Que nadie se espante si las mujeres toman el monumento donde los machos celebran el futbol al grito de “chichis pa’la banda”. Que nadie se ofenda por las pintas, la diamantina rosa o las consignas radicales. México se ha convertido en un país peligroso para ellas
Twitter: @chamanesco
Ocurrió hace unos días en una de las muchas calles del país: una mujer salió en la mañana de su casa y, antes de llegar a su destino, fue secuestrada. Horas después, fue liberada en una carretera desconocida para ella. Había sido violada por delincuentes anónimos a los que no podría reconocer.
Pasaron semanas antes de poder contárselo a alguien, y prefirió no acudir al MP a denunciar el abuso.
Como ella, cientos de mujeres son ultrajadas todos los días en este país.
Según las estadísticas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, todos los días, 514 mujeres llaman al teléfono de emergencia para denunciar diversos tipos de agresión en su contra, hasta sumar 140 mil 503 llamadas entre enero y septiembre de 2019.
De esas llamadas, 4 mil 75 denuncian abuso sexual (15 cada día); 5 mil 704 llamadas son para denunciar acoso u hostigamiento (20 diarias), y 2 mil 943 tienen que ver con violación (10 todos los días).
Además, en lo que va el año se han registrado 214 mil 829 llamadas para denunciar incidentes de violencia con la pareja (786 cada día). Y 546 mil 799 se han hecho para denunciar incidentes de violencia familiar (más de 2 mil diarias).
La violencia en contra de ellas comienza en su casa.
Lo malo es que la mayoría de esas denuncias reportan casos que se quedan en la total impunidad.
Lo peor es que por cada mujer que se anima a hacer la llamada de auxilio hay muchas –muchísimas– que nunca denuncian.
Lo inaceptable es que la violencia en contra de las mujeres crece año tras año, y no sólo como producto de un sistema más eficiente para registrar las denuncias, tipificar los delitos y generar estadísticas, sino como síntoma de una profunda crisis social y como fruto indeseado de nuestra violencia cotidiana.
Un país desigual e injusto, con lacerantes niveles de pobreza y bajos niveles educativos; un país de narcos, ejecutados, levantados, secuestrados y extorsionados; un país con altos niveles de corrupción y un sistema judicial que no sirve es también un país cada vez más peligroso para las mujeres.
Al 30 de septiembre de 2019, se habían registrado 726 feminicidios en el país (casi tres cada día en lo que va del año), según las cifras oficiales. De continuar esa tendencia, al finalizar el año se habrán registrado 965 feminicidios en México, en una espiral de odio y violencia que crece cada año: 411 feminicidios en 2015, 602 en 2016, 742 en 2017, 885 en 2018.
Todo ello, con su correspondiente cifra negra de casos no denunciados o no registrados como feminicidio.
Las cifras también señalan que 2 mil 107 mujeres fueron víctimas de homicidio doloso entre enero y septiembre. Es decir, cada día son asesinadas 7 mujeres.
En ese contexto, es natural que las mexicanas griten “ya basta, ni una más”, y han convocado nuevas manifestaciones para hacer oír su voz este lunes 25 de noviembre, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer que, además, cumple 20 años de haber sido reconocido por la ONU como un día para que los gobiernos y la comunidad internacional en general reconozcan la urgencia de implementar medidas para erradicar este mal.
Como lo han hecho durante las diversas manifestaciones realizadas en este año, las mujeres exigirán absoluto respeto a sus derechos, fin de la impunidad en feminicidios y violaciones sexuales; alto al acoso y al hostigamiento en las calles, en las universidades, en los centros de trabajo, en el transporte, en sus casas, en los medios de comunicación, en internet y en las redes sociales.
En la Ciudad de México, marcharán de la Glorieta del Ángel de la Independencia al Zócalo, y las convocantes exigen que no haya provocadores, que no haya policía y que no haya mirones. Piden a los medios que la cobertura la hagan periodistas mujeres.
Y a los porros disfrazados de anarquistas, les solicitan que esta vez se abstengan de violentar su marcha.
Es una manifestación contra las instituciones machistas, en un nuevo contexto político en la Ciudad de México: hoy, la Jefatura de Gobierno, la Secretaría de Gobierno y la Procuraduría de Justicia (las tres instituciones responsables de generar el entorno seguro que exigen ellas) están encabezadas por mujeres.
En previsión de la marcha, Claudia Sheinbaum decretó el pasado jueves la Alerta de Violencia en Contra de las Mujeres en la Ciudad de México, y anunció una serie de medidas administrativas y legislativas para enfrentar un problema que se ha ido agravando.
A unos días de cumplir su primer año de gobierno, Sheinbaum reacciona frente a la demanda de grupos feministas y colectivos de jóvenes que la han rebasado.
Este 25 de noviembre, el Ángel, el Paseo de la Reforma, las calles del Centro y la Plaza de la Constitución volverán a ser de ellas, para que cubran con diamantina rosa los espacios en los que son acosadas, la vía pública en la que ya no pueden sentirse seguras.
Qué bueno que tomen las calles, qué bueno que agiten las conciencias de los que se escandalizan por las pintas hechas en un monumento, qué bueno que hagan rabiar a esos que se espantan por la furia de sus consignas y lo radical de su lucha, qué bueno que incomoden a una sociedad hipócrita que les ha dado la espalda y ha hecho lo mismo que muchos ministerios públicos cuando van a denunciar a sus atacantes: minimizar sus denuncias y archivarlas en un expediente.
* * * *
Hace 25 años, el Ángel de la Independencia lucía, como en estos días, rodeado de andamios y tapiado con tablas amarillas.
El gobierno de la Ciudad, como ocurre ahora, emprendió obras de reparación del monumento luego de que éste fuera vandalizado.
Sólo que en aquel año, los responsables de los daños al monumento histórico eran aficionados al futbol que, durante dos semanas, convirtieron la glorieta en sede de sus festejos, para celebrar los “triunfos” de la Selección Mexicana en el Mundial de Estados Unidos 1994.
Ganarle a Irlanda y empatar con Italia fue el pretexto para el jolgorio en un año cargado de malas noticias.
En medio de la fiesta, los aficionados bebían enormes cantidades de tequila y cerveza. Corrían alrededor del Ángel portando banderas, matracas, trompetas y sombreros de charro. Se ponían bigotes de Zapata y se pintaban de verde, blanco y colorado. Gritaban “sí-se-pudo”, como si ya fuéramos campeones. Y, en el éxtasis de su celebración, rodeaban a las mujeres y las incitaban a levantarse las camisetas al grito de “chichis pa’la banda”.
Las que iban con amigos, hermanos o novios, accedían al juego con una breve exhibición; pero muchas de ellas se negaban y, si iban solas, eran rodeadas y atacadas en plena vía pública por grupitos de imbéciles que les arrancaban la ropa y les metían mano.
Decenas de ellas fueron violentadas el 28 de junio de 1994, el día que con un triste 1-1 con Italia, México amarró su pase a Octavos de Final.
Una semana después, en el partido contra Bulgaria, la selección de Miguel Mejía Barón cayó en penalties, y la horda arremetió en contra del Ángel, que sufrió severos daños en la columna, las estatuas, las jardineras y las escalinatas.
Aquel día, el regente Manuel Aguilera ordenó de inmediato cerrar el Ángel y llevar a cabo obras de reparación que costaron unos cuantos millones de pesos.
La indignación social se concentró en las agresiones sufridas por el monumento, y nadie –o casi nadie– preguntó por las agresiones sufridas por las chicas a las que habían vejado.
Nadie contó sus historias, nadie investigó sus denuncias, nadie preguntó siquiera si alguna había alcanzado a ser violada en medio de la turba.
Hubo algunos detenidos por la policía, pero nadie los acusó de delitos sexuales, y salieron libres luego de purgar condenas por faltas administrativas como orinar en la vía pública y causar destrozos.
No hubo una condena social al comportamiento machista en contra de esas niñas que, como cualquier persona, sólo querían ir a celebrar a su Selección.
El caso de las mujeres que fueron obligadas a desnudarse en el Ángel de la Independencia, “las encueradas del Ángel”, quedó en total impunidad.
El ángel fue reparado, pero ese día dimos un paso más hacia la barbarie.
Al aceptar como normal la agresión sufrida por esas chicas, se hizo un daño irreparable al tejido social. Y, un cuarto de siglo después, las mujeres siguen siendo violentadas en todas partes.
Por eso, que hoy nadie se espante si algunas de ellas deciden encuerarse voluntariamente en el mismo monumento donde los machos celebran el futbol al grito de “chichis pa’la banda”.
Que nadie se ofenda por las pintas, por la diamantina rosa o por sus consignas rabiosas. Que nadie censure su radicalismo, si a pesar de los años y de sus gritos desesperados de “ya basta”, los hombres no hemos aprendido a respetarlas.
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Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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