México es uno de los principales consumidores de bebidas azucaradas del mundo y mucho se ha dicho de los problemas de salud que eso provoca pero, ¿cuánta basura implica? La sede principal de Coca-Cola en América Latina lanza dos campañas de reciclaje. De supuesto reciclaje, porque quienes recogen botellas son los consumidores y del dinero que eso genera poco se conoce. Negocios, falsas soluciones y oportunidades
Texto: Dalia Souza y Darwin Franco / Bocado
Fotos: Lesly Zepeda, Darwin Franco y Adobe Stock
JALISCO, MÉXICO.- En México una persona toma, en promedio, 225 litros de Coca-Cola al año. Si la botella más vendida es la de 600 mililitros, significa que compramos 375 botellas, generamos 12.5 kilos de plástico por persona cada 12 meses .
Un kilo de PET, el material con el cual están hechas la mayoría de las botellas de bebidas azucaradas, se compra en 7 pesos mexicanos (30 centavos de dólar). Si hacemos cuentas, la recolección de este plástico es una industria millonaria que -de acuerdo al Informe La nueva economía de los plásticos– podría ayudar a las empresas generadoras a recuperar entre 80 mil y 120 mil millones de dólares al reciclar en lugar de desechar sus envases.
Tal vez por eso, en México -desde 2018- la empresa FEMSA, mayor embotelladora de América Latina, lanzó su campaña “Un Mundo Sin Residuos”. Dice querer reciclar para el 2030 el 100 por ciento de las botellas que vendan, que no es lo mismo que el 100 por ciento de las botellas que produzcan, aunque sus promocionales sean poco claros.
Esa empresa en México posee la capacidad para reciclar 4 mil 100 millones de botellas al año, según datos de sus dos plantas de reciclaje de PET (una de ellas, PetStar, la más grande de la región). Sin embargo, esa cantidad de botellas es ínfima porque la refresquera produce 110 mil millones de botellas de PET anualmente, de las cuales sólo recicla el 3.72 por ciento, ha denunciado GreenPeace México. Es decir, de las 375 botellas que toma cada habitante sólo se reciclan 14 y 361 van a dar a la basura, a los ríos, los mares (y luego de regreso a nuestra comida y organismo en forma de microplásticos).
Para recuperar aquellas botellas con las que no está haciendo dinero, Coca-Cola FEMSA está invitando a sus consumidores a que sean ellos quienes le ayuden a recuperar todo el PET que generan.
En México, las y los consumidores no tienen muchas opciones, pues el modelo de producción lineal -tomar, producir, usar, desechar- ha puesto en botellas de este tipo la mayor parte de los productos. Pero, a la par, lo que también han instaurado las empresas es la idea de que las y los consumidoras somos las únicas personas responsables de su destino final, lo cual es falso, pues el principio de responsabilidad extendida -concepto clave de la llamada economía circular que impulsa un cambio en la lógica de producción- señala que las empresas generadoras deberían ser las principales responsables de estos desechos.
Esto, desde luego, no se señala así en los videos promocionales o en la infinidad de infografías que aparecen en www.unmundosinresiduos.com, y donde advierten que “aunque nosotros no les creamos”, ellos -como empresa- sí están siendo responsables porque han logrado que 98 por ciento del producto que emplean sea reciclable y que 47 por ciento sus productos sean retornables. Sin embargo, para cumplir el sueño de “un mundo sin residuos”, requieren que nosotros seamos quienes recuperemos todo su PET.
No es esta la primera campaña de Coca-Cola sobre estos temas. Antes, por ejemplo, lanzaron Somos orgullosamente #PNDJOS Verano Sprite 2019 donde decenas de jóvenes liderados por influencers lograron recolectar de las playas de Seybaplaya (en Campeche); Playa Rosarito (Baja California), Playa Celestún (Yucatán) o Playa Papagayo (Guerrero): 24 toneladas de residuos (aunque de estos sólo 420 kilogramos fueron de PET).
Casualmente la campaña se lanzó para promocionar una edición especial de Sprite, refresco que en ese verano se envasó en una una botella azul hecha en un 100% con botellas de plástico recuperadas. Es decir, se hizo una campaña supuestamente ecológica para lanzar una nueva botella de refresco. Socialwashing que le llaman.
En los videos promocionales de sus labores de limpieza, Coca-Cola olvidó mencionar que en México hay entre 0.01 a 0.25 millones de toneladas métricas de plástico por km2 en los océanos, razón por la que limpiar sólo playas no es suficiente. Y que el problema no está sólo en las botellas que ya existen, sino en las que ellos producen por millones cada día:
La clave para entender el problema -dice Miguel Rivas de Oceana- no sólo está en preguntarse qué pasa con el 50 por ciento de las botellas de PET que no se reciclan, pues sí sabemos que acaban en mares, ríos, campos, sino en preguntarnos por qué en México se produce tanto PET. Si las acciones no apuntan a replantear los modelos de producción, no importa cuánto sea lo que se recicle, la producción siempre seguirá creciendo”.
¿Qué impacto tiene recolectar 420 kilogramos de PET en playas mexicanas? Si la misma Coca-Cola produce 200 mil botellas, es decir, 8 mil kilos de PET, por minuto en el mundo, conforme datos de la Fundación Ellen MacArthur. Para el medio ambiente sirve de poco, pero para su marketing verde ayuda a posicionar la idea de que les interesa el planeta.
Importa mirar cada campaña de Coca-Cola porque, productos sin duda estudiadísimos, siempre establecen marcos para pensar temas, en este caso, el reciclaje. Mirar críticamente sus campañas aquí importa porque México es el mayor consumidor de refrescos y bebidas azucaradas del planeta, esto representa para la empresa transnacional 11 por ciento del total de sus ganancias mundiales. Esos réditos de un país donde tomamos 225 litros de refresco al año, más que los 200 litros por persona que es el consumo en los Estados Unidos.
¿Y en qué viene todo este refresco que consumimos? En botellas de un solo uso, sobre las que nadie quiere asumir responsabilidad. Para tener “un mundo sin residuos”, la primera acción sería no producirlos.
¿Cuánto espacio ocupan 375 botellas de PET? Es difícil imaginar el espacio de los 225 litros de refresco que por año tomamos los mexicanos, pero si nos diéramos a la tarea de guardar cada botella podríamos llenar hasta dos cajuelas de autos tipo sedan o hasta tres contenedores de basura comunes (102 x 54 x 75 centímetros).
Ahora pensemos en el espacio que ocuparían las 110 mil millones de botellas de PET que produce Coca-Cola en México. ¿Estadios? ¿Campos de fútbol? Las medidas son difíciles de imaginar.
Lamentablemente este no es el único desecho plástico que se genera en el país. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) estima que se producen 8 millones de toneladas de plástico al año, de los cuáles, 50 por ciento son materiales de un solo uso. Esto sitúa al país en el cuarto lugar mundial en cuanto a la producción de botellas de PET, tan sólo por debajo de China, Estados Unidos y toda la Unión Europea.
Y aunque son empresas quienes producen los desechos, las leyes mexicanas dividen las responsabilidades de una forma algo extraña. Señalan que las fuentes generadoras de residuos (industria y sociedad) son, por igual, los primeros responsables en los procesos de reciclaje, aunque el volumen de generación de residuos de empresas como Coca-Cola sea infinitamente mayor a la que genera cada persona.
Después, en cuanto a separación de residuos todo recae en los gobiernos municipales, quitando toda responsabilidad a las empresas. Al no tener los municipios la capacidad para administrar la enorme cantidad de basura subcontratan a empresas particulares que -como ha señalado la Semarnat- muchas veces no cumplen lo prometido así la mayoría de los materiales que podrían reciclarse terminan siendo enterrados en rellenos sanitarios.
La Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos clasifica los tipos de residuos en: sólidos urbanos, de manejo especial y peligrosos.
Los primeros son todos aquellos que generamos en casa habitación o que se producen por las diferentes actividades sociales aunque pueden considerarse de manejo especial si alcanzan las 10 toneladas por año. Como ejemplos, PET, aluminio y vidrio que son residuos que podemos generar mediante el consumo de agua, refresco o cervezas, y requieren un tratamiento específico por el volúmen que implican.
Si una persona o empresa produce esas 10 toneladas se le denomina “Gran Generador” y tiene una serie de responsabilidades como realizar un plan integral de manejo de residuos donde se priorice la maximización de su aprovechamiento. Lo cual -explica Tania Ramírez, Jefa de Departamento de Estudios de Residuos en el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático- va más allá de sólo reciclar: “Implica planear -desde la creación y producción del envase o botella- cuál será su ciclo de vida, cómo se le dará valor luego de su uso y cómo es que reducirán el impacto que causan en el medio ambiente”.
Los grandes generadores de México son la industria refresquera, las embotelladoras de agua, la industria de bebidas azucaradas y alcohólicas que, en conjunto, son las principales productoras de envases de PET, aluminio y vidrio. Pero dar seguimiento al cumplimiento de cada empresa en el país resulta casi imposible, admite la experta, pues el gobierno no tiene capacidad de vigilancia para comprobar si los compromisos socioambientales realmente se cumplen. Así que las leyes o reglamentos que se crean para combatir la llamada contaminación plástica terminan siendo, lamentablemente, letra muerta. Algo que podría pasar también con la Ley de Economía Circular ,aprobada el 17 de noviembre de 2021.
Una forma de frenar estas avalanchas de basura, proponen organizaciones civiles, está en regular no sólo el manejo de los residuos sino también cambiar el modelo económico de producción para establecer límites, por ejemplo, al número de botellas de PET que se pueden producir y al porcentaje de botellas que cada empresa debe obligatoriamente reciclar cada año.
Y en la realidad, lo que han observado desde espacios de análisis es que hasta ahora los procesos industriales no están abocados a generar cero residuos. Todo lo contrario.
Esto que ocurre en México está muy alejado de los principios de la llamada Economía Circular que impulsa en el mundo la Fundación Elle MacArthur y que se trata, básicamente, de “compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para crear un valor añadido”. Hacerlo ayudaría a cumplir los criterios de responsabilidad extendida, pues la responsabilidad de Coca-Cola no acaba cuando nos vende su producto: sería su obligación lograr la recolección, reutilización y reuso de todos los envases o botellas que produzcan, no sólo de aquellas que vendan.
¿Qué pasó en México cuando se quisieron establecer estos criterios en las leyes? Se desecharon porque “los grandes generadores”, tras cabildear con las y los legisladores lograron dejarlos fuera de la Ley de Economía Circular. Ganó en México una visión sesgada de la economía circular que, según Miguel Rivas de la ONG Oceana, se enfoca sólo en reciclaje y busca “disociar la actividad económica del consumo de recursos finitos y eliminar los residuos del sistema de diseño”.
Algo que Coca-Cola explica de manera tramposa, dice Miguel Rivas, quien también es doctor en Ciencias y Ecología: “Las empresas suelen utilizar el concepto de Economía Circular como un sinónimo de reciclaje y, con ello, intentan confundir a las personas haciéndoles creer que el centro de todo es el reciclar residuos cuando lo importante sería que ellos [empresas] replantearan su forma de producir, pues fueron ellos y no el consumidor quien decidió meter el producto en envases de PET”.
Para confirmarlo basta con asomarse al curso que ofrece la refresquera en su campaña “Un Mundo Sin Residuos”: sin una sola crítica a su modelo de producción infinita de botella. Bea Pérez, Directora Global de Comunicación, Sustentabilidad y Alianzas Estratégicas para The Coca-Cola Company, dice que no sienten orgullo que “algunas de sus botellas terminen en lugares incorrectos” y por ello suscriben convenios para limpiar océanos y ríos o hacen campañas para recuperar botellas. Pérez dice que eso “es hacer economía circular”. Nunca habla de dejar de producir residuos.
Algunas empresas como la cervecera Grupo Modelo, la fábrica de productos de limpieza Allen y las transnacionales Nestlé y Nescafé también han lanzado campañas de “concientización ecológica”. Pero sigamos mirando a Coca-Cola para entender su postura completa.
Además de la limpieza de playas (por otros) tiene otra campaña: “Mi tienda sin residuos”, con el supuesto objetivo de recolectar y reciclar todas sus botellas para el año 2030.
El programa consiste en que cada dueño o dueña de un pequeño establecimiento comercial -tiendita, miscelánea, almacén- permita la instalación de un contenedor para la recolección de PET donde las personas depositarán botellas vacías, limpias, aplastadas y cerradas. Luego, un “socio recolector” se encargará de reunirlas y llevarlas a las plantas de reciclaje de Coca Cola: IMER y PetStar, en donde se lavarán, desinfectarán y fundirán para transformarlas en “nuevas botellas”.
La empresa refresquera asegura que, desde iniciada esta campaña, ha recolectado 6 de cada 10 botellas que venden. Sin embargo, de acuerdo con el documento Panorama General de las Tecnologías de Reciclaje de Plásticos en México y en el Mundo elaborado, en 2020, por el Gobierno de México – a través de la Semarnat y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático- esto no es necesariamente cierto porque no existe un registro fidedigno para saber cuánto plástico se recupera en el país ni de qué tipo es. Además, en sus páginas web, IMER y PetStar, filiales de Coca-Cola presumen reciclar 4 mil 400 millones de botellas al año, lo que representa el 3.72 por ciento de todas las botellas que produce la marca; y está muy lejos del 60 por ciento que señalan en su campaña.
En “Un Mundo Sin Residuos” se asegura que de cada botella recolectada por la ciudadanía se hará otra nueva botella, lo cual tampoco es cierto, pues para generar nuevas botellas de PET además de escamas plásticas de diversas botellas recicladas se tienen que usar, resinas plásticas vírgenes. Imposible que una botella usada se transforme en una nueva.
Por ello, organizaciones críticas de estas campañas insisten en que reciclando sin cambiar los modelos de producción no representa solución. Dice Miguel Rivas de la ONG Oceana: “¿De qué sirve estar promoviendo la recolección o reciclaje de PET? Si ellos van a estar generando millones más. Eso sólo sirve para sus campañas de marketing y sus indicadores de que hacen algo en pro del medio ambiente”.
Campañas que hoy implican, por ejemplo, un gran anuncio comercial disfrazado de contenedor. Porque claro, “Mi Tienda Sin Residuos” implica instalar en cada tienda una gran botella de Coca donde las personas pueden depositar algunas de las 375 botellas que consumen cada año.
Coca-Cola dice que en todo México, 316 tiendas o establecimientos comerciales de nueve estados del país participan de la campaña desde noviembre de 2020. Son apenas el 0.03 por ciento de este tipo de negocios, pues de acuerdo al último Censo Económico realizado en 2019 en el país hay 998 mil 120 comercios al por menor de abarrotes, alimentos, bebidas, hielo y tabaco.
Según los registros de la refresquera, en el estado de Jalisco participan 18 locales comerciales ubicados en seis municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara (el 0.01 por ciento de todas las tiendas con registro). Sin embargo, al visitar a siete de ellos encontramos que no existen los contenedores de reciclaje y quienes atienden los negocios no estaban ni enterados de que su tienda había sido “seleccionada” para ser parte de la campaña.
María del Rocío es una mujer de aproximadamente 55 años, dueña de una tienda en la calle Chihuahua en la colonia El Mante, Zapopan. Cálida y amable, bromea con quien entra a su tienda tapizada con promocionales de Coca-Cola: una lona, un dispensador y diversos cárteles publicitarios.
Ella supo de la campaña porque un promotor le contó que iban a realizar una “cosa de reciclaje”, pero hasta ahí quedó todo. Se sorprende cuando le mostramos su nombre y la ubicación de su tienda en el mapa que la refresquera ofrece para depósito de botellas vacías. “Esa sí es la dirección de mi tienda, pero esa que sale ahí no soy yo”, contesta molesta al ver en nuestro celular su registro en la página de la campaña.
A María del Rocío no le parece mala idea que le lleven un contenedor para reciclar las botellas pero le desilusiona que, tras muchos años de vender esa marca, escriban mal su nombre y ni siquiera le lleven el mentado contenedor.
Lo mismo pasa en Abarrotes Don Sergio, en la calle Loma de Ginebra en Tlajomulco de Zúñiga. Otro negocio lleno de publicidades de Coca-Cola donde el encargado no sabía que el negocio había sido marcado como punto de reciclaje. “Eso del reciclaje es una buena idea pero yo me vengo enterando de esto ahora que me lo están contando”, dice un hombre de 30 años que atiende en el horario matutino.
Al mostrarle el mapa de ubicación y los datos de la tienda, reacciona: “Ese nombre que sale no es del dueño, sabe quién sea esa persona, pero deja le tomo una foto para que él se las enseñe y nos digan qué onda”.
Seguimos recorriendo el mapa de reciclaje que publica Coca-Cola. Vamos a otras cinco tiendas en los municipios de Tlaquepaque y Guadalajara donde todo es igual: mucho color y logo de Coca-Cola por fuera y dentro, pero nadie sabe nada de la campaña.
Cuando pensamos que la gran botella sólo existía en el video de la Coca, por fin encontramos una tienda con el famoso contenedor de botellas. Está en la tienda La Paloma, atendida por Alberto Álvarez, Don Beto. Tiene 60 años, más de 20 detrás de este mostrador, y se nota que disfruta de su trabajo. Detrás del cubrebocas deja entrever una sonrisa, bromeando recibe a su clientela y a todos llama por su nombre.
El contenedor en forma de “Coca” -un tercio lleno- está afuera de su negocio. Don Beto cuenta que el contenedor lo llevaron desde noviembre y una vez por mes acuden a llevarse el PET acumulado: cinco kilos y medio según le informó el recolector. “La campaña me parece bien, pues promueve que los vecinos traigan los envases en lugar de tirarlos a la calle, pero el detalle está en que no nos dicen el destino que se le vaya a dar al producto o para qué se va a ocupar todo lo que se lleven. Es decir, no sabemos si se harán más productos con eso o si lo van a vender”, dice Don Beto con desconfianza.
No quiere pensar mal de la refresquera pero esta campaña le genera dudas. Particularmente le desconcierta la manera en que pesan lo recolectado, porque no cree que un contenedor de un metro y medio de altura y de 60 centímetros diámetro, lleno de botellas de PET pese sólo cuatro kilos, como le dijeron los empleados de la empresa: “Es que vienen y a uno lo agarran ocupado, se llevan el contenedor al camión y ya ni chance dan para ver cómo lo pesan”.
Don Beto cuenta que a cambio de participar en Mi tienda sin residuos le prometieron una serie de recompensas por supuesto vinculadas a la cantidad de PET recolectado: “Yo sé que la meta no es el premio sino el participar en una acción que va a mejorar el medio ambiente pero ¿cómo puedo hallar motivación para invitar a la personas a participar en el reciclaje si siento que no están siendo tan honestos en el pesaje del PET?”. Por eso trazó una estrategia para despejar sus dudas. Pesó el contenedor vacío -17 kilos- y una vez que lo llene lo volverá a pesarlo para saber cuál fue el peso real porque sigue creyendo que el contenedor llenó pesa más de 4 kilos.
Más allá de las dudas de Don Beto, si efectivamente cada contenedor es capaz de recolectar sólo cuatro kilogramos de PET, significa que el programa Mi tienda sin residuos sólo podría captar mil 264 kilogramos de botellas por viaje en las 316 tiendas en las que se supone ahora está instalado, si es que los recipientes se llenan (algo que dice Don Beto ocurrió en su caso una sola vez). Con mil 264 kilogramos de botellas difícilmente se pueden captar las seis de cada 10 botellas de PET que Coca-Cola presume ha reciclado.
El problema no es el plástico como material, es el modelo de consumo de usar y tirar, que nos tiene consumiendo plásticos a lo loco”, insiste Miguel Rivas de la ONG Oceana-. El modelo sin alternativas: “un ciudadano sólo decide comprar o no comprar y, cuando todas las compañías venden el producto de la misma forma, hay muy poca capacidad de elección”.
No hay alternativas para las personas y los programas, se llamen como se llamen, siguen siendo pequeños parches. No sólo por el volumen de PET que se puede reciclar sino también porque su presencia no llega ni al 1% de todas las tiendas en las que la Coca-Cola, sí deja su producto semanalmente.La solución para muchos ambientalistas está en “la retornabilidad”.
Lo traduce Rivas: “Si pudiéramos generar 10 por ciento de las botellas PET desechables en botellas PET retornables reduciríamos la contaminación por plástico hasta un 22 por ciento. Y si lo hiciéramos en 50 por ciento, la podríamos reducir 80 por ciento”. Y de esta manera, sí podríamos llegar a reducir los residuos, cosa que no se propone en “Un Mundo Sin Residuos”, donde no se rompe el ciclo de producción.
Hacer lo que sugiere el defensor del medio ambiente implicaría regresar a las prácticas de producción y consumo que teníamos en los años 90, antes de la explosión del uso del plástico desechable. Volver a los tiempos en que cada casa tenía botellas vacías y las llevábamos a los comercios para adquirir nuevamente el producto, pero ya no el envase. En esos tiempos que parecen tan lejanos no había una sobreproducción de recipientes.
¿Qué pasó entonces? El mercado ofreció el PET como una forma de disminuir costos pues las empresas ya no tendrían que regresar a los comercios para recoger envases vacíos, bastaría con dejar el producto. La responsabilidad del residuo se traspasó a las y los consumidores, sin hablar del daño ecológico que se gestó con este modelo lineal de tomar-producir-usar-desechar. La sola no retornabilidad de envases de refrescos o cervezas, sus residuos se convirtieron en el 10% de la basura que se genera en México, así ha quedado demostrado en los informes del gobierno mexicano.
Y en nuestro presente del paradigma indiscutible “comprar-tirar”, ya insostenible para el medio ambiente, las campañas de las empresas incentivando a recolectar no son más que paliativos. Lo que se requiere es que cambien el modelo, que dejen de producir al infinito. Que apuesten, por ejemplo, por algo más arriesgado como la retornabilidad de los envases.Así también lo cree Tania Ramírez, especialista en manejo de residuos, para quien el camino es hacer que las empresas generen cero residuos y que, a la par, vuelvan a la retornabilidad, aunque “esto les genere más gastos en su logística”.
En las tiendas visitadas y muchas más que no forman parte del marketing verde de la refresquera, los envases de PET y los retornables conviven dentro de los refrigeradores. Los envases retornables se distinguen porque su taparrosca es color verde. La presentación que se tiene para estas botellas es de 1.5 y 2.5 litros. Las botellas más vendidas en México son las de 600 mililitros, todas esas desechables, de un sólo uso.
En México, ningún marco normativo obliga a las empresas a establecer tasas de retornabilidad de sus botellas, tampoco establece parámetros para aumentar cada año el porcentaje de recuperación de residuos. Todo queda librado a su voluntad, que siempre tendrá al rendimiento monetario por delante.Y al menos para este reportaje, esa voluntad fue poco generosa: se solicitó entrevista en varias ocasiones a las personas encargadas de “Un Mundo Sin Residuos”, pero eligieron no hablar siquiera.
El 8.34 por ciento de los residuos que se generan en México son PET, aluminio y vidrio; así se evidenció en el “Diagnóstico básico para la gestión integral de residuos” realizado en 2020 por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático. Cada día se recolectan más de 3 mil toneladas de PET, 3 mil 700 toneladas de vidrio y mil 200 toneladas de aluminio. Provienen de las industrias de bebidas azucaradas y alcohólicas, son latas de cerveza, botellas plásticas y envases de refresco. Esos residuos que se generan en muchos hogares.
Y de esas montañas de basura sólo se recicla entre un 1 y un 2 por ciento.
Brutal. Lo confirma Tania Ramírez, quien coordinó técnica y editorialmente el estudio diagnóstico. Aún con ese raquítico 1%, México es líder en América Latina en reciclaje de PET, pero el problema está en el 98-99% restante: genera daños socioambientales importantes acerca de los cuales no hay muchos estudios aún pero son alarmantes: “en el Golfo de México se han identificado ya presencia de microplásticos en biota que incluye a toda la especie marina y a todas las plantas que hay en la región”.
Uno de cada cinco peces que se consumen aquí tienen en su estómago fragmentos de algún tipo de plástico, ha demostrado Oceana mientras otra ONG, GreenPeace México, encontró que de los 827 residuos presentes en los mares de México, 396 son plásticos, principalmente PET.
Nuestro plástico está contaminando a mares y animales: 90 por ciento de las aves marinas han comido plástico, una de cada tres tortugas marinas en peligro de extinción muere por contaminación al ingerirlo. Un dato igual de alarmante, se calcula que por la presencia de plástico y microplásticos en el ambiente y en los productos que ingerimos, cada mexicano consume al año el equivalente a una tarjeta de crédito, así lo reporta Oceana en su informe “No eres tú, es el plástico”.
Los expertos aquí consultados coinciden: aunque puedan generar conciencia, de poco ayuda ir a levantar plásticos de las playas o recogerlos en tiendas. Pero además es preciso entender los límites del reciclaje, dice la funcionaria Tania Ramírez: “Debemos comprender que los productos reciclados no crean uno nuevo de igual condición. En el caso de las latas de aluminio, sí se puede reciclar infinitamente sin perder su calidad, es una cualidad importante de ese material, pero otros materiales una vez que son reciclados van perdiendo calidad. Por tanto, tienen que meter materia prima nueva y material reciclado para lograr el mismo grado de calidad que el producto original. El PET sí tiene un tiempo de vida”.
Entonces, resulta una publicidad engañosa decir que la botella que reciclas se vuelve una nueva botella, como pregonan Coca-Cola y muchas otras empresas. No sólo es juntar y reciclar plásticos, tampoco es sólo volver a lo retornable. Para revertir -o frenar- esta destrucción, explica Tania Ramírez, hay que reducir el consumo de energía que implica cada proceso de producción. Lo muestra el vidrio, que al reciclarse reduce hasta un 38 por ciento la energía necesaria para producirlo.
Mientras tratamos de encontrar salidas, de entender cuál sería el plan completo más efectivo, en nuestra casa desde hace varios años reciclamos y reutilizamos botellas de PET. Algunas veces usamos botellas como juguetes para Bonie, la cachorra de nuestra manada pero después de platicar con la investigadora Tania Ramírez nos enteramos que esa acción hacía imposible su posterior reciclaje porque al ser mordidas no sólo se contaminaban sino que también formaban cientos de microplásticos que se volvían contaminantes para el ambiente. Falta mucho por saber.
Lo que va quedando claro es que creemos comprar una bebida cuando en realidad estamos comprando un envase PET. Y al ser dueños de esas botellas o latas después tenemos el problema de qué hacer con ellas, sin una educación ambiental que nos ayude a comprender los efectos de nuestros consumos. Las estadísticas dicen que algunos residuos llegan a centros de acopio y plantas de reciclaje pero en la mayoría de los casos -un 98 a 99 por ciento según los estudios aquí citados- acaban en mares, ríos, montañas.
Nosotros logramos encontrar un centro de acopio y pudimos dejar ahí el PET, aluminio y vidrio que generamos durante varios meses: casi un contenedor de basura cuando sólo somos dos personas. Pero no fue fácil, el servicio de recolección de basura de Guadalajara no contempla separar residuos y en todo el país hay sólo 501 centros de acopio certificados, según datos oficiales. En ellos, 65 por ciento de lo que se recolecta es papel, cartón, eléctricos y electrónicos, vidrio y PET.
Todo lo que no se recicla va a parar a basureros municipales y el 92 por ciento de los municipios no reciclan, pese a que a muchas de empresas subcontratadas sí se les paga por hacerlo. Crecen así los tiraderos a cielo abierto, esa realidad de toda América Latina donde no hay ningún cuidado en el manejo de residuos. Ahí el impacto socioambiental se multiplica con miles productos que podrían tener una segunda vida pero nunca la tendrán porque la mayoría de las cosas que consumimos y cuyo recipiente fue elaborado con PET, aluminio y/o vidrio termina convirtiéndose en basura que contamina aguas y tierras, que se comen los animales y nosotros.
Lo poco que se recicla, sin embargo, es un negocio millonario. Algo que intuía muy bien Don Beto cuando se cuestionaba no sólo el peso de lo que lograba recabar en su contenedor sino también lo que de verdad se haría con ese PET. Multiplicado por montañas, es mucho dinero. “El impacto de las actividades de recolección y reciclaje informal en cinco ciudades mexicanas es de más de 21 millones de dólares al año (y proporciona empleo para más de 3 mil personas)”, señala Martín Medina, investigador de la Universidad de Yale. Ahí está el tamaño del negocio.
Pero las ganancias no se dividen: De acuerdo a Oceana, el 5 por ciinto de todo el plástico que se recicla en México depende en un 70 por ciento de la labor que realizan las personas desde el sector informal, los llamados pepenadores (en otros países cartoneros o basureros). “Entonces, cuando las empresas dicen hay que reciclar ¿por qué eso no genera riqueza para estas personas? La pregunta es ¿Quién se queda con las ganancias?”, apunta Miguel Rivas.
Las familias de pepenadores y recicladores quedan fuera de toda la cadena de valor. Las verdaderas ganancias van a parar a otros bolsillos. No les pagan lo justo como tampoco pagan las empresas el costo ambiental de ese 50 por ciento de botellas de PET que no se recuperan y van a parar a mares, ríos, campos o a tiraderos a cielo abierto. Siguen apostando a la producción de botellas con materias primas vírgenes. Una máquina infinita.
*Este reportaje fue producido por la red de periodismo latinoamericano Bocado.lat
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