Mi panteón particular

4 noviembre, 2023

Perviven nuestros santos muertos/ en ese camposanto/ de imágenes pasadas;/ en ese jardín de los recuerdos/ reviven los ausentes/ entre memorias enramadas

Por Évolet Aceves / @EvoletAceves

Hablando con mi mamá, me dice por videollamada, “es la primera vez que pongo una ofrenda”. Se refiere a la ofrenda de su mamá, mi abuelita. “Siempre era ella quien la ponía. Esta vez estamos al revés, me tocó a mí ponérsela a ella”. Me enseña la bonita ofrenda en donde aparece la fotografía de mi abue de joven, entre cempasúchil, Tequila, Sangrita, fruta, veladoras; detrás de la foto, la urna con sus cenizas.

Pienso, sin decírselo, en que va a llegar el momento en el que a mí me toque tener esa misma sensación contradictoria que hoy tiene ella, el momento en el que me toque dedicarle la ofrenda a ella, a mi mamá.

Estando en Estados Unidos se extrañan las ofrendas, el cempasúchil —acá se le conoce como marigold—, los panteones con gente rememorando, reviviendo, a sus muertitos, porque la ofrenda es, en cierto modo, revivir, regresar al plano terrenal a las ánimas, a nuestros ancestros, a través de la memoria. Aquí no tengo facilidad para conseguir los aditamentos para la ofrenda. No hago ninguna ofrenda y me entristezco, me hubiera gustado honrar, conmemorar, a mi abuelita a través de una ofrenda.

Cuando hablo con mi mamá, le digo que hace unos días tuve el impulso de llamarle por teléfono a mi abue, en un microsegundo tuve el pensamiento “tiene mucho tiempo que no le hablo a mi abue por teléfono, debería llamarle”, pensamiento acompañado de un gusto inmenso por escuchar su voz.

Instantáneamente regreso a la realidad que distingue la vida de la muerte. Al tener teléfono en mano, declino mi intento por hacer esa infructuosa llamada que no me llevaría a escuchar la voz de mi abue.

Al contárselo a mi madre, ella me responde que ella también solía tener ese mismo impulso: “un día, cocinando, no recordaba cómo iba la receta que estaba preparando, y entonces pensé, qué tonta, voy a preguntarle a mi mamá”, y de inmediato cayó en cuenta de que el ingrediente que buscaba en palabras de mi abue jamás lo escucharía, y termina diciendo: “me pasaba sobre todo al inicio…”.

Con inicio se refiere al inicio del final. El fin de la vida de su madre.

Adolezco en cuanto acompaño a un amigo cercano a dejar sus trick or treats, sus dulces, en la puerta de su casa para los niños que irán por la noche a pedir dulces. Adolezco porque revivo aquellos años en que mi abue y yo íbamos a comprar dulces juntas para los niños que fueran a pedir dulces a su casa.

Le encantaba. Le emocionaba contribuir a la dicha de los niños, alimentarlos con alegría a través de los dulces.

Le daba gusto recibir a los niños afuera de su casa, a quienes recibía llena de alegría llenándoles sus canastas, “estos para ti, estos para ti,…”, y los despedía con una sonrisa. Esto cuando su sentido auditivo aún no palidecía. Cuando aún podía caminar sin necesidad de un oxígeno.

Lloro con mi amigo porque me llega ese insight, ese rayo de conciencia, de que Ella no volverá a recibir a los niños para darles dulces, ya no habrá un “estos para ti, estos para ti…”, ya no volverá a despedir a los niños con una sonrisa ni irá a comprar dulces conmigo; ya no volverá a contestar el teléfono cuando yo intente hablarle, ya no estará ahí para darme un abrazo, ya no volveré a escuchar su voz, más que en la nota de audio que guardo de ella, una noche en que tuve a bien grabarla —sin que ella se diera cuenta— mientras rezaba largos endecasílabos de memoria.

No tengo una ofrenda visible que ofrecerle, mi ubicación me dificulta colocar un altar, sin embargo, la representación de la muerte es infinita, y, como tal, pienso que también hay un camposanto mental, una ofrenda imaginaria, compuesta de memorias, de recuerdos, de emociones, y mientras perviva la memoria, perviven nuestros muertos, como dice Elena Garro, en nuestro panteón particular.

A través del recuerdo revivimos a nuestros ancestros.

Perviven nuestros santos muertos
en ese camposanto
de imágenes pasadas;
en ese jardín de los recuerdos
reviven los ausentes
entre memorias enramadas.

IG: @evolet.aceves

everaceves5@gmail.com

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.