La disyuntiva: quedarse en México para ser deportado a Tapachula, o cruzar a Del Río y probar suerte para un asilo en EU y ser deportado hasta Puerto Príncipe
Texto: Stephania Corpi Arnaud
Fotos: Félix Márquez
CIUDAD ACUÑA, COAHUILA.- “Me podría ayudar a conseguir algún trabajo aquí”, preguntaba un joven haitiano de 29 años al entrar al espacio abruptamente habilitado por las autoridades en Ciudad Acuña para recibir a las personas haitianas del campamento Braulio Fernández.
“Pasé cerca de 7 meses buscando en Tapachula y allá no hay nada”, decía mientras mostraba su tarjeta de residente temporal por haber solicitado asilo.
La tarde del viernes 17 de septiembre, cuando como por arte de magia aparecieron 10 mil haitianos en la pequeña ciudad fronteriza de Ciudad Acuña, Coahuila, patrullas fronterizas estadounidenses decidieron cortar el paso por “La Cortina”. Por esa especie de bordo de cemento que reduce el nivel del agua del Río Bravo, cruzaron a Del Río con la esperanza de obtener refugio.
La mayoría de estas familias, viajaron cerca de un mes desde países como Chile y Brasil, cruzando el tapón del Darién, dejando a muchos en esa inmensa selva sin ley donde reina el caos, las lluvias y la ilegalidad.
Pero una vez que el cruce estuvo cerrado desde Del Rio, Texas, el campamento bajo el puente internacional se volvió una cárcel a cielo abierto. En días anteriores, los migrantes dormían del lado estadounidense, y compraban víveres en el lado mexicano.
El sábado 18 de septiembre, empezaron a llamar números que habían sido distribuidos en el campamento. Todos creían que sería para una cita de entrevista, o llevarlos a distintos albergues. La madrugada del domingo 19 aterrizó en Puerto Príncipe el primer avión de haitianos deportados desde EU.
Sin comida, agua, o sin poder comunicarse con sus familias, la tensión y el miedo empezaron a crecer. La madrugada de ese domingo, decenas de migrantes habían encontrado un nuevo cruce. “Las mamás ya no tienen leche para amamantar, los niños lloran. No tenemos ni agua”, gritaba un joven mientras cruzaba el río.
Los migrantes iban de ida y vuelta llevando comida, agua, papel higiénico hacia el lado estadounidense. Cerca de la 1 de la tarde, agentes fronterizos aparecieron en caballos.
“Regrésate a México”, gritaba un agente de barba roja. “No, puto no”, mientras lo perseguía agitando las riendas de su caballo. Algunos usaron las riendas para alejar a los migrantes que intentaban regresar desde México al campamento bajo el puente internacional de Del Río.
Cuando se publicaron las fotos, el discurso cambió. Para los demócratas en EU la escena ejemplificaba los abusos históricos de la patrulla fronteriza con personas migrantes. Para republicanos, los agentes sin más buscaban alejar a las personas de sus caballos que podrían pisotearlos.
El caso es que la discusión en los medios y hasta en la Casa Blanca se centró en la actuación de los agentes fronterizos, mientras que EU devolvía a centenares de familias haitianas con niños y niñas a Puerto Príncipe; muchos de los adultos no habían pisado su país en años, los niños, muchos nacidos en Brasil o Chile, ni hablar.
“Vendimos todo en Brasil para poder migrar; años de trabajo y ya no tengo nada”, explicaba Mikenda, de 29 años. Sus tres hijos siguen en Haití, y no han recibido dinero durante el tiempo que ha durado su travesía.
Los días siguientes solo hubo tensión. Se creó un campamento en el Parque Braulio Fernández Aguirre, a orillas del Río Bravo, que en algunos cálculos llegó a tener cerca de mil 500 migrantes. Mientras se empezaban a sentir seguros y agradecidos con la ayuda que recibían de la sociedad civil, empezaron las redadas. La madrugada del miércoles 22, en el Hotel Coahuila, agentes de Instituto Nacional de Migración y Guardia Nacional desalojaron cerca de 10 habitaciones.
Una familia haitiana, con afán de protegerse, puso una cómoda del hotel frente a la puerta para bloquear el acceso. La cómoda terminó en el suelo y un hombre defendiendo a su familia de la detención con un pedazo de espejo roto. Las redadas continuaron creando un ambiente de incertidumbre entre los migrantes.
La disyuntiva… quedarse en México para ser deportado a Tapachula, o cruzar a Del Río y probar suerte para obtener un asilo en Estados Unidos.
Personas haitianas han estado migrando desde hace años, pero el terremoto de 2010 fue un parteaguas. El desastre en el que perdieron la vida más de 300 mil personas, 350 mil fueron heridas y cerca de millón y medio perdieron sus casas llevaron a miles de haitianos a buscar mejores prospectos fuera de su país. El primer destino fue Brasil que tenía un gran cantidad de trabajos disponibles en preparación al mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos. Una vez transcurridos esos eventos, haitianos se empezaron a desplazar por la región, hacia Chile, Ecuador e incluso Estados Unidos.
A cuentagotas personas haitianas han continuado llegando al norte de México, pero la pandemia en Sudamérica que ha resultado en multitud de crisis económicas, aunado a un mensaje más positivo de la administración de Joe Biden hacia migrantes, ha llevado a miles de personas haitianas a emprender camino hacia el norte. En lo que llevamos de año, más de 80 mil personas han ingresado a Panamá por el Darién, todo un récord. La inmensa mayoría de estas personas son de nacionalidad haitiana.
La solicitud de asilo al llegar a Tapachula les brindaba una cierta seguridad mientras transitaban por el país, pero la cantidad histórica de solicitudes recibidas por la Comar en Tapachula en los últimos meses hizo que las citas se empezaran a entregar para enero y febrero de 2022. Según el responsable de la Comar, Andrés Ramírez, en 2019 se recibieron más de 70 mil solicitudes de asilo; este año estiman llegar a más de 120 mil.
La desesperación llevó a miles de haitianos a emprender camino hacia el norte de México. Aunque parecía que las llamadas caravanas fueron detenidas, a menudo con exceso de fuerza, lo cierto es que en poco tiempo lograron cruzaron el país miles de personas haitianas que se apersonaron en el puente internacional de Del Río en Texas a partir del 14 de septiembre.
Con el Puente Internacional cerrado, del cual depende económicamente Ciudad Acuña por sus maquilas, las autoridades locales decidieron intervenir. Oficiales estatales bordearon el Río Bravo para prevenir la entrada de migrantes al lado mexicano, o que cruzaran al lado estadounidense.
En una acción conjunta, y como si fuera un espejo, la intimidación de oficiales parecía resonar a la que usan los agentes fronterizos estadunidenses. Agentes de la Guardia Nacional, se pavoneaban con armas largas en el campamento Braulio Fernández con el fin de crear miedo.
“Están coordinadas para reprimir, no coordinadas para ayudar”, explicaba Camilo Contreras del Colegio de la Frontera.
“El estado no se había presentado para apoyar, cuando se presentó fue para reprimir y para intimidar”, agrega.
Y la táctica funcionó. Poco a poco se escuchaban rumores de lo que pasaría si no se iban. Los últimos migrantes que decidieron probar suerte en Del Río, cruzaron el jueves por la noche, después de que fuera cortada la soga improvisada para sortear la corriente. Los gritos y sonidos de niños llorando fueron incesantes por cerca de dos horas.
El viernes 25 de septiembre, después de una gran presión psicológica, y varios discursos, poco a poco, cerca de 250 migrantes fueron trasladados a un viejo salón de eventos abandonado, El Salón Fandango.
“Yo quiero Comar, no subo si no hay Comar”, gritaban algunos migrantes que todavía se resistían.
Según autoridades panameñas, hay cerca de 20 mil personas haitianas varadas entre Panamá y Colombia, y Nicaragua está permitiendo que crucen 700 personas al día, en su camino hacia Honduras.
Parece claro que, aunque el campamento Braulio Fernández se desmanteló, la crisis no se ha acabado.
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