En los tres casos las víctimas son hombres jóvenes que se dedican al servicio restaurantero, meseros o cajeros; en los tres casos los agresores son clientes del sexo masculino y bravucones; en los tres casos el dinero cobra forma de poder vuelto agresión física o verbal, o ambas.
Por Évolet Aceves / @EvoletAceves
“Te pedí una orden de queso hace media hora, cabrón, y aparte me la traes con una actitud como si me la fueras a regalar. No me estás regalando nada, güey”. Esas fueron las primeras palabras que escuché de un supuesto afamado locutor de radio, a quien llamaré Z, cuando llegué a la misma mesa que la de él en un restaurante en el centro de Oaxaca, al terminar la presentación de mi novela y la mesa de diálogo que tenía agendadas ese día, como parte del programa de la FIL Oaxaca. (Digo supuestamente afamado porque Z hablaba y se comportaba como si fuera el emperador de México, y, aquí entre nos, yo jamás había escuchado su nombre, ni me parecía alguien a quien asociara con la fama, y aunque así fuera, tampoco tendrían justificación esas formas de dirigirse a la gente.)
Retrocedo un poco. Al salir de la FIL, fui al hotel a dejar algunas cosas que llevaba cargando en mi bolsa. Al dejarlas, el chofer amablemente me llevó de regreso al restaurante en el que yo alcanzaría a T, Z y a otros ponentes de la FIL. A T lo conocí cuando pasó uno de los choferes al aeropuerto de Oaxaca por nosotros. Al llegar al restaurante, en la mesa estaban T, Z, la esposa de Z, y también estaba N, periodista y locutora de radio compañera de Z.
N, a quien había escuchado en alguna ocasión en su podcast, hablaba con la misma voz pero ahora con una que otra grosería hilvanando la conversación, aprovechando que no había micrófonos y que estaba con amigos y compañeros del trabajo. La diplomacia, digamos, se difuminó durante la cena. Y está bien. En algún punto, cuando alguien le preguntó si tenía algún libro publicado, N respondió que no, pero que si tuviera alguno seguro sería sobre chismes. Hasta el momento no sé si lo habrá dicho de broma o en serio, porque en sus programas —en los que he llegado a escuchar—, ella es más bien seria.
“Tráeme tres platos de queso, cabrón. No me los estás regalando, me los estás co-bran-do”. Ordenó Z, con la misma insolencia, estas tres nuevas órdenes de queso al mesero de no más de veinte años, quien se encontraba sumamente contrariado, nervioso, asustado, apenado. Z estaba humillando al primer mesero que se le cruzara en su camino. Z estaba aprovechándose de su situación ventajosa de cliente frente a quien atiende al cliente, un cliente abusivo, engreído, pedante, arrogante.
Mientras escribo esto, recuerdo el caso de una taquería que, hace algunos meses, fue cerrada después de que se grabó un video en donde aparece el dueño golpeando a uno de sus meseros: un hombre joven. Y también pienso en los eventos ocurridos en el Subway, meses atrás, en el que un cliente enfurecido irrumpe por la puerta para golpear salvajemente a uno de los trabajadores de dicha cadena restaurantera, un adolescente al que le rompió la nariz y lo dejó gravemente herido.
En los tres casos las víctimas son hombres jóvenes que se dedican al servicio restaurantero, meseros o cajeros; en los tres casos los agresores son clientes del sexo masculino y bravucones; en los tres casos el dinero cobra forma de poder vuelto agresión física o verbal, o ambas. Ninguna es más aceptable que la otra, al final son agresiones.
Y no dejo de pensar cuando Daniel Tabe, padre del alcalde panista Mauricio Tabe, en diferentes circunstancias, amedrentó y amenazó con un cuchillo largo, que más bien parecía machete, a un funcionario de gobierno al clausurar su restaurante —la taquería Don Eraki, en la Ciudad de México—, colocándole el machete en el cuello. Si eso le hace a un funcionario público y en plena vía pública y a luz del día, ¿cuál sería el trato hacia los meseros?, ¿qué no les habrá dicho o hecho ese hombre a los meseros adentro del restaurante?
Vuelvo a la cena en el restaurante de Oaxaca. Yo era la única que decía “gracias” y “por favor” cada vez que un mesero traía o retiraba algo de mi lugar. Estas personas, inflamadas de engreimiento, parecían estar completamente desconectadas de la realidad. Como si decir “gracias” y “por favor” a los meseros les restara honorabilidad, como si pusiera en duda su supuesto elitismo, su supuesta fama, o en las palabras de Z, como si los gracias y por favores se los estuvieran cobrando…
En el fondo, este comportamiento tiene raíz en cimientos profundamente clasistas, un clasismo blanqueado muy propio de México. Los meseros eran morenos, jóvenes, seguramente oaxaqueños, probablemente de origen o linaje indígena; en la mesa donde estábamos sentados, todos eran blancos —a excepción mía.
A mayor blancura de piel, mayor insolencia; a mayor prietud, mayor sumisión y resignación —por supuesto, esto sólo es una generalidad. De nuevo, no es sólo una cuestión racial, es una cuestión de abuso de poder que deviene en clasismo, discriminación y racismo. A la par que el egocentrismo del blanco se alimenta de la sumisión del moreno, la sumisión del moreno no tiene muchas alternativas para tornarla en rebelión, no tiene de otra más que obedecer, de otra manera pondría en riesgo su empleo. Es una desigualdad que incluso desde los cuentos de escritores mexicanos del siglo XX se muestra. Elena Garro, Mariano Azuela, Francisco González Rojas, Juan Rulfo, Nellie Campobello, Elena Poniatowska, Cristina Pacheco.
“Sí señor, le traigo el queso en un momento”, contesta el joven mesero a Z, mientras veo cómo N, T y las otras dos mujeres se ríen quedamente, uno que otro comentario complementa los constantes regaños y órdenes de Z a los meseros. En Psicología Conductual a esto se le conoce como reforzamiento positivo. Esas risas de aprobación fomentan que Z continúe haciendo ese comportamiento que lo hace merecedor de recompensas: aplausos, aprobación, en un escenario en el que el sujeto necesita afirmar su poder públicamente, y con quien puede hacerlo es, justamente, con el menos favorecido en este panorama jerárquico-económico.
Mientras N y Z en el radio dan la imagen de ser una especie de justicieros (¿de derecha, centro-derecha?), durante la cena parecieron haber olvidado a sus personajes. Yo estaba impactada con todo lo que estaba viendo, no lo podía creer, sólo quería salir huyendo de ahí.
Debo decir que conmigo nadie fue irrespetuoso. Ellos parecían ya conocerse desde hacía años. Z y N trabajan juntos, me dijo Z cuando me ofreció probar lo que pidió al centro. Entre todos parecían ser uno mismo, se conocían muy bien, hablaban de nombres desconocidos para mí y muy familiares para ellos. N en determinado momento me preguntó si yo había presentado en la FILO, le dije que sí, que presenté mi novela y estuve en un par de mesas de diálogo. “Ah muy bien, muy bien. ¿Cuál es el nombre de tu novela?”. Platicamos sobre las peripecias que tuve que atravesar para llegar hasta Oaxaca, a la feria —pues vengo de un viaje largo y agotador, de cinco ciudades entre Estados Unidos y México, desde los últimos 8 días.
Ninguno de los cinco con quienes compartía la mesa estaban involucrados con cuestiones literarias, sino más bien políticas. De literatura no hablaron durante la cena, pero sí sobre políticos y de uno que otro comunicador de televisión y sus respectivos egocentrismos. Chismes que se cuentan los amigos. Yo me sentía completamente ajena. Pese a que todos fueron muy amables conmigo, me afectó ver todo lo acontecido.
Como aclaración, quiero decir que la FIL Oaxaca, naturalmente, no tiene ninguna responsabilidad de lo que presencié en el restaurante del centro de Oaxaca, la FIL Oaxaca es reconocida por la pluralidad de voces que lleva año con año, por la gran calidad de sus eventos, presentaciones, ponentes y mesas de diálogo, con un vínculo muy cercano a la comunidad oaxaqueña así como al corpus estudiantil y a las disidencias en general, por eso sigo desde hace tiempo las actividades que se llevan a cabo en la FIL Oaxaca. Es una feria del libro muy bien ensamblada, muy bien planeada, y el staff es de lo más amable.
Son los meseros quienes se llevan la friega con clientes insolentes. Pagué, me levanté y me salí a disfrutar la noche, el mezcal y la amabilidad y calidez de la gente de Oaxaca. No pude continuar ahí.
IG: @evolet.aceves
everaceves5@gmail.com
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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