha pasado en la experiencia de las mujeres jefas de familia que están asentadas en la Localidad de Villa Juárez Navolato, Sinaloa, quienes, para darles estabilidad a sus hijos e hijas, decidieron asentarse en espacios en disputa, espacios de poder. Una vez asentadas, comienzan todo un proceso de movilización y gestión de escuelas y parques, pensando que una niñez feliz y educada romperá esas cadenas que han sido obstáculos para el desarrollo y bienestar de las personas desprotegidas socialmente
Las jefas de familia trabajadoras agrícolas demuestran que es viable la posibilidad de generar sus propios procesos de empoderamiento, en los que se vuelven protagonistas de espacios comunitarios y también empiezan a autoconfrontarse. Al interior de sus familias se educa bajo nuevos prototipos familiares, en el que todas las integrantes que la conforman asumen roles, logrando una distribución del trabajo doméstico, que, si bien no logra ser equitativo totalmente, si hay una participación en las actividades del mismo, incluso aquellas familias en las que hay hijos e hijas mayores de edad, se genera mayor tranquilidad en las madres de familia al tener con quien conciliar responsabilidades. Y queda la pregunta que no tiene respuesta: ¿Y el Estado?.
Leonor Tereso Ramírez es doctora en Trabajo social-UAS. Estancia Posdoctoral CONACYT en la Universidad Autónoma Indígena de México.
lCelso Ortiz Marín es profesor-Investigador en la Universidad Autónoma Indígena de México. Miembro de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas.
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