Mérida: un gran parque y una promesa incumplida

19 abril, 2024

En noviembre pasado, un mes antes de la inauguración del Tren Maya, abrió en Mérida el Parque La Plancha, el nuevo espacio público de la capital yucateca. Pero a su inauguración no fueron invitadas las familias cuya reubicación nada menos que permitió se concretara el parque. A ellos se les debe algo demasiado importante

Por Étienne von Bertrab / X: @etiennista

En un principio el Tren Maya ingresaría a Mérida para lo que la antigua estación del ferrocarril, en pleno centro de la ciudad, sería rehabilitada. Pero no fue así. Por distintos motivos y como sucedió en otras ciudades, como en San Francisco de Campeche, su estación, llamada Mérida-Teya, quedó fuera de la ciudad en el municipio de Kanasín, a 12 kilómetros de la antigua estación y otrora patios del ferrocarril.

Este espacio urbano fue durante más de tres décadas un no-lugar, un terreno abandonado que nadie disfrutaba y que era para los vecinos foco de infección e inseguridad. Estuvo durante todo este tiempo en la mirada de colectivos, urbanistas, autoridades y ciudadanos que soñaban con convertirlo en un espacio público. Se elaboraron muchos planes pero fue el proyecto Tren Maya el que finalmente lo detonó.

El parque es muy digno y es inmenso. Tiene alrededor de 19 hectáreas, algo que pocas ciudades mexicanas logran albergar sobre todo en su interior. Está totalmente integrado en el vecindario, sin reja perimetral alguna. Cuenta con un lago artificial, dos museos, áreas de juegos para niños, un skate park, un espejo de agua, un andador techado que lo atraviesa, carriles para caminar, correr y andar en bicicleta, gimnasio al aire libre, espacios de venta de artesanías, un hermoso anfiteatro con capacidad para 5 mil personas y un mercado gastronómico. Se sembraron y trasplantaron más de 3 mil árboles que hoy se adaptan a su nuevo entorno y prometen albergar vida y brindar frescura a paseantes y vecinos. Desde su inauguración el parque es visitado y gozado por miles de familias todos los días, sobre todo temprano y cuando baja el intenso sol peninsular.

Del proyecto de parque se derivaron a su vez otros como el corredor turístico y gastronómico ‘de la Calle 47’ que empata con el parque y que eventualmente llegará hasta el Palacio de Gobierno. La plaza principal de Mérida será próximamente remodelada. Alrededor del parque se remozaron las fachadas y se rehabilitaron más de 2 kilómetros de calles y banquetas en la zona. En el extremo norte del Parque La Plancha quedó la estación del IE Tram, el nuevo sistema de transporte eléctrico que en una de sus rutas conecta con la estación Mérida-Teya del Tren Maya en un recorrido que toma veinte minutos. Asimismo, en el extremo sur del parque, donde estaba la Escuela de Artes, se creó la Universidad de las Artes de Yucatán, un espacio bellísimo que ahora alberga más de 2 mil estudiantes cuando la antigua escuela tenía solamente 400.

En esos terrenos de propiedad federal, además de estar arrumbadas vías y vagones, vivían once familias de empleados que en su momento la empresa Ferrocarril de Yucatán, (posteriormente Ferrocarriles Unidos del Sureste) quería tener cerca: maquinistas, jefes de electricistas, mecánicos y garroteros. Eran los empleados clave para el funcionamiento del ferrocarril y sus familias tenían el privilegio de viajar en sus trenes. Iban a Progreso, Sotuta, Valladolid, Coatzacoalcos, Tabasco y Chiapas. Había también una tienda popular Conasupo y estaba también allí el sanatorio para todos los ferrocarrileros. Fue a inicios de la década de 1960 que la empresa les dio las casas en las que vivieron muy alegremente, según cuentan algunas familias, hasta que todo cambió con la privatización de los ferrocarriles con el presidente Zedillo. Algunos trabajadores se habían logrado jubilar, a los demás los liquidaron. Se suprimieron trenes. Vaciaron el taller y todo fue quedando en el abandono. De aquellos trabajadores clave no queda nadie vivo pero sobreviven algunas viudas. Las familias hablan con nostalgia de aquellos tiempos.

Luego vendrían los varios intentos de convertir aquellos terrenos en un espacio público, frente a lo que las familias sentían tanto ilusión como temor ya que en seis décadas nunca les concedieron las escrituras de sus casas. No tenían, pues, ni certeza jurídica ni garantía de permanencia. El proyecto del Parque La Plancha avivó estos temores al resultar obvio que no podrían seguir viviendo allí al estar sus casas en el corazón del parque proyectado. La experiencia con FONATUR no fue fácil, se sentían intimidados. Primero los querían mandar a casas tipo INFONAVIT muy lejanas, a lo que se negaron. Posteriormente les ofrecieron buscar cada familia una casa económicamente equivalente para vivir, mismas que serían compradas para ellos. Esta opción tampoco fue aceptable para las familias. Se unieron y formaron un frente común para luchar por sus derechos.

Después de un largo y poco apacible tiempo vinieron los cambios en la dirección de FONATUR y posteriormente fue entregado el Tren Maya a la Secretaría de la Defensa. La SEDENA se haría cargo también de la construcción de Parque La Plancha. Fue precisamente una promesa de la SEDENA, retomada luego por el gobernador de Yucatán Mauricio Vila Dosal, la que les convenció. Los ingenieros militares construirían nuevas casas para las once familias dentro del perímetro del parque y les serían entregadas junto con las escrituras correspondientes. Es decir, finalmente, luego de más de medio siglo, se haría justicia brindando a viudas, hijos y nietos de estos ferrocarrileros esenciales, paz y certeza jurídica.

Por instrucción del presidente López Obrador la SEDENA atendió primero a las familias construyendo sus casas: once casas uniformes, modernas y totalmente equipadas, en un conjunto integrado al parque en uno de sus costados. Como sucedió con todo el Parque La Plancha los ingenieros militares construyeron las casas en tiempo récord y fueron entregadas a las familias el 23 de diciembre de 2022. Como expresó el gobernador Vila en el acto de entrega, a las familias “les llegó antes la Navidad”. Sin embargo, este dulce sabor pronto se tornó amargo, ya que el gobierno de Yucatán prometió que a más tardar en seis meses recibirían sus escrituras y no fue así.

Once meses después, en noviembre pasado, se inauguró el parque. El gobernador Vila agradeció públicamente “la generosidad de los vecinos que aceptaron ser reubicados”. Irónicamente, y pese a que había muchos invitados al evento, faltaron las once familias. Pareciera que alguien determinó que no era importante o deseable tenerles allí o que no merecían la información precisa, ya que a algunos les dijeron que la inauguración sería al mediodía y ésta tuvo lugar en la mañana. Por qué no recibieron una invitación adecuada es materia de especulación, pero lo cierto es que a dieciséis meses de habitar sus viviendas, aún no tienen las escrituras. No sólo eso. El Instituto de Vivienda del Estado de Yucatán (IVEY), desde octubre pasado no recibe a las familias.

Se acercan las elecciones y la desazón ha vuelto a las familias, que ahora temen que algún día podrán ser despojados de aquellas casas que, estando en un bello entorno que ha recibido tanta inversión pública, seguramente aumentarán mucho en valor. Pero las familias no se dejan y ahora buscan saltarse al intermediario, el Gobierno de Yucatán, para volver a tratar directamente con el gobierno federal. En cualquier caso lo que les han hecho es una injusticia y no debe quedar así.

Agradezco a Paulina Ríos su apoyo en la documentación y a las familias que me obsequiaron su tiempo y confianza.

Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.