Migrar, resistir, morir. La historia de Victorio Hilario Guzmán

21 diciembre, 2020

Victorio Hilario Guzmán nació en una comunidad de la Montaña de Guerrero, una de las regiones más pobres del país. Su historia resume la de miles de personas que emigran hacia el norte huyendo de la miseria, pero sólo encuentran la soledad y la muerte

Texto: Vania Pigeonutt
Fotos: Lenin Mosso, Ximena Natera y cortesía de la familia 

I. Migrar

MALINALTEPEC, GUERRERO.-De la casa azul de los Hilario Guzmán sobresale una manta blanca con un moño negro que cubre la ventana izquierda: “Desde la Montaña Gro. Mx se exige justicia para Victorio Hilario Guzmán, fallecido en Bronx, N.Y. 23/09/2020”, rezan las letras mayúsculas y negras. 

Es el octavo día desde el sepelio de Victorio. Toda una travesía regresar en ataúd hasta su pueblo: fue atropellado en su bicicleta eléctrica el miércoles 23 de septiembre a las 19:47 en la esquina de Grand Concourse y 180th Street, Nueva York a sólo 10 minutos de donde vivía. Todo, antes de llegar a su entrega de DoorDash– el gigante de repartición de alimentos de Estados Unidos–. No había estado en su pueblo 17 años.

Hoy se empieza a sentir frío invernal. Mirando de esta explanada, donde juega un niño montado en un coche de plástico, se alcanzan a ver montañas cubiertas de neblina y cerros de diferentes tonos verdes, cultivos de maíz, flores lilas y amarillas, alcatraces silvestres, árboles de tila. A lo lejos se distinguen matas de amapola que florecerán en enero, se podrá extraer en ese mes la goma de opio.

Es jueves 29 de octubre. El humo del comal sale de la cocina de madera, donde tres gatos pardos juegan mientras se sirve el almuerzo: carne de res seca con mole montañero, un caldo rojo de la combinación de varios chiles, tortillas grandes y café de olla. Está reunida la familia de Victorio, la hermana, Fabiola; mamá Zenaida, papá Félix; su prima Lucero, su cuñada Rosa y sobrinos. Más tarde llegarán sus hermanos Leonardo y Arnulfo. El espacio se convierte en un refugio del llanto: finalmente, 17 años son 6,205 días sin convivir con él.

Casa de material que construyó Victorio en la comunidad de San Juan de las Nieves. Foto: Lenin Mosso

Lucero que es maestra de educación intercultural bilingüe traduce a Félix Hilario de 78 años y a Zenaida Guzmán Barragán de 75. Su idioma es el me’phaa (tlapaneco). Félix se siente deprimido y Zenaida llora al hablar. Con la pandemia de covid–19 se les acabó el trabajo, viven con lo necesario para la comida de los días.  Sus otros tres hijos que están en Estados Unidos, Elías, Celso y Rubén, tampoco les pueden mandar con regularidad dinero.

«Me pone muy triste que mi hijo se fue a trabajar porque somos pobres y su muerte fue repentina. Se iba a venir a vivir con nosotros a su casa, esa azul la construyó él. Lo que me queda es pedir justicia y que encuentren al responsable, que nos explique por qué se dio a la fuga», dice el señor Félix, un agricultor de cabello blanco y lacio a su sobrina Lucero.

«Mi hijo de pequeño andaba cortando flores para vender. Con ese dinero compraba sus huaraches. Su infancia fue difícil porque nos dedicábamos a lavar la lana del borrego, para que mi esposo hiciera gabanes para vender.  El estudio fue difícil. No nos alcanzaba con lo que trabajábamos, necesitábamos vestirlos y calzarlos.  Tuve nueve hijos, por eso Victorio decidió irse», cuenta Zenaida en su idioma.

La muerte de Victorio afecta a su hermana Fabi, madre soltera de 36 años con dos hijos. Ella le administró el dinero para la construcción de sus casas – porque hizo otra en Tlapa, la capital de la Montaña–, con eso le alcanzaba para la educación de sus hijos y gastos de su hogar. No tiene otros ingresos, es delegada de su pueblo, un cargo honorario de ayuda en gestión de programas sociales y vínculo administrativo con el ayuntamiento.

«El nacer acá es muy difícil, porque aquí no hay trabajo, no hay nada, es escaso el dinero, por eso salen mucho a migrar. Solamente saliendo de acá, ahí sí van a encontrar algo para la familia. Y acá no, nada más siembran maíz, frijol y calabaza. Otras personas siembran amapola», relata. 

«En Estados Unidos vale más un perro que un migrante», continúa su hermano Arnulfo. Él también sorteó los peligros de irse de “mojado” al otro lado. Ahora se suma su voz a la exigencia de justicia por la muerte de su hermano Victorio.

De repente llegan más familiares a la cocina a traerles veladoras, porque siguen rezando por el descanso de Victorio. La familia está consternada y no da crédito a que esta vida no importe para las autoridades. Rabia. Impotencia. Tristeza. Desesperación. Dicen que sienten todo al mismo tiempo. “Somos la misma sangre, del mismo dios, a nosotros nos discriminan por ser indígenas”, remata Fabi.

Foto: Lenin Mosso

El gobierno de Guerrero admite que hay más de un millón de guerrerenses en Estados Unidos. En Nueva York viven la mayoría de me’phaas (tlapanecos) y na’savi (mixtecos) que salen de la Montaña. Trabajan en los ramos de servicios, el campo y la construcción. Los migrantes son de los 19 municipios de esta zona indígena, donde viven 300 mil de los 3 millones y medio de habitantes del estado. La pandemia no paró la migración, salen de las siete regiones de Guerrero.

Además de la migración, municipios como Malinaltepec, Metlatónoc, Zapotitlán Tlablas, Atlixtlac, Cochoapa El Grande, Tlacoapa, Atlamajalcingo del Monte y Acatepec, comparten otra actividad como opción accesible: la siembra de amapola para sobrevivir. 

Por la pandemia, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) informó que hasta el 4 de diciembre, coordinaron la la repatriación de 397 urnas desde Estados Unidos, con apoyo de aerolíneas, dependencias de gobierno federal, gobiernos estatales y red consular. Desde el 30 de noviembre, se tenía registrado el fallecimiento de 2,968 personas mexicanas en Estados Unidos y 18 en el resto del mundo por covid–19.

La cancillería elaboró una guía para el Traslado de Restos o Cenizas de personas mexicanas que fallecen en el extranjero, que a los Hilario Guzmán no les ha sido de ayuda, pagaron por el traslado de Victorio.

Familiares de Victorio camino al panteón de la comunidad. Foto: Lenin Mosso

II. Resistir

Elías Hilario Guzmán dormía en la misma habitación con su hermano. Algunas veces comían juntos y llegaron a hacer un par de paseos. Su vida en Estados Unidos ha sido trabajar. 

Nunca en 18 años allá había participado en protestas. Este octubre le tocó encabezarlas. Con otros migrantes ha exigido la destitución del cónsul Jorge Islas López que, en todo este tiempo sólo les llevó una carta de condolencias, donde decía que el accidente ocurrió en Queens y no en El Bronx. Elías cree que las misivas son genéricas, no han tenido ningún apoyo legal.

El 4 de noviembre le llamaron para otra noticia: Ernesto Isidoro Guzmán, otro repartidor de comida, fue atropellado en su bicicleta en El Bronx, el conductor se dio a la fuga. Él era un migrante  de 43 años originario de San Juan Epatlán, Puebla. El octavo del año. Victorio fue el séptimo repartidor atropellado.

Elías es un hombre amable de 43 años. Dejó de trabajar en DoorDash para seguir con trámites, entre éstos los que le exige el consulado de México en Nueva York para ayudarlos con 1,800 dólares. Han hecho varias vigilias en la Grand Concourse y 180th Street, donde ya hay una bici–fantasma– un monumento colocado en memoria de Victorio–. Ni él ni sus hermanos volverán a Guerrero hasta ver al responsable en la cárcel.

Elías Guzmán, hermano mayor de Hilario Guzman, en su departamento en el Barrio de Fordham, el Bronx, donde vive con el resto de sus hermanos. / Foto: Ximena Natera

No le parece casual que tanto Victorio como Ernesto murieran de la misma manera: atropellados antes de entregar sus repartos a domicilio. 

En varias entrevistas hechas durante noviembre y diciembre, mediante videollamadas de WhatsApp, telefónicas y vía mensajes, Elías actualiza: de esos mil 800 dólares que gestionaron con el consulado, no ha podido cobrar nada. No les ayuda en mucho ese dinero ni las flores llevadas por el cónsul en la primera vigilia, 20 días después del accidente.

Le piden muchos requisitos, entre éstos una factura de los 5 mil que gastó en la funeraria Ortíz que no ha podido conseguir, el pago del hospital, los traslados. Han gastado alrededor de 15 mil dólares: sus ahorros de la vida. Por eso está decepcionado del presidente Andrés Manuel López Obrador, Elías le creyó cuando decía que en Estados Unidos habría 50 consulados para ayudarlos, buscarles abogados, hacerles la vida menos complicada.

 El 15 de octubre realizaron la primera vigilia en El Bronx. 

“Delivery boy workers. They are essential workers”, “Repartidores. Ellos son trabajadores esenciales”. Al sitio llegaron amigos y familiares de los Hilario Guzmán, el cónsul Jorge López, el senador Gustavo Rivera y activistas. Tan sólo de San Juan de las Nieves hay 30 paisanos, varios son sus primos y sobrinos que viven en Nueva York. Llegó gente de otras comunidades cercanas a la suya en Malinaltepec, como Moyotepec, La Ciénega, que han sufrido la misma tragedia sin que hayan dado con los responsables.

La protesta fue en tres idiomas: me’phaa, español e inglés. “Nanda Xúri mambanú numuu Victorio Guzmán nangua iya xú…”, decía una cartulina exigiendo justicia. ¡Justicia!, la exigencia más repetida. 

Hubo mariachis sobre la banqueta. Todos los asistentes portaron cubrebocas. Al tomar el micrófono, Elías recuerda que los deliverys son en su mayoría migrantes que arriesgan sus vidas para que la gente no salga y evite contagiarse.

Mirna Lazcano, activista por los derechos de los migrantes y organizadora comunitaria en East Harlem, señala a las empresas que no otorgan derechos laborales mínimos a los repartidores. Ni siquiera tienen el estatus de trabajadores. 

«DoorDash, UberEats, los marginan, los discriminan; algunas personas que piden el servicio, les roban, los asaltan; los reportan a las compañías, ellas los expulsan, la policía les decomisa las bicicletas, los extorsiona pidiéndoles cuotas de 500 dólares, para devolverles su herramienta de trabajo».

Sigue: “Es una vergüenza que nos traten con ese clasismo. Los migrantes somos los peones del ajedrez. ¿Cuándo será el tiempo de que haya inclusión, y que estas personas tengan una vida con dignidad, señor cónsul?”.

Un repartidor de comida, recorre las calles de Nueva York después de una tormenta de nieve, diciembre 17. / Foto: Ximena Natera

El cónsul López dijo que estaba triste y tenía rabia y coraje. Se comprometió a que este séptimo accidente no quedaría en la impunidad y que exigiría a DoorDash con el equipo de abogados del consulado general una compensación justa para Victorio. 

De esa promesa pública ante reporteros y con transmisiones en FacebookLive han pasado dos meses y cinco días sin que el consulado haya ayudado a los Hilario Guzmán.

Para el 24 de octubre, Elías asistió a otra protesta–memorial. Integrantes del proyecto streetmemorials.org, Five Boro Bike Club y el Comité de Alternativa de Transporte del Bronx instalaron una bici blanca en memoria de Victorio, en la esquina de Grand Concourse y 180th Street en el Bronx. Las instalaciones de bicicletas con flores tienen una coincidencia: son en su mayoría para inmigrantes.

A finales de noviembre, Danny Harris, el director de Alternativas de Transporte declaró que: “Dos personas murieron este fin de semana por choques evitables en las calles de Nueva York. Hasta la fecha, en 2020, al menos 22 ciclistas y 82 peatones han muerto. Con más de 210 personas muertas en violencia de tránsito hasta ahora, se proyecta que 2020 tendrá la mayor cantidad de muertes de tránsito de cualquier año durante el mandato del alcalde de Blasio”.

Nueva York no es capaz de brindar calles seguras para sus ciclistas:  “sólo el tres por ciento del total de millas de carriles para bicicletas protegidas de la ciudad se encuentra en el Bronx, en comparación con aproximadamente el 50 por ciento en Manhattan”, reclama la organización. 

* * *

Elías cuenta que él y Victorio entraron a DoorDash porque se quedaron sin trabajo formal a inicios de año. Él acomodaba refrescos y cosas de abarrotes, mientras su hermano atendía la caja. Conserva videos de sus días en el KingDeli, así se llamaba el sitio donde Victorio trabajó 14 años. Su hermano Rubén sí mantuvo su trabajo en la cocina de un restaurante.

–¿Tenían buen sueldo en DoorDash?, ¿cómo estaban contratados?

–No tenemos contrato, uno rellena una aplicación online, te aceptan a trabajar y te mandan la bolsa para repartir la comida y una tarjeta para pagar en un restaurante la comida. El pago base es de 3 dólares cada pedido, más a veces ponen dos dólares de bono. Puedes ganar cinco. Si el cliente pone por lo menos un dólar, dos dólares por propina, ya son siete dólares, ocho dólares, hasta 10 dólares por pedido.

–¿Cuántos pedidos podían hacer en un día?

–Antes que muchos no querían trabajar por la pandemia, te tiraban rápido los pedidos: haces como 15, 20 pedidos al día, más o menos haces 100 dólares al día. Dependiendo como le echas ganas, si tu le entregas más rápido, más rápido haces dinero. 

Pero 100 dólares al día no son suficientes cuando sólo de renta en un departamento de no más de 80 metros cuadrados pagan 2,500 al mes. Se dividían la renta entre cuatro: Victorio y Rubén sus hermanos, Martín un vecino de la Montaña y él. Todos tienen que mandar dinero a su familia.

Ser migrante en Estados Unidos no es sencillo. Lo primero que hicieron él y sus hermanos fue caminar horas y horas en el desierto, tomar agua sucia, burlar a la policía, correr y padecer. El primero fue Arnulfo en el 2000, le tocó presenciar la caída de las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001. Un año después, su hermano mayor, Eutiquio, quien es profesor le prestó 900 dólares para irse. El coyote le cobró 1,500 en total.

Su papá pidió prestados 4 mil pesos y con eso se fue de Guerrero a Ciudad de México; Hermosillo, Sonora; en carro a Altar, Sonora y de ahí caminó muchas horas, luego pagaron 300 pesos para que los llevaran a la valla. Cerca de la línea, a las 8 de la noche brincaron un alambrado de la frontera, siguieron unos 20 minutos corriendo, luego caminando normal. Eran 27 personas en el grupo que llevó su coyote, siete eran mujeres.

El viaje de Elías de Guerrero a Nueva York duró siete días. Nunca había tenido tanta sed. Llegó en febrero de 2002. Con la ayuda de otros migrantes encontró un trabajo por 250 dólares seis días, luego otro en una pizzería por 300 dólares a la semana. Envió 600 dólares para su hermano Celso quien llegó en agosto de ese año. Victorio con la ayuda de ambos hizo el mismo recorrido en febrero de 2003: primero trabajó en un billar hasta que junto a Elías se fueron al King Deli. Elías en 2005 se regresó cinco años a ver a sus hijos a San Juan.

De DoorDash no ha sabido nada. Le enviaron un correo de condolencias, pero tiene que conseguir un abogado laboral, para exigir una compensación justa. DoorDash, una compañía con sede de San Francisco admitió ingresos de casi 2 mil millones de dólares hasta septiembre. Obtuvo lo doble de ganancias que en 2019.

Para el activista Joel Magallanes, director de la Asociación Tepeyac de Nueya York, una organización que vela por los derechos de los migrantes indígenas, sobre todo, lamenta que en este contexto de covid–19 se cerró la ciudad y no hubo ayudas para los inmigrantes indocumentados.

Otro problema, por el que incluso los hermanos Hilario Guzmán y su familia en Nueva York han protestado, es el pago de los arriendos. Dice Magallanes que algunos fueron echados sin permitirles pagar después, la gente se quedó sin trabajo, no es que no quisieran pagar.  Además, en nueva York hubo más de 500 migrantes que fallecieron sólo por covid–19. 

El abogado Juan José Gutiérrez, director de la Coalición Derechos Plenos para los migrantes dice que este año no han cambiado las condiciones de desvalorización al sector. Recuerda que en los ataques del 11 de septiembre al Pentágono hubo más de 2 mil inmigrantes  latinos muertos, 200 eran mexicanos que no tuvieron compensación.

Tan sólo en la industria de la carne, estas plantas procesadoras funcionan con obreros inmigrantes. Calcula que son más de 600 mil obreros, admitidos como trabajadores esenciales sin que sus derechos sean reconocidos, mucho menos cuando mueren o sufren accidentes. Tampoco a los que están en la línea de servicios sosteniendo la pandemia en un país de más de 300,000 mil muertos. Y no han parado los arrestos ni las deportaciones.

Un altar en la memoria de Hilario Guzmán, 37 años, en el hogar de los hermanos Guzmán, originarios de Guerrero y recidentes del Bronx desde hace más de una década, donde los 4 hermanos habían trabajado en la industria restaurantera. / Foto: Ximena Natera

III. Morir

A las 4 de la tarde del 26 de septiembre, de 37 años, Victorio murió en una cama del hospital St. Barnabas, ubicado en el barrio de El Bronx en Nueva York. 

Tres días antes comía caldo de pollo con tortillas junto a su hermano Elías Hilario, en su apartamento en Fordham Manor.  Planeaba comer tacos de pollo  dorados con caldo cuando regresara de entregar su pedido. Salió a las 19:03 de su casa, poco después de ver la notificación del servicio. Estaba feliz porque había cambiado de llantas a su bicicleta.

Poco después de las 22 horas del 23 de septiembre, llegaron inspectores de la policía neoyorkina a avisarle a la familia del accidente. Abrió Elías, quien estaba a punto de comer los tacos. Se fue enseguida al hospital con su hermano Rubén. Él pensó que Victorio sólo se había lastimado.

Al llegar al hospital le dijeron que su hermano tenía muerte cerebral. El chofer de un automóvil negro Honda Concord, que después encontraron en Michigán, lo desnucó. Elías, Celso y Rubén querían que sus papás tuvieran visa humanitaria para poder llegar a despedir a Victorio, la tradición más fuerte en los pueblos originarios es la muerte. Si no se despide al fallecido su alma queda penando.

–Hablé con él y lloró. Traté de abrir sus ojos, pero sus ojos ya estaban inconscientes. Le salieron dos gotas de lágrimas. Le dije que ya no saliera: discúlpame tú vas a sanar, échale ganas, voy a estar contigo. Yo le fui hablando todo lo que yo sentía, así como hemos vivido.

El último cumpleaños / Foto: Cortesía de la familia

Elías se quedó con ropa de su hermano, le encantaba el futbol americano, con más de 10 mil fotos y videos que pudo recuperar de su nube, allí había fotos de su último cumpleaños el 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos, se ven los hermanos Celso y Rubén partiendo un pastel junto a primas y familia. Sonríen. 

Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña,  Tlachinollan, considera que esta pandemia exhibió aún más lo que él llama Tlapayork. Por el prefijo de Tlapa, el municipio central de la Montaña y de donde son la mayoría que llegan a Nueva York. Hay toda una comunidad guerrerense viviendo en ese país y una desatención consular y estructural sobre las causas de la migración, al mismo tiempo. 

Los guerrerenses van a morirse a Estados Unidos. Las condiciones de pobreza en la Montaña no dejan muchas opciones.

Hasta 2017 el precio del kilo de la goma de opio rondaba hasta en 15 mil pesos en la región y fue bajando de costo, dejó de ser redituable para la gente invertir dinero y trabajo de cuatro meses a un cultivo ilícito. Este año la gente retomó la siembra en varios municipios como Malinaltepec y Acatepec. Ello, a la par del aumento de la migración intrna: un máximo histórico de jornaleros agrícolas, más de 14 mil.

Sembrar amapola no es fácil, por eso la gente prefiere irse de jornalera a los estados del norte a juntar jitomates y chiles, o cruzar la frontera: los soldados les matan sus plantas o los meten a la cárcel, aunque ellos se dedican a la parte agrícola, no procesan la droga.

“La amapola formaba parte de la economía comunitaria, pero no es un mercado seguro”.

Foto: Lenin Mosso

La familia Hilario Guzmán contó historias alrededor de la amapola. Dicen que ha sido la opción de muchas familias estigmatizadas, asesinadas, desaparecidas y encarceladas. Elías Hilario recuerda que empiezan a soñar con ganar dólares, justo, para evitar morir o sembrar amapola. “Hay familias que todos sus hijos la empiezan a trabajar como si fuera milpa. Es la única opción que hay porque no hay trabajo”.

La Cancillería aseguró en una tarjeta informativa que canalizó a la familia a la Oficina de Víctimas de Crimen y se les asistió para que recibieran los beneficios a la brevedad posible. Elías Victorio dice que no es cierto, como tampoco lo es que la Fiscalía de Nueva York se encargara de los gastos funerarios, como obra en el documento.

“El caso fue referido al abogado consultor Andrew Carboy, quien explora la posibilidad de presentar una demanda civil al empleador. Sin embargo, el abogado no considera que el caso tenga muchas posibilidades”, dice la tarjeta. 

Elías Victorio desestima esa información, dice que él y su familia están solos, por eso activistas lo ayudaron con una petición de ayuda a la población, hasta ahora han recolectado más de mil dólares. https://es.gofundme.com/f/7ec99-repatriacion

La tarde fue fría tanto en Guerrero como en Nueva York. Fabiola, Rosa, Félix, Zenaida, Arnulfo y varios de sus sobrinos y sobrinas presenciaron vía WhatsApp la desconexión de su hermano. Es el segundo hermano que muere, el primero se llamó Octavio de varios tiros en su pueblo, en circunstancias jamás esclarecidas.

Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.