“Mi piel tronco se pone triste cuando la maltratan”

1 diciembre, 2023

En el año 2020 el país vio un video donde niñxs y adolescentes de la comunidad de Ayahualtempa marchaban como parte de la Policía Comunitaria; era un llamado desesperado para exigir seguridad y oportunidades de vida. Hace unos días algunxs de lxs niñxs y adolescentes que ahí marcharon se presentaron en el Auditorio Nacional para leer un poema colectivo que escribieron de la mano de Angélica Barrera, del programa Semilleros Creativos

Texto: Daniela Rea

Fotos: Daniela Rea                                                                  

POESÍA CORAL LA PIEL DEL CORAZÓN

¿De qué color es tu corazón?

Mi corazón es color rojo.

Mi corazón es color morado.

Y tiembla cuando nos asustamos o tenemos miedo.

Mi corazón es de color azul como el cielo

que veo cuando despierto todos los días

y brilla en las mañanas como el agua.

Mi corazón como el sol, como el mar, como las flores.

Mi corazón va hacia las montañas y ríe

cuando no ríe, llora porque nadie le hace caso.

Mi corazón está en las estrellas

y tiene ventanas transparentes.

¿De qué color es tu piel?

Verde como los árboles de ocote.

Amarilla como el grano del maíz.

Gris como las nubes cuando llueve.

Nuestra piel brilla en el sol y en la noche desaparece, duerme.

Nuestra piel aguanta el sol y el frío.

Es como el café de las montañas.

Mi piel cubre todo mi cuerpo

y me acompaña a todos lados.

Mi piel es como una casa grande color roja.

Me siento bien en mi casa.

En mi piel vive mi familia.

Mi piel es el sol y brilla porque está feliz.

También se pone triste cuando nadie la escucha.

Mi piel visita el campo y es como la tierra, como el camote.

Piel, tronco, que se siente triste porque la maltratan.

Piel que habla y llora porque le gritaron.

Mi piel me duele porque está herida.

Se mueve como los árboles y entonces mi cuerpo corre como el río.

Una piel para toda la vida, y unos pies, y un corazón.

Soy color café y color amarillo es mi primo.

Soy de colores, mi pierna roja, mi diente blanco.

Soy amarilla en el sol y oscura en la noche.

Mi corazón sopla como el viento y va hacia el campo,

Con mi familia, al mar.

¿Hacia dónde va tu corazón? ¿De qué color es tu piel?

Autores: niñxs y adolescentes de la comunidad de Ayahualtempa, en Guerrero.

CIUDAD DE MÉXICO. – Este fue el poema que un grupo de niñxs y adolescentes de la comunidad de Ayahualtempa escribieron de manera colectiva y leyeron el 23 de noviembre en el evento Semilleros 2023 en el Auditorio Nacional.

“Antes de la presentación hicimos un ensayo con público y algunos lloraron, les pregunté cómo se sentían y decían ‘bien, alegre, contento’. Yo les decía que esas lágrimas también son de alegría. Se dieron cuenta de lo que pieden hacer con el poder de la palabra”, dice Angélica Barrera, maestra de literatura en esa comunidad.

Angélica, una joven de 28 años, tenía tiempo trabajando con infancias en el municipio de Chilapa, de donde ella es originaria, cuando fue invitada por la Secretaría de Cultura a acudir a la comunidad de Ayahualtempa y trabajar con las infancias de ese lugar a través de un taller como parte del programa Semilleros Creativos, del cual surgió este poema.

El taller funciona todos los días y lxs niñxs y adolescentes acuden 5 horas a leer, hacer títeres, escribir, hacer poesía coral, fanzines, murales. Cada tres meses el programa de Semilleros a nivel nacional propone un tema para trabajar, como migración, justicia, paz, bioculturalidad; en esa ocasión se propuso el tema “pigmentocracia”. Angélica abrió los ojos como plato pues se preguntó ¿cómo podría hablar con lxs niñxs de una palabra tan grandota? Entonces pensó y eligió usar plastilina de distintos colores y hacer bolitas de distintos tonos, las puso en el centro y les dijo a los niñxs y adolescentes que las pieles de todas las personas eran diferentes como los gustos, los ojos y de cómo esas diferencias eran las que les hacían también personas únicas.

“Trabajo los textos a partir de preguntas con los niños, así, platicando, sin tanta teoría como la rima, la métrica, las metáforas, la repetición, la hipérbole. Y para este ejercicio les pregunté ¿de qué color crees que eres? Y hablamos de los colores y hablamos mucho de lo que se veía en su comunidad y ahí vimos la comparación para hacer poesia”, dice Angélica en entrevista.

Por ejemplo, los niños decían: mis dientes son como el color del maíz; mi piel es café como las matas de café que sembramos.

“Siento que aprendieron mucho sobre las diferencias y sobre también reconocer cómo se sienten ellos en su piel, porque yo les decía ¿ustedes han visto a otras personas que son más claros de piel? Me decían que sí y como acá donde vivimos somos morenitos, somos de muchos tonos, alguien que sea más güero no nos da derecho a discriminar”.

Un lugar de confianza y abrazo

La escritura podría ser el objetivo último del Semillero, pero quizá es más un pretexto, un medio, una posibilidad de que las infancias y adolescencias que acuden tengan un lugar para sentirse segurxs y poder hablar de lo que les lastima y de sus deseos también.

En el ejercicio de la escritura del poema Angélica también trabajó las emociones, “siento que no le temen tanto a la hoja”, dice, y relata el ejemplo de una niña que llamaremos Mariana, que suele ser muy tímida y no platicar de sus emociones.

“Pero en el poema escribió: ‘Piel tronco que se siente triste porque la maltratan’. Ella eligió tronco por el color de su piel y por la dureza de su piel porque andan descalzos y la piel se hace rugosa. ¿Cómo sientes tu piel? les pregunté en el ejercicio y ella dijo ‘dura’; ¿cómo se siente la piel? ‘a veces alguien nos pega y ese sentimiento se siente triste porque la maltratan’. Fue la primera vez que hablaron de maltrato, a través de este ejercicio”, dice Angélica.

Así fue como surgió el verso: Piel tronco que se siente triste porque la maltrata.

“Es muy fuerte escuchar y sostener sus dolores, yo como encargada del taller no tengo la capcaidad sicológica para sostenerlos a ellos, pero sé que este lugar que construimos todos, el Semillero, les da seguridad, confianza, se sienten acompañados. Entonces lo que puedo hacer es sostener este espacio, atenderlo, cuidarlo, para que ellos tengan un lugar al que puedan llegar y sentirse seguros”. El Semillero como un espacio donde practican formas distintas de observar su entorno y su vida en él.

Después del poema sobre su piel y la presentación en el Auditorio Nacional, el Semillero de la comunidad trabaja un poema sobre el pueblo, sobre las casas. “Platicamos sobre qué siente la casa, quién vive en esa casa, qué le pasa a esa casa que llora; lo mismo con el pueblo, cómo se siente el pueblo, qué haría que el pueblo triste se sienta feliz. Son cosas muy elementales que lo dimensionamos en su contexto y son súper poderosas lo que dicen y lo que escriben”, dice Angélica.

Una marcha, un video y un poema

Angélica llegó a Ayahualtempa hace dos años y medio luego de que se hiciera viral un video que mostraba a lxs niñxs y adolescentes de entre 7 y 18 años de esta comunidad en una marcha con la Policía Comunitaria. Marchaban habitantes de los municipios de Chilapa y  José Joaquín Herrera, portando armas con el rostro cubierto y el uniforme de policía comunitaria.

En ese video las personas denunciaban un límite de la vida: para defender a su infancia y juventud del crimen organizado, la única opción que quedaba era incluirlos en la defensa comunitaria. Era una respuesta desesperada frente a la amenaza cotidiana y a la falta de acceso a educación y otros derechos. Con ese video, la comunidad demandaba seguridad, pero también escuelas, maestros, no más desplazamientos forzados por la violencia.

En respuesta la Secretaría de Cultura se acercó para proponer la apertura de un Semillero en ese lugar.

“La mayoría de los niños del Semillero estuvieron en esa situación, en la que muestra el video, donde están ellos con sus caritas cubiertas. Como al año de que llegué ahí, entré de nuevo a ver las fotos y reconocí a muchos de mis alumnos, de las semillitas. Ahora ya no están en la Policía Comunitaria, por acuerdo entre el gobierno y la Policía Comunitaria ya no acuden a los adiestramientos y pasan las tardes en el Semillero”, dice Angélica.

Cuando Angélica llegó a la comunidad a abrir el espacio de encuentro con lxs niñxs y adolescentes “los niños eran my herméticos, les costaba mucho hablar, convivir con las niñas, les daba opena acercarse al Semillero. Y de lejos me hacían con la mano como si fuera una pistola y hacían pium pium y a mí me daba miedo, pero poco a poco fuimos jugando con los niños, ha sido primordial para que escriban, para que confien”.

La escritura es un pretexto, un vehículo para el encuentro. También el juego, el juego de palabras, el juego con el cuerpo. Porque así como la escritura, el juego también les motiva, les despierta. Si al inicio los niños varones no querían acudir al Semillero, hoy el grupo tiene mitad y mitad, dice contenta Angélica.

“Siento que eso de las armas ya quedó olvidado. Antes de repente hacían las posiciones de tirarse, posiciones bélicas,  con la mano o el lápiz com pistolita. Siento que ya no está presente, no sé si en su memoria, pero ya no está presente. Siento que aspiran a otras cosas, a otros recuerdos”.

A través de este programa, este lugar de encuentro, el presente para ellxs tiene al menos una posibilidad de imaginación; el futuro es una dolorosa incertidumbre.

Angélica sabe que muchxs de lxs adolescentes que acuden al Semillero dejarán la escuela cuando acaben la telesecundaria, porque no hay espacios educativos formales en la comunidad ni recursos o redes para acudir a otro lugar a estudiar.

“Veo su talento y me conmueve muchísimo y quisiera hacer muchísimo más, tener mucho dinero para que todos pudieran estudiar o salir, pero tambien trato de calmarme y de decir que estoy haciendo algo en ese entorno. Porque si me clavo sólo en lo malo, me acabo y los niños no merecen eso, merecen creer en su palabra, hacer algo con ella”.

***

En la página de la Secretaría de Cultura, se publicó un comunicado sobre este Semillero, la autora escribió:

“Ayahualtempa, las niñas y niños del Semillero cultivan esas otras formas de observar su realidad y lo materializan en obras de teatro, poemas, pinturas y danzas que invitan, a quienes observan, a recuperar el derecho de creer que somos capaces de construir un presente y un futuro mejores (…). En este caso, la mirada que niñas y niños tienen sobre su agencia donde viven; la capacidad que han desarrollado para imaginar otros horizontes posibles para sí mismos y su comunidad; y su búsqueda poética para narrar la realidad en la que viven marcan una diferencia profunda en relación con aquel tiempo cuando fueron grabados empuñando armas”.

Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.