14 noviembre, 2021
La Reserva de la Biosfera Chamela-Cuixmala tiene una historia singular: desde finales de los setenta, un multimillonario compró terrenos que miran a la costa de Jalisco para destinarlos a la conservación. La reserva es refugio de jaguares, pumas y otras especies de fauna y flora. Pero está bajo la presión constante de la deforestación y la expansión de proyectos turísticos
Texto: Agustín del Castillo/Mongabay
Fotos: Álvaro Miranda, Agustín del Castillo , Marco Vargas y Conamp
CHAMELA CUIXMALA, JALISCO.- Este es un rincón de la costa occidental de México, donde prospera uno de los bosques tropicales secos mejor estudiados del país y uno de los últimos refugios para especies en riesgo como el jaguar.
La historia de su conservación comienza a finales de la década de los setenta, cuando un multimillonario franco-británico, sir James Goldsmith, comenzó a comprar tierras en la zona, hasta que reunió alrededor de 9 mil 700 hectáreas de selva y humedales, para destinarlas a la conservación.
En 1988, el empresario creó la Fundación Ecológica de Cuixmala, la cual se asoció con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) —que, desde 1971 tiene en el lugar la Estación de Biología Chamela— para impulsar la investigación científica en la zona.
Esta asociación impulsó la creación de la Reserva de la Biosfera Chamela-Cuixmala, decretada así en 1993 por el gobierno federal y cuya extensión es de 13 142 hectáreas.
Con ese decreto se unieron esfuerzos privados y públicos para conservar una región que alberga, además del jaguar (Panthera onca), a otras especies amenazadas como el puma (Puma concolor), los pericos guayaberos (Amazona finschii), las guacamayas verdes (Ara militaris), los cocodrilos de río (Crocodylus acutus) y cuatro variedades de tortuga marina.
En México, además de las 182 áreas naturales protegidas que hay en el país, existen otras 366 que son conocidas como Áreas Destinadas Voluntariamente a la Conservación, las cuales son extensiones de terrenos comunitarios o privados cuyos dueños han decidido implementar acciones de protección y conservación del ecosistema y sus especies.
En ese universo, la Reserva de la Biosfera Chamela-Cuixmala es la única en donde poco más del 70 por ciento de su territorio es privado (pertenece a un solo dueño) y en el que una fundación, además de financiar buena parte del trabajo científico, tiene una participación preponderante en las decisiones que se toman sobre la reserva.
Álvaro Miranda, coordinador científico de la Fundación Ecológica de Cuximala, defiende el modelo privado que ha permitido la conservación de estas selvas. Sin un impulso de protección desde el sector privado, enfatiza, habría sido difícil contener la devastación ambiental imperante en los alrededores.
En 2006, la UNESCO incluyó al área en la lista de Reservas Mundiales de la Biosfera del programa El Hombre y la Biosfera (MAB). Además, permitió sumó a las islas de la bahía de Chamela al esquema de protección bajo la modalidad de “santuario”, decreto que data del año 2002.
La Estación de Biología de Chamela de la UNAM está de aniversario. Este año alcanzó medio siglo de vida. La institución nació de una donación de 1600 hectáreas y duplicó su superficie con nuevas donaciones en 1993. Con el tiempo se fortaleció como un espacio para tesistas e investigadores que generaron un importante acervo de trabajos sobre botánica, zoología y ecología del bosque tropical seco.
Esos trabajos han permitido conocer que en la reserva es posible encontrar 72 especies de mamíferos silvestres, 270 de aves, 20 de anfibios, 46 de reptiles e innumerables especies de otros grupos de vertebrados e invertebrados.
Además, se ha documentado que el bosque tropical caducifolio es un ecosistema en donde los procesos evolutivos al límite —debido sobre todo a la escasez de agua— han generado las condiciones necesarias para la presencia de especies endémicas: un tercio de los mamíferos, 12 por ciento de las aves, la mitad de los reptiles y anfibios que ahí se encuentran son exclusivos de México.
“Es una región única, con cuatro meses de lluvia al año y ocho meses en que la vegetación parece muerta, porque los árboles tiran las hojas. La gente la ve como terreno con árboles muertos, pero están muy vivos”, explica la bióloga Alicia Castillo, del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM campus Morelia, quien realiza su trabajo científico en la estación biológica.
Álvaro Miranda, de la Fundación Ecológica de Cuximala, menciona que en la reserva se han identificado 1200 especies de flora, incluidas varias endémicas, entre ellas árboles ( Sciadodendron excelsum, Jalropha chamelensis, Celanodendron mexicanum), cactus (Penicereus cuixmalensis y Opuntia excelsa) y el Agave colimana.
Uno de los proyectos emblemáticos de la reserva es el monitoreo de jaguar y puma. Su importancia ha trascendido con mucho las 13 142 hectáreas del área protegida, para irradiar toda la región occidental del país. El seguimiento hoy también se realiza en las sierras costeras de Jalisco y Nayarit.
Rodrigo Núñez Pérez, responsable del programa de monitoreo en la reserva, explica que aunque la extensión de la reserva es muy pequeña, el lugar funciona como una zona de refugio para los jaguares y pumas. Además, permite la repoblación fuera del área protegida.
“Los grandes felinos, al salir de la reserva, afrontan circunstancias complicadas: los matan por considerarlos una amenaza para el ganado. En ese sentido, hemos avanzado en la comunicación con las comunidades aledañas, para que se sensibilicen de la importancia de conservar a estos depredadores”, explica Núñez.
La bióloga Castillo menciona que si se habla de conservación de grandes felinos, la reserva “es una islita demasiado pequeña: 13 142 hectáreas son nada para especies como jaguares o pumas”. Y es por ello que los investigadores consideran que es necesario y urgente crear corredores biológicos que permitan unir a Chamela-Cuixmala con otras áreas que aún están conservadas. “Necesitaríamos, por lo menos, unas 100 mil hectáreas para mantener la variabilidad genética que les permita (a especies como el jaguar) adaptarse a los cambios y evitar la extinción”, destaca Núñez.
Como área natural protegida, Chamela tiene una historia peculiar, resalta la bióloga Alicia Castillo. “Las reservas de la biosfera fueron diseñadas para mantener vínculos con poblaciones locales, y aquí no vive nadie. Casi 10 mil hectáreas son privadas y ha sido casi nula la interacción con las comunidades. Predominó la investigación biológica más que la socioecológica, pero estamos claros que es algo que se debe cambiar”.
Por eso, insiste, se debe apostar a alcanzar una legitimidad del área natural protegida frente a las poblaciones vecinas como Chamela, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Juan Gil Preciado, Punta Pérula, en donde viven menos de tres mil habitantes. El objetivo, señala, es que esas comunidades se integren a un modelo regional de gestión del territorio.
El coordinador de la Fundación Ecológica de Cuximala señala que se ha tratado de generar, en forma gradual, vínculos con las comunidades con proyectos que las ayuden a mejorar sus prácticas agrícolas y ganaderas y disminuir su huella ecológica.
Sin embargo, en varias de las comunidades, los campesinos miran con recelo la reserva al considerarla una especie de latifundio disfrazado y un privilegio de sus dueños.
Emma Michel, regidora del municipio de La Huerta y habitante del poblado Emiliano Zapata, al sur de la reserva, ofrece un panorama que muestra los escasos vínculos que hay entre las comunidades y el área natural protegida: “Durante algún tiempo llevaban a niños de las escuelas a conocer el trabajo en la UNAM, pero hace años que dejaron de hacerlo. La gente de los pueblos conoce poco qué es lo que conservan y para qué sirve en sus vidas. Y eso hace que lo vean poco importante, desgraciadamente”.
Miranda reconoce que no se ha logrado tener una divulgación eficaz sobre la importancia de la reserva y las especies que la habitan.
Francisco de Asís Silva Bátiz, investigador del Centro de Zonas Costeras de la Universidad de Guadalajara, comenta: “No quieren ser una isla, pero les falta acercarse a comunidades aledañas, y esa carencia se agrava con la falta de políticas estatales y federales”. Sin olvidar que las preocupaciones cotidianas de los habitantes de la costa, no han sabido ser asumidas en el proyecto.
“Si no convencen al campesino, al ganadero, al pescador, de que conservar ayuda a que mejore su ingreso; a que se haga aliado, porque su vida va a cambiar con proyectos mejores, va a ser difícil remontar la desconfianza”, insiste Silva.
Miranda señala que la estrategia de conservación de la reserva se ha cumplido, sin embargo, también reconoce que se trata de un “espacio reducido”. Además, destaca el papel que ha tenido la reserva en la formación de “muchísimos ecólogos que ahora se vinculan a la protección y la investigación”.
Uno de esos biólogos es Marciano Valtierra Azotla, actual director de La Primavera, bosque que se encuentra en las afueras de la ciudad de Guadalajara. Durante nueve años fue coordinador de campo de la fundación.
Valtierra señala que desde la muerte de James Goldsmith, en 1997, la Fundación Ecológica de Cuixmala “ha perdido soporte financiero, lo que se reflejó en el debilitamiento de algunos proyectos… Me parece que la estación de biología y la reserva han generado mucha información, pero pocos programas y acciones de manejo concretas”.
El biólogo reconoce que es necesario dar alternativas a las comunidades vecinas, para que puedan tener ingresos económicos y se sumen a la conservación de la selva, “porque la región es una veta de explotación de fauna, como el perico guayabero (Amazona finschi, en peligro de extinción). Sus nidos son muy saqueados, porque hay un mercado; también hay mucha tala de maderas valiosas en la zona circundante a la reserva”.
Hacia fuera de las fronteras de Chamela Cuixmala, la selva seca de la costa de Jalisco es una de las más deforestadas del país. El deterioro ambiental de la región se ha dado en forma progresiva, a partir de la década de los setenta, cuando se construyó la carretera federal 200, que recorre la línea de litoral de norte a sur, y la presa Cajón de Peña, sobre el río Tomatlán, que desmontó 33 855 hectáreas de selvas, casi el triple de la extensión que tiene la Reserva de la Biosfera.
Desde 2007, en uno de sus informes, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) reconoció a esta región —junto a la península de Yucatán y las selvas de Chiapas— como las zonas con mayores tasas de destrucción de bosques y selvas del país.
La deforestación en la zona ha sido impulsada por los desarrollos turísticos, pero también por campesinos y pequeños propietarios que han transformado parte de la selva seca en pastizales —para la ganadería— y plantaciones frutícolas.
Algunas de las comunidades y ejidos que se encuentran alrededor de la reserva se establecieron en los años 60 y 70; varios recibieron subsidios del gobierno para desmontar y “producir”. “Hay una lógica que hay que entender: lo que se le pidió a la gente que llegó fue destruir, pelear contra ese ambiente, más que integrarse. Nadie les dijo que había otras maneras, y ahora luchamos contra eso… El agua, el suelo, los bosques son recursos limitados y los hemos usado muy mal”, señala Miranda.
La bióloga Castillo recuerda que las selvas tropicales no son fáciles para hacer agricultura, los suelos, tras un desmonte, se van en pocos años de agricultura. Por eso (los pobladores) apostaron por la ganaderización, y se tumbó mucha selva para pastos […] pero además, llueve poco. Los campesinos se quejan, y se quejan de que cada vez llueve menos”.
En 1997, Álvaro Miranda hizo un estudio donde consideró que entre 1953 y 2000 se perdería el 53 por ciento de las selvas secas costeras de esta región de Jalisco. El investigador hoy reconoce que sus previsiones eran más pesimistas. Pero la degradación continúa y, una actividad que contribuye en ello es el turismo mal gestionado.
“La vocación turística de esta región es innegable, nunca lo hemos negado. ¿Bajo qué modelo? Ahí está la clave”, señala Miranda.
En la zona costera que es vecina a la reserva se han desarrollado proyectos turísticos de élite. Y así como en el pasado un millonario compró tierras para destinarlas a la conservación, otros han hecho lo mismo pero para transformar la accidentada línea de costa en playas privadas y en sitios de turismo frecuentados por estrellas de Hollywood, empresarios, políticos e integrantes del jet set internacional. Incluso, la hija de Goldsmith tiene un pequeño hotel exclusivo en la zona.
“Se han adueñado, a través de concesiones, de playas que han hecho exclusivas… Las élites económicas tienen contacto con élites políticas que les aprueban proyectos, y surgen conflictos. Mi impresión es que esos desarrolladores sí son una amenaza, históricamente han acaparado recursos (naturales)”, explica Castillo.
Pese a que la región cuenta con un ordenamiento ecológico territorial, este no ha sido una herramienta jurídica lo suficientemente fuerte para regular el uso del territorio y sus bienes naturales. “¿Dónde están las dependencias federales y estatales, obligadas a aplicar ese ordenamiento? No podemos dejar a los municipios ese papel, los rebasa completamente”, apunta Álvaro Miranda.
Y en medio de ese panorama, la reserva ya se convirtió en un laboratorio del cambio climático. En sus datos históricos, ya quedó atrás 1959, el año en que se registró uno de los huracanes que causó graves daños a la selva. En 2011, con el huracán Jova, y en 2015, con Patricia (el más intenso en la historia del Pacífico oriental, según la Comisión Nacional del Agua), el impacto sobre la floresta fue inédito, con daños para miles de árboles y fuerte deterioro en el territorio. Luego vinieron efectos “colaterales”: los incendios, que históricamente no se registraban en esta selva.
Este trabajo fue publicado originalmente en Mongabay Latam. Aquí puedes consultar la publicación original.
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