La búsqueda de la verdad ha sido una constante en México en distintas etapas de su historia, pasando por la Guerra Sucia hasta llegar a la Guerra contra el narco que provocó más de 40 mil personas desaparecidas. Fue hasta la aprobación de la Ley de Víctimas que el país reconoció este derecho
En México, el propio Estado ha empleado mecanismos de obstrucción a la verdad. Esto ha imposibilitado el derecho de las víctimas de violaciones a derechos humanos a saber con certeza qué sucedió, en distintas etapas de la historia del país.
El derecho a la verdad implica “tener un conocimiento pleno y completo de las violaciones a derechos humanos que se produjeron, las personas que participaron en ellos y las circunstancias específicas, en particular de las violaciones perpetradas y su motivación”, según las Naciones Unidas.
El informe Derecho a la Verdad. Alcances y limitaciones en casos de violaciones graves de derechos humanos, publicado por la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos en el 2018, plantea distintos aprendizajes a partir de la experiencia de la búsqueda de verdad por víctimas:
Debido a la relevancia que tiene actualmente en el mundo el conocer la verdad de violaciones masivas a derechos humanos, la ONU declaró el 24 de marzo como el Día Internacional del Derecho a la Verdad.
Pie de Página presenta una reflexión sobre el derecho a la verdad que hacen Guadalupe Pérez Rodríguez, quien busca a su padre Tomás Pérez, integrante de la lucha campesina, desaparecido en Puebla desde 1990; y Santiago Aguirre, director del Centro de Derechos Humanos Agustín Pro Juárez (Centro Pro), que lleva más de una década acompañando la lucha por la verdad de distintas víctimas.
La búsqueda de la verdad ha sido complicada y difícil. Dejar de cargar en forma individual, familiar, comunitaria, con los hechos que se sabe ocurrieron. No es solo nuestro dicho, al final del día es lo que ocurrió, pero no tenemos la empatía de la sociedad y el reconocimiento de esa verdad.
Lo que pasó, lo que te hicieron, marca al final del día un antes y un después. Se convierte en una parte de la identidad de tu vida y tu comunidad. Lo que pasó te mete en una disputa constante con el Estado, lo que pasó, los responsables.
Pero tenemos una parte de las historias ocurridas y esa es la que sí atesoramos, porque es lo único que tenemos. Al final esa sola parte es la que nos mueve y con lo que tal vez nos sostenemos en el día a día.
Han pasado casi 30 años desde que desaparecieron a mi papá, 30 años peleando para que por primera vez una instancia del Estado mexicano (la CNDH) se apersone a la comunidad y vaya a conocer de viva voz su realidad. (La CNDH supo de la desaparición de Tomás Pérez Francisco en 1991 y es hasta 2019, que acudió por primera vez a Pantepec a entrevistarse con la familia y los vecinos, en su investigación de los hechos). Esto tiene su lado simbólico, la CNDH había perdido el primer expediente. Queremos que esta institución asuma su responsabilidad de conocer los hechos que nos sucedieron a nosotros y a nuestras comunidades.
La verdad nos sirve para descansar de la losa que se lleva, se piensa que solo es tuya, queremos que se entienda que es de las comunidades. La verdad es para hacer que la gente deje de tener miedo. Para fortalecer la confianza de las comunidades y para exorcizar al miedo, que deje de ser una sombra en tu vida.
La verdad es un derecho de la sociedad por lo que su exigencia y cuidado también tendría que ser social. Verdad y justicia tendrían que caminar juntos, como que bien pegaditos. Si en algo se nos va la vida que sea en la lucha por la verdad y la justicia, que si nos repusimos del zarpazo de la represión es para algo, hay que darle sentido y que mejor que sea para que no haya más corazones tristes, ni abrazos ni vidas interrumpidas, siempre andando los caminos iniciados por las abuelas y madres que desde su dolor y desconocimiento dieron los primeros pasos. En nuestro caso, también es para resignificar y darle sentido a las historias y como reivindicación a quienes no están y soñaban en un mundo más justo para los que venían.
Por mucho tiempo, frente a graves violaciones a derechos humanos, la lucha ciudadana fue por justicia, que no hubiera impunidad. Pero muy rápidamente, sobre todo por la experiencia de la sociedad y las familias que luchaban contra la desaparición forzada en Sudamérica y Centroamérica, se empezó a hacer patente que la justicia es excepcional, porque los aparatos del sistema de justicia tardan en procesar los casos de violaciones a derechos humanos.
En los casos de sanción a los responsables, no siempre las formas jurídicas permiten procesos sociales donde se esclarezca qué sucedió y se restablezca la dignidad de las víctimas. Y en algunos casos la sanción de los responsables no siempre implicó esclarecer el paradero de los desaparecidos.
Fue así como se empezó a exigir el reconocimiento de la verdad como un derecho, derecho autónomo, independiente que intenta garantizar la prerrogativa que tenemos las personas y la sociedad de saber cómo ocurrieron aquellos hechos que más lastiman a la persona y la sociedad.
Eso llevó a que primero en el Sistema Internacional y después a nivel países, se reconociera el derecho a la verdad. México llegó un poco tarde. Y fue hasta la aprobación de la Ley General de Víctimas cuando tuvimos una norma que reconoce el derecho a la verdad. No tenemos una política de Estado enfocada en garantizarlo, no lo hemos tenido en el manejo de información. Las familias han luchado por acceder a expedientes, como en el caso de la Guerra Sucia (o las familias de San Fernando). Tampoco hemos tenido en México una adecuación de los procesos judiciales para que puedan ser garantes del derecho a la verdad.
A décadas de distintas violaciones a derechos humanos (2 de octubre, Guerra Sucia, entre otras) siguen circulando múltiples versiones de lo ocurrido que se encuentran en permanente disputa sin que como sociedad exista un consenso en mínimos contenidos de hechos. Seguimos preguntándonos cuántas personas murieron asesinadas el 2 de octubre, cuántas fueron desaparecidos en la guerra sucia. Cuando todo esta en permanente disputa, lo que se ve minada es la fuerza social que impide que esos hechos sucedan para adelante.
En México prevalece la estigmatización de víctimas que rompe la solidaridad a nivel social. Por eso son importantes los ejercicios que reivindican la identidad de las víctimas, que intentan esclarecer lo que ocurrido en determinado caso.
Las atrocidades nadie las quiere conocer porque son atroces, pero también hay quien se beneficia de esa amnesia social, hay quien la fomenta y la reproduce.
En México se plantea la verdad y la justicia como si fuera una disyuntiva. Las mejores experiencias son las que logran sinergia entre ambas y si bien tenemos un sistema judicial propenso a confeccionar mentiras en los expedientes, también los expedientes son relevantes para conocer lo que ocurrió. Entre las propias familias el interés está en la verdad entendida como el paradero de sus seres queridos, no en la verdad entendida como el esclarecimiento de lo que sucedió. Las mejores experiencias son las que van a la par: esclarecimiento de lo ocurrido y esfuerzos sólidos para emprender la búsqueda de alguien concreto.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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